TRATADO I.- Visión general
PARTE II: La misa en sus aspectos principales
6.- Reacción contra la «missa solitaria»
285.
Hay que confesar que nunca se pasaron los estrictos límites. Al
contrario, ya en el siglo IX apuntaba en la legislación una tendencia
que condenaba severamente el abuso de la missa solitaria. ¿Cómo decir
Dominus vobiscum y Sursum corda, si no había nadie presente?
Otros, llamando la atención sobre el Oremus y el Orate pro me o
recordando la palabra circúmadstantes, hacían la observación de que
estas fórmulas quedarían sin sentido si nadie, fuera del sacerdote,
estuviera presente. Repetidas veces se exigió la presencia de dos
personas por lo menos para que fuera verdad el Dominus vobiscum (Valafrido Estrabón, De exord. et increm.
c. 22: PL 114, 951. Este ideal es mantenido claramente por Guillermo de
Hirsau (+ 1091) (Const., I, 86: PL 150, 1017): «Si el hermano que ayuda a
misa no quiere comulgar, otro puede ibi offerre (y luego comulgar)». De
la comunión de los que participan en la misa privada se habla más tarde
bastantes veces entre los cistercienses, donde el capítulo general de
1134 la permite en los días de comunión a los ayudantes y también a
otros (J. M. Canivez, Statuta cap. gen. <) Cist. [Lovaina
1933-341 I, 23 33; citado en Browe, Die haujige Kommunion 47). Cf.
Schneider: «Cist.-Chr.» (1918) 8-10. Fuera de los días de comunión se
comulgaba sólo en las misas privadas). Más en concreto se pidió
que hubiera "ministri" y cooperatores sin insistir precisamente en su
función de ayudantes. Valafrido Estrabón llamaba missa legitima a
aquella en la cual, además del celebrante, había uno respondens,
offerens atque communicans; de lo que se desprende que no se atendía
tanto a un mínimo de ayudantes, diácono o simple acólito, como a que no
faltaran quienes tomasen parte en el sacrificio, cumpliendo de este
modo con el carácter social que tan marcadamente se expresaba en todas
partes de la liturgia de la misa, y que manaba de la misma esencia del
sacrificio eucarístico. Las tentativas de defensa de la misa privada
aludían también, por cierto, a esta misma idea comunitaria, alegando que
el Dominus vobiscum no debe necesariamente referirse a personas
presentes, sino que podía ser un saludo a la cristiandad entera, una
expresión de la unión espiritual entre el sacerdote y todos los
cristianos.
Desde el siglo XIII se dan otras disposiciones en las que se exige precisamente un clérigo (Es casi lo mismo lo que pide el sínodo de York de 1195) para la asistencia de la misa privada: Nullus sacerdos celebrare missam praesumat sine clerico respondiente (Sinodo de Tréveris (1227), can. 8 (Mansi, XXIV, 200). Es verdad que tal disposición no la encontramos en el misal de Pío V (Ritus serv., II, 1; De defectibus, X, 1), pero se repite en los cánones de varios sínodos diocesanos del siglo XVI (Saponaro. 370-381. El sínodo de Aix (1585) exige para una eventual excepción un permiso escrito del obispo). Los estatutos de Lieja del año 1287 reglamentan sus vestiduras: Qui clericiis habeat tunicam lineam vel superpelliceum vel cappam rotundam et calceatus incedat (V, 13 (Mansi. XXIV, 896). El misal de Pío V en este sitio (Rit. serv., II, 1) originariamente no contenía ninguna prescripción referente a este particular).
