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sábado, 6 de noviembre de 2010

Domingo XXIV de pentecostés (5° de Epifanía)

Propuso Jesús esta parábola a los que le oían:
"Es semejante el reino de los cielos a uno que sembró en su campo semilla buena. Pero mientras su gente dormía, vino el enemigo, sembró cizaña entre el trigo y se fue. Cuando creció la hierba y dio fruto, entonces apareció la cizaña. Acercándose los criados al amo, le dijeron :
"—Señor, ¿no has sembrado semilla buena en tu campo? ¿De dónde viene, pues, que haya cizaña?
"Y él les contestó :
"—Eso es obra de un enemigo.
"Dijéronle:
"—¿Quieres que vayamos y la arranquemos? "Y les dijo:
"—No; no sea que al arrancar la cizaña arranquéis con ella el trigo. Dejad que ambos crezcan hasta la siega; y al tiempo de la siega diré a los segadores: Coged primero la cizaña y atadla en haces para quemarla, y el trigo recogedlo para encerrarlo en el granero" (Mt., XIII, 24-30).
Es ésta una de las parábolas más sencillas y que mejor se entienden del Evangelio. El sembrador es Jesucristo, que vino a la tierra para traer la virtud y la verdad.
El campo es el mundo en que vivimos; la buena semilla, los justos y buenos; el enemigo, el diablo.
Después de la muerte los buenos serán recibidos por Dios en el Paraíso, y los malos, representados por la cizaña, serán arrojados para siempre al fuego del infierno. Ese es el eterno destino de los pecadores que abusan de la divina misericordia.
Hablaremos un poco de esta tremenda verdad respondiendo a las preguntas: 1.a ¿Existe el infierno? 2.a ¿Qué se padece en él? 3.a ¿Cuánto durará?
I.—¿Existe el infierno?
Hay hombres y chicos depravados que dicen que no existe el infierno. Pero no están convencidos de lo que afirman, sino que, por el contrario, creen más que nadie en su existencia. Dicen que no existe el infierno por el miedo que tienen de ir a él. Desearían que no existiese para poder dedicarse a hacer el mal más a sus anchas.
Tan cierto es que hay infierno como que hay Dios. Dios mismo nos lo ha revelado y Jesucristo nos confirma esta gran verdad en diversos pasajes del santo Evangelio.
He aquí un hecho que habla claramente de la existencia del infierno :
* El rico Epulón y el pobre Lázaro.—Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino y celebraba cada día espléndidos banquetes. Un pobre, de nombre Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de úlceras, y deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico; hasta los perros venían a lamerle las úlceras. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado en el infierno. En medio de los tormentos levantó sus ojos y vio a Abraham desde lejos y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que con la punta del dedo mojada en agua refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas." Dijo Abraham: "Hijo, acuérdate de que recibiste ya tus bienes en vida v Lázaro recibió males, y ahora él es aquí consolado y tú eres atormentado. Además, entre nosotros y vosotros hay un gran abismo; de manera que los que quieran atravesar de aquí a vosotros no pueden, ni tampoco pasar de ahí a nosotros."
Y dijo : "Te ruego, Padre, que siquiera le envíes a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta, a fin de que no vengan también ellos a este lugar de tormento." Y dijo Abraham : "Tienen a Moisés y a los profetas : que los escuchen." El dijo: "No, Padre Abraham; pero si alguno de los nuestros fuese a ellos, harían penitencia." Y le dijo: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se dejarán persuadir si un muerto resucitara" (Lc, XV, 19-31).
Así, pues, es de toda certidumbre que existe el infierno, porque lo dijo el mismo Jesucristo.
Esta verdad la han creído siempre todos los pueblos de la tierra, porque la razón nos obliga a admitirla. Comoquiera que Dios es justo, ha de castigar necesariamente el mal. ¿Cabe imaginar siquiera que los malos, los ladrones y asesinos reciban el mismo trato que los justos?
