Deseaba hartarse
El pobre pródigo sentía sus entrañas desgarradas por el hambre.
Delante de él, los puercos se hartaban de las bellotas que él mismo, esclavo de un amo cruel, había tenido que traerles.
Y sentía el ansia de hartarse él también... con la comida de los puercos: Cupiebat impleri.
Et nemo illi dabat. Y no se lo permitían... ¡Oh aquel tormento del hambre!
Ante su imaginación calenturienta iban desfilando aquellos días en que tenía pan en abundancia... Y los criados de la casa de su padre estarían ahora comiendo el pan blanco y sabroso..., mientras él, el hijo, perecía de hambre...
Y sus ojos se volvían de nuevo, codiciosos, a las bellotas que los puercos iban devorando con avidez. Y deseaba hartarse de ellas. Y no se lo permitían...
¿No era ésa también tu imagen, alma mía?
También tú sientes hambre muchas veces, ¿no es verdad?
¿Pero hambre de qué?...
De hartarse de las bellotas, el manjar de los animales inmundos.
De los placeres de los sentidos...
De dar gusto a la concupiscencia...
¿Y no has sucumbido más de una vez?... Y, más infeliz que el pródigo, ¿no has comido alguna vez esas bellotas?...
Pero tu hambre no se ha saciado.
Porque no es ése el alimento que puede saciarte..
En la casa de tu Padre hay pan en abundancia.
Y ese pan es para ti.
No sufras ya más esa hambre que te devora.
No pretendas ya más saciarla con esas bellotas miserables.
Deja ese alimento para los animales inmundos.
Y tú, levántate y vete a la casa de tu Padre.
Allí está ya preparado el PAN para ti:
Es el PAN VIVO, que bajó del cielo.
Es el PAN de los ángeles.
Es el PAN que da la vida eterna.
Come, alma mía, come ese pan.
Y ya no desearás más saciarte de las bellotas de los puercos.
Delante de él, los puercos se hartaban de las bellotas que él mismo, esclavo de un amo cruel, había tenido que traerles.
Y sentía el ansia de hartarse él también... con la comida de los puercos: Cupiebat impleri.
Et nemo illi dabat. Y no se lo permitían... ¡Oh aquel tormento del hambre!
Ante su imaginación calenturienta iban desfilando aquellos días en que tenía pan en abundancia... Y los criados de la casa de su padre estarían ahora comiendo el pan blanco y sabroso..., mientras él, el hijo, perecía de hambre...
Y sus ojos se volvían de nuevo, codiciosos, a las bellotas que los puercos iban devorando con avidez. Y deseaba hartarse de ellas. Y no se lo permitían...
¿No era ésa también tu imagen, alma mía?
También tú sientes hambre muchas veces, ¿no es verdad?
¿Pero hambre de qué?...
De hartarse de las bellotas, el manjar de los animales inmundos.
De los placeres de los sentidos...
De dar gusto a la concupiscencia...
¿Y no has sucumbido más de una vez?... Y, más infeliz que el pródigo, ¿no has comido alguna vez esas bellotas?...
Pero tu hambre no se ha saciado.
Porque no es ése el alimento que puede saciarte..
En la casa de tu Padre hay pan en abundancia.
Y ese pan es para ti.
No sufras ya más esa hambre que te devora.
No pretendas ya más saciarla con esas bellotas miserables.
Deja ese alimento para los animales inmundos.
Y tú, levántate y vete a la casa de tu Padre.
Allí está ya preparado el PAN para ti:
Es el PAN VIVO, que bajó del cielo.
Es el PAN de los ángeles.
Es el PAN que da la vida eterna.
Come, alma mía, come ese pan.
Y ya no desearás más saciarte de las bellotas de los puercos.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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