Al exigir la intervención de un clérigo no se hacía en realidad más que indicar un ideal, que en la inmensa mayoría de los casos, incluyendo las misas públicas, no era posible cumplir, sobre todo porque las disposiciones del concilio de Trento sobre la formación del clero mandaban concentrarse a los aspirantes al sacerdocio en los seminarios conciliares. Por lo demás, ni en siglos anteriores fue fácil de cumplir tal norma Los únicos que tenían relativamente mayor facilidad de observar estas disposiciones eran los conventos. En Cluny encontramos en el siglo XI la costumbre de que el sacerdote monje que pensaba celebrar hacia una señal a un lego (conversus) para que le ayudase (Consuet. Clun.. II, 30: PL 149. 724. El comversus como ayudante aparece también en las Consuetudines de Farfa, que representan las costumbres de Cluny hacia 1040 (Albers, I, 161s). En un misal del convento de Nursia se encuentran dos relaciones de ayudantes del siglo XIV). También se menciona el puer, que sería un niño donado (Consuetudines de Farfa (Albers, I, 163; cf. la siguiente nota). Según el ordinario de la misa del convento de Bec (fines de la Edad Media) (Martene, 1, 4. XXXVI tl.675 Al), el celebrante después de la comunión se dirige con el v. 12 del c. 7 del Apocalipsis ad ministrum puerum). Cuando asistía un clérigo, podía ejercitar las funciones correspondientes a su grado, como, por ejemplo, leer la epístola y, si tenia órdenes mayores, preparar el cáliz, y después de la comunión, purificarlo (Existe alguna incertidumbre respecto a esta costumbre. Con todo, sigue como norma el modelo de la misa presbiteral pública). La colección de cánones del obispo Ruotger de Tréveris (927). En los cistercienses, el sacerdote debía tener dos ayudantes: un clérigo que le servía y contestaba, y un lego, que le ofrecía el agua y encendía las velas (Liber usuum, c. 59: PL 166. 1433 C. Asi también en el Rituale Cisterciense (París 16891 91. Cf. Schneider : «Cist.-Chr.» (1927) 374s.).
Esta particularidad de leer todas las oraciones sin cantar, ni siquiera las más principales, no solamente representa en la actualidad la característica más sobresaliente en la liturgia romana, sino que constituye la única diferencia notable entre la misa privada y la misa solemne. Mucho mayores son las diferencias entre ambas en aquellos ritos orientales en los que, a consecuencia de su unión con Roma, se ha introducido la misa privada (Consisten principalmente en cortes de importancia, diferentes en los distintos ritos. En los ucranios se suprimen las incensaciones; las entradas mayor y menor solamente se insinúan la entrada mayor, dándose el sacerdote con el cáliz una vuelta entera etc. En los italogriegos se suprime mucho de la parte introductoria y en las letanías. Otros son los cortes en los melquitas (Pl. de Meestre, Grecques (LiturgiesJ: DACL 6, 1641-1643).
Vienen a juntarse a estos deseos particulares intereses de apostolado; nunca serán demasiado las facilidades que se den a los fleles para asistir a misa, no sólo a diario y multiplicando las iglesias, sino también dentro de la misma iglesia principal, poniendo diversas horas. Se impone el celebrar en el altar las festa fori, pero también las festa chori, o sea las de los santos. Así, considerando los intereses privados y públicos, se ha llegado hoy a crear en todas partes, aun en los días laborables, un orden fijo de misas semipúblicas.
Desde el siglo XIII se dan otras disposiciones en las que se exige precisamente un clérigo (Es casi lo mismo lo que pide el sínodo de York de 1195) para la asistencia de la misa privada: Nullus sacerdos celebrare missam praesumat sine clerico respondiente (Sinodo de Tréveris (1227), can. 8 (Mansi, XXIV, 200). Es verdad que tal disposición no la encontramos en el misal de Pío V (Ritus serv., II, 1; De defectibus, X, 1), pero se repite en los cánones de varios sínodos diocesanos del siglo XVI (Saponaro. 370-381. El sínodo de Aix (1585) exige para una eventual excepción un permiso escrito del obispo). Los estatutos de Lieja del año 1287 reglamentan sus vestiduras: Qui clericiis habeat tunicam lineam vel superpelliceum vel cappam rotundam et calceatus incedat (V, 13 (Mansi. XXIV, 896). El misal de Pío V en este sitio (Rit. serv., II, 1) originariamente no contenía ninguna prescripción referente a este particular).
