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lunes, 20 de septiembre de 2010

LA PRINCIPAL MISION SACERDOTAL

(Pag. 65-87)

No puedo entender esa que el Cardenal Primado de España llama dimensión cultural-sacramental. He expuesto lo que el Vaticano II nos dice sobre la cultura y no he encontrado ahí ninguna relación o nexo entre la cultura personal o la acción cultural del sacerdote con la que Su Enminencia llama celebración —yo llamaría mejor "administración"— de los sacramentos. Esta es, sin duda, lo que especifica y caracteriza al sacerdote del resto de los hombres, según la institución misma de Cristo. El sacerdocio dice, en su misma esencia, el poder sacrificar, en nombre del pueblo. El sacerdote es el hombre dedicado y consagrado a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios. En la ley de gracia, es el hombre consagrado a Dios, ungido y ordenado para celebrar y ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa. Simple sacerdote es el que carece de jurisdicción y de todo cargo pastoral confiado por el obispo, pero no, por eso, deja de ser sacerdote, ni de poder celebrar la Santa Misa. Recordemos bien que uno es el poder sacerdotal y otro el poder jurisdiccional y magisterial. El poder sacerdotal lo adquiere el sacerdote para siempre en su ordenación sacerdotal, como en el bautismo, adquiere el hombre su carácter indeleble de cristiano. El poder jurisdiccional y el poder magisterial los recibe también, in actu primo, en la ordenación, aunque, para poder usar esos poderes, se necesite la delegación de la Jerarquía. Esto es en las circunstancias normales; porque en las anormales "supplet Ecclesia", como en un error común, en una necesidad urgente.
Ahora bien, en la hipótesis —pongamos el caso de la Reforma o de Inglaterra—, cuando la mayoría de los obispos han caído en la herejía o en la apostasía, cuando hay razones gravísimas para dudar de la legitimidad de esos malos pastores o de esos lobos revestidos con pieles de oveja; cuando el abuso del poder retira las facultades al que ha sido debidamente ordenado y con apego a los dictámenes de su conciencia, a su ciencia teológica, a la opinión de personas de reconocida ciencia, conciencia y experiencia, éste se adhiere a la fe recibida y se rehusa a seguir a los malos pastores, ¿pierde las facultades, que por su poder de orden o con su poder de orden había válida y lícitamente recibido de pastores legítimos, de verdaderos sucesores de los apóstoles? Las leyes de la Iglesia son para ser aplicadas en circunstancias normales, no en circunstancias de cisma, de herejía o de apostasía. Por institución divina, por la ordenación sacerdotal, el sacerdote recibe el poder sacrifical y, por lo menos, in actu primo, también el poder de magisterio y el poder de jurisdicción. La Iglesia, por su legítima Jerarquía, con los poderes recibidos de Cristo, condiciona y restringe, in actu secundo, tanto el poder de jurisdicción, como el poder de magisterio, por la delegación personal de los Obispos y del Papa, al ordenado. Pero, estas restricciones suponen siempre la legitimidad de derecho y de hecho de los pastores.
Supongamos un caso hipotético. Un obispo o un grupo de obispos, como en tiempo del arrianismo, perdieron la fe, cayeron en la herejía. San Atanasio se resiste, arguye, condena, se aparta de los malos pastores. Estos lo excomulgan, lo suspenden, no por otra causa, sino por negarse a seguir el error, por defender la verdad, ¿perdería por eso San Atanasio su carácter sacerdotal y episcopal? ¿perdería sus facultades ministeriales?
La facultad o el poder de orden lleva consigo, salvas las restricciones del Derecho, en los casos en que se necesite la jurisdicción, el poder administrar los sacramentos, que son los canales por donde se deriva a las almas la vida sobrenatural, la vida divina, que viene de Cristo. El sacerdote es sacerdote, ante todo y sobre todo, para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa y para administrar a los fieles los sacramentos. Culto o inculto, santo o pecador, el sacerdote, al actuar en nombre de Cristo, con el poder de Cristo, bien sea celebrando el Santo Oficio de la Misa, bien sea administrando los sacramentos, hace que la gracia redentora, no por sus méritos personales, sino por su ministerio, llegue a las almas justificándolas, santificándolas. Esta es la grandeza del sacerdocio católico, participación real del sacerdocio de Cristo, que ningún poder humano puede nunca quitarle.
Los otros trabajos, como la enseñanza, la asistencia a los organismos de Acción Católica, la misma predicación, están subordinados a la misión sacerdotal; pueden, en casos especiales, ser desempeñados por diáconos, por religiosos y, aún por los mismos laicos. En caso de grave necesidad, como en peligro de muerte o en tiempos de persecución, pueden también los seglares administrar el bautismo y el distribuir la Sagrada Comunión. Lo que no entiendo; lo que me parece un abuso, un desacato es el permitir ahora el que simples seglares, el que mujeres, el que niñas vestidas con minifaldas o con pantalones se pongan a leer la epístola y distribuir también la Sagrada Comunión. Esa desacralización de lo más sagrado es para mí un verdadero sacrilegio.
