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sábado, 30 de octubre de 2010

EL P. ARRUPE OPINA SOBRE EL SINODO

(Páginas 201-221)
Ya en el Sínodo, el P. General de los Jesuitas de la "nueva ola" expuso su pensamiento sobre el problema candente de la justicia en el mundo. Cito de "Ecclesia":
"Dijo que la Iglesia ofrece para la obra de instauración de la justicia una metodología completa, que comprende la formación de un hombre nuevo, la estimación verdadera y precisa de los valores humanos (tanto materiales como espirituales) y la creación de una conciencia universal.
Para llevar a la práctica esta metodología parece necesaria una pluralidad de 'centros de reflexión social', que deben crearse en diversas regiones, y la coordinación del trabajo de dichos centros en algún instituto internacional, de suerte que la acción en favor de la justicia sea eficaz, positiva, audaz —por parte de las autoridades principalmente— en las circunstancias más graves, universal, verdaderamente ecuménica y perseverante.
El orador indicó después, bajo forma de interrogante, algunos problemas, que deberían ser examinados a fondo, en los círculos menores:
1) ¿Qué se debe pensar, bajo el aspecto teológico y pastoral, de la objeción de conciencia? ¿Podemos contentarnos con una actitud meramente pasiva ante los objetores?
2) ¿Cómo se debe comportar le jerarquía de la Iglesia universal en aquellos casos en los que consta claramente que se produce una violación de los derechos de la persona humana, por ejemplo, con la tortura, las injustas expulsiones del país, la limitación y la represión de la libertad religiosa?
3) Frente al hecho de que se hace cada vez más difícil, la conservación de las escuelas libres por la injusta distribución de los tributos públicos, ¿qué debe hacer la Iglesia para defender los derechos de las familias, principalmente los pobres?
4) ¿Qué puede hacer la jerarquía eclesiástica europea para promover una mentalidad cristiana en las instituciones de la Comunidad Europea, para que ellas puedan contribuir en mayor escala en la ayuda a prestar al Tercer Mundo?.
5) ¿Qué podemos aprender de nuestros hermanos cristianos, que viven en aquellas regiones en las que la libertad de la Iglesia está limitada, mejor dicho, reprimida, y que, sin embargo, han encontrado un modo de vivir como ciudadanos y como cristianos?
6) ¿Qué puede hacer la Iglesia para que la obra del Santo Padre Paulo VI, cuya autoridad moral se destaca sobre la de cualquier otra en el mundo de hoy, pueda ser mejor comprendida y estimada por todos?
El P. Pedro Arrupe, el actual Prepósito General de la Compañía de Jesús, es ciertamente un hombre espectacular, paradójico, enigmático, que tiene una actividad más bien política, que no estábamos acostumbrados a ver en los antiguos Superiores de la Orden Ignaciana. No creo exagerado el comentario que he oído a varios de los antiguos jesuitas que aseguran que este P. General no sólo ha desmontado la contra-reforma, que la Compañía de antaño levantó para detener el avance del protestantismo, sino que está destruyendo la obra misma de San Ignacio. Es verdad que esta interna subversión no empezó en su generalato; ya su predecesor el P. Juan B. Janssens, había preparado el terreno. Es digna de un comentario especial su famosa carta a la Universal Compañía, con motivo de la Encíclica de Pío XII "HUMANI GENERIS", en la que se condenaban los errores, que anidaban en los escolasticados y universidades de algunas Provincias de la Compañía de Jesús, y que actualmente, gracias al "aggiornamento ecuménico" del Vaticano II, han logrado, al fin, imponerse como la "NUEVA ECONOMIA DEL EVANGELIO". Estudiemos las preguntas del P. Arrupe:
¿De qué objeción de conciencia está hablando el Padre General? ¿De la que tenemos los católicos preconciliares, que nos obstinamos en no apartarnos un ápice de la fe recibida? Así parece deducirse, por lo que añade luego: ¿Podemos contentarnos con una actitud meramente pasiva ante los objetores? Como si el Prepósito General sugiriera que es menester encender de nuevo las hogueras de la inquisición para quemar vivos, por atrevernos a objetar los equívocos, las desviaciones y las herejías de la nueva Iglesia postconciliar.
La misma pregunta nos hemos hecho muchas veces nosotros, al contemplar con el corazón destrozado, esa "autodemolición" de nuestra Iglesia, que el mismo Paulo Paulo VI denunció: ¿Podemos quedarnos con los brazos cruzados viendo el incendio devorador, que cunde por todas partes, amenazando consumir toda nuestra tradición católica? La objeción, que el P. Arrupe condena, sería la misma que San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, San Roberto Belarmino, San Pedro Canisio harían, si ahora viviesen; sería la misma que los mártires, confesores, misioneros y grandes teólogos de la Compañía opondrían a la subversión que ahora reina en la Iglesia. La actual Compañía del P. Arrupe ha dejado ya de ser la Compañía de San Ignacio. Obedecer, en este caso, no es tener la obediencia de San Ignacio. Parece, sin embargo, que "la objeción de conciencia", de la que habló el Prepósito General de la Compañía, se refiere más bien, a la resistencia de los ciudadanos a participar en la guerra, porque, ante su conciencia, toda guerra es injusta y detestable, incluso las guerras de defensa. De esta objeción hablaremos después, en otra parte del presente libro.
