Saliendo San Vicente del reino de Valencia, visitó gran parte de Castilla y particularmente la ciudad de Toledo, donde (según escribe Pedro Antonio Beuter) tenían los judíos una sinagoga antiquísima, edificada después de la primera dispersión de los judíos antes que Zorobabel reedificase el templo de Jerusalén; y con tanto espíritu predicó contra los judíos, que hizo consagrar la sinagoga en iglesia de la Virgen María, con título de Nuestra Señora la Blanca. Diciendo misa en esta ciudad, le reveló Dios la muerte de su hermana, la cual era entonces muerta en Valencia, y él lo dijo al pueblo; y confirmóse ser así con cartas que llegaron de Valencia muy presto.
De Toledo se partió para Ayllón, a verse con la reina doña Catalina y con su hijo el rey don Juan II, que ya era niño de seis o siete años, y con el infante de Castilla don Fernando, que entonces gobernaba el reino de Castilla por su sobrino, y después fue rey de Aragón. La historia del rey don Juan trata de estas visitas en el capítulo 151, el cual pertenece al año 1411, y dice de esta manera:
"Estando el rey y la reina y el infante de Ayllón, vino un fraile en Castilla, natural de Valencia del Cid, que se llamaba fray Vicente, de edad de sesenta años, que había sido capellán del papa Benedicto, y desde que tomó el hábito de Santo Domingo anduvo por diversas partes del mundo predicando la fe de nuestro Redentor; y tenía por costumbre de todos los días decir misa y predicar. El cual, así en Aragón como en Castilla, con sus santas predicaciones convirtió a nuestra santa fe muchos judíos y moros e hizo muy grandes bienes, y con su santa vida dio ejemplo a muchos religiosos y clérigos y legos que se apartasen de algunos pecados en que estaban. Y estando este santo fraile en Toledo, oyendo la reina y el infante la fama de sus santas predicaciones, le enviaron a rogar quisiese ir a verlos. Y vistas sus cartas partió de Toledo y continuó su camino hasta que llegó a Ayllón, donde el rey y la reina y el infante estaban. Donde fue muy bien recibido por los dichos señores. Y él venía en un asno, porque su edad no le consentía andar a pie; y saliéronle a recibir muchos caballeros de la corte, los cuales entraron con él a pie. Y entre los otros venían ende, el adelantado Alonso Tenorio y Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo del rey, y muchos otros caballeros. Y la reina y el infante le hicieron mucha honra y le rogaron que predicase donde ellos pudiesen oír su predicación; y él así lo hizo, tanto que en la corte estuvo. Y, entre muchas notables cosas que este santo fraile amonestó en sus amonestaciones, suplicó al rey y a la reina y al infante que en todas las ciudades y villas de su reino mandasen apartar los judíos y los moros, porque de su continua conversación con los cristianos se seguían grandes daños; especialmente a aquellos que nuevamente eran convertidos a nuestra santa fe. Y así se ordenó y se mandó, y se puso por en las más ciudades y villas de estos reinos. Y entonces se ordenó que los judíos trajesen tabardos con una señal bermeja, y los moros capuces verdes con una lana clara. Y estando allí el santo padre le envió a llamar con grande instancia y él se partió para la corte de Roma, guardando siempre su costumbre de decir todos los días misa y predicación. El cual no traía consigo otros libros, salvo la Biblia y el Salterio con que rezaba; y por todos los caminos que iba lo seguían todas gentes que era cosa maravillosa".
Hasta aquí son palabras propias de aquella historia, la cual es tenida por muy auténtica. Pero advierta el lector que aunque en este lugar se diga que tenía sesenta años, no por eso se quita la verdad, que ya tenía setenta. También lo que dice que partió San Vicente para la corte de Roma no es que se fuese a Roma, sino que se volvió a la corte romana del papa Benedicto; el cual, viendo que en Francia tantas veces le habían quitado la obediencia, se estaba ya como retraído acá en estos reinos de la Corona de Aragón; y como en ellos hubiese a la sazón tantas disensiones por averiguar quién sucedería al rey don Martín, el Benedicto envió a llamar a San Vicente para que los apaciguase.