Al exigir la intervención de un clérigo no se hacía en realidad más que indicar un ideal, que en la inmensa mayoría de los casos, incluyendo las misas públicas, no era posible cumplir, sobre todo porque las disposiciones del concilio de Trento sobre la formación del clero mandaban concentrarse a los aspirantes al sacerdocio en los seminarios conciliares. Por lo demás, ni en siglos anteriores fue fácil de cumplir tal norma Los únicos que tenían relativamente mayor facilidad de observar estas disposiciones eran los conventos. En Cluny encontramos en el siglo XI la costumbre de que el sacerdote monje que pensaba celebrar hacia una señal a un lego (conversus) para que le ayudase (Consuet. Clun.. II, 30: PL 149. 724. El comversus como ayudante aparece también en las Consuetudines de Farfa, que representan las costumbres de Cluny hacia 1040 (Albers, I, 161s). En un misal del convento de Nursia se encuentran dos relaciones de ayudantes del siglo XIV). También se menciona el puer, que sería un niño donado (Consuetudines de Farfa (Albers, I, 163; cf. la siguiente nota). Según el ordinario de la misa del convento de Bec (fines de la Edad Media) (Martene, 1, 4. XXXVI tl.675 Al), el celebrante después de la comunión se dirige con el v. 12 del c. 7 del Apocalipsis ad ministrum puerum). Cuando asistía un clérigo, podía ejercitar las funciones correspondientes a su grado, como, por ejemplo, leer la epístola y, si tenia órdenes mayores, preparar el cáliz, y después de la comunión, purificarlo (Existe alguna incertidumbre respecto a esta costumbre. Con todo, sigue como norma el modelo de la misa presbiteral pública). La colección de cánones del obispo Ruotger de Tréveris (927). En los cistercienses, el sacerdote debía tener dos ayudantes: un clérigo que le servía y contestaba, y un lego, que le ofrecía el agua y encendía las velas (Liber usuum, c. 59: PL 166. 1433 C. Asi también en el Rituale Cisterciense (París 16891 91. Cf. Schneider : «Cist.-Chr.» (1927) 374s.).
Las nuevas disposiciones del ordinario dominicano
286.
Al paso que las reglas de los conventos contienen sólo noticias
dispersas sobre este particular, el ordinario de los dominicos del año
1256 (Guerrini, 249s. El
ayudante debe extender los manteles y al final otra vez
recogerlos; trasladar el libro y la vela; ayudar a la preparación del
cáliz. Por lo demás, debe estar atento y siempre presto a servir y
contestar; por esto, parum aut nihil stet prostratus in tota missa.
Esta última indicación se refiere a la postura corporal corriente de
profunda inclinación durante las oraciones y el canon. A este respecto,
las Consuetudines de Farfa habían ordenado: Conversus ad primam
collectas (querrá decir: ad primam collectam) et secreta(s) sit
adelinis, ad canonem genua flectat vel stans oret (Albers. I. 162). El
Liber ordinarius de Lieja (Volk, lOOss) ha evolucionado los avisos del
Ordinarium O. P. en algunos puntos: prescribe para el ayudante al
principio un lavatorio de manos, le permite recibir la pax y darla a los
otros (aunque el titulo reza: De privatis missis). En la misa
conventual se menciona también la señal con la campanilla: Alter
acolythus ante tempus elevationis paucis actibus campanulam pulset (1.
c., 94, lín. 29. La ceremonia de la pax se prevé también en el
Ordo missae de Juan Burcardo (1502) (Legg, Traets, 1621. En cambio, ni
en Burcardo ni, según parece, en ningún otro ordinario medieval se
menciona la señal con la campanilla en las misas privadas. Franz (710s)
llama la atención sobre dos instrucciones para ayudar a misa del siglo XV) dedica al servidor de las misas privadas una serie de rúbricas
que, reunidas en un capitulo y perfeccionadas, forman aún hoy parte del
misal dominico (Missale iuxta ritum O. P. (1889 ) 24: De servitoribus missarum privatarum). En
el ordinario del año 1256, las reglas para los ayudantes se agrupan un
capitulo especial, dando al sacerdote Instrucciones precisas sobre las
particularidades de la celebración de la misa privada (Guerrini 249-251: De missis privatis). Entre ellas
llama la atención la rúbrica de suprimir las secuencias, tan frecuentes
por entonces. Era también costumbre general que el celebrante se pusiera
los ornamentos en el mismo altar lateral (Udalrici Consuet. Clun., II, 30: PL 149, 724 B: En la ida
al altar, el sacerdote toma en su mano derecha el cáliz sobre el que
está la patena con la hostia, que se colocaba sobre la misma mediante
una palilla, y el corporal; en su izquierda lleva las vinajeras llenas,
mientras que el monaguillo tiene el misal y la casulla en sus manos.
