—El Concilio de Trento declaró, en 1546 (sesión IV), que todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento contenidos en la Biblia católica eran sagrados (inspirados) y canónicos. Mientras que los protestantes dependen de la crítica de argumentos falibles para determinar cuáles son los libros canónicos y cuáles no, los católicos dependemos del testimonio infalible de la Iglesia. Antes que Trento, ya habían aprobado esos libros como canónicos los Concilios de Florencia (1441), Cartago (397), Hipona (393), Laodicea (363), y los Papas Inocencio (401), Hormisdas (514-523), Gelasio (492-496) y Dámaso (366-384). En esta lista están contenidos los libros deuterocanónicos, llamados Apócrifos por los protestantes. Tales son los libros de Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruch, los dos libros de los Macabeos; algunos fragmentos del libro de Ester (X, 4; XVI, 24) y de Daniel (III, 24-90; XIII, 14). Estos libros estaban contenidos en el canon alejandrino que usaban los judíos de habla griega diseminados por Alejandría, Asia Menor, Grecia e Italia. El canon Alejandrino usado por los judíos de habla semítica en Palestina, Siria y Mesopotamia, omitió estos libros durante los primeros siglos de nuestra era, aunque probablemente los había aceptado en un principio. Jesucristo nunca citó expresamente los libros deutero-canónicos; pero de las trescientas cincuenta citas del Antiguo Testamento, trescientas están directamente tomadas de la edición griega de los Setenta. Se han mencionado dieciocho pasajes en los que se citan los libros de la Sabiduría, Eclesiástico y Judit. Estos libros debieron ser familiares a los cristianos de los primeros siglos, pues en las catacumbas vemos frescos donde al lado de Moisés y Jonás están Susana y los viejos que la calumniaron. Los escritores de los tres primeros siglos, tanto griegos como latinos, los citan y aluden a ella con frecuencia. En los siglos IV y V no pocos Padres negaron que los deuterocanónicos fuesen canónicos; pero esto lo hicieron influenciados por San Jerónimo, que así lo creyó, y así vemos que los citaban para instruir a los fieles en buena doctrina. La Biblia que ellos usaban era la griega, en la cual estaban estos libros. Los Papas de entonces, Dámaso, Inocencio y Gelasio, usaron el mismo canon que los Padres de Trento. El vocablo apócrifo quiere decir escritos falsamente atribuidos a los profetas del Antiguo Testamento o a los Apóstoles del Nuevo; escritos no inspirados, o, al menos, considerados como tales por la Iglesia. Tales eran, entre otros, el libro de Enoch, la Asunción de Moisés, el protoevangelio de Santiago, los Hechos de San Pedro y San Pablo, la Epístola de Jesucristo a Abgar y otros.
¿Qué quieren decir los católicos cuando dicen qué la Biblia fue inspirada? ¿No son también inspiradas las piezas literarias de autores geniales? ¿Creen que todas ,y cada una de las palabras de la Biblia fueron inspiradas por Dios?
—Decir que la Biblia fue inspirada equivale a decir que los setenta y tres libros que la componen tienen a Dios por su autor. El Concilio Vaticano, después de declarar que la revelación divina está contenida en la Biblia y en la tradición, y que la Sagrada Escritura está completa en la Vulgata latina corriente, dice: «La Iglesia tiene estos libros por sagrados y canónicos, no porque fueron escritos por ingenio humano y aprobados más tarde por ella, ni porque en ellos esta contenida la revelación sin mezcla de error, sino porque, habiendo sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales fueron encomendados a la Iglesia» (sesión III). León XIII, en su Encíclica Providentissimus, nos explica claramente en qué sentido decimos que Dios es el autor de la Biblia.
Dice así: «Dios, con su poder sobrenatural, de tal modo movió a los escritores sagrados para que escribiesen, y de tal manera los asistía mientras escribían, que sólo concebían y escribían lo que Dios mismo queria decirnos, expresándolo todo fielmente con verdad infalible; de lo contrario, no se podría decir que El era el Autor de las Escrituras.»
Los escritores inspirados no son meros instrumentos cuando escriben, sino agentes activos e inteligentes, aunque bajo la acción divina. No es necesario que sepan ellos mismos que están siendo inspirados ni necesitan en cada caso que Dios les revele directamente. Sabemos, por ejemplo, que el autor del segundo libro de los Macabeos comprendió en él los cinco libros de Jason de Cirene (II Mac II, 27), y que San Lucas consultó documentos y recogió datos «de testigos de vista de los que predicaban la palabra» (Hech I, 1-2). Suyos son el estilo de la fraseología que usan (II Mac XV, 39-40); por eso, aunque narran a veces la misma historia, las palabras son diversas. Tampoco es esencial que Dios les inspire las palabras, aunque pudiera muy bien hacerlo. Admitimos, por ejemplo, que Moisés es el autor del Pentateuco, pero no estamos obligados a creer que él lo escribió de su puño y letra. No hay inconveniente en admitir—como respondió la Comisión Bíblica—que Moisés encomendase a otros la tarea de escribir, y que, una vez escritos, él, inspirado, los revisase ,y los publicase bajo su nombre.
¿Cómo puede saber uno con certeza cuántos y cuáles son los libros inspirados?
—Para esto necesitamos el testimonio del mismo Dios. No nos lo dice directamente a cada uno de nosotros; se lo reveló a la Iglesia estata nos lo dice en sus Encíclicas y Concilios ecuménicos. Los católicos creemos que Dios se lo reveló a la Iglesia cuando aún vivían los Apóstoles y que ha llegado hasta nosotros por tradición, no meramente humanaa, sino divina, conservada por la Iglesia católica, que es la única que puede interpretarla con autoridad infalible.