"Estando el rey y la reina y el infante de Ayllón, vino un fraile en Castilla, natural de Valencia del Cid, que se llamaba fray Vicente, de edad de sesenta años, que había sido capellán del papa Benedicto, y desde que tomó el hábito de Santo Domingo anduvo por diversas partes del mundo predicando la fe de nuestro Redentor; y tenía por costumbre de todos los días decir misa y predicar. El cual, así en Aragón como en Castilla, con sus santas predicaciones convirtió a nuestra santa fe muchos judíos y moros e hizo muy grandes bienes, y con su santa vida dio ejemplo a muchos religiosos y clérigos y legos que se apartasen de algunos pecados en que estaban. Y estando este santo fraile en Toledo, oyendo la reina y el infante la fama de sus santas predicaciones, le enviaron a rogar quisiese ir a verlos. Y vistas sus cartas partió de Toledo y continuó su camino hasta que llegó a Ayllón, donde el rey y la reina y el infante estaban. Donde fue muy bien recibido por los dichos señores. Y él venía en un asno, porque su edad no le consentía andar a pie; y saliéronle a recibir muchos caballeros de la corte, los cuales entraron con él a pie. Y entre los otros venían ende, el adelantado Alonso Tenorio y Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo del rey, y muchos otros caballeros. Y la reina y el infante le hicieron mucha honra y le rogaron que predicase donde ellos pudiesen oír su predicación; y él así lo hizo, tanto que en la corte estuvo. Y, entre muchas notables cosas que este santo fraile amonestó en sus amonestaciones, suplicó al rey y a la reina y al infante que en todas las ciudades y villas de su reino mandasen apartar los judíos y los moros, porque de su continua conversación con los cristianos se seguían grandes daños; especialmente a aquellos que nuevamente eran convertidos a nuestra santa fe. Y así se ordenó y se mandó, y se puso por en las más ciudades y villas de estos reinos. Y entonces se ordenó que los judíos trajesen tabardos con una señal bermeja, y los moros capuces verdes con una lana clara. Y estando allí el santo padre le envió a llamar con grande instancia y él se partió para la corte de Roma, guardando siempre su costumbre de decir todos los días misa y predicación. El cual no traía consigo otros libros, salvo la Biblia y el Salterio con que rezaba; y por todos los caminos que iba lo seguían todas gentes que era cosa maravillosa".
Hasta aquí son palabras propias de aquella historia, la cual es tenida por muy auténtica. Pero advierta el lector que aunque en este lugar se diga que tenía sesenta años, no por eso se quita la verdad, que ya tenía setenta. También lo que dice que partió San Vicente para la corte de Roma no es que se fuese a Roma, sino que se volvió a la corte romana del papa Benedicto; el cual, viendo que en Francia tantas veces le habían quitado la obediencia, se estaba ya como retraído acá en estos reinos de la Corona de Aragón; y como en ellos hubiese a la sazón tantas disensiones por averiguar quién sucedería al rey don Martín, el Benedicto envió a llamar a San Vicente para que los apaciguase.
El doctisimo maestro y reverendísimo obispo fray Gaspar Torres, de la Orden de la Merced (a quien yo conocí catedrático en Salamanca), en el último capítulo de la declaración de sus Constituciones, dice que en el año 1411, entendiendo San Vicente que en Salamanca y Zamora había sendas sinagogas de judíos, determinó de ir a predicarles.
