CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
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LA IGLESIA INIDENTIFICABLE EN LA BABEL DE LAS IGLESIAS
¿Quién de nosotros ha visto, quién ha oído a Jesús? Es la Iglesia quien nos transmite su enseñanza, es la Iglesia quien nos presenta su Evangelio.
Pero ¿qué Iglesia? En los congresos y en los periódicos protestantes se habla continuamente de Iglesia. Pero ellos entienden la suya; es más, las suyas, porque son cerca de doscientas denominaciones y organizaciones y doctrinas diversas. Luego están las Iglesias cismáticas, rusa, griega, etc. En esa babel es prácticamente imposible descubrir la verdadera Iglesia—supuesto que la haya— y la enseñanza de Jesús es, por tanto, inasequible y por eso inútil. (N.—Mondovi.)
El que firma abreviadamente N. me parece muy férreo en cuestiones religiosas a juzgar por la precisión de su objeción y la exactitud con que descubre el condicionamiento del mensaje evangélico a la auténtica transmisión hecha de él por la Iglesia.
El Evangelio escrito, efectivamente, no puede bastar por si solo, si falta un magisterio que garantice su genuinidad o, en los puntos discutibles, lo interprete autorizadamente. No debería ser, por tanto, difícil al ilustre interlocutor el hallar en el Evangelio, tomado no como libro inspirado, sino como puro documento histórico, la explícita institución de la sociedad jerárquica basada sobre el Papa, como sólo es la Iglesia católica. Bastaría recordase el célebre «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...» (Mateo, XVI, 18-19; véase Juan, XXI, 15-17). Y bastaría siguiese luego la evidente continuidad de la Iglesia romana en la Historia.
Pero ¿quiere dispensarse incluso de esta fácil investigación evangélica e histórica? Escúcheme entonces un momento y escuchadme también vosotros todos, ilustres lectores, porque es cosa muy interesante. Veréis que las Iglesias de la babel se esfumarán inmediatamente al toque mágico de una sencillísima consideración. Y la Iglesia católica ganará necesariamente la apuesta..., porque es la única candidata.
Dado el carácter absolutamente comprometedor —condición para salvarse eternamente— del mensaje del divino Redentor, Éste no pudo dejar de instituir un medio de transmisión infalible como su mensaje mismo. Es absurdo realmente que haya hablado infaliblemente para todos en el micrófono de Palestina, hace dos mil años, sin crear un indefectible hilo conductor que garantice la transmisión fiel de su enseñanza. De lo contrario, habiéndonos mandado que nos adhiramos a su palabra infalible, nos habría ordenado una cosa imposible, lo cual repugna a su infinita sabiduría.
La necesidad de ese medio de transmisión fiel se presenta tanto más evidente si se piensa en la facilidad de que se deformen las noticias que se comunican libremente de unos labios a otros. ¡Figurémonos cuando se trata y se trata de tantos milenios y cuando está en juego una enseñanza que toca tan en lo vivo los intereses íntimos humanos, personales y sociales!
Este medio de transmisión no puede concebirse sino de tres clases: o como iluminación directa de cada conciencia, o como misión privada de individuos privilegiados, o como misión de un organismo público jurídicamente organizado. El primero es absurdo, porque cada cual podría admitir como iluminación interior los partos de su loca fantasía. El segundo también, porque todo aventurero podría hacerse pasar por enviado de Dios; la moderna confusión protestante con sus varios centenares de sectas diversas y diversísimas es clara confirmación de estos dos absurdos. No queda más que el tercer medio. El hilo infaliblemente transmisor del mensaje de Jesús no puede ser más que una institución del tipo de la Iglesia católica.
Pero ¿es precisamente ella? Sí; ¡por falta de otros candidatos! Realmente, por su naturaleza ese hilo transmisor debe unirse ininterrumpidamente con Jesús y ser infalible. Pero todos los cismas y herejías han aparecido después de muchos siglos, esto es, carecen de la ininterrumpida conexión con Jesús; además, sólo la Iglesia católica se proclama infalible —en sí y en su indispensable fundamento, el Papa —de acuerdo con la característica de esa ininterrumpida conexión que debe ser precisamente la infalibilidad.
En otras palabras, si los movimientos cismáticos y heréticos hubiesen surgido al mismo tiempo que la Iglesia católica, en tiempo de Jesús, y se declarasen infalibles como la Iglesia católica, tendríamos desde el comienzo del cristianismo varios hilos conductores, incluso un enredo de hilos, que plantearían el problema de identificar el efectivamente conectado con el micrófono de Jesús; pero, en cambio, no existe ni uno solo de esos hilos y la identificación es inmediata.
¿Queréis tal vez objetar, como hacen los protestantes, que los otros movimientos surgieron precisamente para volver a la fidelidad en la transmisión el hilo gastado de la Iglesia católica, esto es, que esos movimientos se separaron del hilo católico porque éste se había vuelto deformador y engañador? Me permitiréis os responda que no habéis comprendido bien la fuerza de la predicha consideración.
Hemos visto realmente que semejante hilo conductor ininterrumpido debe ciertamente existir y que su típica característica debe precisamente coexistir en la infalibilidad de la transmisión. La hipótesis del deterioro de ese hilo es, por tanto, imposible porque es contradictoria.
Quien todavía insistiese en el hecho de ese hilo conductor para realizar las predichas características debería no sólo proclamarse, sino ser, infalible, lo cual se demostraría, tampoco habría comprendido el razonamiento. La necesidad de la prueba existiría si también otras Iglesias se proclamasen infalibles, mientras ninguna se proclama tal, aun pretendiendo que están en la verdad. Debe ser, por tanto, realmente infalible aquella única que se proclama tal.
Pier Carlo Landucci
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