"—El reino de los cielos es semejante a un rey que preparó el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus criados a llamar a los invitados a las bodas, pero éstos no quisieron venir. De nuevo envió a otros siervos con £sta orden : "Decid a los invitados : Mi comida está preparada ; los becerros y cebones, muertos; todo está pronto; venid a las bodas." Pero ellos, desdeñosos, se fueron, quién a su campo, quién a su negocio. Otros, cogiendo a los siervos, los ultrajaron y les dieron muerte. El rey, montando en cólera, envió sus ejércitos, hizo matar a aquellos asesinos y dio su ciudad a las llamas. Después dijo a sus siervos :
"—El banquete está dispuesto, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y a cuantos encontréis llamadlos a la boda.
"Salieron a los caminos los siervos y reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas quedó llena de convidados" (Mt., XXII, 1-10).
"—El banquete está dispuesto, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y a cuantos encontréis llamadlos a la boda.
"Salieron a los caminos los siervos y reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas quedó llena de convidados" (Mt., XXII, 1-10).
¿Quién es este Rey que ha preparado el banquete de bodas? Es Jesucristo, y el banquete representa la sagrada Mesa Eucarística, a la cual nos invita el Divino Maestro directamente o por medio de sus ministros.
Ya sabéis lo que es la sagrada Eucaristía: el sacramento que bajo las especies de pan y vino contiene realmente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, para alimento de nuestras almas.
Pero la Eucaristía no es sólo un sacramento, sino, además, el sacrificio de la Nueva Ley, y como tal se llama la "Santa Misa".
Nosotros debemos tomar parte en este sacrificio a fin de cumplir los deberes que tenemos para con Dios. Diremos: 1.° Qué es la Santa Misa. 2." Qué ventajas nos proporciona. 3.° Cómo debemos oírla.
I.—Qué es la Santa Misa.
La Santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que bajo las especies de pan y vino se ofrece en el altar por ministerio del sacerdote en memoria y renovación del sacrificio de la cruz.
El Santo Sacrificio es lo más grande y excelente que imaginarse puede.
1. El sacrificio.-La palabra sacrificio tiene dos significados :
a) Según una acepción, sacrificio equivale a esfuerzo o mortificación. Si un chico se priva, por ejemplo, de la merienda para dársela a un pobre, decimos que hace un sacrificio. Los padres que trabajan más de la cuenta para sacar su familia adelante, se sacrifican por sus hijos. También decimos que hace un sacrificio el que da una limosna a la Virgen o se levanta temprano por amor de Dios.
b) Pero sacrificio es también el acto de culto que consiste en la ofrenda de una cosa que se destruye en honor de Dios, reconociéndole como Creador y Señor supremo del que todos dependemos.
2. Los sacrificios en la Antigua Ley.—Desde los primeros tiempos se ofrecieron sacrificios a Dios. Caín y Abel hacían ofrendas al Señor. El primero era agricultor y ofrecía a Dios frutos de la tierra; el segundo se dedicaba al pastoreo y ofrecía a Dios corderos de su rebaño.
Noé, después del diluvio, erigió un altar y ofreció en él un sacrificio a Dios. También Abraham, Isaac, Jacob, Melquisedech..., ofrecían sacrificios al Señor. Pero estos sacrificios consistían en animales que se mataban en honor de Dios, o también en pan, vino, aceite, etc. Al Señor le agradaban esos sacrificios por ser actos de religión.
3. El sacrificio en la Nueva Ley.—Los sacrificios de la Ley Antigua eran figura o símbolo del sacrificio que realizaría Jesucristo en la Nueva Ley.
Vino, efectivamente, al mundo Jesucristo y los sacrificios de la Antigua Ley fueron sustituidos por uno solo: el de la Santa Misa.
