Como eran tan públicas las hazañas del maestro Vicente, llegaron a noticia del rey moro de Granada, que se llamaba Mahoma, y era hijo del rey Juseph II. Tuvo Mahoma gran deseo de conocer al Santo y oír de su boca la fe de Jesucristo. Envióle, pues, un embajador de su mismo nombre, rogándole llegare hasta Granada a predicarle el Evangelio, dándole para ello salvoconducto. Fue esta embajada muy alegre para el Santo, que deseaba que todos los hombres del mundo conociesen a Jesucristo. Llegando a Granada, predicó al rey con tanto ahínco y espíritu, que con tres sermones le trajo a término de pedir el bautismo. Tenía otro sí con sus buenas pláticas convertida gran parte de la ciudad, y no esperaba para bautizarlos sino que estuviesen bien instruidos en la fe, conforme a lo que la Iglesia católica tiene ordenado acerca de esto. Mas el demonio enemigo del linaje humano, trastornó el juicio al rey con un temor que le pusieron sus alfaquíes, de perder el reino con alguna furia popular. Llamó el rey al Santo y con palabras mansas le rogó o le mandó que se saliese de su reino y se volviese a tierra de cristianos. Por donde el Santo, viendo que no tendría de allí adelante el lugar que deseara para predicar, se salió de Granada y el desdichado rey fue causa que todo aquel reino se quedase en la infidelidad hasta el año de 1492, que fue conquistado por el católico rey don Fernando. Lo que más descubre el engaño en que vivimos los hombres es que, partido San Vicente de allí, el rey Mahoma (que era el noveno de este nombre entre los reyes moros de Granada y se llamaba por sobrenombre Abenbalúa) murió dentro de muy poco tiempo, en el año 1408, y por no perder el reino de la tierra por tres días, perdió el del cielo para siempre, y se fue al infierno a pagar con eternos e insufribles tormentos este pecado de infidelidad y el de tiranía; porque había usurpado tiránicamente el reino a su hermano mayor el rey Juseph III, como consta por las historias de estos reyes.
A la ida o vuelta de Granada, estuvo el Santo en Murcia e hizo allí algunos milagros y entre ellos dos muy señalados. El primero que, predicando el Domingo de Ramos a poco menos de 10.000 personas, arremetieron por una calle contra la gente tres caballos relinchando con gran braveza y echando un humo como fuego por las narices. Fue tan grande el espanto de la gente, que cada uno miraba por dónde huiría. El Santo les daba voces, que no se moviesen diciéndoles que se armasen con la señal de la Cruz y no les dañarían nada. Haciéndolo, pues, así la gente, los caballos se salieron corriendo por la puerta de la ciudad que está puesta al mediodía. No sólo esta vez, sino otras muchas también movía el demonio estos ruidos hechizos, predicando el Santo, a fin de estorbar el provecho que de sus sermones se seguía. En especial se averigua en el proceso que predicando él en otra parte, un asno que pacía en un huerto allí cerca se tomó a rebuznar tan fuertemente y tantas veces, que no podían las gentes oír lo que el Santo decía. Pero mandándole él que no rebuznase más, lo hizo así siendo animal tan indisciplinable. Volviendo a de Murcia, idos los tres caballos, dijo San Vicente a los que le oían: Sabed, hermanos, que estos tres caballos son tres demonios, que hasta hoy moraban en esta ciudad, y vista la mudanza de vuestras vidas, no han podido disimular la rabia que contra vosotros han tomado. Dad, pues, gracias a Dios que ya se han ido; pero todavía queda rastro de ellos, porque en este auditorio hay una mujer, la cual no ha querido traer al sermón una hija doncella que tenía, y en este punto está, pecando en su casa. La mujer por quien el Santo lo decía y salió aprisa de entre la gente y halló en su casa a su hija pecando con un hombre. Cególa tanto el enojo, que no pudo disimular la desgracia, y como una leona volvió al lugar donde el Santo predicaba gritando: verdad dijiste, Santo de Dios. Hallado he a mi mala hija, como tú decías. Añade Laurencio Surio que otras muchas veces descubrió semejantes pecados predicando.
