Tema: Os manifiesto el evangelio (Gal 1, 11).
1. Como todo el oficio de hoy es de San Pablo, de él será también nuestra predicación. Saludemos a la Virgen María: Ave María.
La Santa Madre Iglesia celebra durante el año dos grandes solemnidades de San Pablo: la primera, su conversión, cuando se convirtió de su mala vida. En aquella fiesta es oportuno predicar sobre su vida virtuosa, pues decía él de si mismo: Vivo yo, pero no soy yo quien vive en mí, sino Cristo (Gal. II, 20). La segunda solemnidad es la de su martirio sufrido por Cristo y por la predicación del evangelio. Por eso os he propuesto el tema presente: Os manifiesto el evangelio.
2. La primera cuestión que se nos plantea acerca de los dos apóstoles es la siguiente: ¿Quién de los dos fué mayor y más excelente? A esta cuestión hay que responder con una distinción: estos benditos y gloriosos apóstoles, Pedro y Pablo, pueden considerarse de tres maneras, a saber: según la condición apostólica, según la jerarquía eclesiástica y según la predicación evangélica.
Si los comparamos según la condición apostólica, hay que decir que no es mayor el uno que el otro, ni más excelente, sino que son iguales. Porque ambos fueron apóstoles de Jesucristo. Así como todos los presbíteros son iguales, por lo que se refiere a la consagración de la Eucaristía, del mismo modo son iguales Pedro y Pablo. Pedro fué el primer elegido por apóstol, y el último fué Pablo. Esta condición apostólica la da Dios a los dos por igual, como si Cristo dijera a Pedro: Quiero dar a este último [a Pablo] lo mismo que a ti (Mt. XX, 14), en lo que mira al apostolado. Esta es la primera distinción.
3. Si hablamos de la jerarquía eclesiástica. San Pedro es mayor que Pablo, pues el papa es mayor que el legado. San Pedro fué apóstol de Cristo, papa universal y vicario de Cristo, al cual dijo el Señor: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (lo. I, 42). La palabra Cefas, en griego quiere decir capitán, o mayor que los demás. San Pablo fué apóstol de Cristo y legado, pues podía crear obispos en todo el mundo y dar otros beneficios. Por eso dice: Somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros (2 Cor. V, 20). Si Pedro fué papa por su jerarquía eclesiástica, y Pablo fué sólo legado, está claro que, en este aspecto, Pedro fué mayor que Pablo.
Si hablamos de la predicación evangélica, Pablo fué más excelente y más fecundo que Pedro y que los demás apóstoles en su ardiente predicación. Por eso puede decir nuestro tema: Os manifiesto el evangelio. Porque a él pertenece anunciarlo de manera más excelente, pues fué el mayor en la predicación evangélica.
4. Yo encuentro, según reza el tema, que la predicación de Pablo tuvo tres excelencias sobre la predicación de los demás:
Primera: Fué más amplia y abundante.
Segunda: Fué más clara y luminosa.
Tercera: Fué más larga y más operante.
5. La predicación de San Pablo fué más amplia y abundante que la de los demás apóstoles. Después de la recepción del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, cada apóstol recibió una porción de tierra para predicar el evangelio. Pedro marchó a Judea y a Antioquía; Juan a Frigia; Mateo a Etiopía; Santiago el Mayor a España; etc. Es decir, su predicación estaba delimitada por las regiones. Pero Pablo no recibió una región limitada, sino que iba por todo el mundo, y durante treinta y siete años fué de ciudad en ciudad, de región en región, predicando sin descanso. He aqui por qué su predicación fué más amplia y abundante: porque no se limitó a una región determinada, sino que lo abarcaba todo. Por eso se dice en la colecta de su fiesta: "¡Oh Dios, que adoctrinaste al mundo entero por la predicación de San Pablo!..." Fíjate en una cosa grande y maravillosa: todos los apóstoles, Pedro, Juan, Bartolomé, etc., cuando llegaban a una ciudad para predicar la fe de Cristo, recibían provisión de sus habitantes, pues Cristo había dicho: El obrero es digno de su salario (Lc. X, 7). Pero de San Pablo dice la Escritura que tenía el oficio de fabricante de lonas (Act. XVIII, 3). Sabía hacer cuerdas y tejer, y con ello se procuraba el alimento. A ciertas horas del día trabajaba con alguien de su mismo oficio; otros ratos se dedicaba a la predicación; y después, a la oración. Por eso dice de sí mismo: No he codiciado plata, oro o vestidos de nadie. Vosotros sabéis que a mis necesidades y a las de los que me acompañan han suministrado estas manos (Act. XX, 33-34).