Así, más o menos, en Bernardi Ordo Clun., i 72 (Herrgott, 263). En los
cistercienses la costumbre de ponerse los ornamentos también para la
misa privada en la sacristía no se introdujo antes del año 1609, «para
mayor reverencia» (Trilhe Citeaur-DACL 3, 1793s), y encontramos el aviso, no
del todo nuevo, de que se pronuncien las oraciones a media voz. A lo
cual corresponde en las costumbres de Cluny la prescripción, muy
oportuna, de que las partes de canto se lean solamente in directum, pero
que no se canten (Udalrici
Consuet. Clun., II, 30: PL 149, 724 C asi como Guillermo de Hirsau,
Const., I, 86: PL 150, 1016 D Un caso semejante lo tenemos en los
sacerdotes rusos vueltos en la actualidad a la unión con Roma, que
cuando celebraban en privado se creían obligados a cantar las partes
correspondientes de su rito por lo menos en voz baja). De esta suerte la misa privada llegó a ser misa
rezada.Esta particularidad de leer todas las oraciones sin cantar, ni siquiera las más principales, no solamente representa en la actualidad la característica más sobresaliente en la liturgia romana, sino que constituye la única diferencia notable entre la misa privada y la misa solemne. Mucho mayores son las diferencias entre ambas en aquellos ritos orientales en los que, a consecuencia de su unión con Roma, se ha introducido la misa privada (Consisten principalmente en cortes de importancia, diferentes en los distintos ritos. En los ucranios se suprimen las incensaciones; las entradas mayor y menor solamente se insinúan la entrada mayor, dándose el sacerdote con el cáliz una vuelta entera etc. En los italogriegos se suprime mucho de la parte introductoria y en las letanías. Otros son los cortes en los melquitas (Pl. de Meestre, Grecques (LiturgiesJ: DACL 6, 1641-1643).
La «missa lecta», nueva base del culto divino
287. Esta misa leida o rezada casi ha perdido actualmente su carácter privado. Todos los rubricistas la toman como norma, y el mismo misal
romano, en contra de la costumbre que se guardaba hasta fines de la Edad
Media, presenta en primera linea esta missa lecta, describiendo sólo
en un apéndice los ritos adicionales de la misa solemne y en una breve
observación las particularidades de la misa cantada.
La misa mayor pierde muchas prerrogativas
Esta
evolución se ha visto favorecida, ciertamente, por haber ido cediendo la
Iglesia poco a poco de su antigua insistencia en exigir a los fieles la
asistencia los domingos a la misa mayor. A fines de la Edad Media, como
todavía veremos, ya no se urgía siempre este precepto, que por fin se
suprimió definitivamente. En consecuencia, la missa lecta, con cantos en
lengua vulgar o sin ellos, pudo entrar en el orden de los cultos
dominicales de las parroquias como misa que tanto los domingos como los
días de labor podía celebrarse en el altar mayor, prerrogativa denegada
muchos siglos.
Se reducen las diferencias en el rito
288. La equiparación jurídica de ambas misas tuvo pronto como consecuencia la reducción de sus diferencias exteriores
a la única que existe entre la recitación y el canto de los textos. A
un tal estado final de evolución se llegó por conceder a la misa privada
algunas prerrogativas de la misa cantada, y también por quitar a esta
última algunas de las suyas. Ya en los siglos XII y XIII empezó el
sacerdote, lo mismo que en las misas privadas, a leer en voz baja en la
misa solemne las partes cantadas por otros. Existían otros
privilegios que. aunque teóricamente siguen todavía en vigor, en la
práctica o no aparecen como tales, por ejemplo, el número de velas, o
sencillamente no se observan. Raras veces vemos a un clérigo leer la
epístola o a un acólito especial servir junto al libro o, si es clérigo,
traer el cáliz y cubrirlo y llevárselo después de la comunión. A lo
más, al ayudante de la misa privada se le junta hoy otro en la misa
cantada.
Ayudantes seglares en ambas
No hay diferencia
alguna entre ambas misas por lo que se refiere a los ayudantes seglares (Al contrario del misal dominicano, el romano apenas
contiene rúbricas sobre los deberes de los ayudantes a misa. Por esto,
con excepción de las funciones principales, difieren mucho según las
diversas regiones. Así, p. ej., además de los toques prescritos de la
campanilla para el Sanctus y la consagración, se usan en nuestra región
toques al ofertorio y la comunión; en algunas diócesis de Francia y
España, al omnis honor et gloria y en Centroamérica, al Pax Domini. El traslado del libro se deja al ayudante.
