PEQUEÑAS VIRTUDES Y PEQUEÑOS VICIOS
El grano de mostaza.—Otra parábola les propuso, diciendo: "Es semejante el reino de los cielos a un grano de mostaza que toma uno y lo siembra en su campo, y, con ser la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido, es la más grande de todas las hortalizas y llega a hacerse un árbol, de suerte que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas." Y les dijo esta otra parábola :
"Semejante es el reino de los cielos a la levadura que una mujer toma y la pone en tres medidas de harina, hasta que fermenta toda la masa."
Todas estas cosas dijo Jesús en parábolas a las muchedumbres, y no les hablaba nada sin parábolas (Mt., XIII, 31-34).
Con la primera de estas parábolas quiere enseñarnos Jesucristo dos verdades muy importantes; las cuales, de ponerse en práctica, nos llevan fácilmente a la perfección cristiana y a la eterna salvación. La primera es que no sólo debemos apreciar y practicar las grandes virtudes, sino también las pequeñas. La otra, que debemos tomar en consideración, y esquivarlos, no sólo los grandes vicios, sino también los pequeños y los pecados simplemente veniales. Y esto por la sencilla razón de que, tanto las virtudes como los vicios pequeños, se agrandan con facilidad, análogamente a lo que sucede con la pequeña semilla de mostaza, que se convierte en árbol.
Trataremos primeramente del cuidado que deben merecernos las pequeñas virtudes, y luego, de la importancia que ha de concederse a los pequeños vicios.
I.—Las pequeñas virtudes.
1. ¿Qué se entiende por pequeñas virtudes?
Llamamos pequeñas virtudes a todos los actos buenos que acostumbran realizar los niños temerosos de Dios, tales como pequeñas obediencias y mortificaciones, el rezo devoto de las oraciones, la práctica de la caridad con los compañeros, la paciencia en el soportar las contrariedades y dolores, la buena compostura en el templo, el rechazar inmediatamente los malos pensamientos, dar algunas limosnas, y cosas por el estilo.
2. Facilidad y obligación de su cumplimiento
¿Resulta difícil realizar estos actos de virtud? De ningún modo. Si se tratase de grandes esfuerzos, de hacer pesados sacrificios, podrían excusarse algunos alegando su imposibilidad, dado lo tierno de su naturaleza. Pero se trata, como veis, de cosas muy sencillas y que está obligado a realizar todo cristiano con algún temor de Dios, pues, como dice la Sagrada Escritura: "Quien teme al Señor no descuida cosa alguna: Qui timet Deum nihil negligit" (Eccl., VIII, 19).
Sin embargo, hay quienes se asustan ante los pequeños actos de virtud, como si fueran el coco. Se figuran que la virtud es una cosa situada en la cumbre de una alta montaña que no pueden escalar. Sin embargo, la virtud es muy accesible a todos, y lo que debe hacerse para conseguirla es empezar por practicar diariamente alguna pequeña devoción, cumplir los deberes ordinarios, confesarse con frecuencia... Y lo demás vendrá por añadidura.
3. Los efectos.
A primera vista, las pequeñas virtudes parecen cosa de poca o ninguna importancia, de las que no hay por qué ocuparse. Sin embargo, son una especie de pequeñas semillas que al caer en el corazón germinan, crecen, se desarrollan y dan abundantes frutos. De las pequeñas virtudes se pasa a las grandes, y éstas llevan seguramente a la posesión de la vida eterna.
Esto lo observamos claramente en la naturaleza. Los grandes ríos que discurren majestuosamente por la superficie de la tierra, repartiendo riego, luz y alegría, y siendo magníficas vías de comunicación, tienen nacimiento en modestas fuentes. Los árboles gigantescos de las selvas vírgenes, de más de cien metros de elevación y de tronco tan grueso que a su través puede pasar una carretera, proceden ríe pequeñas semillas.
Cosa parecida ocurre en la vida económica. Las grandes fortunas, los millones, empiezan a hacerse ahorrando al principio unos céntimos. Quien no haga caso de los pequeños gastos y pequeñas ganancias nunca se hará rico. Este principio puede aplicarse asimismo a la vida espiritual, en la que no cabe llegar a la posesión de virtudes y méritos que nos hagan gratos a los ojos de Dios si descuidamos las pequeñas buenas obras. Recordemos en todo momento que Jesucristo nos dijo: "El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho" (Lc, XVI, 10).
