Yo soy el Señor
Con estas palabras sencillas y solemnes rubricaba el Señor sus mandatos en la Antigua Ley: «Yo, el Señor.»
Y ellas siguen siendo también en la Ley Nueva el título de su dominio sobre nosotros, de su dominio sobre mí: ¡El es el Señor!
Si el sentido profundo de esta palabra penetrara hasta el fondo de mi alma:
¡El Señor! ¡Mi Señor!
Señor mío por tantos títulos: me sacó de la nada: todo mi ser suyo es: yo soy su criatura;
me redimió de la esclavitud del pecado, del yugo ominoso que me marcó desde el momento en que fui concebido: en pecado nací, pero Él fue mi Redentor y me libró de ese vergonzoso cautiverio;
me marcó con un sello indeleble en el día de mi bautismo: me hizo entonces suyo por un nuevo título;
me ha hecho su tabernáculo viviente, cuando en el día de mi primera comunión tomó posesión de mi alma, convertida en su trono;
me rescató de nuevo, y tantas veces, cuando el demonio me había sujetado de nuevo a su yugo por el pecado;
¡Él es real y verdaderamente mi Señor!
Y yo, criatura suya, hechura suya, posesión suya, quiero reconocer de nuevo, voluntariamente, ese dominio suyo:
Sí, Señor, Tú eres mi Señor.
Tienes sobre mí todos los derechos.
Puedes disponer de mí a tu voluntad.
Como quieras. Cuando quieras.
Yo besaré reconocido tu mano, si quiere herirme con el dolor;
si quiere purificarme con el sufrimiento, lo mismo que cuando venga a alentarme con la alegría.
Aceptaré gustoso tus disposiciones.
¡Tú eres el Señor!
¡Yo soy tu criatura!
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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