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lunes, 12 de agosto de 2013

Calvinismo

     Doctrina de Calvino y de sus sectarios en materia de religión.
     Se pueden reducir a 6 puntos principales los dogmas esenciales del Calvinismo.  
     1° Que Jesucristo no está realmente presente en el sacramento de la Eucaristía, que tan solo le recibimos en ella por la fe. 
     2° Que la predestinación y la reprobación son absolutas, independientes de la preesciencia que Dios tiene de las obras buenas o malas de cada particular; que tanto el uno como el otro de estos decretos depende de la pura voluntad de Dios, sin tener en cuenta el mérito o demérito de los hombres.  
     3° Que Dios da a los predestinados una fe y una justicia inadmisibles, y no les imputa de ningún modo sus pecados.  
     4° Que a consecuencia del pecado original, la voluntad del hombre se ha debilitado de tal suerte, que es incapaz de hacer ninguna buena obra meritoria de salvación, y aun ninguna acción que no sea viciosa e imputable como pecado. 
     5° Que le es imposible resistir a la concupiscencia viciosa; que todo el libre albedrío consiste en estar exento de coacción y no de necesidad. 
     6° Que los hombres son justificados solo por la fe, y por consiguiente, que las buenas obras en nada contribuyen para la salvación; que los sacramentos no tienen más eficacia que la de excitar la fe. Calvino no admite mas que dos sacramentos, el bautismo y la cena; rechaza absolutamente el culto exterior y la disciplina de la Iglesia católica.
     Se ve que este heresiarca para formar su sistema reunió los errores de casi todas las sectas conocidas, la de los predestinacianos, Vigilancio, donatistas, iconoclastas y Berenger; que repitió lo que habían dicho ya los albigenses, los valdenses, los begardos, los fratricelos, los viclefitas, los husitas, Lutero y los anabaptistas.
     Acerca de la Eucaristía no dice como Zwinglio, que es un simple signo del cuerpo y sangre de Jesucristo; dice que recibimos en ella verdaderamente uno y otro, pero solo por la fe; mas sin embargo el cuerpo y sangre de Jesucristo no existen allí con el pan y el vino ó por empanacion como quieren los luteranos, ni por transubstanciacion como sostienen los católicos.
     Así desde el nacimiento de la reforma en 1517 hasta 1532, vemos ya tres sistemas diferentes, formados sobre lo que dice la Escritura acerca del sacramento de la Eucaristía. Según Zwinglio las palabras de Jesucristo, este es mi cuerpo, solo significan este es el signo de mi cuerpo. Calvino dice que expresan algo mas, pues que Jesucristo había prometido darnos su carne a comer, (Joan, VI, 52). Luego, le contesta Lutero, el cuerpo de Jesucristo existe allí verdaderamente con el pan y el vino. Nada de eso, replica Calvino, si se admitiera una presencia real, necesariamente habría que admitir la transubstanciacion como los católicos y el sacrificio de la misa, he aquí como se ponían de acuerdo estos doctores, suscitados todos por Dios para reformar la Iglesia, y todos inspirados por el Espíritu Santo.
     Si se compara lo que enseña Calvino sobre la predestinación, con lo que dice de la falta de libertad en el hombre, veremos que Bolseec tenia razón para echarle en cara que hacia a Dios autor del pecado; blasfemia que horroriza. Toda la diferencia que hay entre los predestinados y los reprobados consiste en que Dios no imputa los pecados a los primeros, y sí a los segundos; un Dios justo, ¿puede imputar a los hombres pecados que no son libres, condenar a los unos y salvar a los otros precisamente porque así le place? El abuso que hacia Calvino de muchos pasajes de la Sagrada Escritura para establecer esta odiosa doctrina era una prueba de lo absurdo de su pretensión; que solo la Escritura fuese la regla de nuestra creencia.
     También el pretendido decreto absoluto de predestinación y reprobación causó entre los protestantes las disputas mas animadas; dio origen a dos sectas, la de los infralapsarios y supralapsarios, motivándose una infinidad de escritos por una y otra parte.
     Para esquivar el sentido de las palabras de Jesucristo, que nos aseguran de su presencia real en la Eucaristía, oponía Calvino otros pasajes en los que es preciso recurrir al sentido figurado; y para explicar los pasajes, que parecen suponer que Dios es el autor del pecado, no quería hacer uso de aquellos en que se dice que Dios odia, detesta y prohibe el pecado, que tan solo lo permite, pero que no es su autor.
     La inadmisibilidad de la justicia en los predestinados; y la inutilidad de las buenas obras para salvarse eran otros dos dogmas que conducían a las mas perniciosas conecuencias. Por mas que Calvino paliase esto por medio de todas las sutilezas posibles, los simples fieles no están en estado de entender esta obscura teología; por otra parte se opone directamente a los pasajes mas terminantes de la Sagrada Escritura; no es buena mas que para alimentar una loca presunción y separar al cristiano del camino de las buenas obras.
     Otra contradicción era la de sostener que solo Dios puede instituir sacramentos; que, según la Escritura, no instituyó mas que el bautismo y la cena, y decir que estos sacramentos no hacen otro efecto mas que excitar la fe. La institución de Dios ¿es necesaria para establecer un signo capaz de excitar la fe?
     Solo por la exigencia de su sistema era por lo que Calvino negaba la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Si ya confesaba que en virtud de la institución del Salvador, las palabras que pronunció tienen el poder de hacer presentes su cuerpo y sangre, ¿porqué no convenir que, en virtud de la misma institución, otras palabras tienen la fuerza de producir la gracia en el alma de un fiel dispuesto a recibirla?
     Mosheim y su traductor convienen que sobre este punto la doctrina de Calvino no es inteligible.
     Mas adelante los calvinistas conocieron los inconvenientes del sistema de su maestro; apenas conservaron en su integridad uno solo de sus dogmas, cambiaron algunos, y otros los suavizaron y modificaron. Casi todos signen la opinión de Zuinglio sobre la Eucaristía, no la consideran sino como un signo. El mayor número rechazaron los decretos absolutos de la predestinación, y se han hecho pelagianos. 
     Los teólogos católicos atacaron en detalle todos los dogmas forjados por Calvino, aun con los paliativos que adoptaron sus discípulos. Han demostrado la oposición formal de estos pretendidos dogmas con la Sagrada Escritura, con la tradición antigua y constante de la Iglesia, y con las verdades que todo cristiano está obligado a admitir. Este reformador acusaba a la Iglesia romana de haber cambiado la doctrina de Jesucristo establecida por los apóstoles; le han probado hasta la evidencia que él mismo es el que la ha innovado; que no hay en todo el universo ninguna secta que haya profesado el calvinismo; que está proscrito y detestado en las sociedades que se han separado de la Iglesia romana hace más de 1400 años. Lo que causa ya un daño terrible a este sistema es que de él han nacido el socinianismo y el deísmo. 
     Desde su establecimiento se ha sostenido siempre en Ginebra en donde nació; de los trece cantones suizos hay seis que lo profesan. Hasta 1572 fue la religión dominante en Holanda; aunque desde entonces esta república haya tolerado todas las sectas por razón de política, el calvinismo rígido fue siempre la religión del estado. En Inglaterra ha ido decayendo desde el reinado de Isabel, a pesar de los esfuerzos que han hecho los puritanos o presbiterianos para sostenerla. Desde que la Iglesia anglicana adoptó opiniones mas moderadas, cuéntase el calvinismo entre las sectas no conformistas, y simplemente toleradas. En la Escocia y Prusia se encuentra todavía en todo su vigor. En algunas partes de Alemania, se halla mezclado con el luteranismo. En Francia se toleró hasta la revocación del edicto de Nantes.
     Acaso ocurrirá preguntar cómo un sistema tan mal concebido y razonado, capaz de hacer desesperar a las almas virtuosas y afirmar a los pecadores en sus crímenes, de considerar a Dios como un tirano, mas bien que como un Señor amable, pudo encontrar sectarios en casi todas partes de Europa. Entre los controversistas que han refutado el calvinismo son los mas célebres y ocupan el primer lugar Bossuet, Arnaldo, Nicole, Papin y Peliston.
     Mosheim reduce a tres ó cuatro puntos principales la doctrina que divide a los calvinistas de los luteranos.  
     1° Con respecto a la cena estos dicen, que el cuerpo y sangre de Jesucristo se dan en ella verdaderamente a los justos y a los impíos, aunque de una manera inexplicable; según los calvinistas este cuerpo y sangre no están allí mas que en figura, solo presentes por su fe; pero no todos lo entienden de la misma manera. El traductor de Mosheim comprendió mal este punto de la creencia de los luteranos, diciendo que aseguran que el cuerpo y sangre de Jesucristo están materialmente presentes en el sacramento, ¡jamás confesaron los luteranos esta presencia material! Dicen que el cuerpo y sangre del Salvador son dados y recibidos en la Eucaristía por la comunión, sin querer confesar que están en ella presentes independientemente de la acción de comulgar. 