6. Y porque predicaba la fe de Cristo, contra la orden del emperador Nerón, fué azotado en las ciudades; mas no por eso dejaba la predicación. Viendo los ministros del emperador tal fortaleza en Pablo, lo encerraron en el lago de los leones; pero los feroces animales no le dañaron, sino que le lamían los pies. Así sufrió muchas injurias y muchos vituperios por el nombre de Cristo y por la predicación. ¿No os parece, pues, que su predicación fué muy amplia y fecunda, más que la de los otros apóstoles? Pablo cumplió mejor que nadie el mandato que Cristo dió a sus apóstoles poco antes de subir a los cielos: Id por el mundo universo y predicad el evangelio a toda criatura (Mc. XVI, 15).
7. En esta frase evangélica hay tres cláusulas que indican a los predicadores el programa que deben seguir. Primera: Id por el mundo universo. Pues si el sol estuviera quieto en un lugar, no daría calor al mundo: una parte se quemaría y la otra estaría fría. El sol recorre todo el mundo, iluminando, calentando y haciendo germinar y fructificar. Del mismo modo, los buenos religiosos de vida apostólica deben ir por todo el mundo. Tengan cuidado, no se lo impida el afán de comodidad; vayan por el mundo entero: iluminando en la fe católica, calentando en la caridad y haciendo fructificar en las obras de misericordia. Cuanto más delicado y excelente es un manjar, tanto más ha de ser removido en la olla, para que no se adhiera a sus paredes. Así también, si alguien es delicado en la devoción y excelente en la ciencia y estimable por su predicación, es necesario que se traslade de un lugar a otro, y así no se adherirá, porque si recibe familiaridad de alguna hija espiritual o de algunas otras personas, perderá la devoción y pensará: Ya que he de permanecer aquí, necesito una celda o granero para guardar el grano, el vino, etc. De este modo, por las familiaridades, se pegará a la olla y se quemará, pues el amor que debía poner en Dios lo pone en las creaturas. Mas cuando la predicación le obliga a trasladarse, no recoge dinero ni cosas semejantes, pues llevaría la muerte consigo, ya que los salteadores caerían sobre él; ni adquiere familiaridades ni se preocupa de graneros. Por eso dice: Id por el mundo universo. Oseas dice de modo figurado: Efraím es como torta a la que no se dió vuelta. Los extraños devoran su sustancia sin que él se dé cuenta; ya tiene canas, sin que él lo haya advertido (Os. VII, 8).
8. Dice Efraím, es decir, persona alta y crecida, persona que crece en la ciencia, devoción o excelente predicación. Dice que es como torta entre las cenizas, a la que no se dió vuelta: por una parte está quemada y por la otra está cruda. Así le ocurre a la persona que tiene una vida excelente y no cambia de lugar: se enfría en el amor de Dios y se quema en el del mundo. ¿Qué sigue? Los extraños devoran su sustancia. Tenía un puesto en la mesa de Dios, y comenzó a abandonar al Señor, perdió la devoción y las lágrimas de compunción y, poco a poco, fué hundiéndose en la tierra.
La Santa Madre Iglesia celebra durante el año dos grandes solemnidades de San Pablo: la primera, su conversión, cuando se convirtió de su mala vida. En aquella fiesta es oportuno predicar sobre su vida virtuosa, pues decía él de si mismo: Vivo yo, pero no soy yo quien vive en mí, sino Cristo (Gal. II, 20). La segunda solemnidad es la de su martirio sufrido por Cristo y por la predicación del evangelio. Por eso os he propuesto el tema presente: Os manifiesto el evangelio.