El Ordinarium Cartusiense (1932). Mientras a principios de la Edad Media se admitían como
ayudantes en la misa cantada, únicamente a clérigos, más tarde se los
exigió para las dos, contentándose finalmente en ambas con ayudantes
seglares (Aunque el oficio principal del ayudante consiste en
estar presente y contestar, o sea representar al pueblo, función que
conviene perfectamente a un seglar y, en casos de necesidad, puede ser
ejercida por mujeres (cf. Cod. lur. Can., can. 813, 2), con todo,
considerado en su totalidad, según lo que dijimos, es «descendiente» del
clérigo y, en definitiva, del diácono, con el que también tiene común
el nombre. Lo mismo recuerda también la expresión,
usada en los inventarios medievales para las vestiduras de los
ayudantes, que existían en diversos colores: dalmaticae puerorum, o
también tunicae, albae puerorum (Braun, Die liturgische Gewandung, 60s).
Hanssens y Saponaro se fijan, ante todo, en la
primera función, y llegan, por lo tanto, a otra conclusión, necesaria
por cierto para disipar algunos reparos contra la misa dialogada). Siguiendo las tradiciones de las antiguas escolanías de
las colegiatas o conventos, se suele solucionar hoy el problema de los
ayudantes valiéndose de niños, cuya inocencia parece suplir de algún
modo su falta de carácter clerical (Con todo, siempre se manifestaron reparos
contra esta solución. p. di: Goussanville la declara como
abuso en su edición de San Gregorio, al que tal vez la costumbre pueda
justificar. Con la misma severidad juzga Martene, 1, 3.
9. 10 (I, 344). Bremond (Histoire littéraire, VI, 220) relata de Claude
Martin, prior de Marmoutier desde el año 1690, que prohibió que lo mismo
niños que hombres casados ayudasen a misa. También en los siglos XVIII y
XIX se manifestaron reparos contra los monaguillos (Trapp, 165, nota
923; 295s con la nota 97).
Con todo, no falta ni aun entonces cierto tinte sagrado en el ayudante,
toda vez que con la instrucción técnica se procura una dirección
espiritual y, en ciertas circunstancias, una especie de rito de admisión
para el cargo, como en algunos sitios, en los que se hace en forma,
eclesiástica por mandato del obispo (Cf P. Debray, Dienst am Altar; Werkbuch
jür Mini-strantenseelsorge (Friburgo 1942), 153-159. Th. Mathyssek llama
la atención sobre un formulario de Altaruienerweihe (bendición de
monaguillos) aprobado en la diócesis de Limburgo (Th. Mathyssek,
Leitfaden der Pastoral, 4.a ed. [Limburgo 19401 299). Conviene recordar
que en Roma todavía en los siglos VIII y IX los clérigos jóvenes
recibían por lo visto su ordenación por el papa o un obispo sólo a
partir del acolitado (los acólitos llevaban el saquito con la
Eucaristía). Para los grados menores no recibían más que una bendición del archidiácono (Ordo Rom. IX. n. 1: PL 78, 1003): accipient primam
benedictionem ab archidiácono.
Razones de la celebración diaria
289.