     2° Según los calvinistas, el decreto por el cual Dios desde la eternidad ha predestinado a tal hombre para el cielo, y a cual otro para el infierno, es absoluto, arbitrario, independiente de la previsión de los méritos ó deméritos futuros del hombre; según los luteranos, este decreto es condicional y dirigido por la presciencia.  
     3° Los calvinistas rechazan todas las ceremonias como supersticiones; los luteranos piensan que las hay indiferentes, que pueden conservarse como las pinturas de las iglesias, las vestiduras sacerdotales, las hostias para consagrar la Eucaristía, la confesión auricular de los pecados, los exorcismos en el bautismo, muchas festividades, etc. Mas Mosheim conviene en que estos diversos artículos de creencia suministran materia para un gran número de cuestiones secundarias. 
     4° Ninguna de estas dos sectas tiene principio alguno fijo respecto al gobierno de la Iglesia; en muchos parajes los luteranos conservaron obispos bajo el nombre de superintendentes; en otros no tienen mas que un simple consistorio, como los calvinistas; en unos y otros, el poder civil de los soberanos y de los magistrados tiene mas ó menos influencia en los negocios eclesiásticos, según los lugares y circunstancias. Propiamente hablando, el único punto en que convenían, era en su odio y animosidad constante contra la Iglesia romana. (Historia eclesiástica del siglo XVI, secc. 3', 2" part. c. 2, $29, 32). 

Calvinismo perfeccio ado.
     Bajo este título apareció en 1790 un nuevo sistema sobre la salvación universal compuesto por Santiago Huntington ministro de Gonventry en Connecticut, que murió el año anterior. Según él, la ley y el Evangelio son diametralmente opuestos. Las amenazas de la ley son el grito de la justicia, pero el Evangelio no contiene amenazas, no es mas que la buena nueva; por la ley somos dignos de todos los castigos; por Jesucristo lo somos de la vida eterna. La ley proclama lo que merecemos; el Evangelio lo que Jesucristo mereció por nosotros, porque ha sustituido a todos los culpables, todos nuestros pecados le son transferidos, los ha expiado por nosotros, y a todos nos salvará.

Calvinistas
     Sectarios de Calvino, se los llama también protestantes, pretendidos reformados , sacramentarios, hugonotes.
     Creemos a propósito investigar las causas que contribuyeron a los progresos que estos sectarios hicieron con tanta rapidez en Francia, lo que digamos acerca de esta servirá respectivamente para los demás países de Europa.
     En todas partes se echaba de ver a principios del siglo XVI la necesidad de una reforma; los deseos que consignaron sobre este punto los concilios de Constancia y Basilea, las medidas que tomaron para procurarla, tanto en el jefe como en los miembros de la Iglesia no tuvieron éxito; nunca llegaba el caso de llevarla adelante. Todo el mundo estaba descontento con aquel estado de cosas; todo anunciaba una próxima revolución.
     A fines del siglo XV, Alejandro VI escandalizó la Iglesia con sus costumbres y ambición. Julio II su sucesor, mas ocupado en las guerras y conquistas que en el gobierno de la Iglesia fue un implacable enemigo de Luis XII y de la Francia. Sublevó contra este rey toda la Iglesia, lanzó contra él una excomunión, puso un entredicho al reino, y dispensó a los súbditos del juramento de fidelidad. Tanto como era amado Luis XII y merecía serlo, era detestado Julio II. León X, que le sucedió, no manifestó mas virtudes pontificales que celo por la reforma. Fácilmente se preve que el descontento contra los papas traería bien pronto una revolución contra el yugo de su autoridad.
     Los religiosos, y principalmente los mendicantes, ya por celo, ya por interés atraían los fieles a sus iglesias por medio de devociones con frecuencia mal arregladas, multiplicando las cofradías, las indulgencias, las reliquias, los milagros, las historias falsas y apócrifas, haciendo con este motivo cuestaciones lucrativas, se entrometían en los derechos de los curas y sobre la jurisdicción de los obispos, alegaban privilegios obtenidos de la Santa Sede, etc. Algunos de los teólogos que escribieron contra estos abusos no guardaron toda la moderación posible, e hicieron recaer sobre las mismas prácticas una parte del vituperio que merecían los religiosos.
     La jurisdicción eclesiástica no estaba contenida en aquellos límites que era de esperar, los tribunales civiles se quejaban de ello. Se había introducido el desorden en la manera de obtener, poseer y administrarlos beneficios; en general el clero secular era menos instruido y estaba menos arreglado que en el día, y los pueblos se resentían de esta desgracia. En una palabra, todos los abusos que se corrigieran ó previnieron por los decretos del Concilio de Tiento se hallaban casi generalmente esparcidos.
     Los teólogos, limitados a la parte escolástica, no cultivaban ni las ciencias sagradas, ni las bellas letras; consideraban este estudio basta peligroso para la religión. Los seglares, que desde el reinado de Francisco I habían adquirido conocimientos, despreciaban a los teólogos, y se creían por lo menos tan capaces como ellos para juzgar en materias de religión.
     No debe sorprendernos que los emisarios de Lutero, de Melanchthon y Bucero, que eran literatos que hablaban y escribían bien, que habían estudiado las lenguas y la historia, encontrasen entre los literatos discípulos prontos a ser seducidos. Bastaba declamar contra el papa, contra el clero secular y regular, contra los abusos en punto a religión para ser escuchados. La confesión, los ayunos, las obras satisfactorias, los votos, las prácticas del culto público, y los honorarios de los ministros de la religión eran mirados como un yugo, se habían cansado de todo esto, y veían un medio para desembarazarse de ello.
     El veneno derramado en secreto ganó poco a poco terreno, é infectó a los hombres de todos estados; los que le recibieron se admiraron de verse en tan gran número desde su origen. Los libros de Lutero, de Melanchthon, de Carlostadio y de Zuinglio se multiplicaron en Francia, y dieron origen a otros: por todas partes pululaban los libros de piedad, tratados dogmáticos y obras polémicas; inundaron el reino, y encendieron la tea del fanatismo. Ni los decretos de la facultad de teología, ni las pastorales de los obispos, ni la vigilancia de la policía pudieron contener sus progresos. Poco importaba que se adoptara tal ó cual doctrina, con tal que se cambiase de religión. Apareció la Institución de Calvino; esta obra era seductora, y fue recibida con aclamación: gran parte del reino se encontró bien pronto calvinista sin haberlo previsto.
     Este partido, que conoció sus fuerzas, se lanzó a vías de hecho por medio de pasquines y libelos injuriosos; alarmados los magistrados y el gobierno, recurrieron a los suplicios; era ya demasiado tarde; estas ejecuciones agriaron mas los ánimos, y enfurecieron a los calvinistas.
     No echemos en olvido que bajo el dominio de los Valois estaban los pueblos tan descontentos del gobierno como del estado de la religión. Francisco II, príncipe negligente, descargó todo el peso del reino sobre los príncipes de Guisa; estos habían ganado el favor del clero por su celo en defensa de la religión católica; los grandes, que trataban de apoderarse de la autoridad de aquellos, se pusieron de parte de los calvinistas. La conjuración de Amboise, que formaron con este designio, estalló, y no tuvo éxito; el castigo de los conjurados no sirvió mas que para aumentar el odio y preparar nuevos proyectos de rebelión.
     Al subir Carlos IX al trono, trató, aunque en vano, de calmar los ánimos de ambos partidos; la amnistía concedida por él a los protestantes, prueba demasiado los excesos a que estos se habían entregado. Un tumulto que tuvo lugar por casualidad en Vassi, y en el que fueron muertos muchos protestantes, les sirvió de pretexto para levantar un ejército y empezar una guerra civil. Pronto se extendió a todo el reino, y se hizo por una y otra parte con la crueldad que puede inspirar el fanatismo. Se suspendió dos veces por medio de los edictos de pacificación, ó mas bien de perdón; en la tercera obtuvieron de su soberano los protestantes todo lo que pedían, y algunas plazas para su seguridad.
     Un rey que se ve reducido a tratar con sus súbditos, convertidos en enemigos suyos, los perdona difícilmente esta injuria; Carlos IX, indignado de las condiciones a que se le había hecho acceder, aterrado de lo que tenia que temer de un partido siempre amenazador, concibió el funesto proyecto de deshacerse de los jefes del partido hugonote, y permitió que los asesinaran. El pueblo, una vez impulsado al asesinato, no se limitó á inmolar a los jefes; un número infinito de católicos satisfacieron sus odios particulares, llevaron la crueldad hasta el último exceso, y dieron lugar de este modo a una nueva guerra civil.
