Tema: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt. IX, 13).
1. La fiesta de hoy es muy grande, si se piensa en la persona que se honra, que es apóstol, evangelista y mártir. Estas tres causas conjuntas hacen una fiesta muy grande. Predicaremos, pues, de San Mateo. Pero saludemos antes a la Virgen María: Ave María.
2. Las palabras del tema son de nuestro Señor Jesucristo. A primera vista parece que encierran una dificultad no pequeña, porque el Señor, que ama a los justos y buenos más que a los pecadores, dice: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Esta frase necesita explicación antes de entrar en la materia que quiero predicar.
Encuentro la misma diferencia entre el justo y el pecador, que entre estar cerca y lejos de Dios. El justo, bueno y temeroso de Dios, está tan cerca, que nada creado está tan cerca, ni la túnica, ni la camisa, ni la piel: más cerca está Dios. En el entendimiento, pues asi como el aire del mediodía está muy cerca de la luz, porque está todo iluminado por el sol, del mismo modo Dios está cerca del entendimiento del justo, iluminándolo; lo llena de divinidad, y no deja en él tinieblas de error ni oscuridad de falsas opiniones, de modo que los justos no se llaman "luminosos", sino "luz": Erais en otro tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor (Eph. V, 8), Vosotros sois la luz del mundo (Mt. V, 14). Está cerca de la voluntad por amor de caridad, pues así como se ve el fuego alrededor del hierro candente, del mismo modo la voluntad del justo está inflamada de divinidad para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a si mismo. Dios es caridad, y quien permanece en caridad en Dios permanece, y Dios en él (lo. IV, 17).
Dios está cerca de la vida del justo por su honestidad y su comportamiento. Pues asi como el color está cerca, íntimamente unido al paño, del mismo modo la persona justa está cerca o coloreada de santidad en presencia del Señor: en sus ojos humildes, en sus oídos, que escuchan la palabra de Dios; en sus manos, cuando las extienden en la oración; en su garganta, por la templanza; en su cuerpo, cuando lo afligen en memoria de la pasión de Cristo. Está claro que la persona justa está teñida de santidad en presencia de Dios. Tú. Señor, habitas en medio de nosotros, y tu nombre es invocado por nosotros (Ier. XIV, 9). Ahí tenéis cómo la persona justa está cerca de Dios. Por eso decía David: El Señor está cerca de cuantos le invocan, de todos los que le invocan de verdad (Ps. 144, 18).
3. Pero el pecador está lejos de Dios, no por distancia local, pues si así fuera se aniquilaría al momento; Dios dista del pecador con distancia formal. Dos paños unidos entre sí, basto uno y finísimo el otro, distan muchísimo, no por distancia material, sino por distancia formal. Dios dista infinitamente del pecador, por la diferencia que existe entre tanta santidad y tanta iniquidad. Por eso dice David: Muy lejos está de los impíos la salvación, porque no buscan tus mandamientos (Ps. 118, 155). Queda, pues, manifiesto que los justos están cerca de Dios y los pecadores muy lejos. Es evidente que no se llama al que está cerca, sino al que está lejos. Por eso decía el Señor: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Porque los justos están conmigo; he venido a salvarlos, si perseveran; vine a llamar a los pecadores para que se conviertan.
4. Aplicando este tema general a San Mateo, apóstol, evangelista y mártir, encuentro que San Mateo estaba lejos de Dios antes de su conversión, pues era injusto y gran pecador, Por eso fue llamado por el Señor: Ven y sigúeme. Sobre esta vocación de San Mateo hay que esclarecer cuatro cosas: su vocación graciosa, la invitación fructuosa, las obras virtuosas, la perfección gloriosa.