2. La primera cuestión que se nos plantea acerca de los dos apóstoles es la siguiente: ¿Quién de los dos fué mayor y más excelente? A esta cuestión hay que responder con una distinción: estos benditos y gloriosos apóstoles, Pedro y Pablo, pueden considerarse de tres maneras, a saber: según la condición apostólica, según la jerarquía eclesiástica y según la predicación evangélica.
Si los comparamos según la condición apostólica, hay que decir que no es mayor el uno que el otro, ni más excelente, sino que son iguales. Porque ambos fueron apóstoles de Jesucristo. Así como todos los presbíteros son iguales, por lo que se refiere a la consagración de la Eucaristía, del mismo modo son iguales Pedro y Pablo. Pedro fué el primer elegido por apóstol, y el último fué Pablo. Esta condición apostólica la da Dios a los dos por igual, como si Cristo dijera a Pedro: Quiero dar a este último [a Pablo] lo mismo que a ti (Mt. XX, 14), en lo que mira al apostolado. Esta es la primera distinción.
3. Si hablamos de la jerarquía eclesiástica. San Pedro es mayor que Pablo, pues el papa es mayor que el legado. San Pedro fué apóstol de Cristo, papa universal y vicario de Cristo, al cual dijo el Señor: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (lo. I, 42). La palabra Cefas, en griego quiere decir capitán, o mayor que los demás. San Pablo fué apóstol de Cristo y legado, pues podía crear obispos en todo el mundo y dar otros beneficios. Por eso dice: Somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros (2 Cor. V, 20). Si Pedro fué papa por su jerarquía eclesiástica, y Pablo fué sólo legado, está claro que, en este aspecto, Pedro fué mayor que Pablo.
Si hablamos de la predicación evangélica, Pablo fué más excelente y más fecundo que Pedro y que los demás apóstoles en su ardiente predicación. Por eso puede decir nuestro tema: Os manifiesto el evangelio. Porque a él pertenece anunciarlo de manera más excelente, pues fué el mayor en la predicación evangélica.
4. Yo encuentro, según reza el tema, que la predicación de Pablo tuvo tres excelencias sobre la predicación de los demás:
Primera: Fué más amplia y abundante.
Segunda: Fué más clara y luminosa.
Tercera: Fué más larga y más operante.
5. La predicación de San Pablo fué más amplia y abundante que la de los demás apóstoles. Después de la recepción del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, cada apóstol recibió una porción de tierra para predicar el evangelio. Pedro marchó a Judea y a Antioquía; Juan a Frigia; Mateo a Etiopía; Santiago el Mayor a España; etc. Es decir, su predicación estaba delimitada por las regiones. Pero Pablo no recibió una región limitada, sino que iba por todo el mundo, y durante treinta y siete años fué de ciudad en ciudad, de región en región, predicando sin descanso. He aqui por qué su predicación fué más amplia y abundante: porque no se limitó a una región determinada, sino que lo abarcaba todo. Por eso se dice en la colecta de su fiesta: "¡Oh Dios, que adoctrinaste al mundo entero por la predicación de San Pablo!..." Fíjate en una cosa grande y maravillosa: todos los apóstoles, Pedro, Juan, Bartolomé, etc., cuando llegaban a una ciudad para predicar la fe de Cristo, recibían provisión de sus habitantes, pues Cristo había dicho: El obrero es digno de su salario (Lc. X, 7). Pero de San Pablo dice la Escritura que tenía el oficio de fabricante de lonas (Act. XVIII, 3). Sabía hacer cuerdas y tejer, y con ello se procuraba el alimento. A ciertas horas del día trabajaba con alguien de su mismo oficio; otros ratos se dedicaba a la predicación; y después, a la oración. Por eso dice de sí mismo: No he codiciado plata, oro o vestidos de nadie. Vosotros sabéis que a mis necesidades y a las de los que me acompañan han suministrado estas manos (Act. XX, 33-34).