En el Decretum "Optatam totius" (4, 1), el Vaticano II dice que los sacerdotes "orando y celebrando las funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos". Y en el Decreto "Presbyterorum ordinis" (2, 5) añade: "En consecuencia, los presbíteros, ya se entreguen a la oración y a la adoración, ya prediquen la palabra, ya ofrezcan el Sacrificio Eucarístico, ya administren los demás sacramentos, ya se dediquen a otros ministerios para bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y a la dirección de los hombres en la vida divina".
"Dios, que es el solo Santo y Santificador, quiso tener a los hombres como socios y colaboradores suyos, a fin de que le sirvan humildemente en la obra de la santificación. Por eso consagra Dios a los presbíteros, por ministerio de los obispos, para que, participando de una forma especial del sacerdocio de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros de quien por medio de su Espíritu efectúa continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia. Por el bautismo introducen a los hombres en el pueblo de Dios; por el sacramento de la penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia; con la extremaunción alivian a los enfermos; con la celebración, sobre todo, de la Misa, ofrecen sacramentalmente el sacrificio de Cristo. En la administración de todos los sacramentos, como atestigua San Ignacio mártir, ya en los primeros tiempos de la Iglesia, los presbíteros se unen jerárquicamente con el obispo, y así lo hacen presente en cierto modo en cada una de las asambleas de los fieles". (5, 1).
Parece increíble que, después de haber dicho estas cosas en el Concilio, nuestros obispos hayan usado otro lenguaje en el último sínodo y, lo que es peor, hayan tenido —a lo que parece— intenciones tan adversas hacia el sacerdocio jerárquico de la Iglesia.
Citemos algunos otros puntos expuestos por los padres en el sínodo:
La actividad política del sacerdote: En este campo, arduo y complejo, no es fácil armonizar el éxito político con la sinceridad y las exigencias evangélicas.
Propuestas:
a) El sacerdote, en cuanto ciudadano y ministro de la Iglesia, está obligado a adoptar una postura concreta cuando se trata de defender los derechos del hombre, de la promoción integral de la persona, de la causa de la paz y de la justicia. Todo esto debe ser interpretado no solamente en el ámbito individual, sino también en el colectivo;
b) En aquellos campos, en los que pueden tenerse diversas opciones políticas, económicas y sociales, el sacerdote, en cuanto ciudadano, tiene derecho a escoger sus propias opciones. Sin embargo, debe acompañar el ejercicio de tal derecho con un análisis prudente de las circunstancias pastorales. Sobre todo, debe tratar de que su elección no aparezca a los cristianos como la única legítima y que no sea motivo de división entre los fieles;
c) El asumir funciones directivas o de compromiso militante a favor de una facción política debe ser excluido por el sacerdote, a menos que, con el consentimiento del obispo, esto no sea requerido, en circunstancias concretas y excepcionales, por el bien de la comunidad.
Preguntas:
¿Qué medios se deben adoptar para realizar con mayor seguridad tales actividades en la comunión eclesial? El asumir actividades profanas por parte de sacerdotes no debe conducir a minimizar la situación de aquéllos sacerdotes, que perseveran en las actividades tradicionales. ¿De qué forma hacer más segura la revalorización y la coherencia de tales ministerios en el seno del presbiterio?"

Aquí tenemos, en documento oficial, la nueva postura, propuesta en el último sínodo de Roma sobre el candente tema de la actividad política del sacerdote. Antiguamente, en tiempos de Pío XI, se había dicho que la Acción Católica estaba y debía estar encima de todo partido político y de toda política de partido. Hoy, en cambio, se afirma que el sacerdote, como ciudadano y ministro de la Iglesia, está obligado a adoptar una postura concreta, cuando se trata de defender los derechos del hombre, de la promoción integral de la persona, de la causa de la paz y de la justicia. Es decir, compendiando el pensamiento, el sacerdote debe tomar, no sólo como ciudadano, sino como ministro de la Iglesia, una postura política, ya que todos esos motivos justificantes, de que nos hablan los padres sinodales, están siempre involucrados en la política, sobre todo si se tiene en cuenta la problemática de la Iglesia montiniana.
Esta postura política debe interpretarse no sólo en el ámbito individual sino también en el ámbito colectivo. La expresión puede tener dos sentidos distintos: ámbito individual, es decir, ámbito personal y exclusivo de cada sacerdote; ámbito colectivo, es decir, ámbito de la colectividad eclesial, que abarca y compromete a todos los laicos de la asamblea religiosa. Este es un sentido. El otro es: ámbito individual, es decir, ámbito que comprende a cada sacerdote, y ámbito colectivo, ámbito, que encierra a todos los sacerdotes de una diócesis, de una región, de un país o de todo el mundo. En ambas interpretaciones, nos encontramos con la posibilidad y, tal vez, la exigencia de que los sacerdotes, como ciudadanos y como ministros de la Iglesia, estén obligados a tomar parte en la política.