5. Primero, el modo de su conversión fue gracioso. He pensado qué oficios tenia San Mateo, y he encontrado que tenía tres oficios muy malos en el mundo: un oficio que era peligroso, criminoso y odioso. Peligroso, porque era usurero. Tenía la mesa de cambio en la ciudad marítima de Cafarnaúm. Es un oficio muy peligroso para el alma, porque se maneja mucho dinero. Pues así como el que maneja aceite, carbón o pez se mancha, del mismo modo quien maneja dinero. Dice la Escritura: El que maneja la pez se mancha (Eccli. XIII, 1). La pez es el dinero, y deja muchas manchas en el alma de quien lo maneja. Primero, en el pensamiento; segundo, en la pérdida de tiempo y ocupación de negocios. Como signo de ello, la moneda, sea de oro o de plata, deja manchas en los dedos de quienes la tocan, indicando que los cambistas hacen fraudes.
6. Era un oficio criminoso, por ser usurero. Dice Beda: "Después de la conversión, dejó las cosas propias, el que solía tomar las ajenas" (c. 9 Matthaei).
7. Tercero, era un oficio odioso y tedioso, porque era cobrador de rentas y alcabalas del emperador en la ciudad de Cafarnaúm. Por eso se le llama publicano. Este oficio es tedioso y odioso, pues quienes lo ejercen hacen con frecuencia grandes injurias, abusando de la potestad que tienen. Por esta razón Juan el Bautista, al que se llegaron los publícanos diciendo: ¿Qué haremos para salvarnos?, les respondió: No exigir nada fuera de lo que está tasado (Lc. 3, 13).
8. Por estas tres condiciones del oficio, Mateo distaba de Dios tres dietas de camino. Ved ahora cómo fue llamado en sexto lugar. Pasando Cristo junto al mar de Galilea, estaba Mateo sentado junto a la mesa de cambio, en su espléndida casa, a la orilla del mar, abstraído en su negocio. Se paró Cristo y vió al publicano, Leví de nombre, sumido en sus negocios, de tal manera que no podía preocuparse ni de Dios ni de su alma. Cristo le miró detenidamente. Entonces Mateo, movido por el Señor, alzó sus ojos y vió a Cristo delante de sí, pero no reconoció en Él al Mesías. Aunque era tanta la reverencia y la majestad de su presencia, que Mateo le contemplaba admirado. Entonces le dijo Cristo: Ven y sigúeme. De repente, apenas el Señor había pronunciado estas palabras, un rayo de claridad iluminó su mente, reconociendo al momento que Cristo era el verdadero Mesías, y su corazón fué movido a contrición de sus pecados. Entonces dijo: Aquí estoy, Señor, pues me habéis llamado (1 Reg. III, 5). Y al instante, renunciando a todo cuanto poseía, siguió a Cristo.
9. La recta razón nos dice que Mateo en este instante diría a Cristo: Os doy gracias, Señor, porque me queréis discípulo vuestro, etc. Y podemos creer que el Señor le respondería: Ve y da cuenta de tu oficio a tus superiores y recibe, sin usura, lo que has prestado. Entonces San Mateo haría pregonar que satisfaría a todos los que hubiera defraudado por usura o por injusticia. Esta es la norma que deben seguir en la restitución los usureros públicos; los usureros secretos deben restituir en secreto. Todos los que quieran entrar en el paraiso deben hacer lo mismo: "No se le perdonará el pecado si no restituye lo robado", dice el adagio. No os engañéis, prometiendo que lo vais a dejar escrito en vuestros testamentos. Hay algunos que dicen: Si restituyera lo que debo, descendería de categoría. ¿Qué dejaría en herencia a mis hijos?