6. Y porque predicaba la fe de Cristo, contra la orden del emperador Nerón, fué azotado en las ciudades; mas no por eso dejaba la predicación. Viendo los ministros del emperador tal fortaleza en Pablo, lo encerraron en el lago de los leones; pero los feroces animales no le dañaron, sino que le lamían los pies. Así sufrió muchas injurias y muchos vituperios por el nombre de Cristo y por la predicación. ¿No os parece, pues, que su predicación fué muy amplia y fecunda, más que la de los otros apóstoles? Pablo cumplió mejor que nadie el mandato que Cristo dió a sus apóstoles poco antes de subir a los cielos: Id por el mundo universo y predicad el evangelio a toda criatura (Mc. XVI, 15).
7. En esta frase evangélica hay tres cláusulas que indican a los predicadores el programa que deben seguir. Primera: Id por el mundo universo. Pues si el sol estuviera quieto en un lugar, no daría calor al mundo: una parte se quemaría y la otra estaría fría. El sol recorre todo el mundo, iluminando, calentando y haciendo germinar y fructificar. Del mismo modo, los buenos religiosos de vida apostólica deben ir por todo el mundo. Tengan cuidado, no se lo impida el afán de comodidad; vayan por el mundo entero: iluminando en la fe católica, calentando en la caridad y haciendo fructificar en las obras de misericordia. Cuanto más delicado y excelente es un manjar, tanto más ha de ser removido en la olla, para que no se adhiera a sus paredes. Así también, si alguien es delicado en la devoción y excelente en la ciencia y estimable por su predicación, es necesario que se traslade de un lugar a otro, y así no se adherirá, porque si recibe familiaridad de alguna hija espiritual o de algunas otras personas, perderá la devoción y pensará: Ya que he de permanecer aquí, necesito una celda o granero para guardar el grano, el vino, etc. De este modo, por las familiaridades, se pegará a la olla y se quemará, pues el amor que debía poner en Dios lo pone en las creaturas. Mas cuando la predicación le obliga a trasladarse, no recoge dinero ni cosas semejantes, pues llevaría la muerte consigo, ya que los salteadores caerían sobre él; ni adquiere familiaridades ni se preocupa de graneros. Por eso dice: Id por el mundo universo. Oseas dice de modo figurado: Efraím es como torta a la que no se dió vuelta. Los extraños devoran su sustancia sin que él se dé cuenta; ya tiene canas, sin que él lo haya advertido (Os. VII, 8).
8. Dice Efraím, es decir, persona alta y crecida, persona que crece en la ciencia, devoción o excelente predicación. Dice que es como torta entre las cenizas, a la que no se dió vuelta: por una parte está quemada y por la otra está cruda. Así le ocurre a la persona que tiene una vida excelente y no cambia de lugar: se enfría en el amor de Dios y se quema en el del mundo. ¿Qué sigue? Los extraños devoran su sustancia. Tenía un puesto en la mesa de Dios, y comenzó a abandonar al Señor, perdió la devoción y las lágrimas de compunción y, poco a poco, fué hundiéndose en la tierra.
Y con esto respondo a una pregunta: ¿Por qué los religiosos se cambian cada año de convento en convento? Porque es necesario removerlos con el báculo del prelado, como a manjares delicados, para que no se adhieran a la tierra adquiriendo familiaridades.
9. La segunda cláusula de la frase evangélica dice: Predicad el evangelio. No dice que prediquemos Ovidio, Virgilio y Horacio, sino el evangelio. Toda la sagrada Escritura es el evangelio, o figurativo, o figurado y claro. ¿Sabéis por qué mandó predicar el evangelio? Porque las otras doctrinas no tienen el fin unido con su principio. En un canal el agua no puede subir más alta que el nivel de la fuente de donde procede, porque no tiene fuerza para más. Así ocurre con la doctrina de los poetas. ¿De dónde nace? ¿No sale del entendimiento humano? Por tanto, no puede hacer subir al cielo. Y tú, que predicas solamente la doctrina de los poetas, serás siempre terreno. La doctrina evangélica, que viene del cielo, hace subir al cielo a la persona que predica y a la que la practica. Por eso dice el Señor: El agua que yo le daré se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna (lo. IV, 14). Por tanto, predicad el evangelio. Predicar la doctrina de los condenados es condenación. Dice San Jerónimo que Aristóteles y Platón están en el infierno. Toma, pues, la doctrina de Cristo que conduce a la vida, toma la Biblia, que se llama libro de la vida; los libros de los poetas son libros de muerte.