El otro milagro fue que, después de algún tiempo que el Santo estuvo en aquella ciudad, vino mucha langosta, e hizo gran daño. También por todas las viñas pareció tanto pulgón por espacio de catorce días, que los ciudadanos se temieron de grande esterilidad y hambre para el año siguiente. Fuéronse, pues, al padre San Vicente rogándole que les favoreciese en un peligro tan manifiesto como ellos estaban. Mandó él entonces traer agua bendita, y acompañado de sus clérigos, los cuales iban cantando himnos, se fue por las cuatro partes de la ciudad. Y poniéndose en pie a las puertas de ella, echó agua bendita contra las langostas y pulgón. Hecho esto, se volvió a las gentes, que iban tras él, y dijoles: Asegúroos que no os irá mal al agosto y septiembre. En continente se murieron aquellos animales, y al otro día se vieron los campos y viñas llenos de ellos ya muertos. Y cuando vino el tiempo de la cogida, no sintieron ninguna mengua. Llegó también el Santo a Orihuela, cuatro leguas de Murcia, aunque ya es del reino de Valencia, a donde le trajeron una moza endemoniada. Púsole el Santo la una mano en la frente, y la otra en el, colodrillo, y después en los dos lados de la cabeza, diciendo siempre: Jesús, y luego estuvo la mujer libre del demonio. Ni más ni menos sanó a otra tan atormentada de un hipo que a cada paso parecía que se le había de salir el alma, y aunque cuando se la trajeron estaba ya para expirar. Esto dice el proceso. Créese también que de esta vez convirtió a los moros de Fortuna y Abanilla, no muchas leguas lejos de Orihuela.
Con estas y otras hazañas del glorioso padre se movieron unos envidiosos a perseguirle todo lo posible. Y entre ellos particularmente un prior de cierta Orden le tenía tanta malicia que no sólo decía mal de su persona, mas aun le contradecía en la doctrina. Pero como está escrito que la sabiduría vence a la malicia, al cabo de algunos días el hombre entendió su yerro y reconoció la santidad y vida apostólica del que perseguía, y fue el arrepentimiento tan vivo que fue al Santo y le dijo: Perdonadme, padre. Yo os he perseguido cuanto he podido, yo os he infamado muchas veces, yo he contradicho a vuestra santa doctrina. Pero por lo que debáis a la misericordia de Jesucristo, os ruego que me perdonéis. Respondió el Santo amigablemente: Días ha, padre, que os he perdonado, y no tengáis duda ninguna de mi buena voluntad para con vos. Allende de esto os hago saber que ya Dios os ha perdonado. Porque nunca viniérades con tanto dolor de corazón, si primeramente no ablandara Dios vuestra voluntad con su gracia y misericordia. Pero, no obstante eso, confesad luego vuestros pecados lo mejor que pudiéredes y supiéredes: porque no tardará vuestra muerte. Espantóse el prior de una sentencia tan resoluta, y por no perder tiempo, después de haberse confesado, despidióse del Santo y pidióle su bendición, deseando llegar al convento de su religión, para morir entre sus frailes; él se dio a caminar, y el Santo se fue a predicar: en medio del sermón dijo a la gente: Rogad, hermanos, a Dios por el alma de aquel padre que poco antes visteis se despedía de mí, porque ya es fallecido. No hubo bien acabado el sermón cuando llegó allí uno y dijo que no habiendo andado aquel padre seis millas había caído súbitamente muerto. Dichoso él por cierto, pues le tomó la muerte tan reformado, que si un poco antes le tomara diera con él en el infierno. Un doctor que escribe este caso dice que acaeció en Cataluña, pero como extranjero no sabía en que reino cae Orihuela, o tomó Cataluña por la Corona de Aragón, como algunos italianos suelen. Flamino lo cuenta bien, aunque así él como el otro, contando lo que San Vicente hizo en Murcia, se olvidan de poner el milagro de las langostas, y lo ponen en otra ciudad, la cual ellos llaman Nursia o Mursia.
