CAPITULO II
LA PENITENCIA
Artículo IV
De los escrúpulos.
62. Noción. 63. Síntomas. 64. Daños. 65. Sus causas. 66. Los remedios del confesor y del médico. 67. Remedios Inconvenientes.
62. Noción. El escrúpulo es un recelo y turbación del ánimo, que, por motivos fútiles y en absoluto insuficientes para formar juicio, teme que hay pecado donde no lo hay, confundiendo lo permitido con lo prohibido, lo leve con lo grave. Más bien que un juicio, es una ansiedad o temor. A semejanza de las piedrecitas (scrupuli) que se introducen en el calzado y traen molesto al viandante, estos escrúpulos de la conciencia molestan sobre manera el ánimo y lo traen desasosegado. En sentir del doctor Surbled (La pensée contemporaine, 25 de marzo de 1906, citado por V. raymond, O. P.: Guía de nerviosos y de escrupulosos. Traducción española. Barcelona, 1913, pág. 81), es el escrúpulo "una fobia" temor enfermizo de pecar... Es temor instintivo, erróneo, contra razón, pero que persiste y se impone; es, realmente, una verdadera obsesión que depende de trastornos nervioso-encefálicos, del neurosismo, y que «no puede considerarse cual simple perturbación de la conciencia o del alma». No puede, pues, confundirse con la conciencia delicada, que rehuye los más leves pecados y padece momentáneos estados de intranquilidad. El escrúpulo no desaparece fácilmente. Es una tortura de proceso largo, que viene a ser el potro del director y del médico.
No hemos visto en los tratados de Deontologia médica un lugar para este asunto. Pero es indudable que debe figurar, porque en la curación de esos enfermos, bien por razón de las causas del trastorno psíquico, bien por atender a los efectos desastrosos que suelen producirse, es el médico el llamado a ejercer una acción bienhechora que le constituye en un auxiliar del confesor o director de conciencia (Brevemente se ocupa Scotti-Massana: Cuestionario médico teológico, pág. 173. También trata de esta materia el doctor H. Bon (ob. cit., págs. 461 y sigs.), a propósito de los trastornos nerviosos y mentales de carácter religioso. Saint-Laurent: Si supieras querer. Traducción española de Biblioteca de Cultura Psíquica. Edic. Studium. Madrid, 1939).
63. Los síntomas. Se caracteriza el escrúpulo por una pertinacia de juicio que se muestra impermeable a las más sabias reflexiones; pero de tiempo en tiempo varía por los más leves motivos, de donde sucede que el escrupuloso sea inconstante en el obrar, impertinente en sus consultas, desobediente, aferrado a su idea, sin encontrar alivio en sus imaginaciones angustiosas. Encuentra pecado donde el resto de los cristianos, aun los de conciencia timorata, no ven ninguno. Examinan sus acciones, en aquel orden en que su conciencia escrupulosa se revela, con todo detalle y minuciosidad, atendiendo no sólo a las circunstancias que rodearon el acto, sino a aquellas que no han existido, pero pudieron existir. Todo es confusión y desconcierto en un alma atormentada por los escrúpulos. En la confesión sufren angustia de muerte por exponerlo todo, todo lo que en su imaginación está bullendo; preguntan y vuelven a preguntar repetidas veces una misma cosa, y nunca descansan en la certeza de haber hecho una buena confesión (San Alfonso de Ligorio, lib. I, núm. 11. Noldin, ob. cit.. De principiis, número 217. Ferreres: Theologia moralis, vol. I, núm. 102. Doctor H. Bon, ob. y locución citadas). Dice Raymond (Ob. cit., pág. 83):
«Los escrupulosos parecen pensar las cosas en bloque... Quieren decirlo todo, por entero, todo, cual si de tanta menudencia dependiese su remedio, lo examinaron todo lo notaron todo, lo registraron todo con tanto cuidado cuanto su estado lo consintió. Piensan y trabajan en ello sin parar, sin conseguir jamás darse por satisfechos de su modo de expresar lo que sienten. Todo lo embrollan. Su lenguaje es torrente, avenida, alud, diluvio de impresiones, de pensamientos que entre si chocan y se atropellan y precipitan, todo en un desorden indescriptible e incomprensible. Según el grado de su enfermedad, tal es la necesidad que sienten de sus escrúpulos y congojas. Los hay que parecen disfrutar de respectiva calma..., en referirlos de viva voz o por escrito. Razón por la cual, para estas pobres almas es gran dicha dar con una persona complaciente, capaz de entenderlos, darles consejos y consolarlos.»
