TRATADO II
PARTE I: LA ANTEMISA
SECCIÓN I: EL RITO DE ENTRADA 5. El "Confíteor"
Origen
370. La segunda parte de las oraciones al pie del altar está formada por el Confíteor y las oraciones que lo completan. Sus orígenes hay que buscarlos en la adoración callada que hacía el papa en el culto estacional de Roma cuando llegaba al altar. Cuando la liturgia romana entra en el imperio carolingio, se asignan en seguida algunas fórmulas para este rato de oración en silencio. La dirección que iba a tomar su evolución viene indicada por la rúbrica romana del siglo VII: prostrato omni corpore in terra (Mientras el Ordo Rom. 1 (n. 8: PL 78) no dice más que el papa ora arrodillado sobre el oratorium, el Capitulare eccl. ord. (Silva-Tarouca) dice más concretamente: acedit ad altare et prostrato omni corpore in terra jacit orationem. Como la redacción en el Breviarium eccl. ord. coincide, es obvio sacar la consecuencia de que la introducción de este rito, que todavía se usa en los últimos días de la Semana Santa, se debe al Archicantor Juan. Por otra parte, la tradición franca del siglo IX conoce en este sitio solamente la profunda inclinación estando de pie (Amalario. De eccl. off., IV. 5): inclinatus stat.), al que en la paráfrasis que le dieron los liturgistas francos del siglo VIII se añadió: fundens orationem pro se vel pro peccata [sic] populi (Breviarium eccl. ordinis. La intercesión también para el pueblo se expresa con frecuencia en las apologías y posteriormente repetidas); es decir, como tema de la oración se indica el de la apología.
La fórmula primitiva
371. La oración en la que la pequeñez humana se humilla ante la majestad de Dios se concentra de este modo sobre aquel objeto que pone más de relieve la insuficiencia e indignidad del hombre. Tal oración, que hacia el final de la época carolingia se rezaba ya en el camino hacia el altar, tiene al pie del mismo su sitio más adecuado. El sacramentario de Amiéns presenta con la rúbrica: Time accedat ad altare dicens, una fórmula que contiene ya los motivos más característicos de los posteriores formularios del Confíteor:
Ante conspectum divínae maíestatís tuae, Domine, his sanctís tuís confíteor tibi Deo meo et creatori meo, mea culpa, Quia peccavi, in superbia, in odio et invidia, in cupiditate et avaritia, in fornicatione et inmunditia, in ebrietate et crapula, in mendacio et períurio, et in ómnibus vitiis, quae ex his prodeunt. Quid plura? Visu, auditu, olfactu, gustu et tactu et omnino in cogitatione, et locutione et actione perditus sum; quapropter qui iustificas impíos, íustifica me et resuscita me de morte ad vitam, Domine Deus meus.
Transición a la forma actual
372. Todavía estamos ante una fórmula en que un particular se presenta ante Dios: en el Confíteor, la oración se convierte en diálogo entre un grupo. El celebrante no confiesa solamente sus pecados ante Dios y ante el cielo, sino también ante sus hermanos, rogándoos su intercesión. La transición decisiva (Un caso aislado de los siglos IX-X lo representa el Confíteor del sacramentario de S. Gatien; demuestra en su enumeración de los pecados, que ocupa media columna de una página en folio, el estilo de los textos apropiados a la confesión sacramental) a esta nueva forma se realizó en el primer tercio del siglo XI (La forma concreta que se impuso más tarde se encuentra por vez primera en el cód. Chigi. Sin embargo, ya el año 1030, como consecuencia del cambio notable en las primeras oraciones del grupo Séez, se supone en la Missa lllyrica otro modelo del mismo género. En el camino hacia el altar, y ante las gradas que llevan al presbiterio, el obispo no reza, como en el pontifical de Halinardo, cualquier clase de apologías, sino una confesión en el sentido más estricto de la palabra (proferens confessionem). Verdad es que no se anota la respuesta (entonces natural) de los clérigos ni la confesión de los mismos y sí la absolución que luego da el obispo: Indulgentiam, a la que después de algunas oraciones intermedias sigue el salmo 42 y la entrada en el presbiterio) y se extendió rápidamente. Consistía en adoptar también para la misa (En el Ordinarium O. P. del año 1256 se da para la misa privada la siguiente norma: si alguien celebra en seguida después de la prima, no debe rezar en la prima el Confíteor. En los premonstratenses, según el Líber ordínarius del siglo XII se hacía coincidir el Confíteor del sacerdote que cantaba la primera misa conventual con el de la prima) la confesión de los pecados, que desde el siglo IX se hacia ordinariamente de dos en dos al rezar prima y completas. Tales confesiones se hacían, al principio sobre todo, entre el celebrante y el diácono (Esto llegó también a encontrar su expresión en el rito. En el misal conventual de Cluny, el sacerdote decía la confesión, delante del altar en el lado del evangelio, ínclinís contra díaconum símilíter ínclinem (Udalrici Consuet. Clun., II, 30). Los dos estaban, pues, uno enfrente del otro a la derecha e izquierda del altar. La misma ceremonia existía también entre los cartujos y en el misal de Wéstminster (hacia 1380). En el caso de Wéstminster, el sacerdote dice la confesión ante su ministro y el pueblo: stans íuxta sinístrum cornu altaris ministro suo circumstantíque populo istam generalem faciat confessionem. En cambio, en el rito de Sarum el sacerdote tiene el diácono a su derecha y el subdiácono a su izquierda, que ambos contestan), mientras que más tarde se dirigía el celebrante a un grupo de clérigos (El misal de Tours (1533) hace empezar la fórmula del Misereatur: Fratres et sorores).