     Enrique III, para concluir esta guerra, se vio obligado a conceder a los calvinistas un quinto edicto todavía mas favorable para ellos que los anteriores: los católicos descontentos formaron la liga, que la llamaron malamente la santa unión: el temor de ver pasar la corona a la cabeza de un príncipe hereje, hizo a los católicos tan intratables como los hugonotes.
     Enrique IV fue educado desgraciadamente en el calvinismo, tuvo que conquistar su reino de los de la liga. Por último, victorioso y universalmente reconocido, concedió a los calvinistas que le habían servido útilmente un nuevo edicto de pacificación, semejante a los anteriores, con ciudades para su seguridad: este fue el edicto de Nantes.
     ¡Feliz de la Francia si la paz hubiera extinguido el fanatismo! pero todavía subsistía. Enrique IV fue la víctima, y pereció como Enrique III por un asesinato.
     En la época de Luis XIII los protestantes volvieron a tomar las armas: fueron vencidos, y sus plazas demolidas. Mas el edicto de Nantes fue confirmado respecto de los demás artículos. Luis XIV, mas poderoso y absoluto que ninguno de sus predecesores, revocó el edicto de Nantes en 1685, y desde entonces los calvinistas fueron privados en Francia del ejercicio público de su religión. No nos atreveríamos a examinar si esta revocación fue injusta ó ilegítima, si perjudicó tanto al reino como han pretendido algunos escritores modernos.
     Esta narración muy compendiada basta para dar una idea de los males que originó a la Francia una pretendida reforma, que, lejos de hacer la fe mas pura y la moral mas perfecta, renovó una multitud de errores condenados en los diferentes siglos de la Iglesia, cuyos dogmas minan los principios de la moral, fundados en la libertad del hombre, colocan a las almas timoratas en la desesperación, y tienen a los criminales en una funesta seguridad; quita todo motivo de practicar la virtud, y ha inspirado desde el principio a sus sectarios el mismo espíritu de rebelión contra los poderes seculares, que contra la autoridad eclesiástica. En el día, vueltos de su antiguo fanatismo sus doctores se han visto obligados a convenir en que la Iglesia romana, de la cual se separaron, no enseña ningún error fundamental, ni sobre el dogma, ni sobre la moral, ni sobre el culto; que un buen católico puede salvarse en su religión. ¿Para qué pues se necesitaba conmover a toda la Europa para destruirla y establecer el calvinismo sobre sus ruinas?
     Aun cuando no se tuviera que vituperarse mas que el incendio de muchas bibliotecas ricas, tanto en Francia como en Inglaterra, seria lo suficiente para hacer detestar el espíritu que los animaba.
     No obstante, una multitud de incrédulos siempre prontos para apoyar el partido de los sediciosos, quieren hacer recaer sobre la religión católica los excesos a que se entregaron los calvinistas y todos los males que fueron su consecuencia. Dicen que los defensores de la religión dominante se levantaron con furor contra los sectarios, armaron contra ellos los poderes, arrancándoles edictos sanguinarios, soplaron en todos los corazones la discordia y el fanatismo, y culparon sin pudor a sus víctimas sobre los desórdenes que ellos solos habían producido. ¿Es esto verdad?
     Son conocidos los principios de los primeros reformadores, Lutero y Calvino; consignados están en sus obras. En 1520, antes de que se diera ningún edicto contra Lutero, publicó su libro de la libertad cristiana, en el que decidía que el cristiano no está sujeto a ningún hombre, y declamaba contra todos los soberanos: este fue el motivo de la guerra de los anabaptistas. En sus tesis establecía que era necesario ir a los alcances del papa, de los reyes y de los Césares que tomaban su partido. En su tratado del Fisco común quería que se saquearan las Iglesias, los monasterios y los obispados. En su consecuencia se puso por bando del imperio en 1521. ¿Fué acaso el clero el que dictó este decreto? La gran máxima de este fogoso reformador era que el Evangelio siempre había producido turbulencias; que es necesaria sangre para establecerlo. Tal es el espíritu de que estaban animados aquellos discípulos suyos que vinieron a predicarle a Francia.
     Calvíno escribía que era preciso exterminar a los pícaros que se oponían al establecimiento de la reforma, que unos monstruos semejantes debían ser aniquilados: apoyó esta doctrina con su ejemplo, e hizo un tratado expresamente para probarlo, (Véanse las cartas de Calvino a M. de Poet, et fidelis expositio, etc.) Ahora preguntamos nosotros: predicadores que se anuncian de esta suerte ¿deben ser tolerados en ningún estado culto ?
     El primer edicto dado en Francia contra los calvinistas se publicó en 1534. Por entonces la reforma había incendiado la Alemania, había conculcado en Francia las imágenes, diseminado libelos sediciosos, y fijado pasquines injuriosos a las puertas del Louvre, Francisco I temió sobre sus estados las mismas turbulencias que él mismo había formado en Alemania. Tal fue la causa de las primeras ejecuciones hechas en Francia. Cuando se quejaron de esto los príncipes protestantes de Alemania, Francisco I respondió que no había hecho mas que castigará los sediciosos. Por el edicto de 1540, los proscribió como perturbadores del estado y del orden público; y nadie se atrevió todavía a acusar al clero de tomar parte en estos edictos. Un célebre escritor de nuestros días conviene en que el espíritu dominante del Calvinismo era el de erigirse en república. (Tratado sobre la Historia general, etc.)
     Desafiamos a los calumniadores del clero a que citen un solo país, una sola ciudad, en que los calvinistas hayan dominado y sufrido el ejercicio de la religión católica. En Suiza, Holanda, Suecia ó Inglaterra, la proscribieron y muchas veces contra la fe de los tratados. ¿La permitieron jamás en Francia, en las ciudades que ocupaban para su seguridad? Una máxima sagrada de nuestros adversarios es que es preciso no tolerar a los intolerantes; pues bien, ninguna religión hubo jamás tan intolerante como el calvinismo; veinte autores aun protestantes han convenido en esto mismo. Desde su origen en Francia y en las demás partes, los católicos se han visto precisados a alejar ó exterminar a los hugonotes, ó ser ellos mismos exterminados.
     Si con toda la flema que pueden inspirar la caridad cristiana, el amor a la verdad, el respeto a las leyes y el verdadero celo por la religión, los primeros reformadores se hubiesen dedicado a probar que la Iglesia romana no era la verdadera Iglesia de Jesucristo; que su jefe visible no tiene ninguna autoridad de derecho divino; que su culto exterior es contrario al Evangelio; que los soberanos que la protegen comprenden mal sus intereses y los de sus pueblos, etc.: si al demandar la libertad de conciencia hubieran prometido solemnemente no molestar a los católicos, no perturbar su culto, no injuriar a los sacerdotes, etc., y hubieran cumplido su palabra, estamos seguros de que el gobierno hubiera dejado de perseguirlos. Y aun cuando el clero hubiera solicitado edictos sanguinarios, ¿los habría obtenido? Todo el mundo sabe lo cristiana y celosa que la corte era entonces por la religión.
     Suponiendo que la matanza de Vassi fuese un crimen premeditado, lo que no es cierto porque fue un hecho particular del duque de Guisa y de sus allegados, ¿era este un motivo legítimo para tomar las armas en lugar de quejarse al rey y pedir justicia? Pero los calvinistas habían resuelto la guerra, y no esperaban mas que un pretexto para declararla. Desde aquel momento todo lo quisieron obtener por la fuerza y con las armas en la mano. El clero no tuvo necesidad de soplar el fuego de la discordia para animar a los católicos a la venganza, los hugonotes furiosos les dieron sobrados motivos para que ejercieran represalias. Estos debieron esperar el ser tratados como enemigos siempre que el gobierno tuviese suficiente fuerza para castigarlos.
     Es pues una calumnia grosera el atribuir al clero y al celo fanático de la religión los excesos que se cometieron en aquella época; el foco del fanatismo estaba entre los calvinistas, y no entre los católicos.
     No tenemos necesidad de otras pruebas mas que las que nos suministran nuestros mismos adversarios. Bayle, que no debe ser sospechoso a los incrédulos, que vivía entre los calvinistas y los conocía muy bien, les ha vituperado en su aviso a los refugiados, en 1690, el haber llevado la licencia de los escritos satíricos a un exceso de que no había habido ejemplo, el haber introducido desde su origen en Francia el uso de los libelos infamatorios que apenas se conocían allí; les recuerda los edictos por los cuales se vieron obligados a reprimir su audacia y la malignidad con que sus doctores, con el Evangelio en la mano, calumniaron a los vivos y a los muertos. Les pone de manifiesto la moderación y paciencia que los católicos en semejante caso mostraron en Inglaterra. Acusa a los primeros de haber enseñado constantemente que cuando un soberano falta a sus promesas, sus súbditos no están obligados a guardar el juramento de fidelidad; y de haber fundado sobre esto principio todas las guerras civiles de que fueron autores.