64. Sus daños. Los daños que el escrúpulo produce son muchos, tanto al alma como al cuerpo. Los daños del alma, el autor citado, Raymond (Ob. cit., pág. 89. Cfr. Aertnys-Damen: Theologia moralis, I, núms. 71 y siguientes; edición de 1944), los sintetiza así:
«Como ya llevamos dicho, estos enfermos por doquiera ven faltas, y sobre todo faltas mortales; sin distinguir tentación de consentimiento, imperfección de pecado, pecado venial de mortal, preceptos de consejos, cometen enormidades o descuidan deberes fundamentales de la religión y aun las obligaciones del propio estado, para enredarse en menudencias y ahogarse en pueriles detalles. Trabajan cuando es hora de descansar, rezan en vez de trabajar, ayunan cuando es menester un régimen fortificante. En una misma persona suelen juntarse el escrúpulo para ciertas cosas y la falta total de conciencia para otras. Confunden lo esencial con lo accidental. En fin, un completo desorden el suyo.»
Este desorden se revela en las relaciones sociales, pues el escrupuloso suele ser intratable. Pero el daño de mayor monta puede ser la misma desesperación. «¡Cuántos —exclama el Padre Quadrapani (Citado por el P. Raymond, loe. cit., pág. 81)— comenzaron por el escrúpulo y acabaron en dementes o en libertinos!»
Un estado tan morboso tenía que reflejarse en el cuerpo. El paralelismo psicofísico o la concomitancia de las operaciones del alma y del trabajo cerebral es algo que está fuera de duda (Cfr. nuestro Código de Deontologia Médica, art. 68, con la nota bibliográfica, y Raymond, loc. cit., pág. 83). Dice Santo Tomás (Summa Theologica, 1-2, q. 37, art. 4): «Como el alma mueve naturalmente al cuerpo, es consiguiente que el movimiento espiritual del alma sea causa de la transmutación corporal.» De aquí deduce que la tristeza —dolencia frecuente del escrupuloso— es como un peso «que agrava el ánimo... y hasta llega a impedir el movimiento del cuerpo» (Ob. cit., q. 37, art. 2). «La tristeza, dice en otro lugar, es más nociva al cuerpo que las demás pasiones, porque entorpece el movimiento vital del corazón... Tiene sobre ellos la desventaja de oprimir el alma por el mal presente, cuya impresión es más profunda que la del mal futuro; hace, a veces, enloquecer, como se ve en tantos que el dolor precipita en la melancolía o en la locura» (Idem, id., art. 4.° De la tristeza hablan con frecuencia los libros sagrados para señalar sus males: «La tristeza deseca los huesos» (Prov., XVII, 22). «De la tristeza viene luego la muerte, y la melancolía del corazón deprime el vigor» (Eclesiástico, XXXVIII, 18). «No dejes que la tristeza se apodere de tu alma, ni te aflijas a ti mismo con ideas melancólicas» (Ibid., XXX, 21). Ya Muratori decía que la conciencia escrupulosa «altera el cuerpo, provocando diversas enfermedades y aun la misma locura» (Forcé de l'imagination. cap. XI, pág. 98 (Venecia, 1745), citado por Scotti-Massana, ob. cit., pág. 174. Cfr. A. Eymieu: Le gouvernement de soi meme, págs. 103 y 203. París, 1924). Trastornos del sistema nervioso, cerebro enfermo, tedio del vivir, desesperación, lujuria desenfrenada, locura, suicidio: a tales extremos puede conducir una conciencia escrupulosa. A evitarlas o corregirlas debe tender la actuación del médico, que es quien puede mejor, por tales efectos, conocer las causas y combatirlas en el terreno propio de la Medicina.