Como los campos políticos están divididos, los sacerdotes pueden tener diversas opciones, como ciudadanos, en el terreno político, en el terreno económico y en el terreno social. Unos pueden ser democristianos, otros del PRI y otros, si así lo optan, del partido comunista o socialista. Lo único que aconsejan los padres sinodales es que el ejercicio de tal derecho vaya acompañado de un análisis prudente, no de la bondad intrínseca de los programas de los partidos, no de la compatibilidad de su doctrina partidista con la doctrina de la Iglesia, sino de las circunstancias pastorales. Dada la imprecisión y amplitud de la pastoral postconciliar, no creo tan fácil el poder precisar el pensamiento de los padres sinodales.
Hay sin embargo, una advertencia, que en el orden político sí tiene suma importancia: "(el sacerdote) sobre todo, debe tratar de que su elección no aparezca a los cristianos como la única legítima y que no sea motivo de división entre los fieles". Es difícil seguir este consejo, una vez que se ha tomado ya partido. La política es absorvente y apasionante y comprometedora. Si no que lo digan los progresistas que militan en la Democracia Cristiana de Chile, en el Partido Comunista de Cuba o en nuestras organizaciones nacionales, como el PAN. Que lo diga nuestro Obispo "charro" de Cuernavaca, que ahora pretende heredar el liderazgo de su pariente, Lázaro Cárdenas del Río.
Cuando el cura se mete en política, cuando ha hecho su elección definida, es imposible que su decisión pase desapercibida para los fieles y que él no trate de defender su posición, como la única aceptable, como la única que interpreta el pensamiento de la Iglesia o de la BIBLIA, como nos lo quiso demostrar el jesuita marxista, a quien fustigamos en el libro "¡APOSTATA!"
No dejan de advertir los padres sinodales los peligros internos que esta toma de posición en la política puede traer no sólo para los fieles, sino para la misma unión del clero. Por eso dicen: "El asumir actividades profanas por parte de sacerdotes no debe conducir a minimizar la situación de aquellos sacerdotes, que perseveran en las actividades tradicionales". En la cual advertencia, encontramos ya una manifiesta división en el clero: el clero político y el clero apolítico. El clero que traiciona su vocación y el que lucha por convertir en realidad sus compromisos con Dios y con la Iglesia.
Pregunto yo: ¿Es posible armonizar, como desean los padres sinodales, el éxito político con la sinceridad y las exigencias evangélicas? La respuesta sería ciertamente negativa, si no estuviéramos dominados por la política comprometida de Paulo VI. Yo no puedo entender cómo ha sido posible que los obispos, olvidando sus estudios eclesiásticos, hayan podido y puedan aceptar esta teología disolvente.

LA CORRESPONSABILIDAD

Otro punto capital se planteó en el sínodo, el de la corresponsabilidad en la acción pastoral. La palabra es progresista. El Cardenal Suenens, al querer compartir con el Papa el gobierno de la Iglesia Universal, nos habló de esta "corresponsabilidad", a la que quiso asociar no sólo a los obispos y sacerdotes, sino a los mismos laicos. Aquí se trata de la corresponsabilidad pastoral, no jurisdiccional. Se habla de las relaciones entre obispos y sacerdotes:
"Tiene una gran importancia—dice el documento que comentamos, poner en práctica el principio de subsidiaridad: a) Necesidad de confianza y amistad en las relaciones obispo-sacerdotes. ¿Qué dificultades tienen a este respecto? ¿Somos conscientes de que, incluso en las circunstancias más favorables, nuestra comunión recíproca es insuficiente y que es necesario promover una responsabilidad (corresponsabilidad) institucional? b) Vista la experiencia de los Consejos Presbiteriales, ¿cómo incrementarlos garantizando al mismo tiempo la participación de los sacerdotes en las decisiones y en la responsabilidad del obispo? c) ¿No se hace necesario —y con qué criterios— dividir las grandes diócesis, a fin de favorecer relaciones personales y amistosas entre sacerdotes y obispos? d) ¿Cómo promover de hecho las relaciones de los presbíteros con los obispos, las Conferencias Episcopales, el Colegio de los obispos? y ¿qué criterios seguir para la integración de los religiosos en la planificación y realización de la pastoral, a nivel diocesano y nacional?
"Se propone que este problema sea estudiado, durante estos días, por un Comité restringido, compuesto de miembros de la Congregación de los Religiosos, de la Jerarquía, de los representantes de los sacerdotes y de los superiores de los religiosos y de las religiosas. e) ¿Qué criterios adoptar para reconocer e integrar (o rechazar, si es necesario) las asociaciones de sacerdotes en la pastoral diocesana, nacional e internacional? f) la acción pastoral debe tomar los movimientos de una ordenada planificación, a la que deben cooperar obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Esta planificación requiere una revisión de las estructuras diocesanas: de la curia (que debe ser instrumento apostólico y no sólo administrativo) del Consejo Presbiterial y del Consejo Pastoral (en éste debe estar representado todo el pueblo de Dios, de suerte que los laicos sean partícipes de la planificación y de la ejecución de la actividad pastoral).