10. Lo segundo que hemos de considerar en el llamamiento de San Mateo es la invitación fructuosa. Después que lo restituyó todo, permaneció en su casa con el dinero que justamente había ganado, y quiso hacer un gran banquete en honor de Cristo, como hacen los religiosos cuando entran en religión. Sobre este convite habla San Lucas: Levi hizo un gran convite en su casa (Lc. V, 29). Y asistía gran multitud de publícanos y otros que estaban recostados con ellos. La intención de Mateo fue convertirlos a todos, según escribe San Jerónimo. Pensaba: Si me convirtió a mí, que estaba tan atado a mis negocios, también convertirá a éstos. Cristo ordenó que las puertas permanecieran abiertas. Y los apóstoles se sentaron junto a la puerta, mientras que Jesús estaba entre los publícanos. Llegado el momento, Cristo comenzó el versículo del salmo: Todos los ojos miran expectantes a ti, y tú les das el alimento conveniente a su tiempo. Abres tu mano y llenas a todo viviente de bendición (Ps. 144, 15-16). 11. Llegados al fin de la comida, los fariseos, observando por las puertas abiertas, decían a los discípulos, que estaban cerca de la calle: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publícanos y pecadores? (Mt. IX, 11). Como si dijeran: Por ahí veréis quién es vuestro Maestro; dime con quién andas y te diré quién eres. Cuando Cristo supo esta conversación, les llamó. Los fariseos, hinchados, se plantaron delante de Cristo: ¿Qué queréis?, le dijeron. Y el Señor les respondió: Cuando en una ciudad hay sanos y enfermos, ¿quiénes necesitan del médico: los sanos o los enfermos? Y ellos, entendiendo lo que les quería decir, no quisieron responder. Yo os lo diré: Los que están bien no necesitan del médico, sino los enfermos. Aquel estaba enfermo de soberbia, y ha sido curado; el otro, de avaricia, y ha sanado; etc. A este respecto dice San Agustín: "Gran médico vino del cielo a nosotros, pues todo el mundo estaba enfermo" (Sermo de verb. Apost., c.10). Dijo el Señor: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Los judíos se retiraron confundidos. Esta fue la invitación fructuosa de Mateo, pues, convertido él, quiso que los demás se convirtieran.
12. Tomemos ejemplo de San Mateo, para que cada uno de nosotros, si se encuentra en el camino de la salvación, procure atraer a su familia, a sus criados; el varón a la mujer, y viceversa. Que todos confiesen y comulguen en Pascua, que oigan misa y sermones, que no trabajen en días festivos. Porque, según San Pablo, si alguno no mira por los suyos, ha negado la fe y es peor que un infiel (1 Tim. V, 8).
13. Respecto a lo tercero, es decir, las obras virtuosas que practicó después de su conversión, hay que decir que, después de la resurrección y ascensión de Cristo y después de la venida del Espíritu Santo, los apóstoles se dividieron el mundo para predicar y.convertir a los hombres. San Mateo fue a Etiopía, predicando y haciendo milagros, etc. De esta manera convirtió a muchos para Cristo. Y esta fue su obra virtuosa. Una vez, durante su sermón, se promovió un gran tumulto y llanto por la muerte del hijo unigénito del rey. Y cuando se preparaba el entierro, llegóse un cristiano al rey —este cristiano era aquel eunuco bautizado por Felipe (Act. VIII, 38)— y le dijo que había un santo varón en la ciudad, que podía resucitar al príncipe. Expliqúese aquí el milagro, según lo refiere la historia. Por lo cual se cumplió aquella profecía que dice: Sólo a él lo elegí yo, y le bendije y lo multipliqué (Is. 51, 2).
14. Si alguien pregunta: ¿Cuál fué la causa por la que San Mateo, él solo, convirtió toda Etiopía y Egipto, y ahora, que hay tantos predicadores, no convierten los pocos judíos que existen? Yo le responderé: Los apóstoles estaban dotados de vida santa y de buena doctrina, y no ambicionaban sino el honor de Dios y la salvación de las almas. Por eso decía el apóstol: Teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos contentos (1 Tim. VI, 8). En nuestros días fallamos en la Vida, porque los hombres se resisten a ver los milagros de los santos y la buena doctrina; buscan únicamente la doctrina de los poetas. Tampoco nos preocupamos de la salvación de las almas, sino de los asuntos temporales y de familiaridades. Hay clérigos que venden los sacramentos. Por eso no sólo no se convierten los infieles, sino que los mismos fieles pierden la fe, se pervierten. Dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses y no los de Jesucristo (Phil. II, 21).
