Y Jesús dijo: Sin Mí, nada podéis hacer...
Nada. Y en ningún linaje de actividades humanas. Sobre toda iniciativa mía está la luz y la fuerza de la gracia.
Lo entendió bien San Pablo, una de las figuras más eficientes de toda la historia:
—Todo lo puedo en Aquel que me conforta.
El que lo confortaba era Cristo...
Una experiencia larga, repetida, me ha enseñado la inutilidad de muchos esfuerzos míos demasiado humanos. Todo el santoral está pregonando la fecundidad de la oración, del sacrificio, de la entrega y amorosa docilidad al Divino Espíritu.
Viajero de Dios, debo mirarlo todo desde el punto de vista de Dios. Sólo así tendrá mi vida un sentido pleno y consumaré la obra que me fue señalada...
Este darle a mi Dios lo que es de Dios, esta primacía de lo sobrenatural incluye el preponderante, insustituible valor de los sacramentos para la obra de mi santificación.
La superioridad de la oración litúrgica, que nos hace acompasar con el corazón palpitante de la Iglesia.
La soberana importancia de la incorporación a Cristo y a la Iglesia en la intima, personal tarea de santificarme.
Para mi vida, para mis obras, el naturalismo es una epidemia agostadora. Y el naturalismo es una de las epidemias de hoy.
Hoy se habla con insistencia sobre la plena evolución natural de nuestra personalidad.
Y eso, ¿qué es? Es una fórmula naturalista. Pero, ¿es que sólo cuenta lo natural? ¿No hay también una vida sobrenatural que debe crecer y llegar a plenitud?
¿Quién negará personalidad a San Pablo? Aún en el plano meramente histórico de los grandes varones, ¿cuántos pueden rivalizar con él? Pues San Pablo dijo: Vivo yo; ya no yo, sino Cristo vive en mi...
En el santo viene a verificarse, moralmente, lo que se cumplió ontológicamente en Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Dos naturalezas tenía: la divina y la humana; pero una sola persona: la divina del Verbo.
En el santo "vetus homo noster crucifixus est", como dice San Pablo (Rom., VI, 6); queda crucificado el hombre viejo y prevalece la novedad de Dios.
Parece una paradoja; pero para formar las más definidas y auténticas personalidades, el mejor camino ha sido siempre abrirse y entregarse a una total invasión de Dios. Vaciarse de sí y llenarse de Dios.
Claro que Dios, cuando invade un alma, entra con cruz y diciéndole unas palabras que remueven todo el natural: el que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Negamiento propio. Cruz a cuestas. Seguimiento de Cristo...
Para la sensibilidad humana y el criterio de nuestros días, una extraña, desconcertante fórmula de labrar personalidades.
Pero lo cierto es que cuando un hombre puede afirmar: "No soy yo el que vivo; es Cristo quien vive en mi", ese hombre es "varón perfecto, acabado", la tierra cuenta con un héroe de verdad y la Iglesia con un santo. ¡Sin Cristo, nada. Con El, todo!
C. Mesa C.M.F.
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