Quedaba el Santo muy engolosinado del fruto que había hecho en Italia otras veces que en ella estuvo, y así, dice el maestro López, después de vuelto de Granada se fue a Italia. Pero no quiso nuestro Señor que la voluntad del Santo se cumpliese como él deseaba. Porque caminando hacia Toscana, Italia, y llegando a Porto Véneris, que está en medio del camino de Génova a Pisa, recibió una carta del rey don Juan II de Castilla, en la cual le rogaba que volviese a España, porque hacía falta por acá y así hubo de dejar la empresa que tenía entre manos. Es necesario poner esta otra ida a Italia en este tiempo, porque las otras dos que estuvo allá fueron cerca del año 1401, y en el año de 1405, y entonces era rey de Castilla don Enrinque III, el cual vino a morir en el año 1406, día señalado de Navidad; y sucedióle en el reino su hijo don Juan II, que aún no tenía dos años cumplidos. Pero vuelto San Vicente de Granada, estuvo por el mes de julio del año de 1409 en Barcelona, y fué con los conselleres (que son como los jurados en Valencia) a llevar al rey den Martín de Aragón la triste nueva de la muerte del rey don Martín de Sicilia, su hijo. Tomó después el camino para Italia, y entonces, por el principio del año siguiente, que fueel de 1410, recibió la carta del rey don Juan, que ya era de edad de cinco o seis años. Y según puedo colegir de lo que tengo leído en los historiadores de aquellos tiempos, la razón por qué el rey don Juan le envió a llamar fue que con la muerte del rey de Sicilia se revolvieron estos reinos de Aragón, y aun viviendo su rey don Martín y en su propio palacio y presencia se disputaba con gran porfía quién le había de suceder; siendo verdad que apenas había un mes o dos que se había vuelto a casar el rey con doña Margarita de Prades. Unos decían que el legítimo heredero sería el infante de Castilla don Hernando; algunos que don Luis, duque de Calabria e hijo del rey Luis de Andegavia; otros que don Jaime de Aragón, conde de Urgell; otros que don Alonso de Arzión, duque de Gandía, Y aun no faltaba quien hablase de don Fadrique, hijo bastardo de don Martín de Sicilia. Y como los sobornos y cohechos eran tan claros, parecióle al infante don Fernando que quien miraría más por la justicia sería San Vicente, y así procuró que el niño don Juan le llamase por su carta, pues era de creer que San Vicente holgaría de condescender con su voluntad; entreviendo también en ello cartas del mismo infante don Fernando y de la reina doña Catalina, madre de don Juan. Y porque San Vicente de camino pasó por Valencia, y no llegó a la corte del rey don Juan hasta el año de 1411, trataremos primero de lo que hizo en Valencia y su reino, y después escribiremos lo que hizo en Castilla.
DE LA VUELTA DE SAN VICENTE A ESTA CIUDAD DE VALENCIA
Pocos días después de la muerte de don Martín, la cual (según arriba dijimos) fue a 31 de mayo del año 1410, llegó a Valencia una nueva bien alegre, y fue que el maestro Vicente venía de Cataluña a esta tierra y estaba ya de este cabo del río Ebro. Y (como se refiere en el libro de los Consejos y establecimientos de los jurados de aquel año) juntándose los cónsules de la ciudad a 3 de junio para ver lo que se debía de hacer en la entrada de un tan santo hijo de la tierra, mandaron que se trajesen del Grao (que es un pueblo a la orilla del mar) las velas y antenas y garcias que había en la tarazana, para hacer sombra por las plazas donde el maestro Vicente había de predicar. También se ordenó que los jurados le recibiesen de la manera que les pareciese más expediente para la honra de la ciudad en aquel caso. Mandaron que al maestro Vicente y a los que venían en su servicio se les hiciese el gasto a costa de la ciudad, y finalmente que se hiciesen cadalsos por los lugares donde el Santo predicaría, de suerte que los jurados y otra gente de lustres le pudiesen oír a su gusto.