Significación del «Indulgentiam»
373. Sorprende el que con esta ocasión, junto con el Confiteor, se adoptara en la misa no sólo el Misereatur, que venia acompañándole desde hacía tiempo y se podía rezar por un seglar (Jungmann), sino también, y desde muy temprano, el Indulgentiam, (o empezando a veces con la segunda palabra: Absolutíonem), que en aquel tiempo y en siglos posteriores era la fórmula corriente de la absolución sacramental. Este hecho se explica por una tendencia general de aquella época. No hacía mucho que se había impuesto la nueva costumbre de absolver inmediatamente después de la confesión. Por varios documentos deducimos que se aplicó tal costumbre hacia fines del siglo X también a la confesión semanal o más frecuente, que en los conventos se practicaba ya desde hace mucho tiempo, añadiendo a la oración más general del Misereatur la absolución sacramental por medio del Indulgentiam.
De modo que el Confíteor, antes de incorporarse a la misa, había sufrido ya su evolución. Del siglo IX se nos han conservado varias redacciones destinadas al uso de la confesión sacramental.
Los ejemplos más antiguos contienen muchas veces un catálogo de pecados interminable, que seguramente sirvió de examen de conciencia. Así el Confíteor del pontifical de Poitiers (fines del siglo IX). (Morinus. Commentarius históricus de disc. ín admin. sucr. poenitentiae). Cf. el sacramentario de Tours, de la misma época), y algo más corto en Ordo Rom. antiquus, del siglo X. Fórmulas más breves de este género existen también en lengua vulgar a partir del siglo IX (eslavo y antiguo alto alemán). En parte sobreviven hasta la actualidad en forma de Offene Schuld.
Confesión y petición de intercesión
374. En ellas no sólo se decía que la confesión era ante Dios y el sacerdote, sino que también se rogaba a éste diese sus consejos e intercediese ante Dios; pues durante todo el primer milenio la forma preferente del perdón sacramental de los pecados era la intercesión de la Iglesia o, más en concreto, la del sacerdote. Este pedir la intercesión se podía manifestar también en la confesión hecha a un seglar y se conservaba efectivamente en la confesión que hacía el celebrante ante sus asistentes (Exceptúase el Confíteor de los carmelitas, que hasta el siglo XIV carece de la segunda parte: Ideo precor. Esta falta también en misales españoles todavía del siglo XVI). Nunca faltó en estas fórmulas primitivas del Confíteor la mención de los santos, al lado de la cual se encuentra en fórmulas antiguas la del altar. Tal fenómeno parece indicar que esta fórmula se solía emplear además al hacer la visita sucesivamente a todos los altares de las iglesias para orar ante cada uno de ellos, ejercicio que entonces era muy frecuente en los conventos.
375. Estos son los elementos que aparecen en las fórmulas más antiguas del Confíteor empleadas en la misa. Por el año 1080 se usaba en Cluny la siguiente fórmula: Confíteor Deo et ómnibus sanctis eius et vobis, pater, quia peccavi in cogitatione, locutione et opere, mea culpa. Precor vos, orate pro me. Claramente se manifiesta en ella, lo mismo que en fórmulas posteriores, que la confesión se hace en su parte primera, ante todo, a Dios y su curia celeste, mientras que se pide en la parte segunda la intercesión de la Iglesia militante. Por lo demás, se usaban en el siglo XI también fórmulas más extensas.