La segunda pregunta, que hizo el P. General, tiene mucha cola. Su Paternidad quiere defender a todos esos nuevos apóstoles de la justicia social, que él ha preparado en todas las Provincias de su Compañía, especialmente en América Latina, en donde algunos de ellos han sido expulsados del país, como en El Salvador, Bolivia y Colombia, o han sido encarcelados, como el obispo auxiliar del cardenal de Lima, jesuita de la "nueva ola", que en su labor apostólica fomentaba pastoralmente la revolución. Ante estas enormidades, el P. Arrupe se pregunta, o mejor dicho, pregunta consternado a los padres sinodales, si, en vista de estos objetadores, podría la Compañía, podrían los obispos, podría incluso el Vaticano tomar una actitud meramente pasiva o deberían más bien reaccionar eficaz y sincronizadamente, con el apoyo de toda la jerarquía de la Iglesia universal contra esa violación, esas torturas, esas injustas expulsiones del país y esa intolerable represión de la libertad religiosa.
Su Paternidad supone, da por hecho, que, en estos casos, (cuya veracidad no siempre consta), los gobiernos, que defienden el orden y el bien común, son por esa defensa, culpables tiranuelos, contra los cuales la Iglesia debe actuar. Es el criterio de la Compañía y el de los jesuitas, el que debe imponerse, como en el caso del proceso de Burgos, sobre el juicio y sentencia misma de los tribunales legítimos.
La nueva Compañía del P. Arrupe, ha tomado ya conciencia y ha determinado su nueva posición en el problema de la educación. Las escuelas, colegios y universidades de la orden ignaciana, que no participan, en la mayoría de los casos, la parte que les corresponde, en "la injusta distribución de los tributos públicos", han de cerrarse paulatinamente, para vender los edificios, como lo han hecho aquí en México, y aprovechar esos dineros en la nueva obra apostólica, (que ha decretado el Prepósito General, para ser realizada por todos sus obedientes hijos de la "nueva ola"), de la subversión que destruya las vetustas estructuras, edifique sobre sus ruinas las estructuras socialistas y comunistas, preparación indispensable del "gobierno mundial" del Sionismo, en la religión universal.
Ya lo indiqué antes, los "colegios particulares", como se llaman en México, las escuelas, colegios y universidades, que dirigen los religiosos y las religiosas, se habían convertido hace tiempo en un "apostolado-negocio", contra el cual se han levantado enérgicas protestas de los mismos padres de familia. Lo lamentable ahora es el truco inaudito de cerrar esos colegios y universidades, para vender los edificios, que habían sido construidos con los donativos de los antiguos bienhechores, que ahora resultan los odiados ricos, para emplear ese dinero en la subversión institucionalizada, por el gobierno progresista del P. Arrupe. ¿Qué debe hacer la Iglesia —pregunta con ingenuidad el P. General, para contribuir, en mayor escala para defender los derechos de las familias, principalmente las pobres? Yo, a mi vez, pregunto al R. P. General: ¿Por ventura hay en las Constituciones, en los Decretos de las Congregaciones Generales o en las Epístolas de los Prepósitos Generales alguna norma jurídica, que imponga a los nuevos jesuitas esa ingente labor de defender los "derechos de las familias, especialmente, de las pobres". Porque, de no existir esa norma, creo que la tal encomienda del P. Arrupe a sus incondicionales súbditos, transforma substancialmente la misma obra fundada por San Ignacio de Loyola.
La cuarta pregunta no se dirige directamente a los jesuitas, sino a la jerarquía eclesiástica europea: ¿cómo pueden los Obispos de Europa promover una mentalidad cristiana, en las instituciones de la Comunidad Europea, para que contribuyan en mayor escala a los pobres sub-desarrollados del Tercer Mundo? Esta pregunta tiene la contextura de la nueva Iglesia Montiniana. Hay en ella una visión planifícadora, que quiere simplificar las divisiones, los nacionalismos, las diversificaciones todas: Europa es una sola comunidad, y América Latina un mismo conglomerado, llamado el Tercer Mundo. La comunidad europea, rica, poderosa, superior; el conglomerado del Tercer Mundo, hambriento, subdesarrollado, con las manos tendidas esperando el mendrugo de pan o las migajas, que caigan de la mesa de los potentados. Y los jesuitas arrupianos, "expertos en humanidad", buscando la manera de convencer a que "Adveniat" y "Misereor" y "Charitas", y todos los organismos de Europa, contribuyan generosamente, en mayor escala, con sus donativos, para remediar nuestra hambre o financiar nuestras guerrillas.
Padre General, no vamos a negar nuestros problemas, que ya expuse en mi libro anterior, al tratar del "problema social de América Latina". Necesitamos ayuda, pero no ayuda que venga a hipotecar nuestra fe, ni a mudar nuestra mentalidad, ni a sembrar divisiones entre nosotros. Necesitamos apóstoles, que nos hablen el mismo lenguaje de la Iglesia de siempre, no ese lenguaje confusionista de sus nuevos apóstoles de la justicia social. Si todos esos reservistas, que estaban iniciados en Europa, en la Universidad Gregoriana, o en Cuernavaca con Lemercíer o lllích, se hubieran quedado en su casa; si sus nuevos teólogos no hubiesen infectado con la subversión nuestros seminarios preconciliares, estaríamos ahora mucho mejor, sin temer las posibles persecuciones religiosas, que los enemigos de Cristo y de su Iglesia pudieran levantar.
¿En qué han empleado esos millones de marcos, que desde Alemania nos han enviado? ¿Han servido para dar ayuda a los menesterosos? ¿Han socorrido las apremiantes necesidades de nuestros marginados sacerdotes? No; no han servido para esto, sino para edificar ese lujosísimo edificio, que se llama "la parroquia universitaria", en donde los jóvenes aprenden que el marxismo y su manifestación política, el comunismo, no son incompatibles, sino la expresión auténtica del cristianismo; para sostener todo el "aparato" de transformación de la nueva Iglesia montiniana.
De Europa nos han importado también esos "cursillos de cristiandad", donde se ha hecho el lavado cerebral de los guerrilleros y de los grupos subversivos, como lo comprueban a gritos en Bolivia, en Perú, en los Estados Unidos, las personas, que no están comprometidas, que no se jactan de "andar de colores", que no forman parte de esa secta llamada el cursillismo.
EL PREPOSITO GENERAL de los jesuitas de la "nueva ola" pregunta luego: ¿Qué podemos aprender de nuestros hermanos subyugados, que viven tras la cortina de hierro, "en los que la libertad de la Iglesia está limitada, mejor dicho, reprimida y que, sin embargo, han encontrado un modo de vivir como ciudadanos y como cristianos?" La pregunta, que va dirigida evidentemente a los que vivimos en un mundo con relativa libertad; tiene mucha malicia, tiene una intención proselitista. Como si quisiera decir el P. Arrupe: debemos quitar esos temores vanos; es posible la coexistencia pacífica con el comunismo. Es posible vivir como esclavos y ser, sin embargo, ciudadanos y cristianos. Es lo mismo que, en otras palabras, dijo el Nuncio de Cuba: Hay que integrarnos en la revolución.
Finalmente, la última pregunta es la justificación del gobierno arrupiano y de la extraña pastoral del postconcilio: "Es la obra del Santo Padre Paulo VI, cuya autoridad moral se destaca sobre cualquier otra en el mundo de hoy". Ante el mundo comunista, ante el mundo de la subversión, ante la "mafia judeo-masónico-comunista", la "autoridad moral" de Paulo VI es, sin duda ahora, la más destacada. Hoy, por hoy el Vaticano —aunque parezca paradójico— volvió a ser el centro de ese mundo, que conspira y trabaja y se esfuerza por homogenizar al mundo entero, bajo el yugo del gobierno mundial. Los jesuitas de la nueva ola, los arrupianos, fieles a su "especial voto de obediencia al Papa", su famoso cuarto voto, están resueltamente comprometidos en ayudar a estos ambiciosos planes, que, para realizarse, tienen que imponernos antes ese cambio de mentalidad, ese cambio de fe.

EL P. ARRUPE, PREPOSITO GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
DA SU JUICIO SOBRE EL SÍNODO
Del diario "EXCELSIOR" lunes 29 de noviembre de 1971, tomamos el siguiente reporte:
CIUDAD DEL VATICANO, 28 de noviembre (ANSA. AP.) "El reverendo Pedro Arrupe, superior general de la orden de los jesuitas, invitó hoy a la Iglesia Católica "a denunciar todas las injusticias", y a las naciones "a señalar en sus legislaciones la forma de regular la objeción de conciencia". Deploró así mismo una "actitud defensiva" de los conservadores de la Iglesia Católica; habló de la "renuencia a hacer concesiones a los y puntos de vista modernos""estar lejos de contacto con la juventud de hoy". También deploró, calificándolo de "aspecto negativo", que en el reciente sínodo mundial de obispos no se le dio a la opinión de los grupos minoritarios la importancia que merecían.
En entrevista concedida en la oficina de prensa de la Compañía de Jesús, el "Papa Negro" como con frecuencia se designa al P. Arrupe, hizo un análisis de las cuestiones tratadas en el Sínodo. Acerca de la "justicia en el mundo", sobre la que el Sínodo estudió un documento, el P. Arrupe afirmó que las "formulaciones claras y válidas" fueron las que sostenían que la acción de la Iglesia "debe dirigirse, en primer lugar, a las víctimas silenciosas de la injusticia".
"Un aspecto negativo del Sínodo, dijo, "es que la opinión de la minoría no recibió la importancia y el sentido que tenía. Sin embargo, calificó de "grande y fructifera" la tercera asamblea mundial de obispos. Mostró satisfacción, ante la situación presente de la Iglesia, en relación con celibato pero añadió: "la doctrina es magnífica, pero ¿qué sucederá en su ejecución y aplicación práctica? La juventud está cansada de documentos y declaraciones. Hoy reclama hechos.
"Nuestra misión", comentó, "es denunciar firmemente las injusticias y que se establezca el principio de la no violencia. Por eso es necesario que todas las naciones reconozcan y reglamenten en sus leyes la objeción de conciencia". Cuando le preguntaron si la Iglesia debe denunciar por su nombre a las estructuras y los gobiernos injustos, el P. Arrupe dijo que "este es un deber de las Iglesias locales y éstas deben llevarla a cabo cuando exista una injusticia evidente y comprobada".
Arrupe participó en el Sínodo en calidad de representante de la unión de los superiores de las órdenes religiosas en todas partes del mundo. Respecto al tema del sacerdocio, cuyo documento final deberá ser publicado dentro de poco, el jefe de los jesuitas lamentó las limitaciones de tiempo y de cansancio que indujeron a los padres sinodales a no valorar debidamente las numerosas enmiendas. El "Papa Negro" se declaró "satisfecho" porque en el Sínodo participaron, por vez primera, junto a los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Dijo que "apreció" la atmósfera de libertad, especialmente en los "círculos menores", las comisiones especiales que durante las labores del Sínodo elaboraron los documentos relativos a los temas tratados. Declaró, sin embargo, que la mayor ausencia en el sínodo fue de sacerdotes". Apuntó que los sacerdotes fueron invitados a la reunión que deliberada sobre su suerte, solamente como "oyentes".
¿Quién hubiera pensado, hace unos cuantos años que la Curia Generalicia de la Compañía de Jesús iba a tener una "oficina de prensa" y que en "esa oficina" el Prepósito General se atreviese a exponer sus opiniones personales sobre un sínodo episcopal? Las cosas han cambiado; ahora, en el tiempo de la "corresponsabilidad" y de la "colegialidad", el P. Arrupe, el "Papa Negro", como le dicen, no satisfecho con lo que dijo en el Sínodo, quiso después emitir su autorizado parecer sobre los trabajos y las conclusiones de esa asamblea eclesial, nueva modalidad de la Iglesia Montiniana.
Su primera proclama fue de lucha: "Hay que denunciar todas las injusticias". ¡Vaya el trabajo que van a tener los jesuítas de la nueva ola en denunciar todas, no alguna, sino todas las injusticias, que en el mundo se cometen! Pero, el buen juez por su casa empieza, P. Arrupe; ¿No le parece a Su Paternidad que sería bueno que esos jesuítas de la nueva ola empezasen por denunciar y enmendar las injusticias cometidas con tantos y tan insignes hermanos suyos y míos, hombres de reconocida virtud, de ciencia solidísima, de méritos extraordinarios, que han sido marginados, por el único delito de no aceptar la nueva doctrina, los cambios espectaculares e inauditos, que Su Paternidad, con tanta audacia, ha hecho en las estructuras mismas de la Compañía de Jesús?
Se queja el Prepósito General de "la actitud defensiva" de los conservadores de la Iglesia. Yo creo, sin embargo, que San Ignacio no tendría la misma queja, sino más bien sus venerables cenizas se estremecieron al ver el "aggiornamento" de los fieles hijos de Su Paternidad Reverendísima. ¿Hacer concesiones a los puntos de vista modernos? ¿Aceptar la "nueva teología", que Pío XII y sus predecesores condenaron? ¡Eso no, P. Arrupe; eso ¡no! Sería traicionar a Cristo, a su Iglesia; sería claudicar en nuestra fe católica.
Tampoco es verdad que hayamos perdido contacto con la juventud de hoy. Por el contrario, muchas veces hemos tenido que fortalecer su fe vacilante, ante los "cambios" totales, radicales y continuos, que se han hecho y se siguen haciendo en la Iglesia de Dios. La juventud de hoy día, incluyendo a los discípulos de los jesuitas y de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, está no sólo desorientada, sino muchos de ellos buscan hoy en las drogas la manera de "pasar la vida", ya que ésta ha perdido aquella base inconmovible, que la ya "superada" meditación del "Principio y Fundamento" de San Ignacio le daba antes.
Según el P. Arrupe, fue "aspecto negativo" del Sínodo el no haber dado la importancia, que se merecía, a la opinión de los grupos minoritarios. Esos grupos pedían el matrimonio de hombres casados; pedían el celibato opcional, pedían la condenación de los regímenes apegados a las antiguas estructuras y defensores de la estabilidad social. Esos grupos pedían el festinar la total transformación de la Iglesia, para el "aggiornamento" total a las exigencias del mundo moderno, según los SIGNOS DE LOS TIEMPOS. Si se les hubiera prestado la atención, que para esos minoritarios grupos pide el P. Arrupe, si se hubiera concedido las mudanzas que exigían, "el rompimiento externo", P. Arrupe, hubiera ya venido; y Su Paternidad y sus fieles hijos hubieran sido los grandes responsables, ante Dios y ante la historia y ante nuestra conciencia católica de ese espantoso cataclismo en la Iglesia de Dios.
No quedó satisfecho el Prepósito General con los resultados prácticos del Sínodo Episcopal: "la doctrina es magnífica —dijo— pero ¿qué sucederá en su ejecución y aplicación? Y parafraseando la opinión de uno de los padres sinodales, añadió el P. Arrupe: La juventud está cansada de documentos y declaraciones. Y en esto sí tiene razón el Prepósito General de la Compañía de Jesús. No sólo los jóvenes, sino también los viejos estamos ya cansados de tantos decretos, de tantas declaraciones, de tantas conferencias, de tantos sínodos, de tantos cambios, como día tras día, nos encontramos en las noticias de la prensa o en los comentarios que oímos a clérigos y a laicos. Queremos ya volver a la normalidad; queremos regresar a la doctrina de nuestros mayores, que ciertamente nos enseñaba y conducía por el camino del cielo. ¡No más experimentos! ¡No más ese lenguaje, que ha venido a romper el hilo de la tradición apostólica! ¿Qué no se da cuenta Su Paternidad de los frutos amargos que ha tenido el Vaticano II y sus mudanzas demoledoras? "POR SUS FRUTOS, dijo el Divino Maestro, LOS CONOCEREIS".
¿Cuál es, por fin esa objeción de conciencia? El Concilio nos lo dice en su Constitución equívoca "Gaudium et Spes": "Incluso parece equitativo que las leyes provean humanitariamente en el caso de quienes por objeciones de conciencia se niegan a emplear las armas, con tal que de otra forma acepten servir a la comunidad". (79, 3).
El Concilio se declaró en contra de las guerras; más todavía quiso condenar todas las guerras. El grito dramático de Paulo VI en la ONU tenía que tener un eco en el aula conciliar: ¡NO MAS LA GUERRA!, había dicho el Papa Montini y ¡NO MAS LA GUERRA! dijeron los padres conciliares. Pero, esa condenación total de todas las guerras tenía graves implicaciones no sólo en el plan de la política nacional e internacional de los pueblos y naciones, sino aun en el mismo plan teológico, ya que en la Sagrada Escritura leemos que hubo guerras legítimas, ordenadas por Dios; y, en la historia de la Iglesia, también nos encontramos con santos y pontífices promotores de las Cruzadas para salvar la cristiandad y defender los Lugares Santos de las profanaciones de los infieles. Los padres conciliares encontraron una salida a su dudosa tesis en la famosa "objeción de conciencia".
Antes de examinar esa objeción de conciencia, debemos notar que la misma tesis debería haber condenado hace ya tiempo, en toda la América Latina, las sangrientas guerrillas, los secuestros y crímenes cometidos en inocentes víctimas, con los que quisieron esos malhechores sacar dinero o presionar a los gobiernos, para conceder la libertad a los mal llamados "presos políticos". Ante la conciencia católica no tienen ninguna justificación ni defensa esos criminales intentos para hacer el audaz y rápido cambio de estructuras.
La licitud o ilicitud de una guerra depende, en primer lugar, del motivo mismo, que origina el conflicto armado. Una guerra, por ejemplo, defensiva es siempre lícita, por el principio general de que "es lícito repeler por la fuerza al injusto agresor". La humanidad siempre ha considerado como heroes a los que murieron por la patria. "Sanctum et dulce est pro patria mori", es santo y dulce morir por la patria.
En segundo lugar, la famosa objeción de conciencia, que en los Estados Unidos ha llevado a los sacerdotes progresistas a inducir a los jóvenes a quemar en los vasos sagrados los documentos oficiales del servicio militar, como una protesta vigorosa en contra de la guerra, significa una traición legalizada, justificada y casi elevada a la categoría de una virtud cristiana, por el Vaticano II. Es casi imposible que los individuos, que los jóvenes, interesados lógicamente en no ir a la guerra, puedan dictaminar sobre la justicia o injusticia de un conflicto de su propio país. Eso sería sujetar al criterio personal de cada ciudadano los actos más trascendentales de los gobiernos. Además, si se admitiese legalmente la dicha objeción de conciencia, se establecería una odiosa distinción entre los católicos, que, por escrúpulos de conciencia, no quieren ir a la guerra, ni aceptan el llamado de las legítimas autoridades, y los no católicos, que o no alegan esa objeción de conciencia, o paralizan con esa huelga de brazos caídos las defensas legítimas de su patria.
El P. Arrupe, sin tocar el asunto de las guerrillas, se declara por la no violencia y por la objeción de conciencia, que, a juicio, debería ser legalizada por los Estados.
Y ya que hablo de los jesuitas, debo decir una palabra a Enrique Maza, que en un sensacional artículo me atacó, aprovechando "la famosa excomunión de Darío Cardenal Miranda". Padre Maza, Ud. pretende insinuar el ya antiguo rumor que sus hermanos propagaron, a raíz de mi salida voluntaria de la Compañía, de que "estoy loco". Atacar a los jesuitas de la "nueva ola" resulta para mí siempre doloroso, porque, como lo he dicho, todavía conservo amor y gratitud, a la que por muchos años amé como madre y procuré servir con leal entrega; pero, está llegando el tiempo en que hagamos una revisión, un estudio sincero y completo, para resolver la incógnita: ¿tuvo razón Carlos III, tuvo razón Clemente XIV para extinguir y expulsar a los jesuítas?

CUALES FUERON LAS CONCLUSIONES PRACTICAS DEL ULTIMO SINODO
Antes de comentar aquí los primeros puntos aprobados en el último Sínodo, como han sido publicados por las agencias periodísticas más importantes del mundo, que las recibieron directamente de la Oficina de Prensa Vaticana, quiero reproducir aquí un comentario español al esquema "sobre la justicia en el mundo", del Sínodo de Obispos;
ESQUEMA ORIGINAL.—"La juventud de manera particular, siente profundamente el peso de las injusticias, que impiden el equilibrio de la sociedad. Los jóvenes manifiestan una desconfianza creciente con respecto a todo mensaje doctrinal, que se revele impotente para realizar la liberación del hombre".
Estas palabras del esquema parecen estar milimétricamente en armonía con las declaraciones hechas por el P. Arrupe, después del Concilio, en su Oficina de Prensa S.J. Al leerlas nos da la impresión de una intencionada y malsana demagogia, que quiere explotar a los jóvenes, como carne de cañón, para los posibles conflictos estudiantiles, que tarde o temprano han de repetirse en París, en Madrid, en Buenos Aires o en México. Tenemos que cambiar el mensaje doctrinal, para convertir en hechos tantas palabras, sin sentido, que desde el Vaticano II se han estado diciendo. Ya las mismas encíclicas perdieron interés para la juventud, que quiere "HECHOS", quiere quemar autobuses, quiere saquear las tiendas comerciales, quiere ver sangre en la calle. ¡Sólo así se realiza la liberación del hombre! Veamos cómo comentan estas palabras del esquema en España:
Este parágrafo afirma que los jóvenes "manifiestan una desconfianza creciente a todo mensaje doctrinal, que se revele impotente para realizar la liberación del hombre. No está suficientemente claro a qué se alude con esto. No se indican cuáles son los métodos sociológicos utilizados por el autor para detectar esa desconfianza y cuantificarla como creciente Por lo demás no se comprende a qué liberación se refiere. Si es a la liberación del pecado, entonces el mensaje doctrinal cristiano ha sido yes perfectamente eficaz en sí mismo. Si se trata de otra suerte de liberación (política, económica, social, cultural) debió indicarse en concreto cuáles son la ideología o "mensajes doctrinales", que se han revelado impotentes para realizarla y que el autor ha advertido que provocan la desconfianza de la juventud. Hay, por lo demás, un "mensaje doctrinal" de hedonismo materialista, profundamente esclavizante y contrario a toda liberación, que la juventud recibe a través del cine, de la literatura, de ciertas formas pervertidas de la música y la danza, contra el cual no se rebela. Por el contrario, este "mensaje" exarcerbado al paroxismo, mediante la droga y otros medios alienantes, es presentado como una liberación de las "inhibiciones de la cultura y los valores".
Aquí también la traducción ha cambiado el sentido: "luvenes, magis in dies spem ammitunt de succesu cuiuslibet doctrinalis praeconii, censentes nullum eorum posee hominen vere liberum efficere". La traducción dice que los jóvenes desconfían de cualquier mensaje doctrinal "que se revele impotente para realizar la liberación del hombre" sugiriendo una exigencia de eficacia práctica en la doctrina, que recuerda demasiado a la filosofía de la "praxis" revolucionaria del marxismo-leninismo. El texto original dice algo muy diferente: la desesperanza de los jóvenes con respecto a los mensajes doctrinales se debe a que juzgan que ninguno de ellos puede hacer libre al hombre (censentes nullum eorum posse hominem liberum efficere). De modo que la desconfianza de los jóvenes no recae sobre los mensajes "que se revelen" ineficaces, sino que tiene por causa su convicción de que ninguno es eficaz. Esta opinión es, evidentemente, errada, pues para la verdadera liberación del hombre ha sido y es plenamente eficaz el mensaje de Cristo y su Iglesia; multitud de santos se han liberado y liberan por su medio.
Después de leer este comentario, escrito en España juzguen nuestros lectores con cuánta razón califiqué yo de inaudito, piis auribus ofensiva, ofensiva a los oídos piadosos, la afirmación del P. Arrupe a los periodistas, que subtancialmente parece coincidir con la versión intencional y tendenciosa de los oficiales de la Conferencia Episcopal Española.
ESQUEMA ORIGINAL.—Estos fenómenos o hechos son los "signos de los tiempos" es decir, nuevas situaciónes históricas, que exigen un nuevo examen sincero de mensaje cristiano, un retorno valiente a la esencia del Evangelio; así la palabra de Cristo será una palabra de verdad y de vida para el mundo actual. De hech estos "signos de los tiempos" aparecen profundamente coherentes con la fe cristiana, que subraya fuertemente el valor de la persona humana, como exigencia absoluta de respeto y de amor y que conside como misión principal de la Iglesia que Ella dé tesmonio, en su doctrina, en su vida y en su acción, la obra libertadora de Cristo.
Esta es la doctrina montiniana; este es el objeto toda la actividad socio-política, socio-económica y socio-religiosa del Papa Montini. Este es el cambio de mentalidad, que es un cambio de fe, exigido por el Concilio Pastoral Vaticano II. Pero, esta no es la doctrina de Cristo. Esta no es la doctrina del Evangelio, ni la doctrina tradicional de la Iglesia Apostólica. Estamos en brazos de REVOLUCION. Veamos el comentario de España:
Aparece aquí la absolutización de la histoia. La historia es presentada como un absoluto —manifestación del Espíritu— frente a cuya verdad es necesario modificar aún la Palabra de Dios. Claro que explícitamente el texto no afirma tamaña herejía, pero está disimulada bajo la apariencia de "un nuevo examen" sincero del "mensaje cristiano", como si la interpretación que la Iglesia ha atesorado, durante dos mil años, resultara hoy insincera. Esto no significa juzgar la intención del autor, pero es la interpretación a que da lugar la imprecisión de los términos.
El "retorno" a la esencia del Evangelio supone que hubiera habido un apartamiento de dicha esencia, afirmación gravísima, que pone en tela de juicio, el Magisterio y la Tradición.
El Señor habló para todos los tiempos, pues su mandato, "id y enseñad" no admite limitaciones temporales, ni espaciales. La Iglesia no puede, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, hacer en cada época una interpretación adaptada a los signos de los tiempos, como no hubiera podido hacer, por ejemplo, un Evangelio neopagano en el siglo XVI, uno racionalista en el XVII, romántico o idealista en el XIX y uno cientificista a comienzos del XX. La palabra de Cristo será siempre una palabra de verdad y de vida, para cada época, lo que no se opone, de ningún modo, al esfuerzo pastoral de acercamiento de la Palabra a todos los hombres. La pretensión de "un nuevo examen sincero del mensaje cristiano", según los signos de los tiempos, es una contradicción al Vaticano II, que establece exactamente lo contrario: interpretar los signos de los tiempos a la luz del Evangelio, y no el Evangelio a la luz de los signos de los tiempos".
El crítico español quiere salvar el gravísimo equívoco que esos famosos "Signos de los Tiempos", canonizados en el Vaticano II, han traído ante la mente católica, sobre todo en sus aplicaciones prácticas. Para mí aquí está uno de los equívocos más graves de ese Concilio Pastoral, que ha servido eficazmente al desarrollo y propagación del neo-modernismo religioso. Citemos algunos textos conciliares.
"Para realizar este cometido pesa sobre la Iglesia, ya desde siempre, el deber de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio; sólo así podrá responder, en la forma que cuadre a cada generación, a los perennes interrogantes humanos, sobre el sentido de la vida presente y futura, y sobre la mutua relación entre una y otra. Es, por consiguiente, oportuno que se conozcan y entiendan el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus apetencias, su modo de ser, frecuentemente dramático. (Gaudium et Spes, 4, 1).
En esas palabras conciilares encontramos el verdadero sentido, que los padres del Vaticano II quisieron dar a esa expresión, que ciertamente es nueva en la Iglesia y que tiene un tinte cabalístico innegable. La doctrina evangélica es invariable, como también son invariables nuestros dogmas, la doctrina que siempre y en todas partes profesó la Iglesia. Los peores interrogantes humanos son como la rueda de una noria; van dando vuelta, parecen nuevos, pero, en el fondo son siempre los mismos. Es evidente que Jesucristo, el Hijo de Dios Vivo supo prever las posibles variaciones de la vida, en los diversos pueblos de la tierra y en los siglos que debían seguir a la fundación de su Iglesia, para dar a su mensaje un sentido invariable, que fuese la respuesta de Dios a los anhelos insaciables del corazón humano. Vienen aquí muy bien aquellas profundas palabras de San Agustín, que son la clave de nuestra existencia; "Señor, nos habéis creado para Vos e inquieto y desasegado está nuestro corazón, hasta que descanse en Vos". El mundo, en que vivimos, carece de esperanzas, porque carece de fe, porque los hombres quieren encontrar en este mundo una felicidad, que no se encuentra.
En la misma Constitución "Gaudium et Spes" (44, 2) dice el Vaticano II:
"Es propio de todo el pueblo de Dios, pero, principalmente, de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las varias voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecueda".
Francamente no entiendo lo que quisieron decir con estas palabras los padres conciliares. Limitando la aplicación de esas palabras a nuestro tiempo, nos volveríamos locos si quisiéramos auscultar, discernir e interpretar las varias voces de nuestro mundo. Es un choque ideológico terrible; es una afirmación y una negación constante; es una nueva Babel, la que hoy domina a la humanidad. Si en la misma Iglesia, en el pueblo de Dios, hemos perdido la uniformidad en los conceptos y en las palabras. El mismo Concilio reconoce:
"Hoy el género humano se encuentra en una nueva era de su historia, caracterizada por la gradual expansión, a nivel mundial, de cambios rápidos y profundos. Estos cambios, nacidos de la inteligencia del trabajo creador del hombre, recaen sobre el mismo hombre, sobre sus juicios y deseos, individuales y colectivos; sobre su modo de pensar y reaccionar ante las cosas y los hombres. De ahí que podamos hoy hablar de una auténtica transformación social y cultural, que influye también en su vida religiosa". (Gaudium et Spes, 4, 2).
Estamos, pues, en una concepción dialéctica del mundo, de la vida, del hombre. Se está operando una rápida, profunda, verdadera transformación. Estamos, así parece, llegando a esa última etapa del materialismo histórico, anunciada por Marx y sus discípulos. Es natural y así lo vieron y dijeron los padres conciliares que esa transformación influya también en la vida religiosa:
"Las nuevas condiciones, finalmente, ejercen su influjo sobre la vida religiosa: por una parte, el espíritu crítico, ya más agudizado, la purifica de la concepción mágica del mundo y de las pervivencias supersticiosas, y exige cada día más una adhesión verdaderamente personal y activa a la fe; de ahí el resultado de que sean numerosos los que alcanzan un sentido más vivaz de Dios. Pero, por otro lado crece cada día el fenómeno de masas, que, prácticamente se desentienden de la religión: la negación de Dios o de la religión, o simplemente el desentenderse de estos valores, no son ya, como en otros tiempos, un fenómeno infrecuente o individual, ya que hoy no es raro ver presentada esta actitud como exigencia del progreso científico y del nuevo humanismo: en numerosas regiones, la negación de Dios se encuentra no sólo expresada en niveles filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, las artes, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia, la legislación civil; de ahí la perplejidad de muchos". (Gaudium et Spes, 7, 8).
En estas palabras de la Constitución más debatible y debatida del Vaticano II, encontramos una evidente paradoja, casi, casi una manifiesta contradicción: por una parte, se afirma que "el espíritu crítico de nuestra época, ya más agudizado, ha purificado la concepción mágica del mundo y las pervivencias religiosas", y, por otra, se dice que crece en las masas la irreligiosidad y que este fenómeno no es ya infrecuente o individual, sino colectivo, como una exigencia del progreso científico y del nuevo humanismo. Estas dos afirmaciones del Concilio serían suficientes para discutir su valor casi dogmático, que la mente postconciliar quiere atribuir a esa asamblea pastoral, en la que se dijeron muchas cosas raras, cuando no abiertamente falsas y heréticas.
La afirmación general de que el espíritu crítico, ya más agudizado, ha purificado a la religión de la concepción mágica del mundo y de las supervivencias supersticiosas es ya una proposición, que, dicha en un Concilio, sin más explicaciones, distingos, ni subdistingos, ofende los oídos católicos y da lugar para poner en crítica todos nuestros dogmas, nuestras prácticas religiosas y todas las manifestaciones de nuestra religión. Ya no nos llama la atención, que todos los sacramentales hayan sido prácticamente eliminados; que el rosario, las horas santas, la bendición con el Santísimo, la práctica saludable de los Viernes Primeros hayan sido gradualmente extinguidas pelos reformadores, que querían "purificar al mundo de la concepción mágica y de las supervivencias supersticiosas".
Los mismos sacramentos, señales sensibles, instituidas por Cristo, que representan y confieren gracia, pueden tener también esta concepción mágica del mundo, totalmente contraria a la ciencia moderna.
Por otra parte, afirma el Concilio que esta purificación ha hecho que "sean numerosos los que alcanzan un sentido más vivaz de Dios. Estas son las "experiencias de Cristo", de las que Pardinas y Guillén y Maza solían hablarnos con frecuencia; esta es la nueva presencia de Cristo en el matrimonio unido con el sacerdocio, de la que hablaron los padres del último Sínodo.
Y la contradicción salta a la vista, porque, después de afirmar que son numerosos los que alcanzan un sentido más vivaz de Dios, por estos caminos, nos dice luego que el progreso científico y el nuevo humanismo han propagado la irreligión, han creado la teología "de la muerte de Dios".
Pero, volvamos al esquema del Sínodo de Obispos, en su texto y comentarios, como lo estamos citando de una revista española:
"El autor encuentra que 'los signos de los tiempos' aparecen profundamente coherentes con la fe cristiana, que subraya fuertemente el valor de la persona humana como exigencia absoluta de respeto y de amor y que considera como misión principal de la Iglesia que Ella dé testimonio, en su doctrina, en su vida y en su acción, de la obra libertadora de Cristo. Afirmar la profunda coherencia con la fe cristiana de los 'signos de los tiempos' es posible sólo por un análisis superficial e incompleto de éstos. Superficial, porque se descubre en ellos un mayor respeto por los derechos de la persona, en una época en que se respeta cada vez menos la libertad (países totalitarios) la vida (terrorismo) y la inteligencia (medios de comunicación de masas, que responden a intereses completamente ajenos al servicio de la verdad). Incompleto, porque no analiza todos los 'signos de los tiempos', ni siquiera los más graves, por ejemplo, la descristianización de la sociedad contemporánea y la crisis de fe y de esperanza sobrenaturales, tantas veces señaladas por Su Santidad.
"En este caso, el original, en latín es más aberrante todavía, pues habla de un retorno valiente 'a los capítulos esenciales' del Evangelio mutilado así la integridad del Mensaje CRISTIANO.
"Por lo demás, es necesario precisar el uso de la expresión 'exigencia absoluta de respeto y amor'. Por 'absoluto' puede entenderse: lº aquello que vale por sí, sin que su valor le venga de su dependencia con respecto a otra cosa; 2º aquello que vale por sí y que es primero en la jerarquía de los valores. En el primer sentido, es verdad que la fe cristiana subraya el valor de la persona, que nunca puede ser tratada como mero medio. En el segundo sentido, la afirmación puede conducir a la absolutización o endiosamiento del hombre, a una nueva religión antropocéntrica, que vendría a remplazar a la teocéntrica. Además, la misión principal de la Iglesia es enseñar y santificar, según mandato explícito de su Fundador. El testimonio es una consecuencia necesaria, que cae de su peso. Es confuso afirmar que la Iglesia debe dar testimonio con su doctrina de la obra libertadora de Cristo. La Iglesia continúa dicha obra y da testimonio del mismo Cristo, Persona. No es una institución humana, fundada por hombres, para difundir la obra libertadora del Maestro, sino una institución divina, fundada por Dios, para continuar su obra redentora Por otra parte, la Iglesia no tiene doctrina suya propia sino que su doctrina es la de Cristo. La expresión, pues 'dar testimonio en su doctrina de la obra libertadora de Cristo' debe ser remplazada por 'dar testimonio de la doctrina y de la obra redentora de Cristo".
Todavía, es más necesario, el precisar el sentido de esa equívoca frase, hoy tan en voga: "obra libertadora de Cristo". Para Miranda y de la Parra, como consta de su libro "MARX Y LA BIBLIA", se trata de una liberación temporal, de los débiles, de los oprimidos, de los esclavos de los nuevos imperialismos. Nada tiene que ver esta liberación con la que Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, con el precio de su Sangre preciosa, nos rescató de aquella triple esclavitud, de la que ya hablamos: la esclavitud del pecado, la esclavitud de la muerte, la esclavitud del infierno. El "Ejército de Liberación Nacional, que ha formado el comunismo y al que, dicen, pertenece Don Sergio VII, nada tiene que ver con Cristo; es enemigo de Cristo.

Pbro. Joaquín Sáenz y Arriaga
¿CISMA O FE?
1972

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