Llegó el Santo a 23 de junio, víspera de San Juan, y aquella noche durmió en la abadía de la iglesia del mismo San Juan, porque al otro día pudiese predicar en el mercado, que es una grande plaza, bien cerca de aquella iglesia. Predicó, pues, el día de San Juan en el mercado, a la parte de la Bolsería. Flaminio dice que le oyeron aquel día 30.000 personas; entre las cuales hubo una mujer que demás de estar enferma era muda desde su nacimiento. El Santo le hizó la cruz en la frente y boca, le dijo: Hija, ¿qué quieres? Cosa maravillosa, que luego la muda respondió: Padre, pido salud del cuerpo y el pan de cada día, y que me sueltes la lengua. Mas el Santo replicó: Tres cosas pides, hija; las dos primeras Dios te las concederá, mas la otra no quiere que la alcances, porque no cumple para la salud de tu alma. Por tanto, alábale de aquí adelante en tu corazón, por la merced que te hace, y no desees más hablar. Dijo la mujer: Yo haré, padre, lo que me dices. Esta fue la postrera palabra que en cuatro años que le quedaban de vida habló; y quedóse muda como antes, empleándose en el servicio de Dios hasta la muerte.
Determinóse aquellos días un hombre de traer al Santo su hija, la cual, aunque no tenía sino catorce años, era terriblemente atormentada de un demonio; y si hasta entonces la había maltratado, la trató peor desde que entendió que la quería presentar al maestro Vicente; y aunque el diablo rehusó harto la carrera, al fin, que quiso, que no, él hubo de ir allá, dando gritos y haciendo mil visajes. Lo primero que hizo el Santo fue mandar al demonio en el nombre de Jesucristo se sosegase un poco. Después le preguntó por qué atormentaba a aquella muchacha, y cuánto tiempo había morado en ella. El demonio respondió: Un año ha que yo y otros compañeros míos entramos en la casa del padre de ésta, a fin de moverle en cólera para que matase a su mujer. Andando nosotros en esto muy negociados, la mujer se santiguó y se encomendó a Jesucristo y a María, por lo cual luego perdimos las fuerzas para dañarla; y con la rabia que tomamos, por ver que no nos sucedían las cosas a nuestro favor, de tal manera combatimos la casa que todos los que en ella moraban pensaron les tomaría debajo, y así con el miedo se santiguaron. Esta sola no se favoreció de la cruz, y viéndola yo desarmada, me entré de presto en ella. Basta, pues, dijo el Santo, lo hecho y sal de ahí sin réplica por el lugar más feo que tú sabes, y no le hagas daño en ninguna parte de su cuerpo. Respondió el demonio: Bien te llamaron Vicente, pues no puedo resistirte. Salido de ella, dejó allí un hedor infernal de sufre y a la niña libre, pero muy desmayada. Mandó San Vicente al padre que se la llevase y la hiciese confesar y le enseñase la doctrina cristiana.
Pondre aquí una lista de las mas insignes cosas que San Vicente hizo en esta ciudad: aunque no se ha podido bien averiguar el tiempo en que acontecieron, si no es de las dos ya dichas. Porque muchas veces vino San Vicente a Valencia, antes y después de ésta, y en todas ellas obró grandes milagros. Particularmente en los memoriales de Gaspar Antist, jurado después de Valencia y hombre muy leído, he hallado que a 29 de noviembre del año 1412 se halló San Vicente en Valencia. Viniendo a lo que hace al caso, digo que, según se refiere en el proceso, el Santo en esta tierra restituyó la habla a un mudo, que en cuarenta años no había podido hablar, con sólo santiguarle y ponerle la mano en la boca. Lo mismo hizo con un ciego, y también con un sordo; y añade Roberto que el sordo había ocho años que no oía.