Los nombres de santos
376. Posteriormente se nota un aumento de su extensión. El capítulo general de los cistercienses del año 1134 decretó que había de hacerse mención de la Santísima Virgen antes de todos los demás santos: Confíteor Deo et beatae Mariae et ómnibus sanctis (Schneider: «Cist.-Chr.»). Palpita en este decreto la espiritualidad de San Bernardo (Compárense con esto las fórmulas que con el mismo contenido, pero redacción diferente, se usaban en la antigüedad cristiana ; p. ej., en 1 Tim 5,21: «Te conjuro delante de Dios y de Jesucristo y de sus santos ángeles». Más referencias en Jungmann. Die Stellung Christi im liturgíschen Gebet. El movimiento antiarriano había traído consigo la convicción general de que al nombrar a Dios se incluía a Cristo. Restos de la antigua concepción escasean. El pontifical de Poitiers ofrece un elemplo: Confíteor tibí, Domine, Pater caeli et terrae, tibique benignissime Jesu una cum Spiritu Sancto, coram sanctis angelis... En el sacramentario de Fonte Avellana (antes de 1325) se halla igualmente una redacción trinitaria del Confíteor: Confíteor Deo omnipotenti Patri et Filio et Spiritui Sancto et omnibus angelis). La baja Edad Media fué añadiendo cada vez más nombres de santos (La explicación de la misa Messe singen oder lesen (cantar o leer la santa misa), del siglo XV, da al sacerdote el consejo de que nombre en el Confíteor por lo menos a los patronos de la iglesia y del altar y «además a todos los que quisiera y a los que tiene devoción»), sobre todo en la segunda parte del Confíteor, de modo que aparecen como nuestros intercesores (El ordinario de Ratisbona, que en la primera parte menciona únicamente a María y a «todos los santos», en la segunda enumera a todos les apóstoles y además a veinte santos de San Esteban hasta Santa Ursula. Casi la misma abundancia de santos contiene el misal estirio de Haus. En cambio, el Confíteor del misal del manuscrito Barberini 1861, enumera a los santos en la primera parte. El argumento teológico para tal confesión ante los santos está en Mt XIX, 28; 1 Cor 6, 3). La oración de penitencia corría peligro de convertirse en una fórmula de devoción algo superficial. De ahí que el tercer concilio de Ravena (1314) permitiera solamente que al lado de la Virgen se nombrasen los Santos Miguel, Juan Bautista y los apóstoles Pedro y Pablo (Mansi, XXV, 547. San Miguel, que apenas aparece en los textos de los países del norte de Europa, se nombra en un misal de los siglos XIII-XIV de Fonte Avellana; en ambas partes aparece el orden simétrico de los nombres. La Sagrada Congregación de Ritos tuvo que prohibir repetidas veces la inclusión arbitraria de nombres de santos (13 de febrero de 1666, 12 de julio de 1704); nombres todos que nos han de recordar la gloria y santidad de la Iglesia triunfante, vencedora del pecado. En otros sitios se sobrepasaron en la enumeración y descripción de los pecados los límites que señalaba la prudencia (En esto habrán influido fórmulas que estaban destinadas a la confesión sacramental. En el Ordo missae del breviarium de Ruán, del final de la Edad Media, se dice, p. ej.: ...quia ego miser peccator pecavi nimis contra legem Dei mei cogitatione, delectatione pollutione consensu, tactu, risu, visu, verbo et opere, in transgressione ordinis mei et omissione servitii mei, participando cum excommunicatis et in cunctis aliis vitis meis mutis, mea culpa, cf. el misal húngaro de Boldau (hacia 1195). Fórmulas españolas enumeran una serie de pecados, confesando me graviter peccasse (Ferreres. 65ss) Tales fórmulas se habrán de explicar por la mentalidad que llevó a la cuestión escolástica (en su primera época) de si era lícito confesar para mayor confusión pecados que no se habían cometido) de modo que casi se convertía en una confesión de los pecados in specie, abuso que se había deslizado también al oficio divino. Liturgistas contemporáneos lo reprobaron ya advirtiendo que no se trataba de una confesión secreta, sino pública.
Inocencio III. De s. alt. mysterio. II. 13:; Sicardo de Cremona, Mitrale, III, 2; Durando. IV, 7. 2. Juan Beleth (Explicatio, c. 33) advierte ya que los pecados se deben confesar sólo generaliter nec mensusuram excedere.
A veces se anteponían al Confíteor expresiones como ésta: Ego peccator. Ego miser et infelix o Ego reus sacerdos por las que querían significar una profunda expresión de arrepentimiento y penitencia.
Rito exterior
377. Por lo que se refiere al rito exterior, desde el principio encontramos la profunda inclinación como actitud corporal mientras se rezaba el Confíteor. Pero también la de estar de rodillas debió ser muy común (La explicación de la misa alemana, rimada, del siglo XII, dice: «El sacerdote está de rodillas delante de la «mesa de Dios» para confesar sus pecados» (Leitzmann en «Kleine Texte»). Ordo missae de Beck: ante altare prostratus. Parece que también en el misal estirio de Haus, en el ordinario de Ratisbona y en el misal de Augsburgo de 1555. En todos estos casos parece que se trata de la misa sin ministros). En tiempos muy antiguos se menciona la costumbre de darse golpes de pecho (Esteean de Baugé (+ 1135), De sacr. altaris, c. 12; Inocencio III, De sacr. alt. mysterio, II, 13. Durando, IV, 7, 3) al pronunciar las palabras mea culpa. Esta ceremonia, como recuerdo del ejemplo evangélico del publicano (Lc 18,13), era tan familiar a los oyentes de San Agustín, que éste tuvo que enseñarles que no era necesario darse golpes de pecho cada vez que se decía la palabra Confíteor (San Agustín, Serm. 67, 1).