15. El cuarto punto es la perfección gloriosa. Mateo fue mártir por defender a una religiosa. He leído que el primer monasterio que existió lo fundó San Mateo. Después de convertir toda aquella región, murió el rey, al que también habia convertido. Su hija, llamada Ifigenia, había recibido el velo de las vírgenes consagradas a Dios, con otras veinte doncellas, en el monasterio fundado por San Mateo. Sucedió al rey un extranjero, y quiso tomar por esposa a la hija del rey anterior. Se le dijo que no podría casarse con ella, a no ser por consentimiento de San Mateo. Entonces le llamó el rey y le pidió que diera su consentimiento para que se casara con él. Y Mateo pensó: Si ahora le digo que no, me matará, y mi martirio permanecerá oculto. Y volviéndose al rey, dijo: Venid al oficio el
próximo domingo y yo la induciré a que se case. El rey asi lo cumplió. San Mateo comenzó diciendo que el matrimonio fue instituido por Dios en el paraíso terrenal; que fue honrado por Cristo con las primicias de sus milagros; que por el matrimonio se llena el cielo de almas buenas; que es conservativo de la especie humana y que el mismo Cristo quiso que su Madre tuviera esposo. Pero después de todo esto dijo que, así como sería tenido por traidor el que quisiera por esposa a la esposa del rey, del mismo modo el hombre que pretendiera por esposa a una esposa de Cristo.
Al llegar a este punto fué herido con una lanza y murió.
Háblese del pecado que cometen las religiosas y clérigos cuando cometen un sacrilegio. Póngase la semejanza del santo sepulcro de Jesucristo: si el sepulcro del Señor fuera echado a un pozo de inmundicia, sería menor pecado que lanzar el alma de un santo en la inmundicia del sacrilegio.
2. Las palabras del tema son de nuestro Señor Jesucristo. A primera vista parece que encierran una dificultad no pequeña, porque el Señor, que ama a los justos y buenos más que a los pecadores, dice: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Esta frase necesita explicación antes de entrar en la materia que quiero predicar.
Encuentro la misma diferencia entre el justo y el pecador, que entre estar cerca y lejos de Dios. El justo, bueno y temeroso de Dios, está tan cerca, que nada creado está tan cerca, ni la túnica, ni la camisa, ni la piel: más cerca está Dios. En el entendimiento, pues asi como el aire del mediodía está muy cerca de la luz, porque está todo iluminado por el sol, del mismo modo Dios está cerca del entendimiento del justo, iluminándolo; lo llena de divinidad, y no deja en él tinieblas de error ni oscuridad de falsas opiniones, de modo que los justos no se llaman "luminosos", sino "luz": Erais en otro tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor (Eph. V, 8), Vosotros sois la luz del mundo (Mt. V, 14). Está cerca de la voluntad por amor de caridad, pues así como se ve el fuego alrededor del hierro candente, del mismo modo la voluntad del justo está inflamada de divinidad para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a si mismo. Dios es caridad, y quien permanece en caridad en Dios permanece, y Dios en él (lo. IV, 17).
Dios está cerca de la vida del justo por su honestidad y su comportamiento. Pues asi como el color está cerca, íntimamente unido al paño, del mismo modo la persona justa está cerca o coloreada de santidad en presencia del Señor: en sus ojos humildes, en sus oídos, que escuchan la palabra de Dios; en sus manos, cuando las extienden en la oración; en su garganta, por la templanza; en su cuerpo, cuando lo afligen en memoria de la pasión de Cristo. Está claro que la persona justa está teñida de santidad en presencia de Dios. Tú. Señor, habitas en medio de nosotros, y tu nombre es invocado por nosotros (Ier. XIV, 9). Ahí tenéis cómo la persona justa está cerca de Dios. Por eso decía David: El Señor está cerca de cuantos le invocan, de todos los que le invocan de verdad (Ps. 144, 18).
