16 DE OCTUBRE
INTRODUCCIÓN
Génesis y significado de la fiesta.
Mientras por la fiesta del purísimo Corazón de María ("¡Quam pulchra es, amica mea!« Cant. IV, 1), honramos sobre todo la santidad de los afectos de la Virgen, tomando así la virginidad en su raíz, la fiesta de este día es la exaltación de esta virginidad en sí misma y en sus privilegios. Débese dicha fiesta a las mismas reales instancias que obtuvieron la fiesta de la maternidad divina, y fue concedida por el mismo decreto de 1751. La fecha de su celebración está bien escogida. La fiesta de la pureza de María sigue a la de su maternidad. A la incomparable dignidad junta la incomparable hermosura, que, según expresión de los Padres, atrajo con sus encantos al Hijo de Dios al seno de una humana criatura, y completa, en cierto modo, la figura de María: María es la Virgen Madre (¡Cuán hermosa eres, amada mía!).
Plan de la meditación.
Deseosos de admirar, alabar e invocar a María, consideraremos la perfección de su virginidad, la hermosura y la realeza con que esta virginidad la adorna.
MEDITACIÓN
1.° Preludio.- Imaginemos la santa casa de Nazaret en el momento en que María hace profesión de su virginidad ante el ángel San Gabriel.
2.° Preludio- Pidamos instantemente la gracia de un verdadero entusiasmo por nuestra Madre y por su virginal hermosura.
I. PERFECCIÓN DE LA VIRGINIDAD DE MARIA
I. 1. La virginidad se extiende al alma y al cuerpo. Supone ante todo un propósito, una resolución inconmovible, o prácticamente, un voto, que es como el alma de la virginidad y da a su victoria sobre los sentidos un carácter triunfal. Supone, además, la integridad corporal, objeto o materia de este voto o propósito. Es verdaderamente Virgen la persona que ofrece a Dios el perpetuo sacrificio del supremo goce de los sentidos.
2. ¡Oh, cómo bajo todos estos aspectos llegó esta virginidad a su colmo en María!
a) El voto en primer lugar. Por su duración, abarcó la vida entera de la Santísima Virgen. Databa ya desde mucho tiempo cuando el ángel San Gabriel recibió su santa confidencia. Según piadosa tradición, María consagróse a Dios desde su más tierna infancia.
Por su fuerza, la resolución de María ni por un instante vaciló ante la perspectiva de renunciar a la divina maternidad.
¿Y quién dirá el alcance de este voto? Comprendía evidentemente la exclusión de todo afecto inferior, de todo placer carnal, de toda satisfacción sensual.
La intención de la Santísima Virgen, al hacer su voto, no nos ha sido directamente revelada; pero ¿sería engañarnos el asignarle el fin más levantado, el creerlo dictado por el más puro amor de Dios?
b) Luego la integridad corporal. Una acción milagrosa de Dios aseguró a esta integridad toda su plenitud. La Virgen Santísima estuvo exenta de estos involuntarios ardores de la concupiscencia, que, en los hijos de Adán, son consecuencia del pecado original; en María, los sentidos, dócilmente sumisos al espíritu, no se atrevían ni a la menor rebelión. Y cuando llegó a ser madre, los goces de la maternidad consagraron los de la virginidad.
II. La castidad correspondiente a nuestro estado, cualquiera que sea, se compone también de un alma, es decir, de una firme y noble intención que la inspira, y de una materia que ella preserva de la corrupción y la guarda pura para Dios.
1. ¿Es la castidad perfecta? Este vuelo de nuestra alma a Dios será tanto más sublime cuanto tienda a mayor altura, nos eleve más sobre los sentidos y sea más definitivo Sin añadir temerariamente nada a la obligación esencial, propongámonos en ella un motivo muy alto y aceptemos todas las consecuencias lógicas del deber que hemos sumido. En la amplia comprensión y en la práctica perfecta de nuestro voto encontraremos la nobleza, la seguridad, el mérito, la felicidad.
¿Es la castidad conyugal? También está realzada por la nobleza del motivo y la delicadeza de la fidelidad.