Flaminio cuenta que en medio de un sermón del Santo se endemonió un hombre de los que allí estaban, y eran tantos y tan desordenados los meneos que hacía que a todo el auditorio tenía suspenso. Saltaba, reía, lloraba, cantaba, daba aullidos. Volviéndose para él, el Santo le dijo: Diablo, de parte de Jesucristo te mando que estés quedo. Y como el demonio en nada sabe tener el miedo, y siempre anda por extremos, luego se sosegó en tal manera y se estuvo tan derecho y sin movimiento alguno oyendo el sermón, que no parecía sino un poste. De suerte que no estaba la gente menos maravillada de su reposo que antes de sus movimientos. Concluida la plática, hízole en la frente la señal de la cruz, mandando en virtud del que murió en ella al demonio dejase aquel cuerpo. Después mandó al hombre que se confesase presto y de allí adelante guardase fielmente los mandamientos de Dios.
Predicando en la plaza de la Leña, junto a la iglesia mayor y al palacio del obispo, vino una noble mujer al sermón y trabajaba mucho por llegarse más hacia el púlpito. Pero el Santo le dio una grande voz, mandándole que se volviese a su casa. Obedeciendo ella a su mandato halló que una esclava suya había parido un hijo y que trabajaba por ahogarle por ventura porque no fuese descubierto su mal recaudo. Créese que Dios reveló esto al Santo, porque no muriese el niño antes de alcanzar el bautismo.
Sanó sin esto con su bendición a dos mujeres, la una de las cuales por cuatro años había padecido flujo de sangre, y la otra no podía abrir un ojo.
También estando presente en el sermón doña Juana, hermana de la reina de Aragón doña Margarita, cayó una gran piedra (no se sabe de dónde) y rompiendo las velas que estaban puestas para estorbar el sol, dio sobre la cabeza de ella, dejándola como muerta. Alborotóse entonces la gente, pero el Santo les hizo señas que no se meneasen, diciendo que la piedra no era caída para matarla, sino para que todo el mundo supiese que doña Juana traía la cabeza bien armada, de manera que podía resistir a cualquier golpe de piedra. Dijo esto porque iba, muy bien arreada y llevaba la cabeza con dos mil dijes y joyas; y dándole un grito: ¡Doña Juana, levantáos!", luego ella cobró el sentido. El día siguiente, dejadas todas las galas y vanidades, vino al sermón muy honestamente vestida.
Otro día después, en el principio del sermón, apareció sobre el auditorio una infinidad de cuervos graznando, que cubrían el sol. Hizo el Santo la cruz contra ellos, y díjoles: Ios de ahí al lugar que os está aparejado. A la cual palabra todos se fueron y no parecieron más. El postrer día que predicó en Valencia vino nueva al auditorio que en otra parte de la ciudad se había incendiado una casa; y como quisiesen muchos levantarse para apagarlo, dijo el Santo: Estaos quedos y no os perturbe el que suele poner estorbos a la palabra de Dios. Sobre mí que el fuego no quema la casa, ni cosa que esté en ella. No tardó mucho el aviso que el fuego por se mismo se había muerto, sin daño de cosa alguna.
Antes de irse de Valencia remedió algunos males que había en ella, porque (como dice el proceso) había bandos muy encendidos entre dos linajes, esto es, de los Centellas y el de don Pedro Maza de Lizana; y como había muchos años que duraban y venía el negocio de más de doscientos años atrás (cuando Valencia aún no era de cristianos), eran ya los muertos por armas 5.000 hombres. No parecía esto increíble al que entendiere la libertad y orgullo de los caballeros antiguos de nuestra nación y cuán terribles eran en vengar sus particulares injurias, poniéndose a peligro de todas las aventuras o desventuras que les pudiesen suceder, solamente tomasen cumplida venganza de sus enemigos. Ni bastaban los reyes a estorbárselo, como quiera que en aquel tiempo no tenían tanto poder cuanto era menester para reprimir la furia y soberbia de unos hombres tan ricos y nobles y tan hechos a no obedecer que a muchos de ellos no les faltaba de reyecitos sino el nombre, y traían a veces campo casi formado los unos contra los otros. Ocurrió San Vicente a estos daños tan ordinarios, y mediante la gracia de Dios hizo las paces y quedaron muy buenos amigos los caballeros, a lo menos por algún tiempo. Atestigua esto en el proceso un rey de armas que se halló presente a ello, y lo mismo apuntan otros autores. Pero sin esto, es fama que apaciguó a los Soleres y Marradas, que traían la ciudad alborotadísima con sus bandos y discordias tan sangrientas.