* Las prisiones de los reyes y la de Dios.—Un hombre se jactaba de no creer en el infierno; pero un sabio le dijo :
—¿Es justo que los reyes de la tierra metan en la cárcel a los malhechores, los carguen de cadenas y los envíen a las galeras?
—Sí —respondió el otro—, pues mal lo pasarían las gentes honradas si no existieran cárceles y castigos para los delincuentes.
—Pues bien —añadió el sabio—: Dios es el rey del universo y ha preparado una cárcel para los malvados que ultrajan su infinita Majestad; esa cárcel es el infierno. ¡Ay de nosotros si no existiera! ¿A qué quedaría reducida la justicia de Dios?
El incrédulo no supo qué replicar.
II.—¿Qué se padece en el infierno? (1).
En el infierno hay toda clase de tormentos, y los condenados padecen en él la pena de sentido y la de daño.
1. La pena de sentido está constituida por los tormentos que experimentan los sentidos con los que los pecadores ofendieron a Dios.
a) En el infierno será torturada la vista, porque allí no hay más que espantosas tinieblas y resplandores de luz siniestra que permiten ver las horripilantes monstruosidades de los demonios y las horrorosas deformaciones de los condenados.
b) Será torturado el oído con los llantos, los desgarradores gritos, las blasfemias y maldiciones de los condenados.
c) El olfato tendrá también su correspondiente tormento : el aire pestilente del nefando lugar, en donde están hacinados los pecadores, que son como cadáveres putrefactos. Dijo San Buenaventura que si se sacara del infierno a un condenado y lo trajesen a la tierra, habría tal pestilencia en el mundo que de ella morirían todos los seres humanos.
d) Asimismo recibirá su correspondiente tormento el gusto, pues, como dice la Sagrada Escritura, los condenarlos del infierno padecen un hambre atroz y una sed rabiosa.
e) Para el tacto está reservado el tormento del fuego. Sabemos que hay fuego en el infierno por habérnoslo dicho claramente el Señor. El rico Epulón exclamaba: " ¡ Estoy atormentado por estas llamas!" Pero el fuego del infierno es muy diferente del que nosotros conocemos. Aquél está encendido por la ira de Dios, y, en su comparación, el que vemos aquí en la tierra es como su expresión pictórica, según lo afirma San Agustín (2).
2. La pena de daño.—¿En qué consiste? En el tormento que producen la pérdida de Dios y el remordimiento. Esta pena es mucho más terrible que la del fuego, y no la podemos imaginar en vida; pero la experimenta, ciertamente, el condenado del infierno.
Un condenado viene a decirse :
—Soy maldito de Dios. ¡Estaba destinado a verlo y gozarlo en la gloria y lo he perdido miserablemente! ¡Y con Dios he perdido la eterna felicidad! ¡ Cuánto disfrutan los que están en el Paraíso! ¡Allí están mis padres, mis amigos y parientes! ¡Y yo me he condenado y no puedo salir jamás de este horrible lugar de tormento! ¡ Y pensar que me he condenado por una insignificancia, por un capricho, por un gusto que duró un momento, por haber callado un pecado en la confesión...! ¡Con qué poco me habría podido salvar! ¡Me hubiese bastado un poco de temor de Dios y cumplir su santa Ley! Si después de haber pecado hubiese hecho una buena confesión y hubiese permanecido en gracia, me habría salvado y ahora estaría gozando en el cielo en vez de hallarme en este nauseabundo y horrible lugar...
Algo así habrá de ser el remordimiento que sientan los condenados del infierno. ¡Oh, qué terrible desesperación! (3).
III.—¿Cuánto durará el infierno?
¿Qué tiempo estarán sujetos los condenados a las torturas del infierno? ¿Cien años? ¿Mil? No serán años ni siglos, porque en el infierno ya no existe el tiempo. Los tormentos durarán por siempre jamás. Fijaos en estas dos palabras, queridos mío:
"¡Siempre!" "¡Jamás!" Esto quiere decir que, después de pasar millones y millones de siglos, el infierno estará comenzando. Las penas del infierno durarán eternamente; los condenados no verán a Dios nunca jamás, siempre estarán con los demonios, siempre en el fuego, siempre con el gusano roedor del remordimiento, siempre en la desesperación.