3. Pero el pecador está lejos de Dios, no por distancia local, pues si así fuera se aniquilaría al momento; Dios dista del pecador con distancia formal. Dos paños unidos entre sí, basto uno y finísimo el otro, distan muchísimo, no por distancia material, sino por distancia formal. Dios dista infinitamente del pecador, por la diferencia que existe entre tanta santidad y tanta iniquidad. Por eso dice David: Muy lejos está de los impíos la salvación, porque no buscan tus mandamientos (Ps. 118, 155). Queda, pues, manifiesto que los justos están cerca de Dios y los pecadores muy lejos. Es evidente que no se llama al que está cerca, sino al que está lejos. Por eso decía el Señor: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Porque los justos están conmigo; he venido a salvarlos, si perseveran; vine a llamar a los pecadores para que se conviertan.
4. Aplicando este tema general a San Mateo, apóstol, evangelista y mártir, encuentro que San Mateo estaba lejos de Dios antes de su conversión, pues era injusto y gran pecador, Por eso fue llamado por el Señor: Ven y sigúeme. Sobre esta vocación de San Mateo hay que esclarecer cuatro cosas: su vocación graciosa, la invitación fructuosa, las obras virtuosas, la perfección gloriosa.
5. Primero, el modo de su conversión fue gracioso. He pensado qué oficios tenia San Mateo, y he encontrado que tenía tres oficios muy malos en el mundo: un oficio que era peligroso, criminoso y odioso. Peligroso, porque era usurero. Tenía la mesa de cambio en la ciudad marítima de Cafarnaúm. Es un oficio muy peligroso para el alma, porque se maneja mucho dinero. Pues así como el que maneja aceite, carbón o pez se mancha, del mismo modo quien maneja dinero. Dice la Escritura: El que maneja la pez se mancha (Eccli. XIII, 1). La pez es el dinero, y deja muchas manchas en el alma de quien lo maneja. Primero, en el pensamiento; segundo, en la pérdida de tiempo y ocupación de negocios. Como signo de ello, la moneda, sea de oro o de plata, deja manchas en los dedos de quienes la tocan, indicando que los cambistas hacen fraudes.
6. Era un oficio criminoso, por ser usurero. Dice Beda: "Después de la conversión, dejó las cosas propias, el que solía tomar las ajenas" (c. 9 Matthaei).
7. Tercero, era un oficio odioso y tedioso, porque era cobrador de rentas y alcabalas del emperador en la ciudad de Cafarnaúm. Por eso se le llama publicano. Este oficio es tedioso y odioso, pues quienes lo ejercen hacen con frecuencia grandes injurias, abusando de la potestad que tienen. Por esta razón Juan el Bautista, al que se llegaron los publícanos diciendo: ¿Qué haremos para salvarnos?, les respondió: No exigir nada fuera de lo que está tasado (Lc. 3, 13).
8. Por estas tres condiciones del oficio, Mateo distaba de Dios tres dietas de camino. Ved ahora cómo fue llamado en sexto lugar. Pasando Cristo junto al mar de Galilea, estaba Mateo sentado junto a la mesa de cambio, en su espléndida casa, a la orilla del mar, abstraído en su negocio. Se paró Cristo y vió al publicano, Leví de nombre, sumido en sus negocios, de tal manera que no podía preocuparse ni de Dios ni de su alma. Cristo le miró detenidamente. Entonces Mateo, movido por el Señor, alzó sus ojos y vió a Cristo delante de sí, pero no reconoció en Él al Mesías. Aunque era tanta la reverencia y la majestad de su presencia, que Mateo le contemplaba admirado. Entonces le dijo Cristo: Ven y sigúeme. De repente, apenas el Señor había pronunciado estas palabras, un rayo de claridad iluminó su mente, reconociendo al momento que Cristo era el verdadero Mesías, y su corazón fué movido a contrición de sus pecados. Entonces dijo: Aquí estoy, Señor, pues me habéis llamado (1 Reg. III, 5). Y al instante, renunciando a todo cuanto poseía, siguió a Cristo.