2. Sin que poseamos una milagrosa virtud en el cuerpo, no es menos cierto, que aun sobre esta parte material de la virtud ejercen nuestra vigilancia y circunspección una dichosa influencia. El cuidado de la sobriedad y la modestia previenen muy tristes rebeliones.
No olvidemos tampoco que el asalto dado contra la virtud es una prueba de la cual sale ésta mejor y más fuerte. ¿Cómo debemos portarnos en semejantes ocasiones? Procuremos no descorazonarnos ni abatirnos, a fin de asegurarnos una completa victoria.
II. BELLEZA DE LA VIRGEN MARIA
I. «Eres toda hermosa», exclama el divino esposo de los Cantares (IV, 7), como arrebatado por los inmaculados encantos de su espiritual esposa. María es por excelencia esta esposa. Nada falta a su ornato. El orden más perfecto reina en su interior: en su espíritu todas las aspiraciones son puras, santos los afectos todos de su corazón; manifiestas a todas las miradas sus más íntimas intenciones, lo mismo que sus menores acciones que nada tienen de vil, de bajo, de sospechoso; nada, en una palabra, indigno de ella. Nada de qué avergonzarse ante Dios, ni ante los ángeles, ni ante los hombres.
II. La perfecta belleza moral induce a evitar con los objetos todo contacto que pudiera mancharla. ¡Cuán lejos estamos tal vez de esta perfección! ¡Cómo nos ruborizaríamos si se revelasen nuestros secretos pensamientos! ¿Pero no están, a la verdad, patentes a Dios y a sus ángeles mientras aguardan estarlo ante el mundo entero?
Declaremos, pues, resueltamente la guerra a esta vil doblez. Este combate es uno de los mejores ejercicios de la vida espiritual. Rechacemos enérgicamente cuanto pudiera haber de vergonzoso en nuestras intenciones y en nuestras reflexiones. Tal vez nos costará algún esfuerzo; la lucha no será de un día; mas ¡cuánto sobrepujarán a los sacrificios, el honor y el regocijo que coronarán nuestra victoria!
III. REALEZA DE LA VIRGEN MARIA
I. Coloca el salmo XLIV junto a un Rey de varonil y deslumbradora belleza una Reina magnífica en la variedad de sus múltiples adornos, y esta Reina va acompañada de vírgenes atraídas hacia el Rey con gozo y alegría. Desde los tiempos primitivos han formado las vírgenes cristianas el espléndido cortejo de la Madre de Dios. Ya las pinturas de las Catacumbas parecen murmurar aquella invocación de la letanía: Reina de las vírgenes, ruega por. nosotros.
II. Dirijamos una mirada a ese cortejo. ¡Cuán brillante es en el cielo! Acá, en la tieira, el ejército de las vírgenes comprende aquellas almas que, en el silencio y obscuridad del claustro, se consumen lentamente por Dios: estos ángeles que, enamorados del sacrificio, se lanzan al socorro de todos los infortunios y de todas las necesidades; los sacerdotes dedicados al espiritual ministerio de los escogidos por Cristo. Estos campeones de la virginidad han sido, desde su origen, el orgullo de la Iglesia y siguen siendo su falange escogida. Mas no olvidemos: el mundo en que deben señalarse, repudia la pureza, desconoce su sublimidad, y ellos son débiles. Sería tanto más lamentable su caída cuanto es más glorioso su triunfo. ¡Ay, que en lugar de ser el ornamento y el gozo de la Iglesia, se exponen a ser su tristeza y su Vergüenza!
COLOQUIO
Conviértase aquí nuestra meditación en una ardiente súplica, y recorriendo lentamente los diferentes grupos de vírgenes, pidamos a su Reina que las conduzca hasta la morada del Rey, asegurando la perfección de su virginidad. Y dirigiéndonos a este mismo Rey, conjurémosle, con el Salmista, que ciña la guerrera espada y dispare sus flechas, no para destruir a los enemigos, sino para tocar el corazón de los que han jurado no amar sino a Él o por Él. Ave María.
R.P. Arturo Vermeersch S.I.
MEDITACIONES SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN
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