Pues como llegase a Salamanca, tomó grande familiaridad con un judío para que le sirviese de lo que sirvió al rey David el mancebo egipcio, que fue de llevarle a los alojamientos de los amalecitas. Acabó con el judío que le diese entrada en la sinagoga cuando los judíos y judías estuviesen juntos. Dándole, pues, el judío la traza para entrar en la sinagoga, cuando menos se acataron los judíos, él estuvo dentro con una cruz en la mano. Procuró luego con palabras mansas y amorosas de asosegarles, rogándoles quisiesen prestar atención a un poco que les había de decir: Hecho esto, púsose a predicarles: y Dios Omnipotente que predicando San Pedro envió sobre los que le oían su espíritu, hizo entonces que sobre las ropas y tocas de todos los que allí estaban apareciesen cruces. Fue tan importante esta visión, para que aquella gente obstinada acabase ya de dar en la cuenta de su perdición, que todos pidieron con grande instancia el bautismo, el cual se les dio después de bien instruidos en la fe. De allí adelante la sinagoga se nombró la Vera Cruz, y en ella moran los padres de la Orden de Nuestra Señora de la Merced.
En el monasterio religiosísimo de San Esteban de Salamanca, que está dentro de la ciudad, hay una huerta que se llama Monte Olívete, donde predicando San Vicente y viniendo a tratar de aquel ángel del Apocalipsis que volaba por medio del cielo y decía a grandes voces: Tímete Devm et date illi honorem, quia venit hora ¡udicii eius, temed a Dios y honradle porque se allega ya la hora de su juicio, añadió con grande autoridad: en verdad, hermanos, que en mí se cumple esta profecía; y para que lo creáis id a la puerta de San Polo, y traed acá una mujer que allí hallaréis muerta. Fueren algunos y hallando la mujer difunta, como él había dicho, se la trajeron y él con la virtud de Dios la resucitó. Acuérdaseme que estando en Salamanca oí decir muchas veces que una cruz grande que hay en lo alto del monte, cubierta de hoja de Milán, se puso allí en memoria que el maestro Vicente había predicado en aquel lugar. También en Zamora hizo Nuestro Señor, para honra de su siervo, otra cosa bien notable. Aquellos días que estuvo allí llevaban a quemar dos hombres por sucios, según es costumbre de España castigar semejantes delitos para aplacar en alguna manera la ira de Dios, que de tan enormes pecados tanto se ofende; y él rogó al juez que antes de quemarlos se los trajesen al lugar donde predicaba. Pusieron, pues, a los desdichados cerca del Santo, bien cubiertos porque no causasen horror en el auditorio. Y él predicó tan sentidamente y con grandes encarecimientos contra los pecados enormes, que fue cosa espantable. Acabada la plática, habiéndole Dios ya (según se cree) revelado lo que pasaba, dijo al juez: ahora, señor, haced lo que quisiéredes de los reos. Y mandando los oficiales a los hombres que se levantasen para hacer su viaje a la hoguera, les hallaron hechos carbones. Dijo el Santo, que Nuestro Señor se había apiadado de ellos, y les había conmutado el fuego material en fuego de contrición intensísima. La cual había sido bastante no sólo para abrasarles los corazones, sino también para quemarles los cuerpos. En Zamora dejó San Vicente un discípulo, muy religioso y bendito, el cual ahora está enterrado en un convento de Portugal, y es habido por Santo. En Plasencia se fundó un solemne convento nuestro en honra de San Vicente, el cual se edificó en memoria y agradecimiento de haber él resucitado, cuando iba por Castilla, un hijo del duque de Béjar, aunque entonces no tenían este título, sino el de Plasencia. El modo como lo resucitó no lo pongo aquí: porque me han faltado las informaciones necesarias para ello. No obstante, el milagro pasó certísimamente.