Los santos fueron tales por haber cuidado de las pequeñas virtudes. San Luis Gonzaga se preocupaba mucho de actos buenos en apariencia insignificantes, y así se hizo poco a poco un gran santo (1) (2).
4. Las grandes conversiones tuvieron, con frecuencia,
principio en cosas de poco relieve.
principio en cosas de poco relieve.
Son Ignacio de Loyóla era un capitán del rey de España y se hizo capitán del Rey del cielo. El motivo, una cosa de poquísima monta: la lectura de un libro espiritual mientras convalecía de la herida sufrida en una pierna.
La lectura le sugirió buenas ideas, y el apuesto y bizarro capitán decidió abandonar el mundo y fundar la Compañía de Jesús, haciéndose un gran santo. Si no hubiese hecho caso de lo que leía no se habría convertido al Señor.
Otro eximio jesuíta, San Francisco Javier, oyó una vez: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?" Meditó esta verdad evangélica y se convirtió en el gran apóstol de las Indias Orientales, ganando para Cristo millares y millares de almas.
También San Antonio Abad se convirtió por cosa de mínima importancia. Asistiendo a misa oyó al sacerdote una frase evangélica, y al salir de la iglesia se deshizo de todo cuanto tenía, se retiró al desierto a hacer penitencia y llegó a ser un santo —terror de los demonios— y padre espiritual de muchos monjes y anacoretas.
Ya veis, queridos niños, lo importante que es hacer caso de las cosas pequeñas, pues muchas veces son motivo para que se adquieran grandes virtudes y se consiga, por último, la salvación eterna (3).
II.—Los pequeños vicios,
1. La palabra de Dios nos advierte que no sólo hay que evitar los grandes vicios, sino también los pequeños, pues "el que en lo poco es infiel también lo es en lo mucho" (Le, XVI, 10).
* La estatua de Nabucodonosor.—Léese en la Sagrada Escritura que el rey Nabucodonosor vio en sueños una estatua con la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y caderas de bronce, las piernas de hierro y, finalmente, los pies de hierro y barro mezclados. En esto se desprendió una piedra del monte y fue a dar en los pies de la estatua, que se rompieron inmediatamente, haciéndose añicos, viniéndose después abajo toda ella (Cfr. Dan., II).
Lo sucedido con la estatua de Nabucodonosor representa lo que ocurre descuidando las cosas pequeñas, es decir, que se produce la ruina total. Hay algunos que aunque tengan bellas virtudes, representadas en el sueño del rey babilonio por el oro y la plata de la estatua, no se preocupan de corregirse de los pequeños vicios, y bastará una piedra desprendida de la montaña, esto es, una tentación, para hacerles zozobrar, o sea, caer en pecado. Por eso dice el Espíritu Santo: "El que desprecia lo poco, poco a poco se precipitará : Qui spernit modica, paulatim decider (Eccl., XIX, 1).
2. Lo que ocurre en la naturaleza.
Esto mismo viene sucediendo también en las cosas de la naturaleza. ¿No se produce a veces un pavoroso incendio a causa de una pequeña chispa de fuego? ¿No se derriban techumbres enteras de grandes casas por efecto de haber carcomido poco a poco alguna viga el pequeño gusano de la polilla?
Un gran navio se va a pique con poco que se descuide cualquier pequeña grieta por donde penetre el agua.
¡Cuántos desastres ocurren por no conceder importancia a cosas aparentemente insignificantes! (4).
3. Las argucias del demonio
El demonio tiende muchas veces peligrosos lazos a los niños y jóvenes, tentándoles para que cometan faltas y pecadillos de poca monta. Como accedan a esas insinuaciones del maligno, luego irán cayendo insensiblemente en faltas más graves y en pecados mortales. Si al demonio
se le concede un solo cabello, él se apaña para hacer una cuerda con la que atar al incauto. Un simple hilo se rompe fácilmente; pero muchos hilos unidos son extremadamente fuertes y ofrecen enorme resistencia.* Fuga de un prisionero.—Un prisionero logró evadirse de lo alto de una elevada torre, donde le tenían encerrado, de la manera siguiente: se quitó cabellos de su cabeza y, uniéndolos, formó un largo hilo, en cuyo extremo ató un ligero peso, con lo que pudo hacerlo llegar al suelo. Un hombre combinado con él ató al hilo de pelo otro bastante más fuerte de seda, que subió el prisionero con facilidad hasta donde él se hallaba. Luego unió el hilo de pelo y el de seda, formando uno sólo, que hizo llegar al suelo con el mismo procedimiento empleado anteriormente. El hombre de abajo ató al nuevo hilo una cuerdecilla más resistente, mediante la cual se proveyó el prisionero de una maroma, por la que pudo descolgarse y ponerse a salvo.