9. La segunda cláusula de la frase evangélica dice: Predicad el evangelio. No dice que prediquemos Ovidio, Virgilio y Horacio, sino el evangelio. Toda la sagrada Escritura es el evangelio, o figurativo, o figurado y claro. ¿Sabéis por qué mandó predicar el evangelio? Porque las otras doctrinas no tienen el fin unido con su principio. En un canal el agua no puede subir más alta que el nivel de la fuente de donde procede, porque no tiene fuerza para más. Así ocurre con la doctrina de los poetas. ¿De dónde nace? ¿No sale del entendimiento humano? Por tanto, no puede hacer subir al cielo. Y tú, que predicas solamente la doctrina de los poetas, serás siempre terreno. La doctrina evangélica, que viene del cielo, hace subir al cielo a la persona que predica y a la que la practica. Por eso dice el Señor: El agua que yo le daré se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna (lo. IV, 14). Por tanto, predicad el evangelio. Predicar la doctrina de los condenados es condenación. Dice San Jerónimo que Aristóteles y Platón están en el infierno. Toma, pues, la doctrina de Cristo que conduce a la vida, toma la Biblia, que se llama libro de la vida; los libros de los poetas son libros de muerte.
10. La tercera cláusula del mandato evangélico dice: A toda criatura, es decir, de aquí para allá, no sólo en una ciudad ni a los grandes señores, sino también a los rústicos; no sólo a los ricos, sino también a los pobres. Dice el maestro Vicente que le duele mucho haber encontrado en Lombardía nueve valles poblados de herejes por faltarles los predicadores. En uno de estos lugares le dijeron: Hermano, hace treinta años que no ha venido aquí ningún fraile ni clérigo para instruirnos en la fe; vienen los herejes de lejanas tierras y nos predican sus errores, a los que nosotros resistiríamos si se nos predicara la doctrina evangélica. Por eso dice el Señor: A toda criatura, y en todo lugar. Jeremías, contemplando en espíritu esta escasez, se lamenta: Los pequeñuelos piden pan y no hay quien se lo parta (Lam. IV, 4). Los pequeñuelos son los rústicos, los sencillos, los pobres, los ignorantes y los herejes, que pidieron la doctrina evangélica y nadie se la daba. San Pablo extendió la doctrina evangélica por todo el universo. Por eso dice: Os manifiesto el evangelio.
11. En segundo lugar, digo que la predicación evangélica de San Pablo fué, entre todas las demás, clara y luminosa. Escuchadlo bien. Todos los otros apóstoles predicaban la doctrina que habían aprendido de labios de Cristo, pero no habían contemplado los misterios; San Pablo predicaba lo que había visto, porque fué arrebatado, real y verdaderamente, al cielo. Juan tuvo este arrobamiento en espíritu. Por eso dice San Pablo: El evangelio por mí predicado no es de hombre, pues yo no lo recibí o aprendí de los hombres, sino por revelación de Jesucristo (Gal. I, 11). Dice que no recibió el evangelio de un hombre, es decir, de un hombre mortal; lo recibió inmediatamente de Jesucristo, Dios y hombre, al que vió en su divinidad y gloria en la gloria celestial. Si se pregunta: ¿en dónde aprendió Pablo?, puede decirse que estudió en el cielo empíreo, en la escuela de los ángeles, durante los tres días que estuvo arrobado; y adquirió mayor sabiduría que Salomón o que todos los filósofos en toda la vida. El hombre se hace muy pronto maestro en el libro de la vida eterna. No hay que maravillarse, pues, si los rústicos, ignorantes o niños que nacen hoy y son bautizados y mueren después, cuando entran en la escuela de los ángeles y les muestra Dios el libro de la vida, tienen más ciencia que la Virgen María y que los santos doctores tuvieron en esta vida. Por tanto, buenas gentes, trabajad para ir a esta escuela, pues en un momento se llena el entendimiento de toda ciencia y no es necesario estudiar en el libro de los hombres. El libro de la vida sólo tiene dos páginas: la humanidad y la divinidad de Cristo. Cristo es el libro de la vida. Piensa ahora que si el niño recién nacido o el rústico que entra en el paraiso adquieren tanta ciencia en un momento, ¿qué diremos de San Pablo, que estuvo arrobado, por el poder de Dios, y estudió durante tres días y tres noches en el libro de la vida? ¡Oh, cuánta ciencia debió adquirir! Podía muy bien predicar con claridad.