Por el sacrificio de la Santa Misa ofrecemos a Dios nada menos que el Cuerpo y Sangre del mismo Jesucristo bajo las especies de pan y vino. Esta ofrenda se hace en memoria del sacrificio de la cruz, de la cual es la Misa una renovación, diferenciándose ambos únicamente en que el primero fue cruento y el segundo es incruento, o sea: que en la cruz se produjo realmente la muerte de Jesucristo, con derramamiento de sangre, mientras que en el sacrificio de la Santa Misa se produce la muerte mística del mismo Jesucristo. Además, sobre la cruz se ofreció Jesucristo a sí mismo al Eterno Padre, y en la Misa se ofrece por medio del sacerdote, que le representa. Pero, en definitiva, es Jesucristo el que hace la ofrenda de la víctima, que es El mismo.
Por el sacrificio de la Misa, Jesucristo nos aplica los merecimientos del sacrificio de la cruz.
Ya veis cuan maravillosa es la Santa Misa. Es, como hemos dicho, la cosa más sublime, santa y meritoria que podemos ofrecer a Dios, porque con ella le ofrecemos nada menos que a su mismo Hijo, juntamente con sus merecimientos infinitos.
II.—Los beneficios que se derivan de la Santa Misa.
¿Qué pretendió el divino Salvador con la institución del santo sacrificio de la Misa? Sencillamente: enriquecernos. Nos dice San Pablo: "Porque en El habéis sido enriquecidos en todo" (1 Cor., I, 5).
Carlos IX de Francia tenía una joya de tanto valor que hizo grabar en ella: "Quien me posee, ya no es pobre." Los cristianos tenemos a nuestra disposición, por la divina misericordia, un tesoro que supera en valor a todas las perlas y joyas del mundo: la Santa Misa. Así, pues, ningún cristiano puede considerarse pobre, puesto que el tesoro de la Santa Misa le permite pagar todas las deudas que tiene contraídas con el Señor y disponer todavía de un grandísimo capital.
Tenemos con Dios cuatro deudas: a) la de adorarle y honrarle como se merece; b) el agradecerle los favores recibidos; c) aplacarle por las ofensas que le hemos hecho; d) rogarle que nos conceda sus gracias.
Estas cuatro deudas no podemos satisfacerlas por nosotros mismos y las pagamos con la Santa Misa.
1. El homenaje.—Dios merece homenaje de valor infinito por ser la infinita Majestad: es nuestro Creador, Padre y Señor. Nosotros no podemos rendirle un homenaje digno de El, porque es insuficiente para ello todo lo de la tierra y lo sería también el conjunto de todas las criaturas del universo, los ángeles y los hombres. Sólo Dios puede honrar dignamente a Dios, y eso es, precisamente, lo que hace Jesucristo en la Santa Misa. El, que es Dios y hombre al mimo tiempo, viene a suplir nuestra impotencia y miseria: se anonada, adora y alaba al Eterno Padre por nosotros.
De ahí que la Santa Misa dé más gloria a Dios que todas las criaturas del cielo y de la tierra juntas (1).
2. Acción de gracias.—El que recibe un favor u otra cosa cualquiera de valor gratuitamente, debe agradecerlo. ¿Quién es capaz de saber los beneficios que Dios nos hace de continuo? Por todas partes estamos rodeados de divinos favores e inundados de divinas gracias. ¡Qué deuda más enorme tenemos contraída con Dios! Pues bien: esa deuda la satisfacemos cumplidamente con la Santa Misa, porque en ella es Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, el que da las gracias por nosotros a su Eterno Padre. De esta forma podemos decir: "En agradecimiento de vuestros beneficios, recibid, Señor, un don que vale por todos : a vuestro Hijo, Jesucristo."
3. La satisfacción.—Con nuestros pecados provocamos la ira de Dios, y es preciso aplacarlo y darle la satisfacción digna de El. Nosotros no podemos dársela, pero sí puede Jesucristo. El divino Redentor, al morir en la cruz, satisfizo a la divina Justicia por nosotros, y continúa realizando esa expiación renovando su sacrificio sobre nuestros altares.
¡Ay de nosotros si no fuese por la Santa Misa! En la Antigua Ley Dios envió terribles castigos, tales como el diluvio universal, el incendio de la Pentápolis y otros, por los pecados que se cometían; y los continuaría enviando también ahora si no fuese por la Santa Misa, puesto que, como dice San Leonardo de Porto Mauricio, ya no existiría la tierra, por causa de sus culpas, de no ser por el sacrificio del altar.