9. La recta razón nos dice que Mateo en este instante diría a Cristo: Os doy gracias, Señor, porque me queréis discípulo vuestro, etc. Y podemos creer que el Señor le respondería: Ve y da cuenta de tu oficio a tus superiores y recibe, sin usura, lo que has prestado. Entonces San Mateo haría pregonar que satisfaría a todos los que hubiera defraudado por usura o por injusticia. Esta es la norma que deben seguir en la restitución los usureros públicos; los usureros secretos deben restituir en secreto. Todos los que quieran entrar en el paraiso deben hacer lo mismo: "No se le perdonará el pecado si no restituye lo robado", dice el adagio. No os engañéis, prometiendo que lo vais a dejar escrito en vuestros testamentos. Hay algunos que dicen: Si restituyera lo que debo, descendería de categoría. ¿Qué dejaría en herencia a mis hijos?
10. Lo segundo que hemos de considerar en el llamamiento de San Mateo es la invitación fructuosa. Después que lo restituyó todo, permaneció en su casa con el dinero que justamente había ganado, y quiso hacer un gran banquete en honor de Cristo, como hacen los religiosos cuando entran en religión. Sobre este convite habla San Lucas: Levi hizo un gran convite en su casa (Lc. V, 29). Y asistía gran multitud de publícanos y otros que estaban recostados con ellos. La intención de Mateo fue convertirlos a todos, según escribe San Jerónimo. Pensaba: Si me convirtió a mí, que estaba tan atado a mis negocios, también convertirá a éstos. Cristo ordenó que las puertas permanecieran abiertas. Y los apóstoles se sentaron junto a la puerta, mientras que Jesús estaba entre los publícanos. Llegado el momento, Cristo comenzó el versículo del salmo: Todos los ojos miran expectantes a ti, y tú les das el alimento conveniente a su tiempo. Abres tu mano y llenas a todo viviente de bendición (Ps. 144, 15-16). 11. Llegados al fin de la comida, los fariseos, observando por las puertas abiertas, decían a los discípulos, que estaban cerca de la calle: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publícanos y pecadores? (Mt. IX, 11). Como si dijeran: Por ahí veréis quién es vuestro Maestro; dime con quién andas y te diré quién eres. Cuando Cristo supo esta conversación, les llamó. Los fariseos, hinchados, se plantaron delante de Cristo: ¿Qué queréis?, le dijeron. Y el Señor les respondió: Cuando en una ciudad hay sanos y enfermos, ¿quiénes necesitan del médico: los sanos o los enfermos? Y ellos, entendiendo lo que les quería decir, no quisieron responder. Yo os lo diré: Los que están bien no necesitan del médico, sino los enfermos. Aquel estaba enfermo de soberbia, y ha sido curado; el otro, de avaricia, y ha sanado; etc. A este respecto dice San Agustín: "Gran médico vino del cielo a nosotros, pues todo el mundo estaba enfermo" (Sermo de verb. Apost., c.10). Dijo el Señor: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Los judíos se retiraron confundidos. Esta fue la invitación fructuosa de Mateo, pues, convertido él, quiso que los demás se convirtieran.
12. Tomemos ejemplo de San Mateo, para que cada uno de nosotros, si se encuentra en el camino de la salvación, procure atraer a su familia, a sus criados; el varón a la mujer, y viceversa. Que todos confiesen y comulguen en Pascua, que oigan misa y sermones, que no trabajen en días festivos. Porque, según San Pablo, si alguno no mira por los suyos, ha negado la fe y es peor que un infiel (1 Tim. V, 8).
