CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
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¿POR QUE PERMITE DIOS EL SUFRIMIENTO DE LOS INOCENTES?
Es sumamente comprensible el dolor humano como expiación de los pecados. Pero ¿por qué lo permite Dios en los inocentes? Es inútil se responda que Dios en ellos no lo quiere, sino que sólo lo permite. Si realmente Dios omnipotente puede impedirlo, ¿por qué no lo impide? (N.—Mondoví.)
Si prescinde además de la distinción entre «quiere» y «permite» que a usted no agrada, distinguido señor N.— distinción grande y muy significativa, sin embargo, por ser muy diversa la responsabilidad del «hacer» y del «dejar hacer»—, y si prescinde también —añado yo— de tener fácilmente por inocentes a ciertas personas que además se tienen por inocentes, mírese al crucifijo y se comprenderá el misterio. Dios somete al dolor a los inocentes por razón parecida por la que sometió al dolor al Inocentísimo, a Jesús: para reparar culpas ajenas y para acrecentar los propios méritos y el correspondiente premio sin fin.
Me imagino la réplica: Jesús quiso hacerlo; los hombres inocentes pueden no quererlo. Si se les hubiese preguntado, quizá habrían respondido que no.
De este modo, sin embargo, se da del inocente una imagen un tanto mezquina y desagradable; la imagen del egoísta, encerrado en la torre de marfil de su propia integridad, insensible la ofendida gloria de Dios, al bien de las almas, al honor de la lucha y de la victoria y a la inmensa dignación divina de asociarlo en cierto modo—tanto más cuanto más inocente— a la misma obra redentora de Jesús, como miembro del Cuerpo místico cuya cabeza es el Redentor divino, pudiendo decir como San Pablo: «Estoy cumpliendo en mi carne lo que resta que padecer a Cristo, en pro de su cuerpo, el cual es la Iglesia» (Colosenses, I, 24).
Evidentemente, estos pávidos y egoístas inocentes no agradan al Señor. Y nadie podría legítima y honrosamente aspirar a serlo.
El caso de los niños antes del uso de la razón es especial. Su dolor se refleja meritoriamente en quien tiene cuidado de ellos y los defiende, y los asiste, realizando noblemente la ley de la solidaridad social.
Y en cuanto a ellos, aun siendo su dolor puramente sensible, esto es, sin el elemento más íntimo y verdadero del dolor que es su consciencia racional, capaz de hacerlo propiamente meritorio, si Dios quiere tenerlo en cuenta, como en el caso de los pequeños matados en la persecución a muerte del Niño Jesús, será del mayor provecho para ellos, como prenda relativamente pequeña de una perdurabilidad más feliz.
BIBLIOGRAFIA
San Agustín: De civitate Dei, I, caps. 8-9;
A. D'Alés: La Providence et le mal, DAFC., IV, págs. 435-45;
G. Gaetani: La Provvidenza divina, Roma, 1941. cap. X, 14;
G. Gaetani: Il dolare, Roma. 1943;
A. Zacchi: II dolare, Roma, 1944;
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C. Gnocchi: Pedagogía del dolore innocente, Brescia, 1956;
B. Matteucci: Teología del dolore, Florencia, 1950.
Pier Carlo Landucci
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