El «Misereatur» y sus variantes
378. En conformidad con la súplica final (Merece destacarse el que las fórmulas más antiguas, que en su primera parte enumeran «todos los santos», en su ruego de intercesión de la segunda parte se dirigen sólo a los hermanos presentes) del Confíteor, el diácono y los asistentes respondían, según antigua tradición, con el Misereatur. Su texto varía tanto como el del mismo Confíteor. Como fórmula más general que influyó decisivamente en la de la misa se puede considerar aquella que se halla en varios documentos de los siglos IX y X: Misereatur tuí omnipotens Deus et dimíttat tíbi omnía peccata tua, liberet te ab omni (opere) malo, conservet te in omití (opere) bono et perducat te (per intercessionem omnium sanctorum) ad gloriam sempíternam (Sacramentario de Reims. Las expresiones entre paréntesis faltan en otros sitios. Cf. la regla interpolada de Chrodegang; ritual de Durham. Cf. Bernolbo, Micrologus, c. 23), que en las palabras finales tiene la variante frecuente; et perducat nos pariter lesus Christus Filius Dei vivi in vitam aeternam). Por cierto, este Misereatur del diácono o de los asistentes no se menciona en los misales antiguos, como tampoco el Confíteor, que le sigue. Era natural que se dijesen ambas fórmulas, lo mismo que tuviesen idéntico texto que el del sacerdote. Además, tampoco hacía falta fijar por escrito estas fórmulas, pues no solamente cada clérigo, sino también cada cristiano bien instruido tenía que sabérselas de memoria, lo mismo que el Padre nuestro (Cf. Jungmann, Die lateinischen Bussriten, 283. San Vicente Ferrer exige a sus oyentes que se sepan de memoria el Pater, Ave, Confíteor y el símbolo (G. Schnürer, Kirche und Kultur im Mittelalter, III). En los países latinos se trataría del Confíteor en latín, mientras en Alemania en su lugar se puso la Offene Schuld.—El catecismo brevísimo del cardenal Cisneros, editado el 24 de octubre de 1498, contiene en latín las siguientes fórmulas: Per signum; pater noster; credo (símbolo apost.) y salve Regina, como oraciones que deben enseñarse todos los domingos. N. del T.). Sin embargo, parece que el sacerdote usaba a veces una fórmula más solemne del Misereatur, anteponiéndole una frase como ésta: Precibus et meritis sanctae Dei Genitricis et Virginis Mariae et omnium Sanctorum suorum (Cód. Chigi), en la que podían intercalarse una serie de nombres de santos a semejanza del Confíteor (Ordo Rom. XIV, n. 71). Existían también otras fórmulas parecidas, como las siguientes: Per gratiam Sancti Spiritus Paracliti (Misal de S. Pol de Léon; misales húngaros del siglo XV), o Per auxilium et signum sanctae crucis (Misal de S. Pol de Léon (1. c.); Alphabetum sacerdotum. Legg, Tracts 36) o Per sanctam misericordiam D. N. I. C. (El Breviarium de Ruán combina todas las fórmulas anteriores junto con diez nombres de santos. Así también, más o menos, el Alphabetum sacerdotum. Un misal húngaro del siglo XIII: Per virtutem D. N. I. C. et), o Per amaram passionem D. N. I. C. (Ordinario de Ratisbona), o Per sparsiones sanguinis D. N. I. C. (Misal de Valencia); para el ayudante se anota antes el Misereatur sencillo), u otra que variaba según la estación del año litúrgico (Ordinario de Coutances (1557): Per sanctan Incarnationem, etc. (Legg, Tracts, 56s). También aqui se asigna al ayudante el Misereatur sencillo). Finalmente, podía el celebrante unir varias de las mencionadas, con lo cual se le daba amplio margen para satisfacer sus devociones particulares (Así expresamente en el ordinario de Coutances). Por muy profundo que fuera el sentido de muchas de estas intercalaciones, ya que eran inspiradas por las grandes verdades de la economía de nuestra salvación, con todo tenían un marcado saber de adornos de mentalidad gótica, que no encontraron aprobación en todas partes (Tales añadiduras faltan en la mayor parte de los misales estirios), y sobre todo no fueron adoptados por el misal de Pio V. Debía bastar que en esta fórmula de intercesión se expresase el deseo de que Dios perdonase los pecados.