¿Creen los católicos que la Biblia es infalible? ¿No hay en ella incorrecciones e inexactitudes en materias científicas? ¿No hay errores y contradicciones, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento?
—Es Dogma de fe que la Biblia no contiene error formal alguno, pues, siendo Dios su autor, no puede decir sino la verdad. Inspiración y error son términos incompatibles. El sentir de los católicos en esta materia se puede reducir a los puntos siguientes:
1.° No creemos que se deba restringir la inspiración a unas partes de la Biblia excluyendo otras, aunque parezcan de poca importancia. Toda la Biblia fue inspirada.
2.° No buscamos en la Biblia fórmulas cientificas porque la Biblia no es un libro de texto. Nada en ella contradice a lo que nos dicen las ciencias, porque Dios es el autor de la verdad, sea ésta natural o sobrenatural. Los escritores sagrados hablaron de asuntos cientificos en un lenguaje más o menos figurado o en los términos comunes que entonces estaban en boga.
3.° Muchos católicos siguen la teoría de las «citas implícitas», es decir, exceptúan ciertos pasajes que tal vez el escritor sagrado copió de documentos históricos que tuvo a la vista sin intentar por ello garantizar la veracidad. La Comisión Bíblica (13 de febrero de 1905) respondió que no había visto peligro alguno con tal que haya razones convincentes para creer que los textos aducidos son realmente citas o copias, y que el cscritor sagrado no hizo suyas las tales citas.
4.° No perdemos de vista que la Biblia, en su parte material, es un documento humano transmitido de generación a generación de modo natural y humano. No es, pues, de extrañar que a veces en algunas de sus muchas ediciones haya variaciones materiales, adiciones, omisiones y otros errores que den materia de discusión a los críticos. San Agustín hace alusión a esto en una carta a San Jerónimo: «Cuando en la lectura de la Biblia me encuentro con algo que va contra la verdad, lo achaco al texto, tal vez defectuoso, o al traductor que tal vez no atinó con el verdadero significado del original, o a la cortedad de mi entendimiento.»
5.° Las pinceladas poéticas y el simbolismo que tanto abundan en los profetas, en los salmos y en el Apocalipsis, deben ser entendidos en sentido figurado. Nosotros somos más prosaicos que aquellos orientales de imaginación brillante para quienes la Biblia se escribió primariamente.
¿Por qué declaró «auténtica» la Vulgata el Concilio de Trento (1546), siendo así que está llena de faltas? ¿Por qué la adoptó con preferencia a las Biblias gríega y hebrea? Al ordenar Clemente VII que se corrigiese la Biblia sixtina, ¿no dio a entender claramente que Calixto V no había sido infalible?
—Cuando el Concilio de Trento declaró la Vulgata auténtica u oficial, se abstuvo de declarar que estuviese completamente inmune de defectos y faltas materiales, como traducciones defectuosas, etc.; lo que quiso dar a entender fue que no contenia error alguno en materias de fe, y que en lo sustancial era copia fiel del original; que, por tanto, se podia tomar como el texto oficial de la Iglesia y podían los católicos tomarla como punto de partida en disputas publicas, conferencias, sermones y exposiciones. No hubo, pues, aquí menoscabo alguno del original; al contrario, los Padres de Trento declararon expresamente que «no era su intención mermar en nada la autoridad debida a la excelente traducción de los Setenta». La atenticidad de las Biblias griega y hebrea quedó en todo su vigor, y los católicos pueden servirse de ellas libremente para llegar más y más al verdadero significado de la traducción latina. No se les ocultó a aquellos sapientísimos Padres que la Vulgata, tal como salió de las manos de San Jerónimo, contenía sustancialmente el verdadero significado del original, pero que en las ediciones impresiones sucesivas se habían introducido errores y faltas que necesitaban enmienda con urgencia; por eso ordenaron una revisión del texto. La primera revisión se terminó en 1590, bajo Sixto V, revisión que dos años más tarde corrigió Clemente VIII. En todas estas revisiones y correcciones no se trató jamás de puntos graves en materia de fe, sino de menudencias en las que discrepaban diversos comentaristas. En 1907, Pío X nombró una comisión de Padres benedictinos que estudiase a fondo todos los manuscritos conocidos, para ver de acercarse lo más posible al texto original de San Jerónimo.¿Se obliga a los católicos a creer que el libro de Jonas es historia verdadera?
—No, señor. La Iglesia no ha hablado aún oficialmente sobre esta cuestión. Son libres para creer que es verdadera historia, o para considerar esa narración como una parábola inspirada con la que Dios pretendió descubrirnos su bondad y su deseo de salvarnos. Algunos comentaristas han creído que por el mero hecho de haber aludido Jesucristo al milagro de Jonás en el vientre de la ballena (Mat XII, 39; Luc XI, 29), quedó necesariamente probado el carácter histórico del libro de Jonás. A esto respondemos que pudo muy bien Jesucristo en sus disputas con los judíos usar un argumento que les era familiar, sin pretender por eso probar su historicidad. La Iglesia; en el Ritual, pide a Dios que conceda al alma del difunto «descanso eterno con Lázaro», el pobre de la parábola, sin querer por eso dar a entender que el Lázaro de quien nos habló Cristo fuese una persona real.
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