También había junto a Predicadores ciertas casas que ofendían mucho al convento, y hablando San Vicente a los jurados sobre ello, las mercaron con dinero de la ciudad y las pusieron por tierra. Y dicen los jurados en los Establecimientos del año 1410 que hacían esto por lo mucho que la ciudad debía a fray Vicente.
No dejaré de poner aquí una cosa que es muy pública en Valencia. Habiendo de entrar San Vicente en ella, quisieron los jurados recibirle casi con tanta autoridad como reciben a los reyes cuando entran, y así, salieron muy bien aderezados y con palio, concurriendo toda la caballería y el pueblo. De más de esto hicieron un circulo de hierro, para llevarle en medio, de tal manera que la gente ni le pudiese cortar de la ropa, como solía, ni tampoco fatigarle besándole las manos y hábitos.Iba, pues, el Santo dentro del círculo con tanta simplicidad y humildad, como si no fuera él por quien se hacía la fiesta. Y cierto era así, que a Dios se hacía aquella honra más que a él. En este tiempo hallóse en Valencia un padre muy religioso que se llamaba fray Francisco Giménez, valenciano (y no el de Cisneros que muchos años después fué arzobispo de Toledo), grande amigo de este Santo . Y como tal vino también a recibirle. Y viéndole entrar con tan grande majestad y pompa, le dijo, con la llaneza que solía haber antiguamente entre los hombres: Padre Vicente, ¿qué hace ahora la vanagloria? Respondió el Santo: Padre Francisco, va y viene, pero por la gracia de Dios no reposa. Por cierto la pregunta fue de hombre Prudente y discreto, que conocía en cuánto peligro de vanagloria viven los que son tan honrados de las gentes cuanto San Vicente lo era. Pero la respuesta fué de hombre humilde y santo. Humilde, porque no negó la tentación que padecía, como tampoco la negaron San Agustín en el Tratado 57 sobre San Juan, y San Gregorio en el capitulo último de los Morales. Santo, porque verdaderamente es grande perdición pasar por cosas de mucha honra sin que se os apegue un no sé qué de vanagloria. Oh cuán puesto tenía este Santo su corazón en el cielo, que tan poco caudal hacía de lo que pasaba en el suelo!Cuán humildemente sentía de si mismo, de que con tanto viento de honra no se levantaba nada! La causa de esto era que él en su conciencia se tenía por tan grande pecador y por tan indigno de toda honra delante de Dios, que allí donde le traían de la manera que habemos dicho iba temblando de los grandes y espantosos juicios de nuestro Señor, y temía no fuese aquel favor para mayor condenación suya. Y así todas las honras vanas y contrahechas del mundo le daban. Si a alguno se le hiciera duro de creer que un hombre tan docto y justo se tuviese por malo y pecador, oiga otra cosa más espantable que esta, que de otro santo tan grande y por ventura mayor que San Vicente refiere el buenaventurado arzobispo de nuestra ciudad don Tomás de Villanueva, fraile agustino, en el primer sermón de San Martin. Escribe este doctor que el glorioso padre Santo Domingo, con ser tan grande santo, como Dios y todo el mundo sabe, cuando había de entrar en algún pueblo rogaba muy de veras y de corazón a Dios nuestro Señor que por los pecados que él mismo había hecho no se enojase contra aquel pueblo donde él entraba, ni le destruyese. De manera que, según esto, cuando Santo Domingo iba a Burgos temía que no descargase Dios sobre ella alguna pestilencia por su causa. Y cuando entraba en Segovia o en otra cualquiera ciudad se recelaba grandemente que Dios, enojado por sus pecados de él, no la asolase. Consideremos atentamente cuán ajenos vivimos de esta perfección, pues aun no habemos andado el medio camino de la virtud cuando ya pensamos que por nuestro respecto ha de hacer Dios milagros.