La sangre de Jesucristo ofrecida a Dios en la Santa Misa nos alcanza la divina misericordia, y de ahí que dijese un poeta : "Si, que esa sangre descienda sobre todos; — pero como lluvia suave y placentera. — Todos pecamos: que a todos — borre esa sangre la mancha" (Manzoni: La Pasión) (2).
4. La impetración.—Grande es nuestra miseria y muchas nuestras necesidades. Mas ¿cómo atrevernos a pedir a Dios nuevos favores siendo tan pecadores? Jesucristo se compadece de nosotros y, al ofrecerse a su Eterno Padre, nos alcanza de El cuanto precisamos. "Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por El se acercan a Dios, y siempre vive para interceder por ellos" (Hebr., VII, 25). No hay gracia, por grande que sea, que no podamos obtenerla por medio del Santo Sacrificio de la Misa. Por eso decía Santa Teresa de Avila : "Por medio de la Santa Misa estoy segura de conseguir cuanto quiero, porque pide por mí el mismo Jesucristo" (3).Grandísimo es, por otra parte, el beneficio que con la Santa Misa alcanzan las benditas almas del Purgatorio, ya que es el medio principal para salir del lugar de tormento en que se hallan y subir a la gloria del cielo.
Ya sabemos cómo podemos pagar las cuatro deudas que tenemos con la Divinidad, y nos consta que, gracias al Santo Sacrificio de la Misa, podemos considerarnos muy ricos todos los cristianos.
¡Qué grande es la Misa! Nada del mundo puede comparársele, ya que vale tanto como Dios. Apreciad, por tanto, mis queridos niños, como se debe el Santo Sacrificio del Altar, y preferid esta práctica de nuestra religión a toda otra, pues de ninguna se derivan tan inmensos beneficios (4).
III.—Cómo debemos asistir a la Santa Misa.
1. Debemos oír la Santa Misa con mucha reverencia del cuerpo y del corazón, es decir, con mucho recogimiento y compunción.
Refiere San Ambrosio que mientras Alejandro Magno estaba un día ofreciendo un sacrificio a los dioses, había dispuesto que un joven paje tuviese un hachón encendido en la mano. Como la ceremonia se prolongó bastante, el hachón se consumió y quemaba la mano del paje, el cual, a pesar de ello, no se movió ni dio ningún quejido, para no distraer ni estorbar al soberano.
¡Qué gran ejemplo nos dio aquel paje pagano a los cristianos!
¿Cuántos son los chicos que asisten con la debida reverencia al augusto sacrificio de la Misa?
En el Calvario, cuando crucificaban a nuestro Señor Jesucristo, había tres clases de personas: la de los judíos, que clavaban a Jesús en el madero y le insultaban; los curiosos e indiferentes, y los amigos del Salvador, que sufrían y lloraban. También asisten estas tres clases de personas al Santo Sacrificio del Altar. Hay quien insulta a nuestro Señor con su irreverente actitud y compostura; otros no rezan ni siguen con atención el Santo Sacrificio; por último, las buenas almas oyen la Misa como se debe. Estas son las que consuelan el corazón de Jesús y obtienen de El gracias abundantísimas.
¿A cuál de estas tres clases pertenecéis vosotros? (5).2. Diferentes maneras de oír con provecho la Santa Misa.— Hay varios modos de oír la Santa Misa :
a) Leyendo lo mismo que dice el sacerdote celebrante.
Para escribir bien se necesita contar con una buena pluma, y para oír Misa con buen provecho conviene seguirla en un misalito o devocionario.
b) Otro medio conveniente es rezar el santo rosario.
c) También resulta provechoso meditar en la Pasión del Señor durante la celebración del Santo Sacrificio.
Un libro de tres páginas.—Un buen hermano lego, que no sabía leer, decía que para oír bien la Santa Misa se valía de un libro de tres páginas.
Según él, la primera página era negra y en ella leía, es decir, consideraba sus pecados. Duraba hasta el Sanctus. La segunda era encarnada y en ella recordaba la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Llegaba hasta el Agnus Dei. La tercera era blanca y le servía para comulgar espiritualmente mientras lo hacía sacramentalmente el sacerdote.
El leguito aquel parecía muy ignorante, pero demostraba tener mucha perspicacia para manejar la llave de los tesoros del cielo.
Conclusión.—'También vosotros debéis procuraros los tesoros del cielo. Para ello tomad la firme resolución de oír con la mayor frecuencia y devoción posibles la Santa Misa. Cuando la estéis oyendo guardad una gran reverencia y compostura, a imitación de lo que hacen los ángeles del cielo, que están en continua adoración ante el sagrario.
Si así lo hacéis, pagaréis vuestras deudas con Dios y reuniréis un capital muy grande de méritos para el cielo.
EJEMPLOS
(1) El homenaje.— Deseo cumplido.—Refiere San Leonardo de Porto Mauricio que una santa alma dijo al Señor, en su anhelo de quererlo honrar cumplidamente: "¡Quién tuviera, Dios mío, tantas lenguas y corazones como hojas hay en los árboles de todo el mundo y gotas de agua en el mar para amaros y honraros como Vos lo merecéis!" Y el Señor le respondió: "Consuélate, porque una sola Misa me da la gloria que tú deseas que se me tribute."
(2) La satisfacción.— El remedio para una terrible epidemia. — En tiempos de Hipócrates hubo una terrible epidemia en Grecia. La gente se moría a chorros. El célebre médico griego, para evitar los estragos que la epidemia causaba en la población, ordenó que se encendiesen hogueras por todas partes para que con el calor y el humo se purificase el aire de la atmósfera y desapareciese así el mal contagioso.
En el mundo hay grandes epidemias de pecado, y tamaña infección sólo puede combatirse satisfactoriamente con la Santa Misa, que es el fuego purificador que limpia la atmósfera de las iniquidades humanas que la infectan.
(3) La súplica.—Alfonso de Alburquerque. — Este famoso almirante portugués (t 1515) se encontró cierta vez en pleno océano en grave peligro de naufragio por causa de una espantosa tempestad. Ante el inminente riesgo de irse a pique, tomó en sus manos un niño de pecho y lo levantó hacia el cielo, diciendo al mismo tiempo: "Señor, si somos pecadores y no merecemos vuestro auxilio, sino vuestro castigo, salvadnos al menos por esta inocente criatura."
La plegaria hubo de agradar a Dios, porque al momento cesó la tempestad, se serenó el mar y el navio siguió tranquilamente su derrotero.
Una cosa similar sucede con la Santa Misa. Los pecados de los hombres provocan el enojo de Dios; pero el sacerdote eleva en el altar a un inocente, al mismo Jesucristo, y le ofrece sus infinitos merecimientos, aplacándose con esto Dios y quedando a salvo el linaje humano.
(4) «¡Mata, mata!» «¡No!».—Cuenta San Antonio que dos jóvenes fueron a cazar en día de fiesta. Uno de ellos había oído Misa antes de salir del pueblo y el otro no. Iban de camino cuando de pronto estalló una horrenda tempestad, con vivos relámpagos y estruendosos truenos, que infundían pavor. Los jóvenes estaban aterrorizados; pero su espanto subió de punto porque empezaron a oír una voz que decía: "¡Mata! ¡Mata!". Al instante cayó un rayo que derribó al joven que no había oído Misa. El otro creyó morir también, porque la voz no cesaba de gritar: "¡Mata! ¡Mata!" Sin embargo, cobró ánimos porque oyó que otra voz decía: "¡No! ¡No puedo!"
La Santa Misa fue la salvación de aquel joven.(5) Reverencia durante la Misa.—En los primeros años de su imperio asistió Napoleón I a una Misa del Gallo acompañado por algunos de sus generales. El gran corso oía muy devotamente la Santa Misa, pero no así sus acompañantes, que no cesaban de charlar y sonreír. Napoleón se acercó más a ellos y les dijo: "¿Es ésta una manera digna de oír Misa, señores míos?" Aquellos militares se quedaron como de piedra y terminaron de asistir al Santo Sacrificio con la debida reverencia y devoción.
MANNA PARVULORUM
G. Montarino
G. Montarino
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