* San Buenaventura hace una suposición y dice : "Imaginaos que de los ojos de un condenado se desprende una sola lágrima cada millón de años. ¿Cuántos siglos deberían pasar para que con sus lágrimas se reuniese tanto líquido como agua cayó en el diluvio universal? Pues bien : en ese caso hipotético, la eternidad no haría más que empezar. Qué espantosas son las palabras "¡siempre!" y "¡jamás!"
* Un célebre notario de Lucca, que llevaba una vida bastante disipada, pasando cierto día por delante de una iglesia le dio la idea de entrar. Precisamente estaba hablando entonces un predicador sobre la eternidad, exclamando, muy impresionado él mismo: "¡Oh eternidad, que nunca tendrás fin!" El notario quedó desconcertado ante la terrible expresión; salió de la iglesia, pero no se le iba de la mente la palabra "¡nunca!", que le venía a la memoria en su despacho, en la mesa, en el paseo... Aquel "¡nunca!" no le dejaba sosiego ni de noche ni de día, hasta que determinó abandonar el mundo y meterse en un convento. Empezó una vida de gran penitencia, empleóse en obras buenas y murió santamente (4).
Conclusión.—¿No sentís miedo del infierno vosotros, mis queridos niños? Si lo tuvierais viviríais bastante mejor y no cometeríais pecados (5).
¿Sabéis por qué cometen tantos pecados algunos chicos? Precisamente porque no piensan en el infierno. Si se les preguntase si quieren condenarse, contestarían negativamente de boca, pero no con los hechos. Las personas santas piensan mucho en el terrible lugar de castigo que Dios tiene preparado para los malos en la otra vida, y por eso viven alejadas del pecado, hacen penitencia y se dedican a las buenas obras (6).
¿Iremos nosotros al infierno? Esta pregunta ha de causarnos verdadero espanto, porque cualquiera de los que viven puede condenarse. Al infierno van todos los que mueren en pecado mortal, y, por consiguiente, lo que más importa es vivir todo lo alejados que podamos del pecado. Para no pecar es muy saludable pensar en lo que hemos meditado hoy. Si así lo hacéis, mis queridos niños, evitaréis el infierno, y cuando muráis iréis a gozar para siempre de la felicidad de la gloria, en compañía de los santos y ángeles del cielo.

EJEMPLOS
(1) Anticipo del infierno.— Un emperador sepultado en vida. — El año 491 sucedió un hecho espeluznante en la corte de Constantinopla.
Hallábase participando alegremente en un banquete de orgia el emperador Zenón, cuando de repente se sintió mal y cayó al suelo sin sentido. Lo alzaron los cortesanos y lo pusieron en su sillón, pero notaron que tenía el pulso paralizado y que no le latía el corazón. Pensaron que estaba muerto.
Sin esperar a más, su esposa, arriana, se apresuró a ordenar que lo metiesen en un sepulcro de piedra herméticamente cerrado.
Pero el emperador no estaba muerto, sino sólo desvanecido por efecto de la embriaguez... Pasado el desvanecimiento, hallóse encerrado en el reducido sepulcro de piedra. Debió de pedir socorro a sus leales, gritar desesperadamente; mas nadie le oía, y el infeliz murió dándose cabezazos y arañando terriblemente las losas sepulcrales.
Al cabo de cierto tiempo abrióse el sepulcro y se encontró el cadáver con las extremidades de los dedos roídas y la cabeza hecha pedazos por los golpes dados contra la piedra en su desesperación.
El hecho puede darnos una idea aproximada de lo que ha de suceder al condenado a su ingreso en el infierno. Se despertará como de un profundo sueño, y al hallarse en la horrenda cárcel se dirá: "¡Ay de mí! ¿Dónde me hallo? ¿Dónde está la luz? ¿Dónde paran los míos y mi casa? ¡ ¡Socorro! !" Pero nadie responderá a sus desesperados gritos.