65. Sus causas. No nos ocuparemos de las causas sobrenaturales, que rara vez se presentan en las vidas de los Santos, pues el discernirlas y tratarlas corresponde a los teólogos. Mas comúnmente las causas de los escrúpulos, no sin permisión divina, suelen ser físicas y morales.
a) Causas físicas. Estas proceden, con bastante frecuencia, de una predisposición patológica; esto es: del cerebro, del corazón, de los nervios, etc., proveniente, a su vez, por herencia o atavismo (Prümmer, ob. cit„ vol. I, núm. 321.—Eymieu, ob. cit., pág. 125). Tal vez corresponde la primacía entre las causas de orden físico a la constitución melancólica, pues la melancolía es terreno abonado a la tristeza, a la suspicacia y al temor (Pablo Zacchías: Quaestiones medico-legales. lib. III, tít. I, q. 9, y lib. III, título II, q. 4). «El individuo de temperamento melancólico —dice Virey (Citado por Scotti-Massana, pág. 174. Ya San Antonino (Summa Theologica, 1, 3, 10) reconoció esta causa cuando decía: «Alguna vez se produce la pusilanimidad o escrúpulo por enfermedad maníaca o melancólica..., por lo cual sufre daño la imaginación, y de cuando en cuando la razón... Otras veces procede por abandono de régimen corporal, a saber, por excesiva abstinencia..., vigilias y otros excesos por este estilo")— está fácilmente triste, descontento de todo, pensativo y meditabundo, desconfiado como los mismos viejos, preocupado por el porvenir, acostumbrado a prevenir los males y a reparar los errores, inclinado a recursos extremos, descorazonado, receloso y retirado.» Alguna vez está la causa de los escrúpulos en la debilidad mental y en la inconstancia, que los psiquíatras llaman psicastenia. Ni estaría muy distante de la verdad quien dijese que los escrúpulos en gran mayoría pertenecen al género de las ideas fijas, formando una especie de fobia religiosa, como antes vimos que el doctor Surbled los calificaba. Su origen «parece ser un desequilibrio del sistema nervioso» —dice Raymond—, pero «también puede tener su origen en el desarreglo de ciertos órganos, por trastornos funcionales, por falta de proporción entre los elementos constitutivos del temperamento o, finalmente, por otras causas que la ciencia aún no ha podido conocer» (Raymond, ob cit., pág. 81. Como se ve, no hemos intentado exponer una teoría psiquiátrica del escrúpulo. Aducimos varias opiniones. Cosa muy difícil acertar con las verdaderas causas y la naturaleza del escrúpulo. Lo interesante es saber que este existe en un caso determinado, en el cual caso el sacerdote debe buscar, como decimos más adelante, la colaboración del médico. En esto estamos conformes con el doctor Vallejo Nájera, en su trabajo en la Academia de San Cosme y San Damián, de Madrid, publicado en Philos (enero-febrero de 1946, págs. 2 y sigs.), en el que expone las diferentes clases y teorías referentes al escrúpulo).
b) Causas morales. Otras causas de los escrúpulos son de orden moral, que pueden decirse ocasionales. Aunque, si coinciden con una disposición patológica, no hay duda que servirán de despertador de ella, y que en la medida que aquéllas se produzcan, la enfermedad latente se manifestará con mayor o menor vigor. Causa moral de una conciencia escrupulosa puede ser el excesivo apartamiento de toda conversación humana y de recreaciones honestas, así como puede serlo el tratar con hombres meticulosos, por el cuasi contagio de la timidez y del escrúpulo (Prümmer, ob. cit., núm. 321, y en la nota 56, donde cita palabras de Beauboin). En la misma vida de piedad no regulada por la prudencia puede haber un comienzo del mal. El que por atender a su vida interior se abandona en la atención que el organismo necesita, o se entrega deliberadamente a excesos de ayunos y abstinencias, de disciplinas y vigilias, etc. El que confia su dirección a una persona escrupulosa, el que lee libros de autores demasiado rígidos, el que confía en sí mismo, ni atiende a las normas de un director prudente, con facilidad cae en un estado de nervosismo, de debilitación corporal que aun sin predisposición patológica, por fuerza ha de producir los síntomas ya apuntados que delatan una conciencia escrupulosa. Para no emprender una carrera que a los escrúpulos conduce, el recién convertido de una vida criminal necesita muy especialmente una dirección externa, sobre todo quien no posee los debidos conocimientos de orden religioso y moral para librarse de las impertinencias de la duda y poder formar una conciencia recta en la nueva vida (Eymieu, ob. cit., pág. 123. Ferreres, ob. cit., vol. I, núm. 101).