La simple lectura de la cita hecha aquí de ese documento sobre la "corresponsabilidad" en la acción pastoral, nos hace ver que la idea de "democratizar" (como escribe el sacerdote español, apóstata de lo más peligroso, en su reciente libro "ANATOMIA DEL ANTICRISTO") la vetusta estructuración de la Iglesia Católica, sigue flotando, como en los tiempos del Vaticano II, en la mente de los padres sinodales. "El cambio de estructuras" es la panacea insustituible, a juicio de nuestra actual Jerarquía, para remediar todas las dolencias de esta humanidad agónica, que "bajo el peso de orgullo mismo, rueda al profundo abismo, acaso más enferma que culpable", como diría Núñez de Arce.
Las relaciones obispo-sacerdotales, por mucha amistad y confianza que adquieran, no pueden superar la relación autoridad-obediencia, superior-subdito, que, por institución divina, ha de mediar entre el obispo y su clero. Es evidente que la armonía de estas relaciones puede romperse así por la falta de la debida obediencia, humildad y respeto del súbdito, como por el abuso del poder, por la incomprensión, por intrigas o la política eclesiástica, que, cuando existe, es ciertamente peligrosa.
Yo pienso que todas las medidas externas, que se toman, para crear esta armonía tan deseable, dentro de la debida sujeción, serán estériles, si no se fundan en la sinceridad, en la rectitud de espíritu, en la interior ley de la caridad y amor, que San Ignacio presuponía en sus hijos, para vivir en verdad el espíritu de su vocación. Esa que llaman "nuestra comunión" o sea el trato filial de subditos y superiores, no puede institucionalizarse, no puede imponerse por decretos o por leyes, sino por la verdad con que unos y otros procuren ajustar sus vidas a la Voluntad Santísima de Dios. Las Conferencias Episcopales, los Consejos Presbiterales y todas esas nuevas instituciones sólo han servido para implantar ese cambio de estructuras, para crear la sensación de la inseguridad y para facilitar la formación de camarillas, grupos de influencia, que rodean al prelado y le hacen tomar decisiones no siempre tan de acuerdo con la equidad y con la caridad. Y, a la larga, cuando las relaciones obispo-sacerdotes no se fundan en Dios, acaban por ocasionar a los mismos obispos graves conflictos; muchas veces los más favorecidos se convierten en los más agresivos enemigos.
Esa "corresponsabilidad", esa participación de los sacerdotes en las decisiones y en la responsabilidad personal del obispo, de que habla el documento que comentamos, me parece totalmente contraria a la tradicional obediencia, que en su ordenación juraron los presbíteros a su obispo y que, mientras no se opusiera la ley de Dios, les obligaba siempre. Ni la responsabilidad, ni el legítimo gobierno del obispo puede compartirse con su clero.
Es muy loable y muy dentro del espíritu evangélico el que los obispos se interesen en verdad por el bienestar espiritual y aun material de sus sacerdotes. El obispo es o debe ser como el padre de los fieles, pero muy principalmente de sus sacerdotes, que son los que en verdad llevan el pondus diei et aestus, el peso del día y del calor: son los que se agotan en el rudo trabajo del ministerio, del que depende el fruto apetecido de la cosecha. Lo menos que un sacerdote puede pedir a su obispo es un poco de comprensión, de bondad, de aliento.
Para la eficiencia del trabajo apostólico lo primero que hace falta es el celo apostólico, el deseo de salvar almas, de dar a Dios la gloria que le es debida. Sin este espíritu interior, salen sobrando todas las planificaciones, así como las nuevas estructuras que hoy proponen los Conejos Presbiterial y Pastoral. Se han multiplicado las comisiones, los organismos, las juntas, las conferencias; pero la fe se está perdiendo; las costumbres se degeneran y la deseada paz se aleja cada día más de nosotros.

LA ORDENACION DE HOMBRES CASADOS

"Sobre este punto han surgido tres orientaciones: a) Si bien teológicamente es posible, la ordenación de hombres casados en las circunstancias actuales de la Iglesia latina, no es oportuna ni necesaria. Es necesario proceder, en primer lugar, a una redistribución del clero, a una experiencia razonable de la institución del diaconado y a una diversificación de los ministerios que permita aprovecharse de una más amplia y efectiva colaboración del laicado. b) La escacez de sacerdotes podría ser tal que hiciese considerar oportuna, bien actualmente, bien en el futuro, la ordenación de hombres casados en algunas comunidades de la Iglesia latina. Las Conferencias Episcopales podrían someter el problema al Sumo Pontífice, el cual, teniendo presente el bien de la comunidad misma y de toda la Iglesia, podría autorizar en algunos casos particulares la nueva forma de ministerio sacerdotal. c) La escasez de sacerdotes en algunas comunidades, además de otras consideraciones pastorales y teólogicas, inducen a creer que las Conferencias Episcopales, de acuerdo con el Sumo Pontífice, podrán ser autorizadas a admitir al sacerdocio a hombres casados".
Según este testimonio, los pareceres de los padres sinodales sobre tema tan espinoso y debatido se redujeron a trés: el primero, que fue el que, parece fue definitivo, opinaba que en las actuales circunstancias no es oportuna ni necesaria la ordenación de hombres casados. En las circunstancias futuras, la cosa, tal vez, pueda cambiar. Por ahora, hay que intentar otros medios para suplir la escasez del clero. ¿Qué medios son éstos? Una redistribución del clero, la nueva y postconciliar institución de la ordenación al diaconado de hombres casados y, finalmente, la diversificación de los ministerios, hasta ahora propios del sacerdocio, para aprovechar la colaboración del laicado.