13. Respecto a lo tercero, es decir, las obras virtuosas que practicó después de su conversión, hay que decir que, después de la resurrección y ascensión de Cristo y después de la venida del Espíritu Santo, los apóstoles se dividieron el mundo para predicar y.convertir a los hombres. San Mateo fue a Etiopía, predicando y haciendo milagros, etc. De esta manera convirtió a muchos para Cristo. Y esta fue su obra virtuosa. Una vez, durante su sermón, se promovió un gran tumulto y llanto por la muerte del hijo unigénito del rey. Y cuando se preparaba el entierro, llegóse un cristiano al rey —este cristiano era aquel eunuco bautizado por Felipe (Act. VIII, 38)— y le dijo que había un santo varón en la ciudad, que podía resucitar al príncipe. Expliqúese aquí el milagro, según lo refiere la historia. Por lo cual se cumplió aquella profecía que dice: Sólo a él lo elegí yo, y le bendije y lo multipliqué (Is. 51, 2).
14. Si alguien pregunta: ¿Cuál fué la causa por la que San Mateo, él solo, convirtió toda Etiopía y Egipto, y ahora, que hay tantos predicadores, no convierten los pocos judíos que existen? Yo le responderé: Los apóstoles estaban dotados de vida santa y de buena doctrina, y no ambicionaban sino el honor de Dios y la salvación de las almas. Por eso decía el apóstol: Teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos contentos (1 Tim. VI, 8). En nuestros días fallamos en la Vida, porque los hombres se resisten a ver los milagros de los santos y la buena doctrina; buscan únicamente la doctrina de los poetas. Tampoco nos preocupamos de la salvación de las almas, sino de los asuntos temporales y de familiaridades. Hay clérigos que venden los sacramentos. Por eso no sólo no se convierten los infieles, sino que los mismos fieles pierden la fe, se pervierten. Dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses y no los de Jesucristo (Phil. II, 21).
15. El cuarto punto es la perfección gloriosa. Mateo fue mártir por defender a una religiosa. He leído que el primer monasterio que existió lo fundó San Mateo. Después de convertir toda aquella región, murió el rey, al que también habia convertido. Su hija, llamada Ifigenia, había recibido el velo de las vírgenes consagradas a Dios, con otras veinte doncellas, en el monasterio fundado por San Mateo. Sucedió al rey un extranjero, y quiso tomar por esposa a la hija del rey anterior. Se le dijo que no podría casarse con ella, a no ser por consentimiento de San Mateo. Entonces le llamó el rey y le pidió que diera su consentimiento para que se casara con él. Y Mateo pensó: Si ahora le digo que no, me matará, y mi martirio permanecerá oculto. Y volviéndose al rey, dijo: Venid al oficio el
próximo domingo y yo la induciré a que se case. El rey asi lo cumplió. San Mateo comenzó diciendo que el matrimonio fue instituido por Dios en el paraíso terrenal; que fue honrado por Cristo con las primicias de sus milagros; que por el matrimonio se llena el cielo de almas buenas; que es conservativo de la especie humana y que el mismo Cristo quiso que su Madre tuviera esposo. Pero después de todo esto dijo que, así como sería tenido por traidor el que quisiera por esposa a la esposa del rey, del mismo modo el hombre que pretendiera por esposa a una esposa de Cristo.
Al llegar a este punto fué herido con una lanza y murió.
Háblese del pecado que cometen las religiosas y clérigos cuando cometen un sacrilegio. Póngase la semejanza del santo sepulcro de Jesucristo: si el sepulcro del Señor fuera echado a un pozo de inmundicia, sería menor pecado que lanzar el alma de un santo en la inmundicia del sacrilegio.
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