66. Los remedios. Para encontrar explicación a sus dudas, es natural que el escrupuloso vaya en busca de un sacerdote. Pero no es sólo a él a quien incumbe esta penosa labor. Es también, como hemos ya indicado, al médico a quien corresponde no pequeña intervención, en razón de las causas que hemos referido y de los efectos que sobre el organismo el escrúpulo produce. A pesar de ser éste el punto principal en la materia que nos ocupa, sólo generalidades nos es permitido dar. Y no sólo por lo que al médico se refiere, sino también de la parte que toca al director de conciencia.
a) El director espiritual: Como el escrupuloso es incapaz de formar juicio por sí solo y dirigirse en el laberinto de sus dudas, es la primera regla el someterse a una voluntad extraña, competente, que le dirija. Busque un buen director de conciencia. Uno sólo. El andar de uno en otro no sirve sino para aumentar la enfermedad, al compás de la perturbación que la diversidad de respuestas y procedimientos —aunque sustancialmente idénticos— produce en el ánimo del escrupuloso. Y a ese único director se le debe obediencia. A procurarla deben encaminarse los esfuerzos de director y dirigido. Al primero incumbe ganarse la confianza del enfermo con su caridad y paciencia. El segundo debe reverenciarle como a representante de Dios. Como la parte principal corresponde al director, debe colocarse en un plano de autoridad indiscutible que no titubea en los remedios ni permite la discusión sobre los mismos. Buena regla, y eficaz, es que el juicio que le merezca su penitente y sus actos lo exprese con las mismas palabras siempre, a fin de evitar que el escrupuloso se enrede en dudas sobre la inteligencia del sentido de lo que el director le ha mandado. Por ello, no es raro que surta buenos efectos el dar por escrito el modo de conducirse el escrupuloso. Entre los diversos medios que los moralistas recomiendan (San Alfonso, ob. cit., núm. 17. Ferreres, ob. cit., núms. 104-105 bis. PRÜMMER, ob. cit., vol. 1, núm. 322. Raymon, ob. cit., págs. 127, 276 y otras), cuéntanse la oración y la confianza en la bondad de Dios, examinar ligeramente la conciencia, humildad, no repetir muchas veces las mismas cuestiones de conciencia, y acostumbrarse a prescindir de los escrúpulos y obrar contra ellos, toda vez que no son propiamente juicios, sino falsas aprensiones mentales (Noldin, ob. cit., De principiis, núms. 215 y 218). Lo difícil es arrancar esa obediencia que hemos dicho ser en absoluto necesaria. El comienzo de la victoria está en que el escrupuloso sepa que padece un mal para cuya curación es necesario obedecer, y que quiera prestar esa obediencia. Una cosa es obedecer real y efectivamente, y otra querer obedecer. El que ha comenzado por ese deseo está en disposición de sacar provecho de la fuerza de voluntad que aún le queda.
El director espiritual entendido no tardará en diagnosticar el mal. Y verá que muchas veces, si no en todos los casos, se hace preciso echar mano de recursos que tienden a evitar el gasto de energías y aumentar el caudal todo lo posible. Entonces recomendará reposo; pero, por otra parte, impondrá ciertas ocupaciones honestas y recreos que permitan el esparcimiento del ánimo y el descanso de la fatiga mental producida por los escrúpulos. Si otras medidas se hacen necesarias, con toda suavidad y prudencia debe hacer comprender a su dirigido que conviene exponga su situación a un médico docto y prudente, para la cual indicación puede servirle de pretexto cualquier dolencia que frecuentemente a los escrupulosos aqueja; o en todo caso, manifiéstele que muchas veces la causa del mal radica en alguna indisposición morbosa.