La desaparición de las diferencias entre la misa privada y pública se
debe en buena parte al uso moderno de la celebración diaria de la misa,
que es hoy tan natural, que lo contrario llamaría la atención (En la temprana Edad Media, los
sínodos de Pavía (850) can. 2 (Mansi, XIV, 930), y de Compostela (1056),
can. 1 (Mansi. XIX, 855), desean que los obispos y
presbíteros celebren diariamente la misa. Sin embargo, la práctica
todavía en la baja Edad Media, lo mismo en España que en otras partes,
era muy distinta de la actual. Mientras el gran aprecio de la misa
votiva obligaba a muchos sacerdotes .que realmente vivían del altar a la
celebración diaria, otros decian misa muy de tarde en tarde Por esto,
con frecuencia se fija un limite ínfimo. Los sínodos de Toledo de 1324 y
1473 exigen por lo menos cuatro celebraciones al año (Mansi, XXV, 734;
XXXII, 392); otro de Ravena (1314), por lo menos una (1. c., XXV, 546
C). Un sínodo de Bourges del año 1336 exige de los sacerdotes que están
encargados de la cura de alma la celebración por lo menos una o dos
veces por mes (can. 3; Mansi. XXV). En otros sitios se prescribe
la celebración semanal; véanse ejemplos de los siglos XIII-XVI en Browe
(Die haujige Kommvion, 57 67 68; cf. 74). De la región del río Mosela
se relata de la primera mitad del siglo XVIII que aun entre los párrocos
no fué costumbre celebrar diariamente la misa. Si no hubo una razón especial,
muchos celebraban sólo una o dos veces entre semana ex devotione. Las investigaciones
teológicas no se preocupan generalmente de esta cuestión, sino de la de
si es mejor celebrar o no diariamente; cf. los capítulos en Benedicto
XIV. De s. sacrificio missae. En la cuestión arriba apuntada a favor de la celebración
propia está el llamado fruotus specialissimus, que, según una opinión
teológica, es exclusivo del celebrante. Tal vez sea de más importancia,
que, por regla general, la intervención más activa dará al celebrante
mayor devoción. Pero por esto no se pueden tener en menos los valores de
la unidad y caridad que están por el otro lado, ya que, suppositis
suponendis, estos valores por la celebración común no solamente son
representados, sino también fomentados. Por esto, la antigüedad dio la
preferencia a esta otra solución, que aun hoy día con razón se escoge
allí donde la celebración particular (con ocasión de una gran
concurrencia de sacerdotes) no se puede tener en forma digna. El que el sacerdote, aun prescindiendo de necesidades ajenas,
ejerza de vez en cuando en el altar su potestad de orden, siempre se ha
reconocido como cosa digna y natural. Ésta razón seguramente influyó en
la costumbre de la misa privada de los conventos de la temprana Edad
Media y motivó la legislación que sobrevive en el can. 805 del Cod. Iur.
Can. Influiría también en la institución del turno para la celebración
de la misa conventual en las colegiatas y conventos; este punto de vista
llevaría sobre todo a la regla vigente en los conventos del rito
bizantino, por la que allí donde había más de cinco padres, se celebraba
dos veces por semana la liturgia; donde había más de diez, tres veces, y
donde había más de veinte, diariamente. Esta
celebración diaria constituye
hoy día en el celebrante un elemento esencial de su vida espiritual.
Late en dicha costumbre la convicción de que la misa celebrada por uno
mismo, desde el punto de vista dé la vida espiritual, tiene más valor
que no la participación en la misa de otro.Vienen a juntarse a estos deseos particulares intereses de apostolado; nunca serán demasiado las facilidades que se den a los fleles para asistir a misa, no sólo a diario y multiplicando las iglesias, sino también dentro de la misma iglesia principal, poniendo diversas horas. Se impone el celebrar en el altar las festa fori, pero también las festa chori, o sea las de los santos. Así, considerando los intereses privados y públicos, se ha llegado hoy a crear en todas partes, aun en los días laborables, un orden fijo de misas semipúblicas.
LOS ESTIPENDIOS
Se añade
otro factor activo que ya en la antigüedad cristiana fomentó mucho la
extensión de la misa privada, a saber, el deseo de los fieles de que el
sacerdote celebre a intenciones particulares, ofreciéndole para ello la
oblación en forma de estipendios. Reconozcamos que hoy, cuando ya no existen apenas fundaciones
bien dotadas, tales estipendios adquieren y suponen para el clero cierta
importancia económica, aunque apunten con esto algunos peligros, a
veces no pequeños. La legislación eclesiástica, aleccionada por
experiencias muy tristes que se han dado en el correr de la historia
eclesiástica, ha intentado prevenirlos en la medida posible. De
todos modos queda a salvo la legitimidad de la celebración por este
título. Y a pesar de que los formularlos de las misas votivas ya no
tienen aquella importancia de antaño, la misa votiva misma, ofrecida a
intención particular de una persona o familia, representa hoy el título
de misa privada, que le da más claramente su razón de ser y vida, sobre
todo atendiendo a que hunde ya sus raíces en la tradición eclesiástica
de los primeros tiempos. Debería urgirse por todos los modos la
asistencia personal a la misa de aquellos a cuya intención se ofrece. A
los fieles que piden una misa ha de recordárseles que en estas
ocasiones deben honrarla con su presencia. Y, desde luego, conviene
procurar siempre que tales celebraciones votivas no perjudiquen el culto
divino público, preocupación principal y primera en la liturgia
eclesiástica.
P. Jungmann S.I.
EL SACRIFICIO DE LA MISA
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