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jueves, 18 de noviembre de 2010

«PARLAMENTO DE LAS RELIGIONES» CHICAGO 1893

En 1893 tuvo lugar en Chicago una exposición internacional en conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Esta Exposición se hizo famosa por su "PARLAMENTO DE LAS RELIGIONES", que consistía, según palabras del arzobispo de Baltimore, Cardenal GIBBONS, en:
"Presentar a los espíritus que buscan la verdad, los títulos respectivos de las diversas religiones, para que puedan abrazar entre todas ellas la que se imponga a su conciencia" (1).
"Por consiguiente se vio en esta boutique de venta de los diversos credos a 18 obispos americanos que ocupaban su lugar junto a un centenar de protestantes y de cismáticos, en compañía de delegados del judaísmo, del islam, y de religiones paganas. La novedad inédita durante dos semanas fue el «ralliement» de obispos católicos a una «feria de las religiones», en la cual la única religión del verdadero Dios era puesta al mismo nivel de las falsas fabricaciones humanas o díabólicas. Tal era el reproche que expresaba, en SU CARTA DE RECHAZO UN ANGLICANO de alto grado, el Dr. E. W. Benson de Cantorbery: el disidente había visto más claro que esos prelados de la Santa Iglesia" (2).
El programa masónico de la "Religión Universal" se iba cumpliendo en etapas: liberalismo católico bajo Pío IX; americanismo bajo León XIII; modernismo bajo San Pío X; modernismo social bajo Pío XI; "Nueva teología" bajo Pío XII...
capítulo final ya lo conocemos.
G.D.C.

"Ironía impremeditada: en mi cartera estos últimos apuntes alternan con los relativos al Parlamento de las religiones, que celebra sus sesiones en Art Palace, una Escuela de bellas artes inverosímil que, con sus yesos del comercio, vulgares y ennegrecidos, y sus copias de museos por misses aficionadas, forma la base de la enseñanza y la iniciacón estética de la juventud.
Allí fraternizaron, en el mismo tablado, delante del mezclado público que llenaba el cobertizo de Columbus Hall, hasta hacer crujir los tabiques de pino —¡estamos en Art Palace!—, representantes conspicuos de las principales religiones del orbe, con el objeto de reconocerse mutuamente: atestiguando así ante el mundo, o la igual vaciedad de todos los dogmas oficiales, o su igual legitimidad, o quizá ambas cosas a la vez. Arzobispos católicos, obispos anglicanos, pastores de todos los rebaños protestantes, rabinos judíos, bonzos y lamas budistas; hombres, mujeres y neutros de las innumerables sectas americanas, que pululan en el cadáver del cristianismo como los gusanos en un organismo putrefacto; todos se saludaban, cantaban y rezaban juntos; predicaban sucesivamente con éxito igual en todas las lenguas conocidas, despachaban su boniment inglés con los veinte acentos distintos del imperio británico. El obispo ortodoxo Dionysios se inclinaba ante la elocuencia del Hon. Pung Quang Yu, de Pekín; el obispo católico de Brooklyn, de levita negra y corbata con alfiler, felicitaba a la sacerdotisa budista, miss Jane Serabji, de Bombay; monseñor d'Harlez, de Lovaina, aplaudía a la judía miss Lazarus, a quien sus predecesores hubieran dedicado una hoguera en un auto de fe; en fin, para abreviar la procesión: todos los parásitos de la credulidad humana firmaban, en ese andamio de teatro ambulante, la paz oportunista de las viejas sectas enemigas, y el ilustre cardenal Gibbons, con su cara de asceta politician, encabezaba la farándula de la unión libre en materia de religión.
Habré de volver en alguna forma sobre ese World's Parliament of religions, que para mí evoca recuerdos alejandrinos, y en el cual he visto diseñarse claramente, no el fin de la religión inmortal, pero sí la incurable caducidad de los cultos establecidos, que abdicaban allí sus dogmas respectivos y repudiaban su historia secular.
Hace más de un siglo que nos pagamos de frases huecas y substantivos sonoros: civilización, progreso, tolerancia religiosa, etcétera. Si esos ministros de las iglesias son creyentes, no han podido ser sinceros. Aquello de tener la fiesta en paz no es principio religioso, porque, desde luego, no es principio. La razón es tolerante; pero la intransigencia es la esencia misma de la fe. No nos atrevemos a confesar que nuestra tolerancia es un seudónimo de nuestra indiferencia. Para la Iglesia, el modus vivendi es un síntoma claro de no poder vivir; y este nuevo consorcio universal ha sido precedido por el divorcio secreto de cada secta con sus creencias particulares y sus dogmas fundamentales. Más lógicos en el absurdo encontraba a los liberales ingenuos que, en el vecino Hall de Washington, escalera de por medio, atacaban la libertad de ser budista o luterano; o aquellos inefables evolucionistas de afición que, horas después y en el mismo local, evolucionaban proclamando a Darwin dios y a Spencer profeta, del propio modo que en el drama de Shakespeare, la plebe romana quiere que Bruto sea su segundo César por haber matado al primero.
Así se agitaban sectas y corporaciones, con el rumor y la eficacia de un enjambre de moscas encerradas en una botella; en tanto que más allá, en su Babel de diez y nueve pisos, los convencidos francmasones, estos orfeonistas del libre pensamiento, exhibían sus inocentes jeroglíficos, sus bandas complicadas de cabalismo infantil, sus blancos mandiles que parecen baberos, sus afiladas llanas de acero, que solo han revocado el aéreo castillo del Gr. Arq. del Un., y son más inofensivas que el sable de Prudhomme, más vírgenes que una espada de diplomático. Por eso, cuando, entre dos sesiones del congreso pan-religioso —oh sabiduría de las palabras—, salía yo a recorrer las barracas de Midway-Plaisance, respirando la fresca brisa del Lago Michigan, parecíame por momentos que estas exhibiciones y mojigangas carnavalescas no eran, en otra forma apenas más grotesca y caricatural, sino la continuación de la pieza representada en el Art Palace , y así como la asamblea religiosa no fuera más que el remedo farisaico y la explotación del sentimiento de lo divino, eternamente arraigado en el alma humana, así también los espectáculos exóticos de Midway-Plaisance no significaban sino la parodia soez de la poesía oriental, el disfraz de la libre existencia de la tienda y del aduar en el desierto ilimitado, o del pintoresco vagar de las tribus cazadoras a la sombra de sus selvas primitivas".

Paul Groussac
("Del Plata al Niágara". De. Dictio, 1980, cap. XIII, pp. 318-321)

NOTAS
1) Declaración del cardenal Gibbons, reproducida en "La Vérité" del 20-9-1894.
2) Jacques Tescelin, en la introducción a su traducción de "Testem benevolentiae" de León XIII, Bruselas, 1987, p. 8. Subrayado nuestro.

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