12. Para que lo entendáis mejor os pondré un ejemplo, que derivará a la práctica. Mira, si un hombre rico edificara una casa valorada en diez mil francos, y llegara un amigo suyo de ultramar, invitado por él, le mostraría toda la casa, explicándole: Habéis de saber, amigo mío, que durante vuestra ausencia he construido esta casa. Esta es la habitación donde yo duermo; estas otras son las de mis hijos, y aquellas son las de mis escuderos. Mira, aquí está la cocina, allá el establo, y más allá los graneros, etc.
Así hizo Cristo con San Pablo, a quien mostró toda la casa del paraíso. ¡Qué hermosa es aquella mansión! Si alguien pudiera asomar la cabeza por una ventana para ver la hermosura del paraíso, estaría cien años sin comer ni beber, maravillosamente consolado, aun sin ver a Cristo ni a la Virgen María, con sólo la belleza del cielo. Canta el profeta: ¡Oh Israel!, ¡cuan grande es la casa de Dios y cuan vasto es su dominio! Es muy grande y no tiene término (Bar. III, 24). Todo el mundo es como un punto, comparado con la extensión del paraíso, el menor de cuyos aposentos es mayor que diez reinos. No hay de qué maravillarse, pues una estrella es mayor que toda España.
Ahí tenéis cómo le mostró el Señor el palacio del cielo.
15. Por eso, cuando Pablo vió todas estas cosas, contempló una preciosa cátedra en la que estaba Cristo sentado, sobre todos los órdenes de ángeles. Vió otra silla a su lado, y preguntó: Señor, ¿quién se sentará aquí? Y el Señor le respondió: Sobre todos los órdenes de ángeles estará mi Madre, y será colocada en esta silla. ¡Qué alta y gloriosa es aquella por cuyas preces vive el mundo! Así canta la Iglesia: Fue exaltada la Madre de Dios sobre los coros de ángeles a los reinos celestiales. Después de todo esto vió Pablo la divina esencia. Y cuando volvió en sí los apóstoles creyeron que había estudiado en la escuela del cielo, y le preguntaron: ¿De dónde vienes? A lo cual respondió: Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años —si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé; Dios lo sabe— fué arrebatado hasta el tercer cielo... Y sé que este hombre fué arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que el hombre no puede decir (2 Cor. XII, 2-4). La sagrada Escritura no hace mención sino de tres cielos: el firmamento, el acuoso o cristiano y el cielo empíreo. San Pablo contempló por sus propios ojos los secretos del tercer cielo y los enseñó a las gentes. Luego su doctrina fué más clara que la de los demás. Por eso dice el tema: Os anuncio el evangelio.