Esa es la astucia empleada por el demonio. ¡Un hilo! ¿Quién le va a conceder importancia? Pero, si se le da, ya veréis de qué es capaz el astuto enemigo del hombre.
Hay quien dice: "¿Qué mal puede haber en una mentirilla, en el hurto de unas perrillas, en desobedecer levemente, en hacer unos novillos o decir palabras poco correctas? El mal está en que los pequeños vicios iniciales se multiplican fácilmente, conducen poco a poco a los grandes, y causan al fin la ruina total.
4. Causas de grandes males.
El mal se reproduce de ordinario, con mayor facilidad que el bien, por tres motivos:
1.°, porque nuestro cuerpo tiende al barro, del que ha salido; es decir, al mal, debido al pecado original con que todos nacemos;
2.°, porque el bien exige esfuerzo en su realización, mientras que el vicio produce, en un principio, placer;
3.°, porque la fuerza virulenta del mal es superior a la atracción del bien. Una herida se produce en un instante; una gota de veneno emponzoña un tarro de miel, mientras que toda la miel no es capaz de endulzar un poco de veneno.
Nos dice Campoamor:1.°, porque nuestro cuerpo tiende al barro, del que ha salido; es decir, al mal, debido al pecado original con que todos nacemos;
2.°, porque el bien exige esfuerzo en su realización, mientras que el vicio produce, en un principio, placer;
3.°, porque la fuerza virulenta del mal es superior a la atracción del bien. Una herida se produce en un instante; una gota de veneno emponzoña un tarro de miel, mientras que toda la miel no es capaz de endulzar un poco de veneno.
"Junté yo buenas manzanas — con otras ya enmohecidas; — no mejoré las podridas — y pudriéronse las sanas. — Que a un bueno le pase así — si se une a un malo sé yo. — ¿Mejoróse el malo? ¡No! —Y el bueno,, ¿empeora? ¡Sí!"
Los grandes delincuentes empiezan por poco: los tiranos comienzan a serlo cometiendo pequeñas crueldades; los estafadores, con pequeños engaños; los ladrones, hurtando unos céntimos o algunas frutas del cercado ajeno; los revolucionarios y traidores a su patria, desobedeciendo a los padres y autoridades.
Cuando el emperador romano Domiciano (96 d. C.) era un niño, se mostraba cruel con las moscas; las atrapaba y las hacía padecer con refinada saña. Siendo emperador mandó torturar a muchas personas, favoreció los vicios, se mostró cruelísimo con los buenos y ordenó la muerte de insignes varones.
Judas, de chiquillo, ya tenía apego al dinero, y, por no enmendarse de semejante vicio, llegó al extremo de vender a su divino Maestro por treinta miserables dineros.
He ahí grandes perversidades originadas en pequeños vicios (5).Conclusión.—Todos estamos obligados a escalar la montaña que representa la virtud; pero para llegar a su cima es preciso cuidar mucho de las cosas pequeñas.
Así, pues, queridos niños, procurad adornaros con las pequeñas virtudes y corregios de los pequeños vicios, extirpándolos cuando son fáciles de arrancar, pues, de lo contrario, se convertirán en árboles robustos de venenosos frutos.
EJEMPLOS
1) Las pequeñas virtudes — El Cottolengo.—Hay en Turín una casa-institución de San José Cottolengo, en donde reciben caritativa asistencia más de diez mil pobres y enfermos. Esta casa, llamada desde un principio pequeña (piccola), tuvo unos orígenes harto modestos y humildes.
Siendo su fundador un niño de cinco años, medía cierto día lo largo y ancho de una habitación, y, al preguntársele por qué hacía aquello, respondió: "Quiero ver cuántas camas de enfermos cabrían aquí."