      Les representa que cuando se ha tratado de escribir contra el papa han sostenido con calor los derechos e independencia de los soberanos; que cuando han estado descontentos de estos han colocado a la vez a los soberanos bajo la dependencia de los pueblos, que soplaron el frío ó el calor según el interés del lugar y del momento. Les manifiesta las malas consecuencias de sus principios con respecto a la pretendida soberanía inalienable del pueblo, y en el día nuestros incrédulos políticos se atreven a ponderarnos estos mismos principios como un nuevo y precioso descubrimiento; no saben que esta es la doctrina renovada de los hugonotes. No hay, continúa Bayle, ningún fundamento de tranquilidad pública que no minéis, ningún freno, capaz de contener a los pueblos en la obediencia, que no rompáis..... De esta suerte habéis cumplido los temores que se concibieron de vuestro partido desde que apareció, y que hizo que se estableciera como principio, que el que rechaza la autoridad de la Iglesia no está lejos de sacudir la de los poderes soberanos, y que, después de haber defendido la igualdad entre el pueblo y los pastores, no se tarda también en sostener la igualdad entre el pueblo y los magistrados seculares.
     Bayle va todavía mas lejos: prueba que los calvinistas de Inglaterra contribuyeron tanto al suplicio de Carlos I como los independientes; que su secta es mas enemiga del poder soberano que ninguna otra secta protestante; que esto es lo que les hace irreconciliables con los luteranos y anglicanos. Demuestra que los paganos enseñaron una doctrina mas pura que la suya respecto a la obediencia que se debe a las leyes y a la patria; refuta todas las malas razones con que han querido justificar sus frecuentes rebeliones. Manifiesta que la liga de los católicos para excluir a Enrique IV del trono de Francia, porque era hugonote, fue mucho menos odiosa y criminal que la liga de los protestantes para privar al duque de Yorck de la corona de Inglaterra, porque era católico. Tal es el análisis del aviso a los refugiados que ningún calvinista ha tratado de refutar.
     En su respuesta a la carta de un refugiado en 1688 había ya demostrado que los calvinistas son mucho mas intolerantes que los católicos, que siempre lo fueron, que lo son todavía, y que han probado por sus escritos y conducta que su principio invariable es que no hay soberano legítimo a no ser que sea ortodoxo a su manera. Les ha probado que ellos mismos fueron los que obligaron a Luis XIV a revocar el edicto de Nantes, que en esto no hizo mas que seguir el ejemplo de los estados de Holanda, que no cumplieron ninguno de los tratados que habían hecho con los católicos, también demostró que todas las leyes de los estados protestantes eran mas severas contra el catolicismo que las de Francia contra el calvinismo. Trae a la memoria el suceso de los emisarios que los hugonotes enviaron a Cromwel en 1650, los ofrecimientos que le hicieron, y las resoluciones sediciosas que tomaron en sus sínodos de la Cuyena Baja. Se mofa de sus lamentaciones por la pretendida persecución que experimentan, y les declara que su conducta justifica plenamente la severidad con que se les ha tratado en Francia. (Obras de Bayle, t. 2, p. 844).
     El escritor que en 1738 hizo la apología de la revocación del edicto de Nantes, apenas ha hecho otra cosa mas que repetir las mismas acusaciones y los mismos hechos que Bayle había echado en cara a los calvinistas en 1688 y 1690. No obstante, todos nuestros políticos anticristianos levantaron la voz contra él: han querido hacerle pasar por un bola fuegos, y por un fanático; ¿qué hubieran hecho, si este autor hubiese declarado altamente que copiaba a Bayle casi palabra por palabra?.

Juan Calvino
     Fundador de la secta que lleva todavía su nombre: nació en Noyon en 1509, y murió en Ginebra en 1864. Hay en la conducta de este célebre reformador ciertos rasgos característicos que importa conocer para formarse una idea exacta del calvinismo.
     Instruido por uno de los emisarios, que Lutero y sus asociados habían enviado a Francia, vio que estos reformadores de la religión no tenían ni principios fijos, ni un cuerpo de doctrina, ni profesión de fe, ni tampoco ningún reglamento fijo de disciplina; emprendió formar un sistema completo de teología conforme a sus opiniones, y lo consiguió en su Institución cristiana que publicó en 1836.
     Establece como principio que la única regla de fe a quien un fiel debe consultar es la Sagrada Escritura, que Dios le hace conocer en verdad, y el verdadero sentido por una inspiración particular del Espíritu Santo. Tratase de saber cómo puede distinguirse con seguridad esta pretendida inspiración del fanatismo de un impostor.
     Calvino, retirado a Ginebra, en donde Farel y Viret habían establecido las opiniones de los reformadores de Alemania, empezó por oponerse a un decreto del sínodo de Berna, que arreglaba la forma del culto; se creyó mejor inspirado que este sínodo. Obligado a retirarse a Strasburgo, y llamado después a Ginebra, adquirió allí un imperio absoluto, hizo un catecismo, estableció un consistorio, arregló la forma de las oraciones y de las predicaciones, la manera de celebrar la cena, etc... y revistió a su consistorio con el poder de imponer censuras y excomulgar. De suerte que este predicador, después de haber declamado contra la autoridad, que los pastores de la iglesia católica se atribuían, usurpó él mismo una autoridad cien veces mas absoluta, a la que estaba obligado a ceder la inspiración que concedía a todos los fieles.
     El traductor inglés de Mosheim, que dice que Calvino aventajó a todos los demás reformadores en saber y en talento, conviene en que llevó mas lejos que todos los demás la obstinación, la severidad, y el espíritu turbulento, (t. 4, p. 91, nota). ¡Bellas cualidades para un apóstol! Él mismo conoció que el poder que se había abrogado era exorbitante; pues que antes de morir aconsejó al clero de Ginebra, que no nombrara sucesor. (Spon. Hist. de Ginebra, t. 2, p. 3). Los protestantes que no cesan de declamar contra la ambición y despotismo de los papas perdonan a Calvino el haberlos llevado mas lejos, le excusan en razón, dicen, a sus servicios y virtudes. ¿En dónde están, pues, las virtudes de ese fogoso reformador?
     Bolsse, carmelita apóstata, le probó que por su doctrina hacia a Dios autor del pecado; Calvino, le hizo desterrar, y por él le hubiera impuesto las penas aflictivas como pelagiano y sedicioso. Castalion, por haber atacado también la doctrina de Calvino, tuvo que salir de Ginebra. Ni la Escritura, ni la inspiración de cada fiel era la regla de fe en aquella ciudad, sino la autoridad despótica de Calvino.
     Miguel Servet, que había atacado el misterio de la Santísima Trinidad, perseguido en Francia, se salvó en Ginebra; Calvino le hizo prender, le condenó a ser quemado vivo, y se ejecutó la sentencia. Para justificar su conducta, Calvino compuso un tratado, en el que quiso probar que era necesario castigar con la pena de muerte a los herejes. Así, estos ministros que sostenían que la Escritura es la única regla de fe, que cada particular es juez del sentido de la Escritura, condenaban como hereje a un escritor, porque no veía en ella el mismo sentido y los mismos dogmas que pretendían ver en la misma; mientras que se desencadenaban contra los magistrados que castigaban con la muerte a los herejes en Francia, hacían allí mismo quemar a Servet, porque le juzgaban hereje.
     Gentilis, Okin y Blandrat, que quisieron renovar en Ginebra las opiniones de Servet, les faltó poco para ser tratados de la misma manera. Gentilis fue reducido a prisión y obligado a retractarse; Okin desterrado, y Blandrat, perseguido en justicia, se le obligó a firmar una profesión de fe y a huir.
     No se debe creer que ha cesado entre el calvinismo esta contradicción entre los principios de los reformadores y su conducta. Sus partidarios siempre han continuado enseñando, que la Sagrada Escritura es la única regla de fe, que Dios alumbra a cada fiel para juzgar del verdadero sentido de la Escritura, que el sentir de los santos Padres, los decretos de los concilios y las decisiones de la Iglesia no son mas que una autoridad humana, a la que nadie está obligado a deferir, y al mismo tiempo no han cesado de celebrar sínodos, formar profesiones de fe, condenar errores, y excomulgar a los que los sostenían; así trataron a los socinianos, a los anabaptistas y a los armínianos.
     Un deísta de nuestros días, educado entre los calvinistas, les ha echado en cara con vehemencia esta contradicción. «Vuestra historia, les dice, esta llena de hechos que manifiestan por vuestra parte una inquisición muy severa, y que, de perseguidos, se convirtieron los reformadores en perseguidores. A fuerza de disputar contra el clero católico, el clero protestante se hizo disputador y quisquilloso. Quería decidirlo todo, todo arreglar, y pronunciar sobre todo; cada uno proponía imperiosamente su opinión por ley suprema a todos los demás; no era este el medio de vivir en paz. Calvino tenia todo el orgullo del genio que conoce su superioridad, y que se indigna cuando se la disputa. ¿Qué hombre hubo jamás mas tajante, mas imperioso, mas decidido y divinamente infalible según su voluntad? La menor objeción que se le hacia era siempre una obra de Satanás, un crimen digno del fuego No fue solo a Servet a quien costó la vida el haber osado pensar de diferente modo".