Estudiando la solución de esa opinión, debemos notar, como ya lo dijimos antes, que, en principio, la puerta quedó abierta para el futuro, cuando, a juicio de los siguientes sínodos, institucionalizados por el Motu propio de Paulo VI, piensen que las actuales circunstancias han ya cambiado. Entonces, podrá parecer a los futuros padres, sinodales que la ordenación de hombres casados será oportuna y necesaria. Teológicamente, afirmaron los padres del último sínodo, esta ordenación es posible; no ofrece obstáculos intrínsecos; depende de su oportunidad o necesidad, a juicio de los futuros padres de los siguientes sínodos.
En otras palabras, hay que seguir preparando el ambiente; hay que seguir elaborando una argumentación más sólida, fundada en estadísticas; hay que hacer patente la inoperancia de los "operarios de tiempo completo". Hay que demostrar con la experiencia que la vocación al sacerdocio como obligación al celibato es, en el mundo moderno, un imposible, para que se acepte el dilema: o sacerdotes casados o se acaba el sacerdocio. Esta es una concepción naturalista de la gracia divina, que escoge y llama a los que quiere y cuando quiere, que no ha abandonado ni abandonará nunca a su Iglesia.
Los medios propuestos, para solucionar por ahora problema de la escasez de vocaciones no tocan, como advertimos antes, el punto central del problema gravisimo: faltan vocaciones, porque muchos de los sacerdotes progresistas y están perdiendo en espíritu sobrenatural de su vida consagrada al servicio de Dios y a la salvación y santificación de sus propias almas y de las almas de sus prójimos; faltan sacerdotes, porque, el activismo externo de la Iglesia postconciliar y los errores que por todas partes se difunden han eliminado las prácticas indispensables de la vida espiritual, sin las cuales, se impiden las divinas co municaciones de Dios con las almas, los auxilios divinos, sin los que la perseverancia en la virtud verdadera es imposible; faltan vocaciones, porque en los seminarios, a ciencia y conciencia de los prelados, se están deformando y corrompiendo los ideales sublimes que el llamamiento verdadero de Dios lleva consigo; faltan vocaciones, porque la misma ciencia sagrada, que debería capacitar a los futuros sacerdotes, ha sido hoy sustituida por el estudio de Marx, de Lenin, de Teilhard de Chardin y de toda esa ingente literatura de los "expertos", los neomodernistas, los que hoy por hoy controlan la enseñanza de la mayoría de los seminarios y de las casas de formación religiosa.

REDISTRIBUCION DEL CLERO

¿Qué significa? ¿Significa, por ventura, el destituir de sus cargos a los que no aceptan los errores del progresismo dominante, que tiene en sus manos el poder? ¿Significa marginar a los que todavía siguen creyendo en el Concilio de Trento, en el Concilio Vaticano l, y en sus definiciones dogmáticas, irreformables, de fe divina o de fe católica? ¿Significa el poner los cargos más importantes en los que se han doblegado a las consignas de la subversión y de la "mafia"? Redistribución del clero ¿significa el hacer a un lado a los sacerdotes nacionales para traer un clero extranjero, que, por el hecho de ser extranjero, puede con más libertad, en nombre del Vaticano II y de los últimos Papas, desarraigar la fe traditional, para imponernos el "cambio de mentalidad", que exige la "reforma" del último Concilio? En América Latina tenemos ya una experiencia doloroso, en Chile, en Bolivia, en Perú y en nuestro mismo México. Mejor que no vengan, si no vienen a predicarnos el mismo Evangelio, si vienen a desarrollar la subversión, si vienen a destruir la obra grandiosa que hicieron España y sus santos y heroicos misioneros —la que nos hizo un pueblo católico, la que nos hizo un pueblo libre, la que forjó la patria mexicana, a la luz esplendorosa del Evangelio eterno.
No soy de los que piensan que el clero extranjero no debe ser recibido en nuestra patria. Si vienen en calidad de misioneros, no de reformadores; si vienen a sacrificar su vida en la enseñanza de la doctrina inmutable de Jesucristo, si vienen a buscar la verdadera redención de los indios, si vienen a construir, en los moldes de la Iglesia de siempre, un México mejor, más creyente, más moral, más hermanado, bien venidos, los esperamos con los brazos abiertos, porque vendrán a continuar la obra de los antiguos misioneros, de aquellos hombres admirables que, sin políticas indebidas, con desinterés absoluto, sin pretender desviar nuestra fe católica, nos incorporaron a la civilización cristiana de Occidente. No queremos más Ertze Garamendis, ni Mateos, ni Monges, ni esos Lemerciers o lllichs, que han querido sembrar la subversión, el desquiciamiento, la ruptura con nuestras más hondas y arraigadas convicciones católicas, que forman las esencias de nuestra nacionalidad.