No sabría decir si todas estas cosas, y las que luego contaremos, las hizo San Vicente en este año de 1411; porque entiendo que muchas veces estuvo en Castilla, y en especial debió de ir allá en el año de 1381 por compañero del cardenal don Pedro de Luna, el cual fue entonces a Salamanca como legado de Clemente, llamado séptimo, a tratar con el rey don Juan I de Castilla, que recibiese al Clemente por verdadero sucesor de Gregorio onceno. Cuenta pues el maestro fray Juan López de Salamanca en la vida de este Santo, que en Castilla daba San Vicente a la gente simple cuatro reglas para servir bien a Nuestro Señor, las cuales querría yo que notasen mucho algunos que van predicando por aldeas, para que sepan que a los labradores simples no se les han de enseñar puntos muy altos de la vida contemplativa, sino cosas llanas y comunes. La primera regla era para cada día, diciéndoles que en levantándose de la cama se encomendasen a Dios, diciendo el Pater noster, Ave María, Credo y Salve Regina, y persignasen y dijesen estas palabras: Señor Jesucristo, yo protesto de vivir y morir en vuestra santa fe católica. La segunda, para cada semana, que oyesen misa los domingos y fiestas, desde la confesión hasta la postrera bendición, haciendo gracias a Dios por haberles criado y redimido y conservado hasta aquel momento. La tercera para cada mes, que no se les pasase ningún mes sin confesarse. Porque aunque no lo mandaba la Iglesia, sería cosa muy acertada dar a su almo lo que los buenos médicos aconsejan se dé cada mes al cuerpo para librarle de grandes enfermedades, que es el vómito. La cuarta para cada año, que comulgasen a lo menos por Pascua florida. Y que para comulgar dignamente se proveyesen de estas cuatro cosas que se siguen: dolor de los pecados pasados, propósito firme de no volver a ellos, confesión entera de ellos, y verdadero intento de satisfacer por ellos. Reprendíales grandemente el jurar tan ordinario, y para quitarles el mal vezo, les aconsejaba que en lugar de decir por Dios, que es así, dijesen estas palabras: seguramente que es así. De donde quedó un refrán entre labradores viejos de Castilla, que para corregir a uno que jura, dicen: todos digan seguramente, que así lo dice fray Vicente.
Fray Juán de la Cruz escribe que en Ocaña le tomaron por fuerza a San Vicente la capa, y hasta hoy la tienen guardada en una Iglesia parroquial y la sacan en procesión cuando quieren pedir a Dios favor en sus grandes necesidades. En Guadalajara tienen en veneración un púlpito, en el cual predicó en una plaza de la ciudad. Estuvo también en Valladolid, e hizo allí algunas cosas, las cuales están pintadas en el célebre monasterio de San Pablo, con un letrero en latín donde se cuentan algunas de ellas brevemente y se dice que estuvo allí San Vicente en el año de 1411. Entre otros judíos que convirtió San Vicente en Castilla, fue un don Pablo que después fue obispo de Burgos; pero esto no fue en tiempo del rey don ]uan II, sino en el de don Enrique III, o don Juan I. Verdad es que, según puedo sacar de lo que tengo leído en diversos autores, para que don Pablo se acabase de convertir le ayudó mucho leer la materia de Legibus en la I-II de Santo Tomás. Porque después de haber leído cuan devotamente declaraba todas las leyes del Viejo Testamento, dijo agudamente: Este fray Tomás entendió mejor la Vieja Ley que yo mesmo, que soy tenido por muy docto entre mi gente, y con todo eso no quiso ser judío; pues en verdad que de aquí adelante yo no lo sea tampoco. Y así después siempre, en sus obras se mostró muy devoto de la doctrina de Santo Tomás. Pudo ser que San Vicente le describiese aquel secreto de la I—II. Porque el mismo don Pablo, escribiendo a un hijo suyo legítimo, dice que para convertirse él, le valió la lición de algunas cosas, y las pláticas de algunas personas.
El historiador Garibay escribe en la vida del rey don Enrique III de Castilla, que San Vicente llegó a la provincia de Guipúzcoa, y que en Mondragón, su patria, residió algún tiempo e instituyó una cofradía general de San Miguel Ángel, que hasta hoy se consideraba con mucha devoción, y con disciplina todos los viernes de Cuaresma, con ciertas oraciones que el mesmo Santo ordenó para que se cantasen en las procesiones. Y como quiera que antes de ir San Vicente allá, estaba aquella tierra muy sujetada a pestilencia, desde entonces acá no la ha habido.
Fray Vicente Justiniano Antist
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
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