     «La mayor parte de sus compañeros se encontraban en el mismo caso, todos eran tanto mas culpables cuanto mas inconsecuentes: su dura ortodoxia era en sí misma una herejía, según sus principios.» (Deuxieme lettre écrite ae la Montagne, p. 49, 50, 58).
     * [J. J. Rousseau se valia del espíritu de la pretendida reforma para justificar su deísmo y confundir a los ministros de Ginebra. (Deuxiéme lettre écrite de la Montagne.)

     «¿Cuál es la religión del Estado, les dice? ¿Es la santa reforma evangélica? He aquí seguramente unas palabras bien retumbantes. Mas ¿cuál es en el día en Ginebra la santa reforma evangélica? ¿Acaso lo sabéis vos, amigo? Os felicito en este caso. Por lo que a mí toca, lo ignoro. Creía saberlo antes; pero me engañaba así como otros muchos mas sabios que yo en cualquier otro asunto, y no menos ignorantes que yo, respecto del presente.
     "Cuando los reformadores se separaron de la Iglesia romana, la acusaron de error, y para corregirle en su origen, dieron a la Escritura otro sentido que el que aquella la daba.... Se les preguntó de qué autoridad estaban revestidos para apartarse de esta suerte de la doctrina recibida. A esto respondieron que por autoridad propia, que por la de su razón decían que el sentido de la Biblia era inteligible y claro a todos los hombres; por lo que concierne a su salvación, cada uno era juez competente de la doctrina, y podía interpretar la Biblia, que es la regla de la misma, según su espíritu privado; que de esta suerte todos estaban de acuerdo en lo mas esencial, y que en aquellas cosas en que no podían convenir, no lo estaban.
     "He aquí, pues, el espíritu privado, establecido por único intérprete de la Escritura; he aquí la autoridad de la Iglesia repudiada; cada uno pone la doctrina bajo su propia jurisdicción. Tales son los dos puntos fundamentales de la reforma. Reconocer la Biblia como regla de su creencia, y no admitir otro intérprete del sentido de la Biblia mas que a sí mismo. Estos dos puntos combinados forman el principio, sobre el cual los cristianos reformados se separaron de la Iglesia romana, y no podían hacer menos a no caer en una contradiccion; porque, ¿qué autoridad interpretativa hubieran podido reservarse, después de haber desechado la del cuerpo de la Iglesia?
     "Mas, se dirá, ¿cómo bajo un principio semejante pudieron reunirse los reformados? ¿Cómo pensando cada uno de diferente manera han formado un cuerpo contra la Iglesia católica? Así debió suceder; todos convenían en reconocer en cada uno un juez competente para sí mismo; toleraban y Debian tolerar todas las interpretaciones fuera de una, a saber, la que quitaba la libertad de hacer interpretaciones. Así, la única interpretación que rechazaban era la de los católicos. Debian, pues, proscribir todos a la vez a Roma solo, que los proscribía también a todos. La diversidad misma de sus maneras de pensar respecto de todo lo demás, era el único lazo común que les unía. Eran como otros tantos estados pequeños, ligados contra una grande potencia, y cuya confederación general nada perjudicaba a la independencia de cada uno en particular.
     "He aquí como se estableció la reforma evangélica, y como debe conservarse. Es verdad que la doctrina del mayor número puede ser propuesta a todos como la mas probable y autorizada. El soberano hasta puede redactarla en fórmula, y prescribirla a los que encarga el enseñarla, porque es indispensable cierto orden y regla en las instrucciones públicas, y en el fondo no se perjudica con esto la libertad de nadie, pues que ninguno está obligado a enseñarla a pesar suyo; tampoco se sigue de aquí que los particulares estén obligados a admitir precisamente las interpretaciones que se les dan, y la doctrina que se les enseña. Cada uno es juez por sí mismo, y no reconoce en esto mas autoridad que la suya propia. Las buenas instrucciones deben fijar menos la elección que debemos hacer, que ponernos en estado de elegir bien. Tal es el verdadero espíritu de la reforma, tal es su verdadero fundamento. La razón particular es la que decide deduciendo la fe de la regla común que establece, a saber, el Evangelio; y de tal modo es de esencia de la razón el ser libre, que aun cuando quisiera sujetarse a la autoridad, no dependería de ella el no hacerlo. Por poco que ataquéis a este principio, todo el evangelismo se hunde al momento. Que se me pruebe en el día que en materia de fe estoy obligado a someterme a las decisiones de cualquiera, y desde mañana me hago católico; y todo hombre consecuente y veraz seguiría mi ejemplo.
     "Así, la libre interpretación de la Escritura lleva consigo, no solo el derecho de explicar sus pasajes cada uno según su sentido particular, sino el de permanecer en la duda en los que se encuentran dudosos, y el de no comprender los que sean incomprensibles, he aquí el derecho de lodos los fieles, derecho sobre el cual nada tienen que ver ni los pastores ni los magistrados. Con tal que se respete toda la Biblia y que se convenga en todos los puntos capitales, se vive según la reforma evangélica. El juramento de los ciudadanos de Ginebra no recae mas que sobre esto. »
     «Ahora bien, ya veo a vuestros doctores triunfar sobro estos puntos capitales, y pretender que yo me separo de ellos. Poco a poco, señores, oído suplico; no se trata de mí sino de vosotros: sepamos primero cuales son según vosotros esos puntos capitales, sepamos con qué derecho me obligaría a verlos en donde yo no los veo, y acaso en donde vosotros mismos no los veis. No olvidéis, si os place, que al darme vuestras decisiones como leyes os separáis de la santa reforma evangélica, y mináis sus mas verdaderos fundamentos; vosotros sois los que según la ley merecéis el castigo.»
     «La religión protestante es tolerante por principios, es esencialmente tolerante; lo es tanto como puede serlo, pues que el único dogma que no tolera es el de la intolerancia, he aquí la barrera insuperable que nos separa de los católicos, y que reune a las demás comuniones entre sí: cada una considera a las demás en el error; pero ninguna mira ó no debe mirar este error como un obstáculo para la salvación.»
     «Los reformados de nuestra época, por lo menos los ministros, no conocen ó no aman ya su religión. Si la hubieran conocido y amado, al publicar mi libro hubiesen dado de concierto un grito de alegría, todos se hubieran unido a mí que no atacaba mas que a sus adversarios; pero mas quieren abandonar su propia causa que sostener la mía; con su tono visiblemente arrogante, con su rabia de embrollos y de intolerancia, no saben ya lo que creen, ni lo que quieren, ni lo que dicen. No los tengo sino por unos malos criados del sacerdocio, que lo sirven menos por amor a ellos que por el odio que me tienen. Cuando hayan disputado, reñido, ergotizado y hablado mucho, en lo mejor de su triunfo, el clero romano que conserva su rito y les deja hacer, vendrá a destruirlos armado con argumentos ad hominem sin réplica, y batiéndolos con sus propias armas les dirá: Todo esto va bien, pero ahora quitaos de enmedio, malvados intrusos, no habéis trabajado mas que para nosotros; volvamos a nuestro asunto.
     "La Iglesia de Ginebra no tiene ni debe tener como reformada ninguna profesión de fe precisa, articulada y común a todos sus miembros. Si quisieran tener una, en esto mismo se lastimaría la libertad evangélica, se renunciaría al principio de la reforma, y se violaría la ley del estado. Todas las iglesias protestantes que redactaron fórmulas de profesión de fe, todos los sínodos, que determinaron puntos de doctrina, no quisieron mas que prescribir a los pastores la que debían enseñar, y esto era bueno y conveniente. Mas si estas Iglesias y sínodos pretendían hacer mas con estas fórmulas, y prescribir a los fieles lo que debían creer; en este caso con tales decisiones, estas asambleas no probaron otra cosa sino que ignoraban su propia religión.»
     "La Iglesia de Ginebra parecía mucho tiempo ha que se separaba menos que las demás del verdadero espíritu del cristianismo, y por esta engañosa apariencia honraba yo a sus pastores con elogios de que les creía dignos; porque mí intención no era seguramente engañar al público. Mas ¿quién ve en el día a esos ministros, en otro tiempo tan poco escrupulosos y hechos repentinamente tan rígidos, burlarse de la ortodoxia de un seglar, y dejar la suya en una incertidumbre tan escandalosa? Se les pregunta si Jesucristo es Dios, y no se atreven a responder; se les pregunta qué misterios admiten, y tampoco responden. ¿Sobre qué pues responderán y cuales serán los artículos fundamentales diferentes de los mios, sobre los que quieren que se decida si no están comprendidos en los dichos?
