SOBRE LA FIESTA DE CRISTO REY
En la primera
Encíclica, que al comenzar Nuestro Pontificado enviamos a todos los Obispos del orbe
católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y
afligir al género humano.
Y en ella proclamamos
Nos claramente no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la
mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en
su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que
nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos, mientras
los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador.
LA "PAZ DE CRISTO
EN EL REINO DE CRISTO"
I. LA REALEZA DE CRISTO
II. CARACTER DE LA REALEZA DE CRISTO
III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY
I. LA REALEZA DE CRISTO
II. CARACTER DE LA REALEZA DE CRISTO
III. LA FIESTA DE JESUCRISTO REY
LA "PAZ DE CRISTO
EN EL REINO DE CRISTO"
Por lo cual, no sólo
exhortamos entonces a buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo, sino que, además,
prometimos que para dicho fin haríamos todo cuanto posible Nos fuese. En el reino de
Cristo, dijimos: pues estábamos persuadidos de que no hay medio más eficaz para
restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.
2. Entretanto, no dejó
de infundirnos sólida esperanza de tiempos mejores la favorable actitud de los pueblos
hacia Cristo y su Iglesia, única que puede salvarlos; actitud nueva en unos, reavivada en
otros, de donde podía colegirse que muchos, que hasta entonces habían estado como
desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su soberanía, se preparaban
felizmente y hasta se daban prisa en volver a sus deberes de obediencia.
Y todo cuanto ha
acontecido en el transcurso del Año Santo, digno todo de perpetua memoria y recordación,
¿acaso no ha redundado en indecible honra y gloria del Fundador de la Iglesia, Señor y
Rey Supremo?
"AÑO SANTO"
3. Porque maravilla es
cuánto ha conmovido a las almas la Exposición Misional, que ofreció a todos el conocer
bien, ora el infatigable esfuerzo de la Iglesia en dilatar cada vez más el reino de su
Esposo por todos los continentes e islas -aun, de éstas, las de mares los más remotos-,
ora el crecido número de regiones conquistadas para la fe católica por la sangre y los
sudores de esforzadísimos e invictos misioneros, ora también las vastas regiones que
todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey.
Además, cuantos -en
tan grandes multitudes- durante el Año Santo han venido de todas partes a Roma guiados
por sus Obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han traído sino postrarse, con sus
almas purificadas, ante el sepulcro de los Apóstoles y visitarnos a Nos para proclamar
que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo?
4. Como una nueva luz
ha parecido también resplandecer este reinado de nuestro Salvado cuando Nos mismo,
después de comprobar los extraordinarios méritos y virtudes de seis vírgenes y
confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Oh, cuánto gozo y cuánto
consuelo embargó Nuestra alma cuando, después de promulgados por Nos los decretos de
canonización, una inmensa muchedumbre de fieles, henchida de gratitud, cantó el Tu, Rex
gloriae Christe, en el majestuoso templo de San Pedro!
Y así, mientras los
hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre
incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a
los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de
santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino
celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra.
5. Asimismo, al
cumplirse en el Año Jubilar el XVI Centenario del Concilio de Nicea, con tanto mayor
gusto mandamos celebrar esta fiesta, y la celebramos Nos mismo en la Basílica Vaticana,
cuanto que aquel Sagrado Concilio definió y proclamó como dogma de fe católica la
consubstancialidad del Hijo Unigénito con el Padre, además de que, al incluir las
palabras cuyo reino no tendrá fin en su Símbolo o fórmula de fe, promulgaba la real
dignidad de Jesucristo.
Habiendo, pues,
concurrido en este Año Santo tan oportunas circunstancias para realzar el reinado de
Jesucristo, Nos parece que cumpliremos un acto muy conforme a Nuestro deber apostólico,
si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos
Cardenales, Obispos y fieles católicos, ponemos digno fin a este año jubilar
introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro
Señor Jesucristo Rey. Y ello de tal modo Nos complace, que deseamos, Venerables Hermanos,
deciros algo acerca del asunto. A vosotros toca acomodar después a la inteligencia del
pueblo cuanto os vamos a decir sobre el culto de Cristo Rey; de esta suerte, la solemnidad
nuevamente instituida producirá en adelante, y ya desde el primer momento, los más
variados frutos.
