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viernes, 11 de octubre de 2013

CAPITULO PRIMERO DEL BAUTISMO (II)

Artículo II
De los niños recién nacidos.
     9. Administración pronta. 10. Señales de urgencia. 11. Estado de muerte aparente. 12. Bautismo condicionado y reanimación de los niños: diversos procedimientos

9. Administración pronta.
     Solicita la Iglesia del bien espiritual de los hombres, quiere y manda que a los recién nacidos de padres católicos no se les difiera la administración del bautismo, por lo mismo que la debilidad propia de su naturaleza constituye un peligro de que cualquier accidente inesperado pueda apagar la tenue llama de su existencia. Y así dispone que cuanto antes se les bautice (C. D. C. can. 770). Ese breve tiempo suelen determinarlo más concretamente las disposiciones particulares de las diócesis (Las Sinodales de la diócesis de Sigüenza de 1918 (constit. 265) mandan que no difiera el bautismo más de ocho días. El mismo plazo ponen las Sinodales de Madrid-Alcalá (c. 197). ¡Y cuántos desgraciados niños mueren con la mancha original, víctimas de la desidia de sus progenitores, más solícitos del aparato externo en que prevalece la satisfacción de su vanidad o la paga a miramientos mundanos, que del bien espiritual y eterno de sus propios hijos! Conquista es ésta del materialismo. Hay que reconquistar aquella práctica antigua que, acorde con los mandatos de la Iglesia, consistía en llevar los recién nacidos sin pérdida de tiempo al templo para ser regenerados con el agua bautismal.
     Si no pueden ser llevados al templo para la administración del bautismo solemne, quiere la Iglesia —consecuente con el criterio expuesto— que, en caso urgente, se proceda al bautismo privado en cualquier lugar y tiempo (
Cán. 771 y 773). Si la Iglesia prescinde de sus ritos y ceremonias en caso urgente, ¿no estará puesto en razón que los padres en todo tiempo hagan mayor aprecio de la gracia santificante que al alma por el bautismo se le confiere, que de los convites y festines que ningún valor intrínseco tienen? Ya ven, pues, nuestros lectores médicos cuál debe ser su norma de conducta cuando ellos se vean en el trance, que deben aceptar con gozo, de ser ellos los ministros del bautismo: administrarlo cuanto antes.

     10. Señales de urgencia.
     Pero ¿cómo se conocerá que el niño está en peligro de muerte y que se le debe administrar el bautismo sin dilación?
     Respetuosos con la función médica —a ella, pues, incumbe dictaminar técnicamente sobre la urgencia—, no intentamos abordar de lleno este punto, que rebasa nuestra competencia. Pero en gracia a los profanos que nos lean, resumiremos las causas que justifican la urgencia para conferir el bautismo en la casa donde nació el niño o en cualquier sitio donde uno de los síntomas o causas se presenten o se conozcan. Las principales señales de peligro son: , si el infante nace sin vagidos ni lágrimas o llora con voz muy tenue; , si respira débilmente; , si aparece amoratado, particularmente en la cara y en la cabeza; , si el parto ha sido muy laborioso o ha habido necesidad de maniobras determinantes de sufrimiento y fatiga; , si tiene el cráneo muy blando y las suturas demasiado abiertas, u otras partes separadas. Así las exponía Cangiamila en su clásica obra Embriología Sagrada (
Libro IV, cap. IV,  2. Madrid, 1774), y las admite Capellman (Medicina pastoral, pág. 245. Barcelona, 1913, traducción española. Este las copia de Scavini quien, a su vez, las tomó de Cangiamila. Cuando el peligro es inminente, se puede conferir el bautismo sin necesidad del consentimiento de los padres. Esto se entiende cuando es tal el peligro, que se prevé con mucho fundamento que morirá el niño antes del uso de la razón (can. 750). De ahí que cuando el feto no es viable, siempre se puede administrar el bautismo sin dicho consentimiento). «Es indudable —dice el doctor Capellman— que a los recién nacidos que parecen muertos o de quienes se teme fundadamente que pronto morirán, se les puede conferir el bautismo en casa tan pronto como nacen, o, a lo menos, poco después, por razón de la necesidad, para no exponerlos a peligro de morir sin él.» Si no aparece tan clara la causa que motiva la necesidad, sino que hay duda, entendemos que la solución debe ser favorable a la urgencia, en atención a la necesidad del bautismo de que ya hemos hablado. El temor a la frialdad de la iglesia o del agua bautismal puede obviarse con las debidas precauciones. El agua puede templarse.