     "Un filósofo echa una ojeada rápida sobre ellos; los penetra; los ve arianos, socinianos; lo dice creyendo honrarlos; pero no considera que expone su interés temporal, única cosa que en general decide aquí abajo de la fe de los hombres.»
     «Al momento, alarmados y aterrados, se reunen, discuten y se agitan, no saben a qué santo encomendarse; y después a fuerza de consultas, de deliberaciones, y conferencias, todo se reduce a un lenguaje confuso en el que no se dice ni sí, ni no, tan difícil de comprender como los dos abogados de Rabelais. La doctrina ortodoxa ¿no es bien clara y no se encuentra en manos seguras?
     "No obstante, porque uno de ellos compilando a fuerza de chistes escolásticos tan benignos como elegantes, para juzgar mi cristianismo, no temió abjurar el suyo; encantados todos de la sabiduría de su compañero y principalmente de su lógica, admiten su docta obra, y le dan las gracias por medio de una diputación. ¡En verdad que vuestros ministros no dejan de ser unas gentes particulares! No se sabe lo que creer ni lo que dejar de creer; ni aun se llega a comprender lo que quieren aparentar que creen. La sola manera de establecer su fe, es atacar la de los demás.... En lugar de explicarse sobre la doctrina que se les imputa, creen desquitarse respecto de las demás iglesias buscando querellas a su propio defensor, quieren probar por su ingratitud que no tienen necesidad de mis auxilios, y piensan aparecer bastante ortodoxos presentándose como perseguidores.
     "Concluyo de todo esto que no es fácil decir en qué consiste en Ginebra en el día la santa reforma. Todo lo mas que puede decirse acerca del particular, es que debe consistir principalmente en desechar los puntos; disputados a la Iglesia romana por los primeros reformadores y sobre todo por Calvino. Esto es el espíritu de vuestra institución; por esto sois un pueblo libre, y solo en este sentido es como la religión forma en vosotros parte de la ley del estado.» 

     Por otra parte, es indispensable que un protestante tenga el entendimiento extrañamente preocupado, para imaginarse que la Sagrada Escritura es la regla de su fe. Antes de leer ese libro, un joven calvinista se halla ya prevenido respecto de los dogmas que debe encontrar en él por las lecciones de su catecismo, por las instrucciones de sus ministros, por el tono general de la secta; tal es la inspiración que le guia en esta lectura. Así es que un luterano jamás deja de ver en la Escritura las opiniones de Lutero, un sociniano las de Socino, un anglicano las de los episcopales, así como un calvinista las de Calvino.
     Este vicio original del calvinismo es suficiente para demostrar lo absurdo de tal sistema.
     No sabemos lo que hubieran podido contestar Calvino y su compañeros, si un católico instruido les hubiera hablado de esta manera: vosotros pretendéis ser suscitados por Dios para reformar la Iglesia; pero no sois enviados ni por ningún pastor legítimo, ni por ninguna Iglesia cristiana; por lo tanto es necesario que tengáis una misión extraordinaria y milagrosa. Empezad por probarla de la misma manera que Moisés, Jesucristo y los apóstoles probaron la suya. Lutero y otros se tenían por reformadores como vosotros; no estáis de acuerdo con ellos, no enseñáis en todo la misma doctrina; os condenáis los unos a los otros. ¿A cuál debo yo creer con preferencia? Me dais la Sagrada Escritura por única regla de mi fe; pero no reconocéis como Sagrada Escritura muchos libros que la Iglesia católica me designa como tales; ¿cómo terminaremos esta disputa? ¿Será la Escritura santa la que me enseñe si tal libro es ó no canónico? Me presentáis una traducción francesa de la Biblia. Dadme una garantía de la fidelidad de vuestra traducción, de la cual no estoy en estado de juzgar por mí mismo. ¡Me decís que no debo deferir a la autoridad de los hombres! Luego debo rehusar la vuestra en todo lo que tengáis a bien afirmar.
     Pues que la Escritura Santa es la única regla de mi fe, tenéis razón en predicar y querer explicar la Escritura: yo sé leer tan bien como vosotros; a mí me toca buscar allí lo que Dios ha revelado, y no a vosotros el demostrármelo. Me prometéis la inspiración del Espíritu Santo para conocer el verdadero sentido de la Escritura, y yo la acepto; esta inspiración me dicta que vosotros predicáis el error, y que la Iglesia católica enseña la verdad.
     Por toda respuesta, Calvino hubiera opinado quemar a este razonador: «Semejantes monstruos, decía, debían ser ahogados como yo hice con Miguel Servet, español.» (Carta de Calvino a M. Poet.)

 *[Terminaremos este artículo exponiendo con M. Audin (Historia de la vida, de las obras y de las doctrinas de Calvino, t. p. 486), cuales son los resultados de la influencia ejercida por Calvino).

     «Si Ginebra, antes de 1590, se hallaba sumida en las tinieblas de la superstición, ¿con qué verdades pudo ilustrarla Calvino? Veamos la antorcha con que vino a alumbrar a ese pueblo decaído. Mas ¿quién nos guiará? Nuestros compañeros de la reforma rechazarían el testimonio de escritores católicos; pues bien, apelemos al protestantismo. »
     «El libro de oro de Calvino es su institución cristiana: abrámosle pues.»
     «¿Y qué decir desde luego de ese simbolismo trinitario que el reformador quiere imponer a su comunión? Gentilis lo rechazó abiertamente, pero Gentilis es recusado por Beza y Drelincourt. Mas he aquí que llega Hennio, ese puro discípulo del Evangelio, como se le llama en Silesia. ¿No ha denunciado este a Calvino como un doctor que ha judaizado, corrompido la Biblia, desnaturalizado la palabra de Dios, falsificado los textos escriturarios y blasfemado de la Trinidad? Por lo tanto Calvino no enseñó en Ginebra la verdad respecto al dogma de la Trinidad.»
     «Ya conocemos su mito eucarístico, en el que no ha podido el catolicismo hallar ni cuerpo ni alma, ni idealismo ni realidad: esta es su gloria en la escuela ginebrina. Prosiguió su triunfo con una perseverante obstinación, y los luteranos han tratado a su sistema cínico peor todavía que los católicos. El protestante que le atacó mas vivamente no es una inteligencia obscura es un humanista que a los veinte años leía en esa cátedra de Willemberga que Melanchthon había ocupado tan dignamente; que a los veinte y cuatro era principal del colegio de Eisleben en donde nació Lutero, a los 33 decano general de Mansfeld, a los 35 profesor de telogía de Jena; por ultimo Grawer que se acogió a la metonimia de Calvino, como Martin a los monjes de Colonia, hundió dicho sistema al compás de los aplausos de sus correligionarios. Ningún dominico de Leipsik habló jamás de Hutten con tanta irreverencia como Grawer de Calvino. Creeríais que encabezaba uno de sus libros con este título verdaderamente intraducible: Absurda, absurdorum, absurdissima Calvinista absurda? y el folleto obtuvo un gran suceso... Grawer ¿os dice que la metonimia de Calvino es un absurdo? Pelisson el católico estuvo mas político.»
     A los ojos del reformador, el sistema sobre la predestinación es una revelación celestial. En Ginebra hablar mal de ese Dios aristócrata que da y salva según le agrada, es un crimen que se castiga con el destierro y a veces con la muerte. Bolser fue expulsado de Suiza por haberse reído del fatum pagano. Gentilis, que se atrevió a decir: «Este Dios no es el del Evangelio", no tuvo mas tiempo que para huir por temor de caer en las manos del verdugo. ¡Qué páginas tan bellas no ha escrito Beza para sostener que la predestinación es un dogma, en el cual es indispensable creer so pena de incurrir en la condenación eterna! Llamaba infames a los que osaban negarlo. Juan Weber no temió a los anatemas del discípulo de Calvino. Atacó la predestinación en términos llenos de acritud, quizá como mal cristiano, pero seguramente como excelente teólogo. Hasta en vida de Calvino prohibían los berneses bajo penas severas el predicar sus doctrinas sobre la gracia, y el universalismo de Bullinger minaba por su base el particularismo del reformador... ¡Mostradnos pues la ilustración de que Ginebra es deudora a Calvino!
     ¿Resplandece acaso en esa justificación sin obras, que Melanchthon defendió primero, y que abandonó después con gran escándalo de toda la escuela reformada? ó en la confesión de fe impuesta a los ginebrínos, y en la que los calvinistas quieren encontrar toda la dogmática contenida en la Exomologesis de Augsburgo, engaño, que el pseudónimo Andrés Anti Krell ha puesto en evidencia en su sabia disertación que conmovió al mundo Sajón en el siglo XVI?