I. LA REALEZA DE CRISTO
A) EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
B) EN EL NUEVO TESTAMENTO
C) EN LA LITURGIA
D) FUNDADA EN LA UNIÓN HIPOSTÁTICA
E) Y EN LA REDENCIÓN
B) EN EL NUEVO TESTAMENTO
C) EN LA LITURGIA
D) FUNDADA EN LA UNIÓN HIPOSTÁTICA
E) Y EN LA REDENCIÓN
6. Ha sido costumbre
muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo
grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así se
dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo
grado de su ciencia, cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de
El y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los
hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a
la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en
nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con
verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres, porque con su supereminente
caridad [1] y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que
jamás nadie -entre todos los nacidos- ha sido ni será nunca tan amado como Cristo
Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido
propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey;
pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre la potestad, el honor y
el reino [2], porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no
puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer
también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.
A) EN EL ANTIGUO
TESTAMENTO
7. Que Cristo es Rey,
lo dicen a cada paso las SS. Escrituras.
Así, le llaman el
dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob [3]; el que por el Padre ha sido
constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en
posesión los confines de la tierra [4]. El salmo nupcial, donde bajo la imagen y
representación de un Rey muy opulento y muy poderoso, se celebraba al que había de ser
verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por
los siglos de los siglos; el cetro de tu reino es cetro de rectitud [5]. Y omitiendo otros
muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo,
se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la
justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y
dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extremo del orbe de la tierra [6].
8. A este testimonio se
añaden otros, aun más copiosos, de los Profetas, y principalmente el conocidísimo de
Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus
hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte,
el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado, y la paz
no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y
consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre [7]. Lo
mismo que Isaías vaticinan los demás Profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la
estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey, y
será sabio y juzgará en la tierra [8]. Así Daniel, al anunciar que el Dios del Cielo
fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente [9]; y
poco después añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que
venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se
adelantó hacia el Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y dióle éste la
potestad, el honor y el reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: La
potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es
indestructible [10]. Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que,
subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como
Salvador, entre las aclamaciones de las turbas [11], ¿acaso no las vieron realizadas y
comprobadas los santos evangelistas?
B) EN EL NUEVO
TESTAMENTO
9. Por otra parte, esta
misma doctrina sobre Cristo Rey, que hemos entresacado de los libros del Antiguo
Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se halla
magnífica y luminosamente confirmada.
En este punto, y
pasando por alto el mensaje del Arcángel, por el cual fue advertida la Virgen que daría
a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su Padre y que reinaría
eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin [12], es el mismo
Cristo el que da testimonio de su realeza; pues, ora en su último discurso al pueblo, al
hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos;
ora, al responder al Gobernador Romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora,
finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los Apóstoles el encargo de
enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó
el título de Rey [13], y públicamente confirma que es Rey [14], y solemnemente declaró
que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra [15]. Con las cuales palabras
¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su
reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los Reyes de
la tierra [16], y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su
vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan [17]. Puesto que el Padre
constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas [18], menester es que reine
Cristo, hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus
enemigos [19].
C) EN LA LITURGIA
10. De esta doctrina
común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de Cristo
sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las naciones,
celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el ciclo anual
de la Liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los Reyes.
Y así como en la
antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que
con maravillosa variedad de palabras expresan el mismo concepto, así también los emplea
actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo
Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey descúbrese fácilmente la
armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de modo que se ha manifestado
también en este caso que la ley de la oración constituye la ley de la creencia.
