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miércoles, 29 de enero de 2014

Dedit uni quinque talenta

Dio a uno cinco talentos
     A cada uno de los hombres dio el Señor algunos talentos: a unos más, a otros menos: según sus designios inescrutables.
     A mí también me dio los míos.
     Al que más dio, exige más; al que menos, menos.
     Y el siervo que recibió un solo talento no fue castigado por haberlo dilapidado, sino por no haberlo hecho producir; si así como el que recibió cinco devolvió diez y el que recibió dos devolvió cuatro, el que recibió uno hubiera devuelto dos: habría oído la misma palabra de alabanza y hubiera recibido el premio como la oyeron y como recibieron premio los otros.
     No tengo, pues, que preocuparme tanto de cuántos talentos he recibido cuanto de hacerlos rendir todos ellos.
     Pocos o muchos, si sé multiplicarlos, será para mí premio.
     Por eso mis talentos no pueden quedar ociosos, ni puedo malgastarlos miserablemente en juegos de niños.
     Me han sido dados para negociar: Negotiamini, dum venio.
     Dum venio quiere decir que el Señor, que me dio los talentos, vendrá a su hora —la hora en que yo menos lo piense, qua hora non putatis, a pedirme cuenta exacta de ellos.
     Negotiamini quiere decir que me los dio para que con ellos negocie realmente: no para enterrarlos, como lo hizo el siervo malo sino para acrecentarlos con mi esfuerzo y mi trabajo.
     Yo tengo conciencia de haber recibido más talentos de los que han recibido otros muchos hombres: no es soberbia reconocerlo. Soberbia sería creer que se deben a mis merecimientos. Y son don gratuito de Dios.
     Pero ese reconocimiento implica para mí una responsabilidad más grave.
     Porque lo que me hace grato a los ojos de mi Señor y lo que ha de merecerme la recompensa eterna no es el número de mis talentos, sino el empleo que de ellos haya hecho.
     ¡Hay tantos hombres que emplean sus talentos para volverse contra Aquel que se los dio: traicionan a su Dios!
     ¡Tantos que usan de ellos como si fueran bienes propios y los derrochan a su capricho, sin querer reconocer o, por lo menos, olvidando prácticamente la cuenta que tendrán que dar de ellos!
     ¡Tantos perezosos que casi lamentan haber recibido los talentos cuando caen, por fin, en la cuenta del fin para que les fueron dados: y los entierran!
     Para todos éstos será la misma sentencia: Serve nequam! ¡Siervo perverso! Y todos irán a llorar eternamente los talentos que les serán quitados sin esperanza de volverlos a recobrar jamás.
    ¿Cómo gasto yo mis talentos, Señor?
    ¿Están realmente rindiendo el fruto que Tú esperas de ellos?
     Yo así lo deseo. Yo así lo quiero.
     Pero adiuva infirmitatem meam!
     Ayuda, Señor, mi debilidad, esta pereza, esta inconstancia mía, que puede llevarme a enterrar, o a malgastar este tesoro que Tú me has encomendado para, que lo haga rendir fruto: fruto de vida eterna.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

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