Redistribución del clero: ¿significa acaso el obligar a los sacerdotes todos, a que, abandonando sus actuales cargos, vayan a trabajar, según la repartición que de ellos hagan las Conferencias Episcopales, para atender proporcionalmente a las necesidades de las diversas diócesis de la nación? Esta solución, a primera vista, parece muy factible y muy loable. Pero, no veo cómo pueda realizarse, si no nace de un libre y voluntario ofrecimiento de los propios sacerdotes, por una vocación casi de religiosos y misioneros, que estén dispuestos a todos los sacrificios, en lu gares equiparables a las misiones entre infieles.
Por otra parte, no se puede dejar sin los necesarios sacerdotes aquellas parroquias o aquellas diócesis, en las que hay, más o menos, el clero conveniente o necesario, para atender a todos los trabajos apostólicos, que reclama el bienestar y progreso espiritual de los católicos de esas comunidades. Tendríamos el peligro manifiesto de que aumentasen las parroquias mal atendidas, que haría más probable la creciente pérdida de la fe y de la vida cristiana. Además, esta redistribución supone una igualdad que no existe entre los miembros del clero. Desgraciadamente, ni todos tienen las mismas facultades intelectuales, ni todos tienen la misma iniciativa, ni todos tienen la misma resistencia en el trabajo, ni todos tienen ni pueden tener la misma ciencia, ni todos poseen la misma virtud, el mismo espíritu, la misma generosidad y desinterés.
Para los que tenemos fe, sabemos muy bien que en el mundo sobrenatural en el que se mueve la actividad verdaderamente pastoral, lo que importa, sobre todo, es la santidad personal, el desprendimiento, la entrega total del sacerdote, unido a Cristo, identificado con Cristo, buscando non quae sua sunt sed quae Iesu Christi, no sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Más hace un Santo Cura de Ars, en la más humilde parroquia, que un Lacordaire predicando en Notre Dame de París. Uno de los mayores males del clero actual del progresismo es su activismo absorvente, que ha abandonado la vida interior.

DIVERSIFÍCACION DE LOS MINISTERIOS

La solución propuesta por los padres sinodales para remediar la escasez del clero porque además la "diversificación de los ministerios", para poder utilizar en mayor escala el trabajo de los laicos, a quienes se les quiere hacer no sólo "colaboradores en el apostolado jerárquico de la Iglesia", como lo había propuesto Pío XI en su programa de Acción Católica, sino ministros autorizados de algunas funciones propias antes del sacerdocio jerárquico. Desde luego, ya el Concilio instituyó el diaconado jerárquico, con ordenación sacramental, de hombres casados. En México ya están en función, en algunas diócesis, como, por ejemplo, en la de Torreón. Según noticias, sé que en otra diócesis hay ya parroquias en las que unas religiosas hacen todo el trabajo parroquial, menos la Misa, ni las confesiones.
Voy a citar aquí la crónica de Agapito Tapiador, Director de "ECCLESIA" de Madrid, escrita en Roma el pasado mes de octubre: (escogeré lo más importante):
"En torno a la posibilidad de conferir la ordenación sacerdotal a hombres casados, en un futuro más o menos remoto, y con la autorización empresa del Papa, se ha planteado en el Sínodo una cuestión, que directamente afecta a los seglares, incluso a aquéllos, que jamás pensaron en ser sacerdotes, aún en el supuestos que pudieran ser llamados al sacerdocio ya casados.
"... puestos los padres sinodales a buscar soluciones viables para la evidente crisis de vocaciones sin merma de la ley del celibato, que casi unánimemente se quiere mantener (al menos por ahora), en nombre de la respectiva Conferencia Episcopal y otros, a título personal, han abogado por la ordenación de hombres casados. Para unos, como ya hemos informado, sería una solución válida en aquellos países donde escasean los sacerdotes para la evangelización y administración de los sacramentos; más aún, según ésos mismos, además de remedio a la escasez de vocaciones, el sacerdote casado vendría a mostrar al mundo que la vinculación del matrimonio y sacerdocio entraña una nueva forma de presencia de Cristo entre los hombres, y sería un nuevo valor y expresión vital de la con sagración cristiana de las realidades temporales. A la vez, el sacerdocio celibatorio adquiriría un mayor y más alto valor.
Contra esas opiniones, la mayoría de los padres sinodales ha estimado desaconsejable e improcedente la ordenación de casados, al menos por ahora. Y ello, fundamentalmente, porque: la concesión aparecería como un primer paso que, indefectiblemente, conduciría, a la larga o a la corta, a la abolición del celibato; no resolvería el problema que se trata de obviar, sino que crearía otros nuevos y quizá más graves; los sacerdotes casados, con familia y hogar propios, serían más difíciles de "mover" y su disponibilidad, según las necesidades de la diócesis o de la región, mucho menor; sus obligaciones familiares le crearían mayores problemas y menor dedicación al ministerio, con serias implicaciones económicas. Se daría lugar a un clero de primera y segunda categoría que, incluso en los fieles, suscitaría inevitables discriminaciones; lejos de aumentar las vocaciones, desminuirían más por la indudable influencia que tal concesión ejercería, tanto sobre los sacerdotes como sobre las seminaristas de hoy; hecha la concesión a una diócesis o región, difícilmente podría evitarse otorgarla a las más próximas. . . El celibato, desde luego, estaría condenado a desaparecer.