     Si la Trinidad cuaternaria, si la Eucaristía sin figura, si el falismo pagano de Calvino no son las verdades de que habla el mármol de palacio (ya se sabe que en 1535 Ginebra gravó sobre los muros de su palacio los títulos de Calvino como un reconocimiento del mundo cristiano), ¿en dónde encontrarlos en la simbólica ginebrina? Estas son las grandes novedades que Juan de Noyon vino anunciar, según dicen sus panegiristas. Todavía podría disputársele su invención, y como los predicadores de Lausana, dar el honor del sistema predestinatario a Zuinglio y Escolampadio; pero no les disputamos que les pertenezcan; nosotros tan solo tratamos de establecer, apoyándonos en testimonios irrecusables, que cada una de estas neologias es una mentira que el espíritu de Dios no pudo inspirar. Si esta decisión ha sido dada por la boca de un reformador, ¿en qué viene a parar esa corona que después de tres siglos la verdadera compañía de los pastores, de la cual forma parte un antitrinitario, ha querido poner sobre la frente de Calvino?
     Sí hay un hecho histórico irrevocable, es que el apostolado de Calvino fue fatal a las costumbres de la república.
     «¡Ah! sin duda, dice M. Galiffe, Notic. gen. t. 3, los antiguos ginebrínos no eran ángeles de pureza celestial, pero al menos no eran hipócritas. No iban a profanar el templo con demostraciones de una piedad exaltada cuando acababan de exponer el fruto de su libertinaje. Eran vivos en sus enemistades; pero no eran testigos falsos, espías y delatores. Tenian necesidad de indulgencia, pero no carecían de ella estos mismos, y no trataban de ocultar su fragilidad natural bajo los juicios crueles de una severidad humana. Eran lo mismo que fueran en el siglo XVIII, cuando el calvinismo se reducía entre nosotros a una balada del tiempo antiguo, hombres altivos, osados, independientes, buenos amigos, enemigos irascibles, pero fáciles de reconciliar, caritativos y decididos, buenos patriotas sobre todo porque tenian una patria a quien podían amar"
     A la antigua sangre genebrina pura por tanto tiempo mezcló Calvino la sangre de los refugiados, su guardia pretoriana; estafadores, bribones, hombres que habían quebrado en su oficio se sentaban en el consistorio, entraban en los consejos, y eran nombrados ciudadanos, y en cambio de tantos honores daban escándalos de que apenas tenia una idea la ciudad. Todo el tiempo de la dominación del teócrata fué el espionaje una dignidad lucrativa. ¡Que ojee el moralista los archivos del gobierno! M. Galiffe le acompañará para manifestarle los registros cubiertos de inscripciones de hijos legítimos, que se exponían en el puente de Arve; testamentos, en que la voz moribunda de un padre acusa a sus hijos de crímenes abominables; actos autorizados por notarios, en que una madre constituye un dote para los bastardos de su hija; casamientos en que el esposo pasa desde el altar a la cárcel; mujeres de todas clases, que ponian sus hijos recien nacidos en el hospital para vivir en la abundancia con un segundo marido. Esperemos un poco, el puritano reformado, que ha pasado su vida entre el polvo de los archivos, abrirá bien pronto la mano (lo promete al menos), y entonces caerá de las hojas escritas en una lengua muerta, porque teme avergonzar al pudor, y referirá en el idioma de Petrenco los convites de confianza de los ministros ginebrinos. Beaudoin nos cuenta ya una de esas comidas nocturnas en las que Deza era el dueño de la casa; pero no se ha querido dar crédito a su narración. M. Galiffe que quiere morir en el protestantismo, será creído al menos! Ved como rechaza ya con toda la energía de su alma toda comunion con esa reforma mezquina bastarda e intolerante que Calvino quiso imponer a sus conciudadanos.
     Gracias a sus investigaciones, algunos nombres católicos, y entre otros el de Bolsec, fue honrosamente rehabilitado. El viejo atleta de la verdad histórica, que mereció el elogio del lord Broughan, no se dejará espantar con los clamores de algunos calvinólatras que en el dia quisieran hacernos creer en la acción civilizadora del reformador. Si necesario fuese, abriría los libros del autor del Tratado de los escándalos, y leería en él esta confesion escapada de la boca de Calvino: «Hay una llaga moral mas deplorable todavía; nuestros pastores que suben a la cátedra sagrada de Cristo, y que debían edificar las almas por una pureza superabundante de buenas costumbres, escandalizan la Iglesia del Señor con sus desórdenes: miserables histriones que se admiran de que su palabra no tenga mas autoridad que si fuera una fábula representada en público, y que el pueblo los señale con el dedo y se mofe de ellos. Lo que a mí me sorprende es la paciencia de las mujeres y de los niños que no los cubren de lodo y de inmundicias.»

     Calvino mismo antes de morir, habia previsto, lo mismo que Lutero, el destino de la palabra que anunció a los hombres. «El porvenir me horroriza, decia, no me atrevo a pensar en él; porque, a menos que el Señor no descienda de los cielos, la barbarie va a tragarnos. ¡Ah! plegue a Dios que nuestros hijos, no me tengan como un profeta.» Era profeta. El Señor que no quiso descender de los cielos, entregó la palabra de Calvino a las disputas de sus sucesores en el ministerio. Entonces esta palabra que para ser verdadera hubiera debido revestirse de la inmutabilidad fue cruelmente despedazada. Si habéis visto en la Haya el cadáver pintado por Bembrandt podéis formaros una idea de la operación que sufrió la doctrina calvinista fuera de Ginebra. Los operarios tomaron diversos nombres, según atacaban un sistema en su esencia ó en sus partes: hubo pues particularistas y universalistas. El escalpelo no solo heria carnes muertas; cortado en forma de pluma derramaba a nombre de la gracia divina, cuya naturaleza quería dar a conocer, la tinta y la injuria de tal suerte, que a los calvinistas les dió la idea el mejor dia de concluir con todas esas disputas, que alteraban el sosiego de los ciudadanos y daban que reir a los católicos; pero esta risa era contagiosa.
     La palabra de Calvino, al llegar a los Países Bajos y sujeta a un exámen, se juzgó insuficiente, loca y peligrosa. Cada ciudad de Holanda tenía un apóstol enviado de Dios, un Pablo ó un Juan Bautista. De todos los libros de Calvino, el único que se consideraba como la obra del Señor, era el tratado Depuniendis haereticis, que cada secta traducía para servirse de él contra los disidentes. Bogermann, profesor en Francker comentó el folleto y añadió nuevos textos para probar que el poder civil tiene el derecho de muerte sobre el blasfemador del nombre de Dios. Llamaba blasfemador al que no pensaba como él sobre la gracia. Jacobo Arminio y Franz-Gomar renovaron las disputas de Lutero y Carlostadío. Franz-Gomar condenaba a Arminio que sostenia la libertad del yo; Arminio destinaba a las llamas a Gomar que predicaba el siervo albedrío. Hubo tolerantes é intolerantes, calvinistas rígidos y moderados, lapsarios y supralapsarios. No habían pasado quince años, y hubiera podido escribirse en una uña todo lo que quedaba de esa neología que se habia coronado. «Toda obra divina, ha dicho Claudio, es por su naturaleza inmutable; solo la obra humana es la que cambia de forma y color.» La palabra de Calvino no era pues una palabra de verdad. Y, cosa bien notable por cierto, en esas palingenesis doctrinales jamás abandonan el fiel a una opinion que se leda como una verdad; de manera que si hay una apostasía nueva, podéis estar seguros de que sale del santuario. ¿Y cómo contener ese desorden intelectual? Cuando el soplo de boca humana se hace quisquilloso, colérico y desordenado, el poder interviene y hace el oficio de sacerdote; y si se encuentra un consejo como el de los Doscientos que dice a sus ovejas: «¡Basta de disputas! la predestinación calvinista es una virtud evangélica: un príncipe al luterano: «Tú crees en la presencia real; al calvinista: tú no admites mas que un símbolo vivificante; he aquí la mesa; ven a comulgar;» y en el ministerio de Berlín un eclesiástico a sueldo del monarca escribirá y jurará, según la necesidad, que en el dia no existen ya ni el calvinista ni el luterano, que no hay mas que cristianos evangélicos.
     «Durante la última mitad del siglo XVI, dice un panegirista de Calvino, los herederos del legislador de la reforma, sin tener su poder ni su genio, adoptaron su dogmatismo y su inflexible terquedad: declaraban que ninguno era cristiano si no pensaba como Calvino miraban como una impiedad la investigación de la verdad religiosa no hecha según los principios del maestro, y por la estrechez de estas miras fue preciso destruir toda la obra de la reforma en Ginebra.»