11. El estado de muerte aparente.
      Otro motivo que reclama la intervención del médico o profesora en partos, de un modo especial, es el estado de muerte aparente en que algunas veces nacen los niños, sobre todo en partos dificultosos. Tan importante es este punto, que conviene llamar la atención—una vez más sobre la obligación de los técnicos y de los que no lo son, pero tienen parte en el deber solidario de procurar la salvación de los niños mediante el bautismo. Es un hecho averiguado por la razón, por la experiencia y el juicio de los mejores autores, el estado de muerte aparente. La vida puede subsistir sin respiración y sin circulación, al menos en apariencia; en los árboles y animales vemos ejemplos de semejantes fenómenos. El autor clásico en esta materia, ya citado, Cangiamila, que vivió y escribió en Sicilia en la primera mitad del siglo XVIII, dedica muchas páginas de su conocida obra Embriología Sagrada (Principalmente el capítulo IX del libro III) a tratar de este asunto, suministrando testimonios de autores y citas abundantes de hechos muy comprobados, de los que saca la conclusión de que es más frecuente de lo que a primera vista parece el estado de muerte aparente en los recién nacidos, en el que están muy expuestos a caer, sobre todo en los abortos y partos trabajosos. 
     «Adviértase, dice, que las señales ordinarias de muerte, como son faltar el pulso, la respiración, la sensación, nada concluyen en un niño que nace, porque pueden mirarse como efecto de una asfixia, a no ser que otras señales más claras prueben lo contrario. Tal seria la corrupción, la cual es como el único indicio de una muerte real.» Con todo, «es necesario distinguir, añade más adelante, el mal olor que proviene de los líquidos corrompidos de la madre, del olor cadavérico que puede provenir del niño. También se debe distinguir la putrefacción resolutiva, que es la única propia de cuerpo muerto de la que está seca, o de la gangrena húmeda, en la que las partes afectas están rotas, pues ésta se halla hasta en los cuerpos vivos. Es preciso también observar que el color amoratado con que nacen alguna vez los niños no indica por lo común que hayan comenzado a corromperse, pues suele ser consecuencia de la opresión que el niño ha experimentado en el útero o de los esfuerzos que ha hecho para nacer».
     Con posterioridad a Cangiamila han sido muchos los médicos y moralistas que han corroborado con su experiencia y testimonio esta misma opinión. El médico de Gerona doctor Viader y Payrachs (
Discurso médico-moral de la información del feto por el alma desde su concepción y administración de su bautismo, págs. 190 y sigs. (Gerona, 1785), citado por el Padre Ferreres en su obra La muerte real y la muerte aparente, pág. 24. Barcelona. 1930) escribe: «Es positivo que, aunque el feto no parezca vivo por estar falto de respiración, pulso, etc., como no sea corrompido o gravemente lastimado por la compresión, contusión y otra fatal circunstancia que acontezca en el trabajoso parto, podemos, con gravísimos fundamentos, sospechar ser aún vivo.» El Padre Ferreres, en la obra que citamos en la nota, aduce un gran número de testimonios de escritores médicos modernos que abundan en el mismo parecer y refieren hechos de incuestionable autenticidad que lo comprueban. Entre otros están el doctor Icard, médico legista marsellés (La mort reelle et la mort apparente, parte II, cap. VI, art. 19. Paris, 1897), y el doctor Varigny (Mort véritable y fausse mort, págs. 173 y sigs. París. 1929). Este último escribe sobre los muchos recién nacidos que vienen al mundo en estado de muerte aparente y que pueden ser vueltos a la vida después de dos, tres, cuatro días, y aun después de ser enterrados. Algunos piensan que las tentativas para volverlos a la vida sólo deben hacerse con aquellos cuyos latidos del corazón se perciben; pero Varigny dice que la vida latente es posible, en especial en los recién nacidos, después de muchas horas y, más aún, sin que se perciba ningún latido del corazón. 