D) FUNDADA EN LA UNIÓN
HIPOSTÁTICA
11. Para mostrar ahora
en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he aquí lo
que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las
criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia
y naturaleza [20]. Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda en la
maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo, no sólo debe ser
adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los unos y
los otros están sujetos a su Imperio y le deben obedecer también en cuanto hombre; de
manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas
las criaturas.
E) Y EN LA REDENCIÓN
12. Pero, además,
¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo
impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de
conquista adquirido a costa de la Redención? Ojalá que todos los hombres, harto
olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados,
no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como
de un Cordero Inmaculado y sin lucha [21]. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo
nos ha comprado por precio grande [22]; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de
Jesucristo [23].
II. CARÁCTER DE LA
REALEZA DE CRISTO
A) TRIPLE POTESTAD
B) CAMPO DE LA REALEZA DE CRISTO
1) EN LO ESPIRITUAL
2) EN LO TEMPORAL
3) EN LOS INDIVIDUOS Y EN LA SOCIEDAD
B) CAMPO DE LA REALEZA DE CRISTO
1) EN LO ESPIRITUAL
2) EN LO TEMPORAL
3) EN LOS INDIVIDUOS Y EN LA SOCIEDAD
A) TRIPLE POTESTAD
13. Viniendo ahora a
explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de Jesucristo, indicaremos
brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas se concibe un verdadero y
propio principado. Los testimonios, aducidos de las SS. Escrituras, acerca del Imperio
universal de nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es
dogma, además, de Fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en
quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer [24]. Los santos Evangelios
no sólo narran que Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes
circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus
preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad [25]. El mismo Jesús, al
responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el Sábado con la maravillosa
curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad judicial, porque
el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo [26]. En lo
cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su
vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe
atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos
obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie
puede sustraerse.
B) CAMPO DE LA REALEZA
DE CRISTO
1) EN LO ESPIRITUAL
14. Sin embargo, los
textos que hemos citado de la Escritura demuestran evidentísimamente, y el mismo
Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y
se refiere a las cosas espirituales. En efecto; en varias ocasiones, cuando los judíos, y
aun los mismos Apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad
al pueblo, y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana
imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre,
que, llena de admiración le rodeaba, El rehusó tal título de honor, huyendo y
escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del Gobernador romano manifestó
que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los Evangelios con tales
caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no
pueden entrar sino por la Fe y el Bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa
y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás
y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos, no solamente que, despegadas
sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y
sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo
Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofrecídose a sí mismo,
como Sacerdote y como Víctima, por los pecados de mundo, ofrecimiento que se renueva cada
día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y
participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
2) EN LO TEMPORAL
15. Por otra parte,
erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y
temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas
creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo de ello,
mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, y así
como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también
permitió, y sigue permitiendo que los poseedores de ellas las utilicen.
Acerca de lo cual dice
bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los celestiales [27]. Por tanto,
a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor, como lo afirman estas
palabras de Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, las cuales hacemos con gusto
Nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre
aquellos que habiendo recibido el Bautismo pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el
error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende
también a cuantos no participan de la Fe cristiana, de suerte que bajo la potestad de
Jesús se halla todo el género humano [28].
3) EN LOS INDIVIDUOS Y
EN LA SOCIEDAD
16. El es, en efecto,
la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que buscar la salvación en
ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual
debamos salvarnos [29].
El es sólo quien da la
prosperidad y la felicidad verdadera así a los individuos como a las naciones: porque la
felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos,
pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos [30]. No se nieguen,
pues, los gobernantes de las naciones, a dar por sí mismos y por el pueblo públicas
muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo, si quieren conservar
incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria. Lo que, al comenzar
Nuestro Pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que padecen la autoridad y el
poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los presentes tiempos, a saber:
Desterrados Dios y Jesucristo -lamentábamos- de las leyes y de la gobernación de los
pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que...
hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la
causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de
obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la
humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido [31].