     Siglo y medio despues de Calvino reinaba todavía este dogmatismo. La academia fundada por el reformador se habia transfigurado en concilio ecuménico, que, teniendo a la vista la confesión escrita de Juan de Noyon, aprisionaba, desterraba, y condenaba a pan y agua a todo innovador bastante atrevido para oponerse a su enseñanza. Si llegaba de Francia alguna alta inteligencia para estudiar la simbólica nueva, se le presentaba el libro de oro del maestro, y era preciso que le reverenciase como un Evangelio traído del cielo. La hospitalidad se daba a este precio. Símonio, despues de haber aproximado a sus labios esta exomologesis, se levantó, se puso a meditar, y manifestó algunas dudas; se le encarceló y se le desterró. A veces, al salir del templo, un cristiano, asaltado de las dudas, va a manifestar el estado de su conciencia a un ministro: el ministro es inflexible, el cristiano es castigado y encarcelado. Es necesario creer en Calvino para salvarse.
     Confesamos que M. Gaberel encontró palabras nobles para lastimar ese dogmatismo embrollon, legado de Calvino, y que según la bella expresión de M. Guizot quiere aprisionar la conciencia en las consecuencias de un argumento. Mas M. Gaberel hubiera debido saber que la simbólica calviniana no podía vivir sino con el poder. Que el brazo de carne se retira, y la obra de Juan de Noyon morirá en medio de las convulsiones de la anarquía, véase sino despues, cuando el pensamiento, gracias a los esfuerzos del sínodo de Dordrecht, puede escudriñar la confesíon ginebrina, como todos los dias quita uno de los artículos del formulario hasta el punto de que de todas las ciudades reformadas, Ginebra es la menos calvinista. Y entonces, triunfante el libre exámen, sucede que un ministro que ha negado la Trinidad puede sentarse impunemente sobre el banco que ocupó durante veinte años el que hizo morir a Servet, el antitrinitario.
     Aunque la reforma se oculte bajo el manto de Zuinglio, de Lutero, de Calvino, de OEcolampadeo ó de Knot, no puede existir dogmáticamente mas que según la voluntad de los príncipes su reino es de este mundo. Seguidla al través de Alemania, cuando partió de Witemberga: en cualquiera parte que quiera establecerse tendrá necesidad de la mano del hombre. ¿Sobre qué puede pues apoyarse cuando ha destruido los recuerdos, la creencia, la fe y las tradiciones? Estando apagada en ella toda vida ideal, se materializa entonces, y toma cuerpo y alma: en Inglaterra ejerce una mujer las funciones del papa; en Prusia arregla un monarca hasta la disciplina eclesiástica, y coordina las liturgias para las dos comuniones reunidas; en Ginebra los seglares se ven transformados en directores de Israél. No existe país en el mundo en donde sea mas ciega la fe en el poder que en Prusia; esta tierra en que florece el luteranismo.
     Ya habéis debido ver que cuando el teócrata, que se llama en Ginebra ministro de Dios, pidió el destierro de Gentilis, el encarcelamiento de Ami Perrin, la sangre de Gruet, de Berthelier y de Servet, el poder comerciante no lo concedió todo sin murmurar y sin remordimientos.
     Libertad civil y religiosa, nacionalidad, poesía, pintura, bellas letras, todo lo lastimó, desfiguró y sufocó Calvino en Ginebra. Sin él esta ciudad habría marchado como las demás a la par de Roma, Florencia y Venecia en el camino de la ilustración; el ginebrino podia ser pintor, poeta, orador, artista. No creemos en lo que nos dice la reforma, que no ha nacido para la cultura de las artes: es una calumnia. Era preciso absolver al hombre que cambió las naturalezas mas floridas en teologastros del Bajo-Imperio. Y aun si estos teólogos descendientes de Calvino se asemejaran a aquellos escolásticos del renacimiento tan desacreditados, que nos divierten muchas veces con sus inocentadas!... Los religiosos de Ginebra son pedantes y fastidiosos... Producen volúmenes sin estilo y sin vida. Calvino ni aun les dejó la elección de la materia: no tienen mas que un círculo. Los desgraciados giran incesantemente alrededor de la gracia, del libre albedrío y de la predestinación. Mientras que la ciudad se cansa de esta suerte en el vacío, Roma produce al soplo vivificador del papado obras maestras de historia, de exegesis, de lingüistica y de filosofía. Nos equivocamos, Ginebra tiene la pretensión de estar asociada al movimiento universal de los ingenios: he aquí los nombres de algunos de los diamantes de su corona literaria: los teólogos Fhagaut, Perrot, La-Zaye, el filósofo Portus, el poeta latino Beaulien, el polígrafo Goulard, el humanista Sarracín.
     En Witemberga así como en Ginebra la reforma, que jamás comprendió los instintos populares, rompió todas las imágenes materiales del culto: pero en Witemberga una vez enseñoreada del templo católico, se puso a levantar las estatuas, a restaurar los cuadros y a componer las vidrieras temiendo ser acusada de vandalismo. En Ginebra para dar gusto a Calvino hizo pintar las paredes de la catedral, vendió las estatuas, é hizo quemar los cuadros.
     Calvino jamás comprendió el arte. En vano buscaréis en todos sus escritos una lágrima de poesía. Es verdad que en algún tiempo ensayó el hacer versos latinos, pero ¡qué versos! Legó sus tendencias prosaicas a su nueva patria. Sí Ginebra hubiera permanecido fiel al catolicismo, ¡qué brillante puesto no ocuparía en el día en la historia literaria! En el siglo XVI continuamente estaba recibiendo las visitas de numerosos italianos. ¿No parece natural que estas imaginaciones meridionales, tan apasionadas por sus normas, debían despertar a las orillas del Leman el culto de las musas? Pero en el momento en que tocaban las riberas del lago, cesaban por sí mismas de cantar. La atmósfera de teología que fluctua por todas partes, hasta el interior de las familias, ahoga en sí todos los gérmenes poéticos que aportaron de Roma ó de Florencia. Por necesidad tienen que ponerse a disputar. Se mezclan las dos sangres, sangre pesada y espesa que no pueden vivificar ni las armonías del mundo musical, ni las fantasías del mundo ideal, ni las maravillas del mundo material. Antes de morir legó Calvino a su país de adopción una manía de controversia que los refugiados se vieron obligados a sufrir. Nacionales y extranjeros gastan su inteligencia en la investigación de problemas autológicos, tan obscuros como esas especulaciones escolásticas que tanto se vituperaban a los religiosos de la edad media. Estos problemas se agitan en el colegio, en el consistorio y en las casas particulares. Ginebra rodeada de tesoros antiguos no se atreve a tocar a ellos. Todos los manantiales de emociones intelectuales fueron agotados por Calvino. Prohibe al alma ocuparse de la forma visible, porque podría caer en la idolatría: de la pintura, para que no despierte en ella ideas falsas sobre la naturaleza divina; de la música, porque la sumergiría en sueños voluptuosos. Así se cumplía la sentencia formulada por Menzel contra el protestantismo sajón. «La reforma fué al principio un fuego devorador; después una aurora boreal, señal de enfriamiento.»
     La misma escuela exegética que Calvino creó en Ginebra produjo una reacción funesta sobre la cultura de los talentos. En la previsión de hostilidades por parte del catolicismo la reforma había continuado sus mezquinas colaciones del texto bíblico. Este trabajo de palabras no se habia hecho para enardecer la imaginación. En los libros santos no se estudiaba, ni la imágen, ni el tropo, ni la inspiración; se dejaba el oro por el plomo. Es necesario ver como se gozan esos teólogos cuando han quitado ó añadido un pié a una letra griega; anuncian esta buena fortuna, como nosotros los católicos, cuando en Roma Rafael pintó el cuadro de la transfiguración ó cuando Erasmo en Basilea acabó el prefacio de su San Jerónimo. No pidáis a todas esas inteligencias de los siglos XVI y XVII, procedentes de Calvino, ningunos descubrimientos históricos, científicos ó morales: creen haber cumplido con su tarea, después de emborronar algunas hojas de papel de glosas escriturarias, cuya idea es tan bárbara como las palabras. Esta ciudad, que se gloría de haber recibido en 1535 el don de la fe, no posee aun ni un solo libro ascético de algún valor. Después de prolijas investigaciones. Lerelier no
ha encontrado dignos de ser citados en este genero mas que el Mellificum simboli apostolici circa incarnationem, la apertura de los sellos del apocalipsis de San Juan, y la espada del gigante Goliath. Aun en el día, tal es la pobreza parenética a que la ha reducido Calvino, que se ve obligada a darnos la voz del pastor de nuestro cura montañes Regis; pero quitando todo lo que es de fe, todo lo que habla a la imaginación; los capitulos dogmáticos. Y si la divinidad de Cristo se niega en un libro de los ministros de la venerable compañia, un metodista, M. Malon, es el que se atreve a tomar la defensa.
     Todo mundo sabe que Ginebra, al proclamar que el calvinismo no es el cristianismo, se sustrajo del yugo doctrinal del reformador. Rehabilitando el libre examen se abre otro abismo, la anarquía religiosa, y se oyó una voz que grutaba a sus pastores: "vosotros habeis renegado de Cristo, y Cristo os reniega".
     Esta voz venía de Escocia.

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