     12. Bautismo condicionado y reanimación de los niños.
     De lo expuesto despréndense dos consecuencias: una, referente al orden espiritual, y otra, a la vida material del recién nacido.
     Primera. Si al niño, aunque aparentemente muerto, se le sorprende, por un atento observador, el más leve latido del corazón u otra señal de que ciertamente vive, debe serle administrado el bautismo en forma absoluta, sin pérdida de momento. Pero si ninguna señal de vida se percibe, con tal que no haya ninguna de que ciertamente está muerto prácticamente sólo se puede tener como tal la corrupción, el bautismo se confiere bajo condición («si vives, yo te bautizo», etc.). La razón es que los niños, como es lógico, no necesitan poner de su parte ninguna disposición para recibir con fruto el Sacramento del bautismo, y, por tanto, si viven y no lo han recibido, es cierto que lo reciben válidamente, y sus almas se salvan. Por otra parte, la forma de administrarle mientras exista duda sobre la vida de los niños, debe ser condicionada, toda vez que los Sacramentos sólo están instituidos por Jesucristo para los hombres que viven, no para los difuntos. Piensen en esta doctrina los médicos, parteras y cuantas personas puedan hallarse en condiciones de administrar el bautismo a recién nacidos, y vean cuán fácilmente pueden y deben abrir las puertas del cielo a estas almas infantiles que, de otro modo, se verán privadas de ver a Dios.
     Segunda.—Se refiere a la obligación que tienen los médicos principalmente de poner a contribución los recursos de la ciencia para reanimar al niño que no presenta señales enteramente claras de muerte.
     A este fin, han sido muchas las industrias de que la Medicina se ha valido. Hasta los tiempos modernos, las más usuales refiérelas Cangiamila (
Ob. cit , pág. 239): introducir aire caliente en los pulmones, chupar el pezón izquierdo, hacer cosquillas en las plantas de los pies, bañar al niño hasta el cuello o la aspersión con agua fría, quemar junto a él su plancenta, las parias y secundinas sin cortar el cordón umbilical; inspirar humo de tabaco en los intestinos con una caña de pipa. «Las comadres de Sicilia —añade el citado autor, y lo traemos sólo como dato de ilustración— ponen el pico de una gallina viva en el intestino recto del niño; lo que no se debe extrañar, pues se han visto niños que han vuelto después de tres o cuatro horas de semejante operación.» Los casos que aduce en que dieron resultado estos procedimientos son numerosos.
     Los autores modernos proponen otras maniobras que brevemente vamos a indicar tomándolas de la nunca bien celebrada obra del P. Ferreres, La muerte real y la muerte aparente (
Cfr. números 101-102 y los 27, 30 y 35).
     Ocupa entre ellas el primer lugar el de las tracciones rítmicas de la lengua, debido al doctor Laborde (
Les tractions rythmées de la langue. París, 1897). Con él se puede conseguir la reanimación del supuesto muerto; pero si el resultado es negativo, después de empleado el procedimiento durante un período medio de tres horas o más, constituye un signo cierto de la muerte real. Conviene prolongar —dice el mismo— el límite indicado, duplicando y aun triplicando esta duración. Como es el procedimiento que está tal vez más al alcance de personas no técnicas, esbozaremos el modo de emplearle: se coge la lengua entre el dedo pulgar y el índice; se ejercitan fuertes tracciones una y otra vez, sucesivamente y con ritmo, imitando los movimientos rítmicos de la respiración (Antonelli, ob. cit., núm. 993). Es conveniente realizar quince, veinte o más tracciones por minuto. Si el procedimiento no da resultado positivo alguno, aconseja Varigny que no se tenga como señal cierta de muerte, en contra del parecer de Laborde.
     A las tracciones rítmicas de la lengua unió el doctor Sylvester (
Cfr. Ferreres, ob. cit., núm. 102) las tracciones rítmicas de los brazos. Conviene, pues, al mismo tiempo que las tracciones de la lengua se verifican, que otro operador, arrodillado a la cabeza del paciente, coja los antebrazos y realice los movimientos de abajo arriba, hacia la cabeza, diez o quince veces cada minuto Se puede estimular la circulación frotando el cuerpo o golpeándolo con una toalla humedecida.
     El doctor Panyerek, de Praga, ha descubierto otro procedimiento, al parecer más sencillo y fácil que el de Laborde. Consiste en tomar la nariz del aparentemente muerto con toda la mano, bien desnuda, bien valiéndose de una compresa empapada en agua o vinagre, y tirar enérgicamente de la nariz, ya hacia arriba, ya hacia abajo, siguiendo el ritmo de la propia respiración (
Cfr. Ferreres, ob. cit., núm. 102 b)—El mismo autor, núm. 33, trae también el caso referido por Le Monde Medícale (edición española, pág. 947) del año 1925, mes de octubre, en el que se usó la corriente de oxígeno sobre la superficie placentaria).     Al fisiologista inglés Schaefer se debe un método de respiración artificial, cuyo mecanismo parece exigir la intervención de persona experta.
     El doctor Varigny, antes citado, aconseja el empleo de la fluoresceína para ver si el recién nacido se halla en estado de muerte aparente, y las inyecciones de adrenalina en las cavidades del corazón, para volverle a la vida. Cosa ésta que, como se ve, también exige la intervención de persona perita.
     Hay, por fin, un elemento imprescindible para triunfar, y es la perseverancia. Recomiéndala con insistencia Cangiamila, quien asegura saber que «ha sido recompensada varias veces con los más felices éxitos». Y el doctor Sorre, citado por Ferreres (ob. cit. núm. 35), coincide con estos términos, después de referir un caso:
     «Sirva esto de ejemplo a la mayor parte de los médicos que asisten a los partos, los cuales, cuando un niño viene al mundo sin dar señales de vida, hacen durante algunos minutos solamente algunos esfuerzos insuficientemente prolongados para hacerle respirar. ¡Cuántos niños que nacen en estado de muerte aparente serían vueltos a la vida si se pusiera para ello más persistente empeño!»


Excmo. y Rdmo. Sr. Dr. Luis Alonso Muñoyerro
MORAL MEDICA DE LOS SACRAMENTOS DE LAIGLESIA

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