17. En cambio, si los
hombres, pública y privadamente reconocen la regia potestad de Cristo, necesariamente
vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa libertad,
tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor, así como
hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del Estado, así
también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el apóstol San
Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo en la
persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a éstos
como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es indigno de
hombres redimidos por Cristo el servir a otros hombres: Rescatados habéis sido a gran
costa; no queráis haceros siervos de los hombres [32].
18. Y si los príncipes
y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos mandan, más que por
derecho propio, por mandato y en representación del Rey divino, a nadie se le ocultará
cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán gran cuenta deberán
tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común y con la dignidad
humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento estable de la
tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues, aunque el ciudadano vea
en el gobernante o en las demás autoridades públicas a hombres de naturaleza igual a la
suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles
cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
19. En lo que se
refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con
mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los
hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa
los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino
de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no
habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que
vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen sino a servir: que
siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley
principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo
es suave y mi carga es ligera?
¡Oh, qué felicidad
podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejarán gobernar por
Cristo! Entonces verdaderamente -diremos con las mismas palabras que Nuestro Predecesor
León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los Obispos del orbe católico-,
entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo,
volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos
acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua
proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre [33].
III. LA FIESTA DE
JESUCRISTO REY
LAS FIESTAS DE LA IGLESIA
EN EL MOMENTO OPORTUNO
CONTRA EL MODERNO LAICISMO
LA FIESTA DE CRISTO REY
CONTINÚA UNA TRADICIÓN
CORONADA EN EL AÑO SANTO
CONDICIÓN LITÚRGICA DE LA FIESTA
CON LOS MEJORES FRUTOS
EN EL MOMENTO OPORTUNO
CONTRA EL MODERNO LAICISMO
LA FIESTA DE CRISTO REY
CONTINÚA UNA TRADICIÓN
CORONADA EN EL AÑO SANTO
CONDICIÓN LITÚRGICA DE LA FIESTA
CON LOS MEJORES FRUTOS
A) PARA LA IGLESIA
B) PARA LA SOCIEDAD CIVIL
C) PARA LOS FIELES
B) PARA LA SOCIEDAD CIVIL
C) PARA LOS FIELES
20. Ahora bien; para
que estos inapreciables provechos se recojan más abundantes y vivan estables en la
sociedad cristiana, necesario es que se propague lo más posible el conocimiento de la
regia dignidad de Nuestro Salvador, para lo cual nada será más eficaz que instituir la
festividad propia y peculiar de Cristo Rey.
LAS FIESTAS DE LA
IGLESIA
Porque para instruir al
pueblo en las cosas de la Fe y atraerle por medio de ellas a los íntimos goces del
espíritu, mucho más eficacia tienen las fiestas anuales de los sagrados misterios que
cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio.
Estas sólo son
conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los demás;
aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas -digámoslo así- hablan una
sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las inteligencias,
aquéllas afectan saludablemente a las inteligencias, a los corazones, al hombre entero.
Además, como el hombre consta de alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover
necesariamente las solemnidades externas de los días festivos, que por la variedad y
hermosura de los actos litúrgicos aprenderá mejor las divinas doctrinas, y
convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, aprovechará mucho más en la vida
espiritual.
EN EL MOMENTO OPORTUNO
21. Por otra parte, los
documentos históricos demuestran que estas festividades fueron instituidas una tras otra
en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la necesidad y utilidad del
pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra un peligro común, o
defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y encenderlo con mayor
frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción algún misterio de la Fe, o
algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros siglos del cristianismo,
cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la liturgia a conmemorar a
los Mártires para que, como dice San Agustín, las festividades de los Mártires fuesen
otras tantas exhortaciones al martirio [34]. Más tarde, los honores litúrgicos concedidos
a los santos Confesores, Vírgenes y Viudas, sirvieron maravillosamente para reavivar en
los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en tiempos pacíficos. Sobre todo,
las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen contribuyeron, sin duda, a
que el pueblo cristiano no sólo enfervorizase su culto a la Madre de Dios, su
poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más fuerte amor hacia la
Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia. Además, entre los
beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de los Santos no debe
ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar
victoriosamente la peste de los errores y herejías.