(2) Quemado vivo.—Un rey de Navarra, que llevaba una vida escandalosa, cayó gravemente enfermo. Para tratar de curarlo los médicos ordenaron que su cuerpo quedase fuertemente envuelto en lienzos impregnados de alcohol. Terminada la operación de coser los extremos del lienzo con que se le había envuelto, el enfermero, no teniendo a mano cuchilla ni tijeras para cortar el cabo de hilo recio empleado en el cosido, acercó un candil encendido para partirlo con la llama. Pero el hilo bramante también tenía alcohol y al punto se encendió, propagándose el fuego a todo el lienzo de la envoltura, resultando imposible impedir que muriera el rey, horriblemente carbonizado, entre agudísimos dolores.
(3) ¡Por una insignificancia!—Un señor, no teniendo encima nada que jugarse en una partida de cartas, en la que le venían muy malas, apostó el palacio en que vivía y cnanto poseía por una cantidad insignificante de postura. Perdió y tuvo que ceder su magnífica posesión, quedando en la más completa ruina.
Fácilmente puede imaginarse la desesperación que le sobrecogería. Cuando el infeliz pasaba cerca de su antiguo palacio, sufría lo indecible pensando que había perdido aquel magnífico inmueble, con cuanto en él se hallaba y donde tan placenteramente vivía, por una verdadera insignificancia. No pudiendo resistir tanto dolor, murió de pena al poco tiempo.
Algo parecido les ocurrirá a los condenados. Pensarán en la gloria, donde podrían encontrarse tan dichosamente por toda la eternidad, y se dirán: "¿A cambio de qué he perdido bien tan preciado? ¡Por el placer de un momento, por un capricho, por nada!"
(4) A Santo Tomás de Aquino, el ángel de las escuelas y sumo teólogo de la Iglesia, cuando se hallaba en trance de muerte le preguntaron qué era lo que mayor impresión le había causado en su vida, y respondió:
"Lo que más me ha sorprendido y todavía no he llegado a comprender es que haya cristianos que crean en el infierno, sepan que pueden morir en cualquier instante y que, sin embargo, vivan habitualmente en pecado mortal."
El venerable P. Avila decía: "Quien cree en la eternidad y no se hace santo merece que le encierren en un manicomio."
(5) Santa Jacinta Marescotti (f 1640) era una joven agraciada y rica, a quien sus padres obligaron a entrar en un convento de monjas.
Para dicha suya, cayó enferma de alguna gravedad y se llamó al confesor, el cual, apenas entró en la habitación de la religiosa, exclamó:
— ¡Qué olor más pestilente!
—¿Qué dice, padre? No es posible; aquí todo está muy limpio. Y así era, en efecto: la estancia de Sor Jacinta resplandecía de limpia y hasta estaba perfumada.
— ¡Esto huele a infierno! —replicó el sacerdote.
Sor Jacinta Marescotti quedó tan impresionada que se arrepintió radicalmente de sus pasados desvarios e hizo una buena confesión general, y en lo sucesivo vivió tan ejemplarmente que mereció ser elevada al honor de los altares y figurar en el catálogo de los santos canonizados.
(6) San Juan Crisóstomo tenía en su dormitorio un cuadro que representaba el infierno. Al acostarse y levantarse, y cuando sufría alguna tentación, miraba el cuadro y meditaba en las penas terribles del averno. Esto le ayudaba eficazmente a perseverar en su vida de santidad.

1 comentario:

Ultramontano dijo...

Estimado Pater Manuel; excelente el comentario sobre las penas del infierno, particularmente me ha servido de mucho para que mis pequeños alumnos del ciclo secundario tomaran conciencia de este dogma de fe que hoy niengan todos los liberales católicos. Pater siga firme en la trinchera. Viva Cristo Rey.
Templario.