Antiguas redacciones del «Indulgentiam»
379. La oración Indulgentiam, que añade el sacerdote al Misereatur, contiene substancialmente el mismo ruego, aunque expresado con mayor insistencia. La fórmula que ya antes de ser recibida en la liturgia de la misa había pasado por una larga evolución (Esta fórmula proviene de las fórmulas de absolución solemnes, que generalmente constaban de tres partes y tenían carácter deprecativo, por las que se resumía la oración anterior de reconciliación, de modo que finalmente ellas mismas se convirtieron en fórmula de absolución sacramental. Cf. Jungmann, Die lateinischen Bussriten, 212ss 251ss), durante la cual sufrió algunos cortes (La Missa illyrica trae la primera redacción de esta fórmula dentro de la misa, que es aún muy larga. La del cód. Chigi, que no es mucho más reciente, dice: Indulgentiam absolutionem et remissionem omnium peccatorum nostrorum et spatium verar poenitentiae per intercessionem omnium sanctorum suorum tribuat nobis omnipotens, pius et misericors Dominus. En España aparece frecuentemente esta redacción: Absolutionem et remissionem omnium peccatorum nostrorum et spatium et fructus dignos poenitentiae et emendationem vitae et cor poenitens per gratiam sancti Spiritus tribuat nobis omnipotens et misericors Dominus. Ferréres 65ss), aparece en este lugar ya en el siglo XI, en la sencilla redacción: Indulgentiam et remissionem omnium peccatorum nostrorum tribuat nobis omnipotens et misericors Dominus (Bernoldo, Micrologus, c. 23). Al contrario de la fórmula hermana Misereatur (Misal de St. Lambrecht 1336), solamente en algunos casos aislados se amplió posteriormente.
Interpretaciones medievales
380. Conforme ya hemos indicado, la oración Indulgentiam fue desde el final del primer milenio una fórmula muy apreciada entre las deprecatorias de la absolución sacramental. ¿Se empleaba como tal también dentro del conjunto de las oraciones ante las gradas? Faltan algunas condiciones previas, esenciales para que tuviera lugar una verdadera absolución sacramental. Puede haber el suficiente arrepentimiento, si a las palabras del Confíteor corresponde plenamente el afecto interior, pues al acercarnos como pecadores ante la santidad de Dios, sabiendo que las miradas de todo el cielo se fijan en nosotros, ya nos damos cuenta con suficiente claridad de la fealdad del pecado y nos apartamos de él. Es tal vez el motivo más familiar para nosotros, y por eso muy eficaz, aunque no sea el más elevado. Con todo, la confesión es totalmente insuficiente, ya que por principio no es la particular, sino la que se declara en términos generales. Además, el Indulgentiam se dice sólo una vez, pronunciándolo el celebrante para sus asistentes; éstos, en cambio, no lo repiten para el celebrante, al que ante todo le convendría una purificación sacramental (Era costumbre en la baja Edad Media, sobre todo de les conventos, Confesarse antes de cada misa. En Cluny se habla de ella ya en e siglo XI, aunque con la restricción si opus habet (Udalrici Consuet. Clun.), cf. también Schabes, en un misal de Auxerre. En la orden dominicana, hasta el siglo XVI, era obligatoria la confesión antes de cada celebración, obligación que se urgió en numerosos capítulos generales de la orden. El Alphabetum sacerdotum (después de 1495) empieza las instrucciones para la misa con el modus confitendi (Legg, Tracts 33). Confróntese también el misal que en 1493 se imprimió en Venecia). Más aún, en todo esto no hemos de olvidar que, cuando se formó el conjunto de las oraciones ante las gradas, los conceptos del sacramento de la penitencia aun no habían pasado por el crisol de la teología escolástica. Era la época de las absoluciones generales, en la cual, con todo, nunca se dejó de recordar que no bastaban para el perdón de los pecados graves la confesión en términos generales Aparte de esto, se nota continuamente la tendencia a acusarse más en concreto en el Confíteor, y no puede caber duda de que no pocas veces -lo cual ciertamente ha de considerarse como abuso- se hacía en él una confesión particular. Cuando más tarde en la fórmula Indulgentiam se incluía el sacerdote a sí mismo en el ruego de perdón (tribuat nobis), tenía que darse cuenta de que esta fórmula para su propia persona no podía ser más que una petición, pero que no dejaba de tener mayor eficacia respecto a los otros (Se trataba de un caso parecido al de la absolución de loe difuntos, que se usó mucho en la alta Edad Media, y de la que ha sobrevivido la expresión absolutio ad tumbam).
Ceremonias para destacar el «Indulgentiam»
381. Es cierto qué hubo varias tentativas de hacer resaltar más esta fórmula dentro del conjunto de las demás oraciones valiéndose de ritos exteriores. Era costumbre en Cluny que el sacerdote, mientras rezaba el Misereatur, se pusiera en las misas privadas la estola (Según un ordinario de la confesión de Arezzo, del mismo siglo XI, la remisión de los pecados se hace per stolam), que hasta entonces llevaba en sus manos, con el fin de poder luego decir el Indulgentiam con la estola puesta. En otros sitios se intercalaba entre Misereatur e Indulgentiam un versículo o se hacía preceder a la oración Indulgentiam el Oremus. Hasta el dia de hoy se ha conservado la señal de la cruz que acompaña la fórmula no sólo en éste, sino también en otros sitios, y que tiene su origen en la imposición de manos, por la cual antiguamente se impartía la reconciliación y la penitencia.