b) El médico. Como se ve, el campo de actuación del director de conciencia no debe extenderse a medidas encaminadas a curar enfermedades que afectan al organismo físico. Pero el médico no debe oponerse a esa dirección espiritual, y menos contravenir a las indicaciones que sepa han procedido de esa dirección. Una excepción cabría hacer en el caso de que estuviese cierto de que esas indicaciones están muy apartadas del camino verdadero, en la cual coyuntura no estaría prohibido corregirlas, si está en su mano, o procurar que el escrupuloso elija otro director más competente; verbigracia: si el que tiene la dirección padeciera él de escrúpulos. Por regla general, al médico le incumbe, sin descuidar los efectos, atender a las causas del escrúpulo. Si la causa fuera una cualidad patológica corporal, claro es que debe poner empeño en eliminarla o reducirla. Si el mal, como es muy frecuente, presenta los síntomas de la neurastenia, gran pericia y no menor paciencia necesita para aplicar la terapia que a esta enfermedad conviene (Eymieu, ob. cit., pág. 316. Doctor H. Bon, ob. cit., pág. 463). Cura hidroterápica, régimen alimenticio, baños de sol y aire, descanso y actividad, aislamiento y distracción, el sueño (Raymond, ob. cit., cap. XV. Del baño y del sueño habla Santo Tomás como buenos medios de «restablecer la naturaleza corporal al estado debido de la moción vital» en su Summa Theologica (1-2, q. 37, art. 6). Y cita el testimonio de San Agustín, que dice «haber oído que el baño suprime del ánimo la ansiedad»); todos esos elementos y otros debe tenerlos en cuenta, armonizarlos y combinarlos, según las condiciones personales y grado de necesidad de cada paciente, a fin de conseguir la elevación de la tensión vital de que el escrupuloso carece para decidirse a obrar por su cuenta con orientación ordenada y fija. La cual elevación —enseña Eymieu (Ob. cit., cuarta parte, cap. III)— se puede alcanzar aumentando las fuerzas vitales mediante medidas que tiendan: a) al ahorro ae energías; b) reparar los gastos excesivos hechos a causa de los escrúpulos; c) acrecentar el caudal cuanto sea posible y conveniente.
67. Remedios inconvenientes. Como nuestra intención no es aventurarnos por el campo de la Medicina, y menos por esa rama especial de ella que es la Psiquiatría, nos contentamos con las indicaciones hechas, suficientes a demostrar nuestro principal intento, que es llamar la atención de nuestros médicos, sobre todo de los católicos, acerca del servicio tan importante que pueden prestar a los confesores y directores de conciencia en la materia de los escrúpulos. Pero no dejaremos por eso de indicar qué procedimientos son inadecuados, ineficaces y perjudiciales. Cuéntase entre éstos el hipnotismo. «La sugestión —dice Eymieu (Ob. cit., parte IV, cap. I, pág. 216. Ferreres: Theologia moralis, vol. I, número 105)— no tiene resultado sino a expensas de la fuerza de la voluntad, de la unificación de la conciencia, de la concentración del «yo». Un resultado tal en estos enfermos sería desastroso.» Respecto del psicoanálisis, dice Prümmer (Ob. cit., vol. I, núm. 95) que el confesor debe estar prevenido, «por cuanto de las exploraciones psicoanalíticas es frecuente que sobrevengan resultados nefastos». Efectivamente, al contrario de lo que todos los directores de espíritu convienen en aconsejar en estos casos, que es el no detenerse en la investigación y exposición prolija de las causas mismas del mal, pues ello viene a aumentar la perturbación que ya existe como efecto de una fantasía inquieta, los psicoanalistas someten al paciente a exámenes prolongados, por largas horas y meses enteros, haciéndole revivir el pasado por entero en su conciencia, con lo cual no es necesario ser un psiquíatra para comprender el estado lastimoso a que llega un individuo sometido al método psicoanalítico (Gaetani, S.J.: El psicoanálisis de Freud, págs. 110 y sigs. Traducción española, Madrid 1931). Dice Morseli (Citado por Gaetani, lib. cit. pág. 113): «En el fondo, tal empeño por llamar la atención de los neuróticos hacia las manifestaciones más bajas, desde el punto de vista ético-social, de su subconsciencia, introduce en la conciencia un elemento perturbador.»
Por último, sería en extremo reprobable la conducta del médico que apartara al escrupuloso de la oración, de las prácticas religiosas, y le condujera por sendas materialistas donde el alma encuentra demasiados atractivos y estímulos de los bajos instintos. En el mejor de los casos para su intento, se echaría a un demonio con una legión de ellos. No es ésa la línea de conducta que debe seguirse para llegar al punto deseado. Precisamente el enfermo de escrúpulo necesita afianzar su confianza en Dios y no desistir de la oración (Raymond, ob., cit., parte I, Cap. X, y todos los moralistas).
No pretendemos enseñar nada nuevo en esta importante cuanto extensa materia. Queríamos, como dejamos dicho, llamar la atención de la clase médica sobre ella, para que en ésta, como en tantas otras, pueda encontrar la Teología moral y ascética en la Medicina los recursos que la ayuden a conducir las almas a su santificación verdadera.
Dr. Luis Alonso Muñoyerro
MORAL MÉDICA EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
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