Aquel chiquito se hizo sacerdote. Un día llevó a su casa un enfermo; luego, otro, y, más tarde, otro. Así continuó hasta convertir la piccola casa en la grande institución, que se extendió por toda Italia y fuera de ella.
(2) La obra de San Juan Bosco.—Hablando de grandes obras con humildes principios, no es posible silenciar la de San Juan Bosco, que contó con más de mil casas, esparcidas por todo el globo terráqueo, en las que reciieron conveniente educación, para hacerse útiles a sí mismos y a la sociedad, millares y millares de niños y niñas, atendidos por los Salesianos e Hijas de María Auxiliadora.
Fueron millones los hombres y mujeres formados en las escuelas de enseñanza primaria, media y superior; en las de Artes y Oficios, Universidades laborales, Centros misionales y demás que constituyó la grandiosa obra del humilde sacerdote piamontés, antiguo pastorcillo de I Becchi, aldea de Castelnuovo d'Asti, que cursó los estudios eclesiásticos con mil estrecheces y luego empezó recogiendo a unos pilletes y golfillos en un prado para entretenerlos y enseñarles los principios religiosos, patrióticos y cívicos.
(3) Las pequeñas ocasiones.— San Agustín era un extraviado. Cierto día oyó una voz que le dijo: "Toma, y lee." Agustín obedeció, y la lectura de aquel libro fue el principio de su conversión. Se hizo un gran santo y uno de los más esclarecidos doctores de la Santa Iglesia.
San Francisco de Asís era un joven mundano. Cierto día no quiso dar limosna a un pobre que se la había pedido con toda humildad. Semejante acto le produjo remordimiento de conciencia y éste fue el principal motivo para que el seráfico Francisco entrase por el camino de la santidad.
San Francisco de Borja vio el cadáver putrefacto de la reina doña Isabel, y ante el macabro espectáculo sintió una gran turbación; empezó a considerar la vanidad que reina en el mundo, se convirtió al Señor y se hizo santo.
San Alfonso María de Ligorio era en su juventud un docto abogado; pero, defendiendo una causa, cometió un error y se quedó muy confuso. Debido a ello abandonó la abogacía y se hizo religioso. De esta forma llegó a santo y a doctor de la Iglesia.
(4) Los pequeños vicios.— ¡Todo por un clavo! — Cuenta C. Cantú que un joven negociante, llamado Rafael, se disponía a ir a la feria en su cabriolé. Su padre le advirtió que examinase antes las ruedas del vehículo y si estaba en condiciones el caballo. Pero Rafael no atendió debidamente los consejos de su padre, y, aunque observó que a su caballo le faltaba un clavo en una de las herraduras, emprendió su camino a buen trote del animal.
No había recorrido mucho trayecto cuando la herradura a la que faltaba el clavo empezó a moverse y el caballo a cojear.
Al pasar por una espesura le salieron al encuentro unos salteadores y el negociante arreó al animal para que fuese a galope tendido, con objeto de huir de los forajidos. Pero como el caballo iba desherrado, no pudo correr; alcanzaron los bandidos a Rafael y le quitaron cuanto dinero llevaba.
Por no haber hecho caso del clavo que le faltaba a la caballería, el joven tratante no pudo llegar a la feria y perdió una crecida suma de dinero, cayendo luego enfermo de resultas de su susto y contrariedad.
¡Niños, no desdeñéis las pequeñas cosas!(5) Los grandes perversos empezaron por poco.— Martín Lutero (1546), siendo niño, se escapó de su casa por haberle pegado su padre. Cuando fue hombre, siendo religioso, huyó del convento, faltó a sus votos, se rebeló contra el Papa y se convirtió en furibundo apóstata. Nada de esto hubiera sucedido de haber estado acostumbrado a domeñar su espíritu de rebeldía.
Un malhechor condenado a muerte, antes de dar su cuello al lazo fatal de la horca, se dirigió al público que llenaba la plaza para presenciar la ejecución y habló de esta manera:
—Debéis saber que de pequeño fui cruel con los animales, juzgando que la cosa carecía de importancia porque no atormentaba a ninguna persona. Poco a poco se fue endureciendo mi corazón y terminé maltratando también a los hombres, por cuyo motivo me veo ahora en este patíbulo.
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