Otras añadiduras
382. Tal modo de interpretar el alcance de la fórmula de absolución nos puede explicar además por qué se imponía con esta ocasión, no pocas veces, una penitencia ()63. A veces se hacía de tal forma, que también el pueblo participase en esta absolución. En algunas iglesias de Normandia el sacerdote se volvía hacia el pueblo 04 al pronunciar la oración Indulgentiam. Las monjas de Fontevrauld empezaban sólo después del Indulgentiam a cantar el introito, porque habían de rezar antes el Confíteor, aunque por lo demás no contestaban al sacerdote. Según algunos misales del sur de Alemania de fines de la Edad Media, el sacerdote, después de besar el altar, rezaba sobre el pueblo otra fórmula de absolución, parecida a las que entonces servían para la absolución sacramental.
Así en el pontifical de Durando, que trata del caso de que un obispo asiste a la misa de un presbítero. En las oraciones al pie del altar está al lado del sacerdote. Después de la confesión de los pecados y la absolución, el sacerdote, al fin de unos versos intermedios, dice: Iudicium pro peccatis meis. A esto observa la rúbrica: Et pontifex iniungit illi Pater noster vel Ave María vel aliud, et sacerdos idipsum vel aliud pontifici (Andrieu, III, 643). Con esto casi coincide el misal qué en 1531 se Imprimió para conventos en Lyón. Según él, el celebrante empieza el diálogo siguiente: Poenitentiam pro peccatis meis. R.: Pater noster. Deo gratias. Et vobis: Ave María. R.: Deo gratias. Después de rezar la penitencia, besa el altar. El mismo diálogo con variantes pequeñas en el misal de Vioh (1496) (Ferreres, 67) y en un rito posterior de Lyón. Confróntese también tres misales del siglo XIV de Gerona, en los que se prevé una penitencia únicamente para el celebrante. La misma significación tiene el que en el ordinario de los cartujos (hacia 1500) al Confíteor y Misereatur sigue un Pater y Ave, que se debe rezar inclinado, y luego, bajo el título absolutio post. confessionem privatam, la fórmula de absolución. Más tarde se adelantó la confesión sacramental. Aun el actual Ordinarium cartusiense, antes de prepararse el sacerdote a celebrar, menciona un signum pro confessionibus, pero conserva en su sitio el mencionado Pater y Ave. El mismo Pater y Ave, con el versículo Adiutorium nostrum, esta vez, sin embargo, después del Indulgentiam, se encuentra también en el antiguo rito cisterciense, la rúbrica de que la confessio se puede hacer también más tarde; p. ej„ durante el Gloria.
Reflejos de una época preescolástica
383. La oración Indulgentiam es, pues, la única que se ha conservado de todas estas fórmulas, que, aunque no siempre por el siglo en que se formaban, ciertamente por la concepción del sacramento que reflejan, pertenecen a la época preescolástica. Desde que la práctica sacramental de la penitencia, bajo el influjo de la teología escolástica, empezó otra vez a sujetarse a normas más severas en lo referente a la preparación para el sacramento de la penitencia (Fue decisivo el juicio tajante de Santo Tomás (De forma absolutionis, c. 2): Huiusmodi absolutiones (en prima, completas y en la misa) non sunt sacramentales, sed sunt quaedam orationes quibus dicuntur venialia peccata dimitti. Tal vez hayan influido estas palabras de Santo Tomás en la rúbrica del rito dominicano referente a la fórmula Absolutionem, et remissionem: signum crucis ne faciat. Missale iuxta ritum O. P.), que impedían que se considerase este acto de penitencia al principio de la misa como sacramento, la confesión y absolución contenida en el Confíteor y las oraciones siguientes, a pesar de la fórmula Indulgentiam, no tiene otro carácter que, por ejemplo, el de aquella confesión entre legos que se usaba durante algún tiempo en los conventos. El Confíteor, empero, a pesar de haberse convertido cada vez más en una mera fórmula, no por eso ha perdido su carácter de humilde confesión de los propias pecados y digna expresión de la contrición, por lo cual tiene especial eficacia, ya que, según convicción antiquísima, se une a ella de un modo especial la fuerza impetratoria propia de la oración de la Iglesia.
Los versículos antes del «confiteor»
384. A este conjunto de oraciones que acabamos de explicar, además de la oración Aufer a nobis, que desde siempre formaba la conclusión, se añadieron delante del mismo y detrás de él algunos versículos. Probablemente de la época en que se usaba todavía una confesión demasiado concreta, data el verso: Pone, Domine, custodiam orí meo... (Sal 140,3) (Sacramentario de Módena (antes de 1174), rito de Lyón). Además, está en el actual ordinario de la misa de los cartujos, dependiente de Lyón). Desde el siglo XIII se encuentra, fuera de Italia, con mucha frecuencia el verso Confitemini Domino, quoniam bonus (Sal 117,1), cuyo sentido originario de exhortación a la alabanza del Señor se encuentra convertido en exhortación a la confesión de sus pecados; porque el Señor es bueno (Ordinarium O. P. de 1256. Ordinario de la misa de la capilla papal, hacia 1290). En Italia se usa ya en el siglo XI, en su lugar, el verso Adiutorium nostrum in nomine Domini (Sal 123,8) (Sacramentario de un convento del final del siglo XI. No es frecuente en este sitio Algo más tarde, en el Ordo Rom. XIV, n. 60. Fuera de Italia, según parece, sólo después del siglo XV; p. ej., en Augsburgo). Con este versículo comienzan en la liturgia romana no solamente todas las bendiciones (Rituale Rom. VIII, 1, 7) sino también otros actos litúrgicos, como el Confíteor en el oficio divino y en la misa. El reconocimiento que en él se contiene de que en las cosas de nuestra salvación no conseguimos nada sin la ayuda del cielo, que se nos concede, conforme indica la señal de la cruz, por virtud de la pasión y muerte del Señor, representa en este caso una súplica para obtener dicha ayuda al principio del presente acto de penitencia (Cf. Callewaert, Sacris erudiri, 38s. En otros sitios, este verso, en combinación con el mismo acto de penitencia, tuvo un empleo, a primera vista algo llamativo. Según Guillermo de Hirsau, el sacerdote debe ponerse la estola "indulgentiam" cum illo verso «Adiutorium nostrum», etc., mox adiungens. Efectivamente, ordinarios de conventos de los tiempos inmediatamente posteriores contienen este versículo sólo delante de la oración Aufer a nobis: misal de Seckau, hacia 1170; Ordinarium O. P. de 1256; cf. el Líber ordinarius de Lieja. El versículo, como eco final de la absolución, está en este sitio seguramente para proclamar la renovación de la alianza con Dios y con su ayuda empezar la obra santa entrando en el sanctasanctórum. A partir del siglo XIII, se pone al lado del Adiutorum nostrum, en la mayor parte de los casos, el Sit nomen Domini benedictum; así en el misal de Wéstminster, escrito entre 1362 y 1386, y en los ordinarios ingleses y, normandos posteriores, región de la que proviene esta costumbre. Desde el final de la Edad Media se encuentra también fuera de este área, y todavía en el misal cisterciense español de 1762, y en el actual Missale Ambrosianum de 1902. En el convento de Bec, el sacerdote se dirige al pueblo y añade: In nomine Patris...; se ha convertido, pues, en bendición. Cf. el ordinario de un convento de Ruán. En algunos misales de la baja Edad Media y posteriores, estos dos versículos están delante del introito). Por el sentido del versículo se comprende que se creara en muchos sitios la costumbre de rezarlo al salir de la sacristía (Así va en el rito pontifical del siglo XV de Tréveris y Estrasburgo (Leroquais, Les pontificaux manuscrita,). En algunos sitios (p ej„ en Tirol), se usa en su lugar la petición de la bendición: ¡Benedicite!, a la que se contesta: Deus).
Los versículos antes del «aufer»
385. Pero también después del conjunto del Confíteor, como transición a la oración Aufer, se intercalaron, ya en tiempos remotos, otros versículos que desempeñan el mismo papel que en el oficio divino las preces delante de la oración, con las cuales tienen de común la inclinación profunda del celebrante durante su recitación. A pesar de que se trata de oraciones de carácter más bien particular (es un rezo alternado entre el sacerdote y el diácono o, a lo sumo, entre el sacerdote y sus asistentes, mientras que los monjes del coro están ocupados con el canto del introito o de los kiries), vemos en ellos aplicadas todas las leyes que determinan el rezo litúrgico. De entre los versículos que aparecen en este lugar a través de los siglos, muy pocos están tomados de las Sagradas Escrituras. Son en su mayoría versículos que antes se rezaban después de los salmos de la praeparatio ad missam. En misales italianos aparece a partir del final del siglo XII una parte de los versículos que dos siglos antes pertenecían al modelo más antiguo de la referida praeparatio ad missam, de donde han desaparecido (Con más claridad en el cod. S 1,19 de la Biblioteca Angélica, con el salmo 84,7.8 (Deus tu conversus, Ostende), salmo 142.2 (Ne intres), salmo 78,9 b (Proptius). También los versículos que siguen al confiteor en prima y completas: Converte nos. Dignare Domine. Miserere nostri, Fiat misericordia); entre ellos se hallan también los que actualmente se usan: Deus tu conversus y Ostende, que resumen perfectamente la idea principal del salmo 84, que es la misma en que termina el salmo 42, a saber: la expresión de nuestra ansia de beber alegría y vida nueva de las fuentes de Dios, de contemplar las manifestaciones de su piedad y de experimentar su ayuda salvadora. En el misal de la capilla papal del año 1290 se hallan solamente los versículos mencionados, mientras que en otros misales los mismos se encuentran mezclados con cualesquiera otros.
Este es el caso del Sarum Ordinary, del siglo XIII, hace seguir el salmo 131,9 (Sacerdotes) salmo 18 13 (Ab occultis), salmo 113b (Non nobis), la invocación Sancta Dei Genitrix y el salmo 79,20 (Domine Deus virtutum). Este orden siguen, más o menos, todos los misales ingleses más recientes Los versículos Ab occultis y Sacerdotes se encuentran también con frecuencia en otros misales.
Este es el caso del Sarum Ordinary, del siglo XIII, hace seguir el salmo 131,9 (Sacerdotes) salmo 18 13 (Ab occultis), salmo 113b (Non nobis), la invocación Sancta Dei Genitrix y el salmo 79,20 (Domine Deus virtutum). Este orden siguen, más o menos, todos los misales ingleses más recientes Los versículos Ab occultis y Sacerdotes se encuentran también con frecuencia en otros misales.
El «Aufer a nobis»
Después del Domine exaudí, que desde muy antiguo se encontraba a continuación de esta serie de versículos y el saludo Dominus vobiscum, del que no se quería prescindir, aunque eran poquísimos aquellos a que se dirigía, se rezaba por fin la oración Aufer a nobis. Es el elemento más antiguo de todo el conjunto de las oraciones ante las gradas, y después de todas las añadiduras le sirve hoy día de oración final (Este carácter de Oración final sobresale especialmente en el ordinario de la misa de la capilla papal, que añade: Dominus vobiscum., Exaudiat nos omnípotens et misericors Dominus, lo mismo que al final de la letanía de todos los santos. Así como el Ordo missae del siglo XI añadió a la oración Aufer otra fórmula, que luego desapareció, así muchos misales posteriores hicieron seguir a la oración Aufer una o varias otras, sacadas con frecuencia de la praeparatio ad missam (Conscíentias, Adsit). Misales normandos de la baja Edad Media adoptaron oraciones de la acción de gracias después de la misa (Ure igne, Actiones). Con mayor frecuencia aparecen en este sitio la oración de penitencia Exaudí Domine supplicum preces (del Gregoriano), que ya en el misal de San Vicente acompaña al Aufer; cf. cód. Chigi. Con más frecuencia se encuentra en Alemania (por ej., Kóck. 108 109 110 113; Hoeynck, 371); también en Hungría, donde se le añade más tarde una oración: Praesta. La misma oración penitencial Praesta por cierto también en Tongres. En Augsburgo substituye incluso una vez al Aufer; asimismo en Klosterneuburg. En Gregorienmünster, el abad la decía de rodillas (ss. XIV-XV). Parece que Enrique de Hessl (+ 1397) en los Secreta sacerdotum se refiere a esta oración cuando censura el que después del Confíteor se rece una colecta pro peccatis). Echa una última mirada hacia atrás, donde hemos dejado los pecados, a los que nunca quisiéramos volver, para luego dirigirse resueltamente hacia adelante, donde nos espera el santuario (La expresión bíblica sancta sanctórum la aplica ya San Jerónimo al culto cristiano), en que hemos de penetrar. La oración pertenece a la antigua tradición romana, y se usaba cuando el Jueves Santo se daba comienzo a la solemne celebración de la Pascua (En el Leonino se reza el Jueves Santo. En el Gelasiano al principio de la Cuaresma. En el Gregoriano de Padua el jueves de la primera semana de cuaresma). Más tarde se solía rezar cuando un obispo u otro delegado suyo entraba en un santuario de mártires para sacar de el reliquias para la consagración de una nueva Iglesia (Gregoriano: Oratio quando levantur reliquiae. Con el mismo destino en el pontifical de Donaueschingen; y en el sacramentario de Drogo). Acompañando la subida del celebrante al altar, esta oración se reza ya desde fines de la Edad Media en voz baja, según una costumbre traída de Inglaterra (Sarum Ordinary; asimismo en textos más recientes del rito de Sarum. En el continente, mucho mas tarde, y de aquí fue llevado a Roma probablemente por Bucardo de Estrasburgo), que parece que se debe a cierto paralelismo que guarda con el principio del canon (Hasta dónde llegó este paralelismo, lo demuestra la costumbre de algunas catedrales francesas (En Reims todavía en el siglo XVIII), en que el sacerdote decía el Orate, fratres, dirigiéndose a los ministros, antes de que subiera al altar con la oración Aufer a nobis).
P. Jungmann S.I.
EL SACRIFICIO DE LA MISA
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