11. En segundo lugar, digo que la predicación evangélica de San Pablo fué, entre todas las demás, clara y luminosa. Escuchadlo bien. Todos los otros apóstoles predicaban la doctrina que habían aprendido de labios de Cristo, pero no habían contemplado los misterios; San Pablo predicaba lo que había visto, porque fué arrebatado, real y verdaderamente, al cielo. Juan tuvo este arrobamiento en espíritu. Por eso dice San Pablo: El evangelio por mí predicado no es de hombre, pues yo no lo recibí o aprendí de los hombres, sino por revelación de Jesucristo (Gal. I, 11). Dice que no recibió el evangelio de un hombre, es decir, de un hombre mortal; lo recibió inmediatamente de Jesucristo, Dios y hombre, al que vió en su divinidad y gloria en la gloria celestial. Si se pregunta: ¿en dónde aprendió Pablo?, puede decirse que estudió en el cielo empíreo, en la escuela de los ángeles, durante los tres días que estuvo arrobado; y adquirió mayor sabiduría que Salomón o que todos los filósofos en toda la vida. El hombre se hace muy pronto maestro en el libro de la vida eterna. No hay que maravillarse, pues, si los rústicos, ignorantes o niños que nacen hoy y son bautizados y mueren después, cuando entran en la escuela de los ángeles y les muestra Dios el libro de la vida, tienen más ciencia que la Virgen María y que los santos doctores tuvieron en esta vida. Por tanto, buenas gentes, trabajad para ir a esta escuela, pues en un momento se llena el entendimiento de toda ciencia y no es necesario estudiar en el libro de los hombres. El libro de la vida sólo tiene dos páginas: la humanidad y la divinidad de Cristo. Cristo es el libro de la vida. Piensa ahora que si el niño recién nacido o el rústico que entra en el paraiso adquieren tanta ciencia en un momento, ¿qué diremos de San Pablo, que estuvo arrobado, por el poder de Dios, y estudió durante tres días y tres noches en el libro de la vida? ¡Oh, cuánta ciencia debió adquirir! Podía muy bien predicar con claridad.
12. Para que lo entendáis mejor os pondré un ejemplo, que derivará a la práctica. Mira, si un hombre rico edificara una casa valorada en diez mil francos, y llegara un amigo suyo de ultramar, invitado por él, le mostraría toda la casa, explicándole: Habéis de saber, amigo mío, que durante vuestra ausencia he construido esta casa. Esta es la habitación donde yo duermo; estas otras son las de mis hijos, y aquellas son las de mis escuderos. Mira, aquí está la cocina, allá el establo, y más allá los graneros, etc.
Así hizo Cristo con San Pablo, a quien mostró toda la casa del paraíso. ¡Qué hermosa es aquella mansión! Si alguien pudiera asomar la cabeza por una ventana para ver la hermosura del paraíso, estaría cien años sin comer ni beber, maravillosamente consolado, aun sin ver a Cristo ni a la Virgen María, con sólo la belleza del cielo. Canta el profeta: ¡Oh Israel!, ¡cuan grande es la casa de Dios y cuan vasto es su dominio! Es muy grande y no tiene término (Bar. III, 24). Todo el mundo es como un punto, comparado con la extensión del paraíso, el menor de cuyos aposentos es mayor que diez reinos. No hay de qué maravillarse, pues una estrella es mayor que toda España.
Ahí tenéis cómo le mostró el Señor el palacio del cielo.
15. Por eso, cuando Pablo vió todas estas cosas, contempló una preciosa cátedra en la que estaba Cristo sentado, sobre todos los órdenes de ángeles. Vió otra silla a su lado, y preguntó: Señor, ¿quién se sentará aquí? Y el Señor le respondió: Sobre todos los órdenes de ángeles estará mi Madre, y será colocada en esta silla. ¡Qué alta y gloriosa es aquella por cuyas preces vive el mundo! Así canta la Iglesia: Fue exaltada la Madre de Dios sobre los coros de ángeles a los reinos celestiales. Después de todo esto vió Pablo la divina esencia. Y cuando volvió en sí los apóstoles creyeron que había estudiado en la escuela del cielo, y le preguntaron: ¿De dónde vienes? A lo cual respondió: Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años —si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé; Dios lo sabe— fué arrebatado hasta el tercer cielo... Y sé que este hombre fué arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que el hombre no puede decir (2 Cor. XII, 2-4). La sagrada Escritura no hace mención sino de tres cielos: el firmamento, el acuoso o cristiano y el cielo empíreo. San Pablo contempló por sus propios ojos los secretos del tercer cielo y los enseñó a las gentes. Luego su doctrina fué más clara que la de los demás. Por eso dice el tema: Os anuncio el evangelio.
16. Digo, en tercer lugar, que la doctrina y predicación de San Pablo fué mas larga y operante. Lo cual se manifiesta de la manera siguiente. Todos los demás apóstoles terminaron su predicación con la muerte; Pablo predicó durante 37 años en vida, y predicó también después de su muerte. Por tanto, fue más larga su predicación y más operante.
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