No sé si fue esta vez u otra lo que refiere el proceso, donde se dice que después de hecha gran conversión de judíos y de gentiles, o moros, vino San Vicente a Valencia y le salió a recibir toda la ciudad en procesión y con muchas cruces y banderas. De aquí se puede entender cuánto le acataban en otras partes del mundo, pues en su misma tierra así le honraban.
Para que se vea cuán gran verdad es lo que arriba dijimos del pensamiento tan temeroso de Dios, del cual se aprovechaba el Santo como de un gran peso que aplomase su corazón, de manera que el recio Viento de los favores mundanos no le trastumbasen, quiero poner aquí, por remate de este capítulo, lo que él mismo escribe en el libro de la vida espiritual; hablando allí con cada cual de sus discípulos, dice de esta manera: Quien quisiere huir y escapar de los Postreros lazos y tentaciones del demonio, ha de sentir en sí dos cosas. La primera, que piense y sienta de sí mismo como de un cuerpo muerto lleno de gusanos y hediondo sobremanera; tanto, que los que pasan cabe él desvían los ojos por no verle y atapan las narices, porque no les mueva a vómito. Así cumple, amigo, que lo sintamos yo y tú. Pero yo mucho más, pues toda mi vida es hedionda y todo yo huelo malísimamente. Mi cuerpo, mi alma y todo lo que en mí hay, está muy feo y sucio con las heces y podre de mis pecados y maldades. Y es el mal, que de cada día conozco que se renueva y acrementaen mi este hedor". Después de estas palabras añade luego: "Y ha de sentir el cristiano este hedor teniendo grandísima vergüenza y empacho de Dios, como de quien todo lo ve y lo juzga rigurosamente. Y así como conoce que huele mal delante de Dios y de sí mismo, tenga creído que no solamente a los ángeles y almas santas, mas también a todos los vivientes, parece abominable y hediondo. Y que todos ellos hacen poco caso de cuanto él dice y hace, y que (como dijimos) cierran sus ojos y tuercen la cabeza por no verle, y se arredran de él como de un cuerpo muerto y huyen de conversar con él, ni más ni menos que huirían de un leproso". Hasta aquí son palabras del Santo. La segunda cosa que aconseja no la pongo aquí porque, para mi propósito, lo dicho basta.
DE LAS COSAS QUE HIZO SAN VICENTE POR EL REINO DE VALENCIA
Bueno será que contemos ahora otras muchas cosas que hizo San Vicente en el reino de Valencia; y pondrémoslas sin orden, como en montón, porque no ha sido posible sacar en limpio cuándo acontecieron, aunque todas ellas son muy ciertas. En la villa de Liria, que está a cuatro leguas de Valencia, se vino a secar una fuente de la cual toda la gente bebía. Pasaron algún tiempo con harta necesidad y trabajo hasta que vino allí el Santo. El cual, viendo la congoja y tristeza en que vivían, después de haber dicho misa se fue al lugar donde solía manar el agua, y echándole su bendición, volvió a salir con abundancia. En memoria de esto han labrado los devotos cabe la fuente una capilla en honra de este Santo, y cada día en la misa conventual de la villa se dice cierta oración para que Dios les guarde el agua; la cual oración pretende que ordenó el padre San Vicente.
Llegó el Santo a Teulada, que es un pueblo no muy lejos del cabo Martín, aquí en el reino, donde fue informado que cada día venían moros de allende y talaban la tierra y se llevaban muchos cautivos. Era el Santo bien semejante a Job, con el cual desde su niñez creció la misericordia. Y así, poniéndose en cierta parte del término de aquel pueblo, hizo una cruz en la peña y dijo que no llegarían más allí los moros. En testimonio de esto, desde entonces acá muchas veces han desembarcado moros cerca, y por muchos estorbos que se les han ofrecido nunca han llegado a Teulada, con ser verdad que han hecho gran daño en algunos pueblos cercanos. También dicen los de la misma tierra (y me han enviado los jurados testimonio de ello) que después que San Vicente estuvo en ella, nunca más han padecido pestilencia, que no pocas veces les solía dar pena, y San Vicente les aseguró que no padecerían semejante calamidad. Pero acerca de esto digo que durará esta gracia cuanto Dios quisiere. Porque a veces suele Dios tomar enojo contra los hombres por los pecados de ellos y privarles de algunas mercedes que solía hacerles.