Pues bien, al filo de esta ponderada argumentación, que honradamente hemos de confesar compartimos, ha surgido una propuesta, aludida en no pocas intervenciones, que estimamos oportuno explanar de cara a los seglares, que no hayan reparado o calado en lo que para nosotros significa. Me refiero a la diversificación de los ministerios. Si se repasa el diario del Sínodo, que hemos ofrecido a nuestros lectores, se podrá comprobar que a ella se han referido multitud de padres sinodales, como posible y más viable solución para la crisis de vocaciones y actúal escasez de sacerdotes que la ordenación de hombres casados.
Como ya antes observé, en lo dicho en esta crónica se ve claramente que los padres sinodales, sin ahondar en las razones de orden sobrenatural, para mantener la conservación de la ley del celibato en la Iglesia latina, se contentan con decir que por ahora no parece oportuno el conceder la facultad de ordenar a los casados a las Conferencias Episcopales, nacionales o regionales, aduciendo como razones supremas la menor disponibilidad de los casados ordenados, su menor dedicación al ejercicio del ministerio sacerdotal, el problema económico que esos sacerdotes casados acarrearía y, el peligro de que cundiese la dispensa, con el ejemplo.
"¿Qué significa y qué virtualidad tendría la diversificación de ministerios?"
Digámoslo, en síntesis, de inmediato, para razonar después la conclusión: que no pocas de las funciones para las que algunos piden la ordenación de hombres casados podrían ser confiadas a los seglares, de uno y otro sexo, a los religiosos (que no son sacerdotes) y a las religiosas, integrándolos más de lleno en la acción misionera de la Iglesia, incluso creando nuevos ministerios. Repartición, por tanto, de los ministerios concentrados hasta ahora en la persona del sacerdote.
Veamos el sentido y alcance de tal propuesta.
Sin lugar a dudas, el principio teológico que fundamenta la diversidad y posible mayor diversificación de los ministerios en la Iglesia es el mismo que tiene en su propia raíz el sacerdocio (jerárquico), cuya fuente y origen es el sacerdocio de Cristo, participado en los Apóstoles por la misión, que Aquél les confió; en los colaboradores y sucesores de aquéllos y en los fieles todos. De ahí el "pueblo sacerdotal" de que nos habla San Pedro.
Los Apóstoles, en el despliegue de la misión que Cristo les había confiado, hubieron de servirse de más o menos directos e inmediatos colaboradores, cuya específica función, de conformidad con las necesidades y servicios —
ministerios— de la naciente cristiandad fueron adquiriendo, por así decirlo, características propias, aunque entroncadas todas ellas en la única y original fuente de la misión a cada uno confiada: el sacerdocio de Cristo. Misión y sacerdocio al que todos los fieles estamos llamados y del que participamos por el sacerdocio bautismal; estando obligados, por esa consagración y misión, a la edificación de la Iglesia, a dar testimonio de Cristo y a proclamar el Evangelio".
Me parece del todo necesario recordar aquí, como una refutación de ese principio del sacerdocio bautismal, común a todos los cristianos, por el cual, según afirma el neo-modernismo, todos los bautizados participamos del sacerdocio de Cristo, la doctrina que Pío XII expone en su "MEDIATOR DEI":
"Pues hay en la actualidad, Venerables Hermanos, quienes, acercándose a errores ya condenados (Cf. Conc. Trid. sess. 23 c. 4), dicen que en el Nuevo Testamento sólo se entiende con el nombre de sacerdocio aquél que atañe a los bautizados. . . que sólo más adelante se introdujo el sacerdocio jerárquico. Por lo cual creen que el pueblo tiene verdadero poder sacerdotal, y que los sacerdotes obran solamente en virtud de una delegación de la comunidad. Por eso juzgan que el Sacrificio Eucarístico es una estricta concelebración, y opinan que es más conveniente que los sacerdotes concelebren rodeados de los fieles, que no ofrezcan privadamente el Sacrifiico sin asistencia del pueblo... Creemos, sin embargo, necesario recordar que el sacerdote (jerárquico) representa al pueblo sólo porque representa la persona de Nuestro Señor Jesucristo, que es Cabeza de todos los miembros, por los cuales se ofrece; y que, por consiguiente, se acerca al altar como ministro de Jesucristo, inferior a Cristo, pero superior al pueblo. El pueblo, por lo contrario, puesto que de ninguna manera representa la persona de Cristo, ni es mediador entre sí mismo y Dios, de ningún modo puede gozar del derecho sacerdotal".
Yo pienso que las palabras de la "MEDIATOR DEI", que he citado, nos dicen claramente que al así llamado sacerdocio bautismal es meramente metafórico, porque no representa, como el sacerdocio jerárquico, a Cristo, ni tiene los poderes de Cristo, ni es mediador entre sí mismo y Dios, ni puede gozar del derecho sacerdotal. Esa repartición de los ministerios, concentrados hasta ahora en la persona del sacerdote jerárquico, entre los seglares, además de que significaría a los ojos del pueblo un menosprecio de las cosas sagradas, vendría también a dar la impresión de que el sacerdote en la Iglesia no es indispensable, no es insustituible, no es una institución de origen divino, sino humano, sujeto, como tal a ser eliminado, cuando así lo decreten los futuros sínodos o concilios.
La introducción de las mujeres en la liturgia es con el matrimonio de los sacerdotes una de las grandes preocupaciones de la era postconciliar. En una carta pastoral, dirigida a los sacerdotes de su diócesis, Monseñor Ernest L. Unterkoefler, obispo de Charleston (U.S.A.) escribió que como una consecuencia de la escasez de sacerdotes y del cambio (?) en la definición del lugar que las mujeres pueden tener en la liturgia, las mujeres de la diócesis de Charleston quedaban invitadas a jugar un papel más importante y creciente en la misa. Ya no debería haber ninguna discriminación de sexos entre los bautizados. "No obstante, la doctrina como la tradición han impuesto ciertos límites a las mujeres en el ejercicio del ministerio litúrgico y sacramental". Por esto las mujeres no pueden leer el Evangelio en la misa o ayudar al sacerdote en el altar. Pero "otros ministerios litúrgicos" sí están a su alcance: lectoras, cantoras, directoras corales y moderadoras de la participación litúrgica.
Monseñor Unterkoefler declaró también a la agencia N.C. que él había dirigido ese documento a sus sacerdotes para sugerirles la conveniencia de dar un papel más importante a las mujeres en las actividades de la Iglesia, para remediar la escasez de personal masculino en la diócesis de Charleston. (Sunday Examiner. 28, 5, 1971). ¿Habrá en la nueva Iglesia de mañana, en cada parroquia, una guardería infantil, para cuidar a los niños de las señoras ocupadas en sustituir a los sacerdotes que faltan?
No estoy exagerando; no estoy influenciado por ningún espíritu chocarrero. LE MONDE DE PARIS (11, 8, 1971) nos habla de "los primeros balbuceos de una pequeña comunidad", que ahora sustituye a la parroquia, relegada en las antiguallas tridentinas. La escena tiene lugar, en un departamento, próximo a la estación del Norte de París. Este grupo clandestino y desorganizado lleva el nombre de "JESUS DE NAZARETH". El clero está numerosamente representado. No falta nunca alguno o algunos sacerdotes, en vísperas de matrimonio, con sus prometidas. También asiste un sacerdote de la "Mission de France", un sacerdote obrero y un sacerdote anciano ya casado. Todo este mundo actúa, en una situación de catacumbas y se niega a declarar cristiana su comunidad. No hay celebración eucarística, que no sería sino "una bagatela", ya que la fe no está bien definida. En esta comunidad, la "distinción entre sacerdotes y laicos parece haber desaparecido". La "idea de las estructuras" se ha reducido a la aparición de "un leader, que hace el papel de jefe de equipo". Uno en pos de otro, los sacramentos son adulterados. El sacerdote y su prometida han pedido al grupo el preparar su matrimonio. Una grave cuestión se plantea entonces: ¿Se necesita bautizar luego al hijo del sacerdote casado? Después de una votación, se deja al arbitrio de los padres del niño el tomar la decisión.
¿Se desintegrará la Iglesia en una infinidad de sectas, más o menos heréticas, llamadas ahora "comunidades de base"? A este respecto, el hermano agustino Gerard Brassard, en el semanario católico THE WANDERER (3. 6.1971) nos dice su gran decepción y su profunda irritación con motivo de su última peregrinación a Lourdes. Las devociones a Nuestra Señora fueron considerablemente reducidas. Un sacerdote, más pretencioso que sabio, "puso deliberadamente en último lugar a nuestra Madre Santísima". El rosario fue casi suprimido. No hubo ya la procesión con el Santísimo Sacramento. Textos del Evangelio, mal traducidos, fueron recitados durante la procesión, "en la que el nombre de María no fue una sola vez pronunciado". La Virgen Santísima, en las nuevas liturgias, parece ya inoportuna. ¿Se está protestantizando la Iglesia? Por complacer a los "hermanos separados" vamos a interrumpir las alabanzas a la Madre de Dios, que, desde los tiempos apostólicos, en todo el mundo le ha tributado el pueblo cristiano, cumpliendo así su profecía: "Me llamarán bienaventurada todas las generaciones?
Con razón afirmó Raymond Etteldorf, Delegado Apostólico en Nueva Zelandia y en las Islas del Pacífico, en una Misa celebrada en la Universidad de Canterbury (Nueva Zelandia): la Iglesia no se salvará ni conquistará las almas diluyendo sus doctrinas o renunciando a sus enseñanzas. Ella ha conocido las persecuciones romanas, y los cismas, pero siempre ha salido victoriosa. "La crisis actual es esencialmente una crisis de fe, no una crisis debida a herejías particulares, como en tiempos pasados". (Sunday Examiner 28, 5, 1971).

Pbro. Joaquín Sáenz y Arriaga
¿CISMA O FE?
1972

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