22. En este punto
debemos admirar los designios de la Divina Providencia, la cual, así como suele sacar
bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la Fe y piedad de los
fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió
ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a
enfervorizarse en la virtud y en la santidad. Asimismo las festividades incluidas en el
Año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han
producido idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo
Sacramento, entonces se instituyó la Fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de
tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para
atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad
del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y
abatidas por la triste y helada severidad de los Jansenistas, habíanse enfriado y alejado
del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación.
CONTRA EL MODERNO
LAICISMO
23. Y si ahora mandamos
que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos
también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a
la peste que hoy infecciona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al
llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, Venerables
Hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho
antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre
todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo
Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para
conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la Religión Cristiana fue
igualada con las demás religiones falsas, y rebajada indecorosamente al nivel de éstas.
Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y
magistrados. Y se avanzó más: Hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la
Religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente
humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión
en la impiedad y en el desprecio de Dios.
24. Los amarguísimos
frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha
producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en Nuestra
encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia
sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto
retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con
frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y,
brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo,
sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas;
destruída de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes
familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y
empujada a la muerte la humana sociedad.
LA FIESTA DE CRISTO REY
25. Nos anima, sin
embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en
seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador.
Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra, sería ciertamente deber de
los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social
ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la
antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los
buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los
adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos
comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey,
entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo
los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del
Señor.
Además, para condenar
y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la
sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual
de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con
indigno silencio el nombre suavísimo de Nuestro Redentor, en las reuniones
internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo, y con mayor
publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.
CONTINÚA UNA
TRADICIÓN
26. ¿Y quién no echa
de ver que ya desde fines del siglo pasado se preparaba maravillosamente el camino a la
institución de esta festividad? Nadie ignora cuán sabia y elocuentemente fue defendido
este culto en numerosos libros publicados en gran variedad de lenguas y por todas partes
del mundo; y asimismo que el imperio y soberanía de Cristo fue reconocido con la piadosa
práctica de dedicar y consagrar casi innumerables familias al Sacratísimo Corazón de
Jesús. Y no solamente se consagraron las familias, sino también ciudades y naciones.
Más aún: por iniciativa y deseo de León XIII, fue consagrado al Divino Corazón todo el
género humano, durante el Año Santo de 1900.
27. No se debe pasar en
silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de Cristo sobre la sociedad
humana, sirvieron de maravillosa manera los frecuentísimos Congresos Eucarísticos que
suelen celebrarse en nuestros tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de
las diócesis, regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a Cristo
Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en las asambleas y
en los templos, de la adoración, en común, del Augusto Sacramento públicamente expuesto
y de solemnísimas procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido dado por el
cielo. Bien y con razón podría decirse que el pueblo cristiano, movido como por una
inspiración divina, sacando del silencio y como escondrijo de los templos a aquel mismo
Jesús a quien los impíos, cuando vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como
a un triunfador por las vías públicas, quiere restablecerlo en todos sus reales
derechos.
CORONADA EN EL AÑO
SANTO
28. Ahora bien; para
realizar Nuestra idea que acabamos de exponer, el Año Santo, que toca a su fin, Nos
ofrece tal oportunidad que no habrá otra mejor; puesto que Dios, habiendo
benignísimamente levantado la mente y el corazón de los fieles a la consideración de
los bienes celestiales que sobrepasan el sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o
los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores
carismas. Ora, pues, atendamos a tantas súplicas como Nos han sido hechas, ora
consideremos los acontecimientos del Año Santo, en verdad que sobran motivos para
convencernos de que por fin ha llegado el día, tan vehementemente deseado, en que
anunciemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo, como Rey de todo el
género humano.