En San Mateo, villa del Maestrado, usó el demonio de un ardid contra el Santo, aunque después no sacó nada de él. Estando allí San Vicente, llegó un ermitaño viejo y muy venerable, a lo que parecía, y fue recibido con mucho amor y tratado muy bien en el pueblo. Porque cierto, donde el Santo estaba a todos hacía muy caritativos y misericordiosos. Pasados algunos días y ganadas las voluntades de muchos con el buen ejemplo que daba, comenzó a sembrar cizaña entre las gentes y decir que el maestro Vicente les enseñaba muchas cosas contra la ley de Dios, y que les tenía a todos encantados con sus embaimientos. De suerte que algunos se apartaban ya de la compañía del Santo como de persona que no asentaba el pie llano. Pasara la cosa más adelante si los justicias de la villa no lo atajaran. Porque luego echaron mano del viejo y pensando que era hombre dieron con él en la cárcel. Al otro día, no curando de sutilezas su derecho, determinaron de castigarle públicamente, y para esto le mandaron traer ante sí; pero los que fueron por él a la cárcel no hallaron sino las prisiones. Maravillados de esto los jueces, fuéronse a San Vicente y contáronle lo que pasaba. Él respondió, sonriéndose, que no se maravillasen de lo que les había acontecido, porque el que ellos habían metido en la cárcel no era hombre, sino demonio.
En Traiguera había predicado de la victoria que alcanzó Santa Margarita del demonio, cuando le apareció; y un mancebo de Lombardía que iba en compañía de San Vicente era tan simple, que se puso en un campo muy de propósito a rogar a Dios le quisiese mostrar el demonio, para que él también le pudiese vencer; que cierto era un deseo muy necio y así se efectuó de mala manera. Fué el caso (según lo escriben San Antonino, Roberto y el maestro López, Flaminio y otros, aunque los dos primeros no ponen dónde acaeció distintamente) que andando él en tan impertinente oración, pasó por allí una pobre vieja muda con una hoz en la mano. Como él la vió tan fea y medio desgreñada, pensó que realmente era el diablo, y afirmóse más en ello cuando le oyó dar ciertas voces que, como de persona muda, no podían ser muy concertadas. No pensó más en ello, sino que como un león arremetió a ella y quitándole por fuerza la hoz la derribó en tierra y dióle cuantas cuchilladas pudo. La cuitada daba gritos al cielo, así por el dolor de las heridas como para que la oyesen los que pasaban por allí cerca. También el mancebo gritaba, como si hubiese hecho la mayor hazaña del mundo, para que viniesen a ver su triunfo. Acudiendo gente, quitáronsela de entre manos medio muerta y dieron razón al Santo. El cual se hizo traer a la pobre mujer y haciéndole la señal de la cruz en la boca y corazón la volvió en sí y la alcanzó de Dios gracia para que pudiese confesarse. Y no obstante que en toda la tierra sabían que era muda desde su nacimiento, ella por su boca pidió confesión y se confesó muy bien y recibió los demás sacramentos; y encomendando su espíritu a Dios, acabó santamente. Y queriendo la justicia ahorcar al mancebo como a homicida, el Santo le libró de sus manos alegando su simpleza o bobería; y desde allí le mando que se volviese a su tierra. En la misma villa llamó San Vicente e San Lorenzo Peregrino y mandóle que tuviese cargo de ser aposentador de la gente que venía en su compañía. Estaba el buen hombre cuartanario, comenzóse a excusar con el Santo para que no le cargarse de aquel oficio, alegando que los días de la calentura quedaba tan quebrantado que no se podía menear. Pero el Santo le dijo: ¿Vos queréisme obedecer? Respondió el otro, puesta una rodilla en el suelo: Sí, padre mío, por cierto, en cuanto mandares. Y tomada la bendición para ejecutar el oficio, nunca más le volvió la cuartana.
Vicente Justiniano Antist O.P.
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
B.A.C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario