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miércoles, 22 de enero de 2014

Ego Dominus

 Yo soy el Señor

     Con estas palabras sencillas y solemnes rubricaba el Señor sus mandatos en la Antigua Ley: «Yo, el Señor.»
     Y ellas siguen siendo también en la Ley Nueva el título de su dominio sobre nosotros, de su dominio sobre mí: ¡El es el Señor!
     Si el sentido profundo de esta palabra penetrara hasta el fondo de mi alma:
     ¡El Señor! ¡Mi Señor!
     Señor mío por tantos títulos: me sacó de la nada: todo mi ser suyo es: yo soy su criatura;
     me redimió de la esclavitud del pecado, del yugo ominoso que me marcó desde el momento en que fui concebido: en pecado nací, pero Él fue mi Redentor y me libró de ese vergonzoso cautiverio;
     me marcó con un sello indeleble en el día de mi bautismo: me hizo entonces suyo por un nuevo título;
    me ha hecho su tabernáculo viviente, cuando en el día de mi primera comunión tomó posesión de mi alma, convertida en su trono;
     me rescató de nuevo, y tantas veces, cuando el demonio me había sujetado de nuevo a su yugo por el pecado;
     ¡Él es real y verdaderamente mi Señor!
     Y  yo, criatura suya, hechura suya, posesión suya, quiero reconocer de nuevo, voluntariamente, ese dominio suyo:
     Sí, Señor, Tú eres mi Señor.
     Tienes sobre mí todos los derechos.
     Puedes disponer de mí a tu voluntad.
     Como quieras. Cuando quieras.
     Yo besaré reconocido tu mano, si quiere herirme con el dolor;
     si quiere purificarme con el sufrimiento, lo mismo que cuando venga a alentarme con la alegría.
     Aceptaré gustoso tus disposiciones.
     ¡Tú eres el Señor!
     ¡Yo soy tu criatura!

Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

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