29. Porque en este
año, como dijimos al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus Santos, ha
sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados
al honor de los Altares. Asimismo, en este año, por medio de una inusitada Exposición
Misional, han podido todos admirar los triunfos que han ganado para Cristo sus obreros
evangélicos al extender su reino. Finalmente, en este año, con la celebración del
Centenario del Concilio de Nicea, hemos conmemorado la vindicación del dogma de la
consubstancialidad del Verbo Encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya como en su
propio fundamento la soberanía del mismo Cristo sobre todos los pueblos.
CONDICIÓN LITÚRGICA
DE LA FIESTA
30. Por tanto, con
Nuestra autoridad apostólica, instituimos la Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey, y
decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre,
esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos.
Asimismo ordenamos que en ese día se renueve todos los años la consagración de todo el
género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma fórmula que Nuestro
predecesor, de s. m., Pío X, mandó recitar anualmente.
Este año, sin embargo,
queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que Nos mismo oficiaremos un
solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u ordenaremos que dicha consagración se haga
en Nuestra presencia. Creemos que no podemos cerrar mejor ni más convenientemente el Año
Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, más amplio testimonio de Nuestra
gratitud -con lo cual interpretamos la de todos los católicos- por los beneficios que
durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.
31. No es menester,
Venerables Hermanos, que os expliquemos detenidamente los motivos por los cuales hemos
decretado que la festividad de Cristo Rey se celebre separadamente de aquellas otras en
las cuales parece ya indicada e implícitamente solemnizada esta misma dignidad real.
Basta advertir que, aunque en todas las fiestas de Nuestro Señor, el objeto material de
ellas es Cristo, pero su objeto formal es enteramente distinto del título y de la
potestad real de Jesucristo. La razón por la cual hemos querido establecer esta
festividad en día de Domingo, es para que no tan sólo el Clero honre a Cristo Rey con la
celebración de la Misa y el rezo del Oficio Divino, sino para que también el pueblo,
libre de las preocupaciones y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo preclaro
testimonio de su obediencia y devoción. Nos pareció también el último domingo de
octubre mucho más acomodado para esta festividad que todos los demás, porque en él casi
finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo,
conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad
de Cristo Rey, y, antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se
exaltará la gloria de Aquel que triunfa en todos los Santos y elegidos. Sea, pues,
vuestro deber y vuestro oficio, Venerables Hermanos, hacer de modo que a la celebración
de esta fiesta anual preceda, en días determinados, un curso de predicación al pueblo en
todas las parroquias, de manera que, instruidos cuidadosamente los fieles sobre la
naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, emprendan y ordenen un
género de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir amorosa y fielmente
a su Rey, Jesucristo.
CON LOS MEJORES FRUTOS
32. Antes de terminar
esta Carta, Nos place, Venerables Hermanos, indicar brevemente las utilidades que en bien,
ya de la Iglesia y de la sociedad civil, ya de cada uno de los fieles esperamos y Nos
prometemos de este público homenaje de culto a Cristo Rey.
A) PARA LA IGLESIA
En efecto; tributando
estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los hombres
que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo, exige -por derecho propio e
imposible de renunciar- plena libertad e independencia del poder civil; y que en el
cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la
eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio
de nadie.
Más aún: El Estado
debe también conceder la misma libertad a las Ordenes y Congregaciones religiosas de
ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos auxiliares de los Pastores de la
Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya
combatiendo con la observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya
profesando una vida más perfecta, merced a la cual, aquella santidad que el Divino
Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y
alumbra cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de todos.
B) PARA LA SOCIEDAD
CIVIL
33. La celebración de
esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber
de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo, no sólo obliga a los particulares, sino
también a los magistrados y gobernantes.
A éstos les traerá a
la memoria el pensamiento del Juicio Final, cuando Cristo, no tanto por haber sido
arrojado de la gobernación del Estado, cuanto también aun por sólo haber sido ignorado
o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige
que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos,
ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las
almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres. Es, además,
maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los
fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.
C) PARA LOS FIELES
34. Porque si a Cristo
Nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el Cielo y en la tierra; si los hombres, por
haber sido redimidos con su sangre están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si,
en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en
nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que
Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de
asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es
necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos
divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los afectos
naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario
que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol
San Pablo, como armas de justicia para Dios [35], deben servir para la interna
santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda
consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la
perfección.
35. Haga el Señor,
Venerables Hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su reino deseen y reciban el
suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos ya sus súbditos e
hijos, llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y santidad: y que
nuestra vida, conformada siempre a las leyes del reino divino, sea rica en hermosos y
abundantes frutos; para que, siendo considerados por Cristo como siervos buenos y fieles,
lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de su eterna felicidad y gloria.
Estos deseos que Nos
formamos para la fiesta de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo, sean para vosotros,
Venerables Hermanos, prueba de Nuestro paternal afecto; y recibid la bendición
Apostólica, que en prenda de los divinos favores os damos de todo corazón, a vosotros,
Venerables Hermanos, y a todo vuestro Clero y pueblo.
Dado en Roma, junto a
San Pedro, el 11 de diciembre de 1925, año cuarto de Nuestro Pontificado.
Pio XI
[1] Eph. 3, 19.
[2] Dan. 7, 13-14.
[3] Num. 24, 19.
[4] Ps. 2.
[5] Ps. 44.
[6] Ps. 71.
[7] Is. 9, 6-7.
[8] Ier. 23, 5.
[9] Dan. 2, 44.
[10] Dan. 7, 13-14.
[11] Zach. 9, 9.
[12] Luc. 1, 32-33.
[13] Mat. 25, 31-40.
[14] Io. 18, 37.
[15] Mat. 28, 18.
[16] Apoc. 1, 5.
[17] Ibid. 19, 16.
[18] Hebr. 1, 1.
[19] 1 Cor. 15, 25.
[20] In Luc. 10.
[21] 1 Pet. 1, 18-19.
[22] 1 Cor. 6, 20.
[23] Ibid. 6, 15.
[24] Conc. Trid. sess. 6, c. 21.
[25] Io. 14, 15; 15, 10.
[26] Io. 5, 22.
[27] Hymn. Crudelis Herodes in off. Epiph.
[28] Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.
[29] Act. 4, 12.
[30] S. Aug. Ep. ad Macedonium, c. 3.
[31] Enc. Ubi arcano.
[32] 1 Cor. 7, 23.
[33] Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.
[34] Sermo 47 de Sanctis.
[35] Rom. 6, 13.
[2] Dan. 7, 13-14.
[3] Num. 24, 19.
[4] Ps. 2.
[5] Ps. 44.
[6] Ps. 71.
[7] Is. 9, 6-7.
[8] Ier. 23, 5.
[9] Dan. 2, 44.
[10] Dan. 7, 13-14.
[11] Zach. 9, 9.
[12] Luc. 1, 32-33.
[13] Mat. 25, 31-40.
[14] Io. 18, 37.
[15] Mat. 28, 18.
[16] Apoc. 1, 5.
[17] Ibid. 19, 16.
[18] Hebr. 1, 1.
[19] 1 Cor. 15, 25.
[20] In Luc. 10.
[21] 1 Pet. 1, 18-19.
[22] 1 Cor. 6, 20.
[23] Ibid. 6, 15.
[24] Conc. Trid. sess. 6, c. 21.
[25] Io. 14, 15; 15, 10.
[26] Io. 5, 22.
[27] Hymn. Crudelis Herodes in off. Epiph.
[28] Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.
[29] Act. 4, 12.
[30] S. Aug. Ep. ad Macedonium, c. 3.
[31] Enc. Ubi arcano.
[32] 1 Cor. 7, 23.
[33] Enc. Annum Sacrum 25 maii 1899.
[34] Sermo 47 de Sanctis.
[35] Rom. 6, 13.
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