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sábado, 16 de octubre de 2010

DOMINICA XXI DESPUES DE PENTECOSTES

EL PERDON DE LAS OFENSAS

Dijo Jesús a sus discípulos:
El reino de los cielos viene a ser semejante a un rey que quiso tomar cuentas a sus siervos. Al comenzar a tomarlas se le presentó uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, mandó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos, y todo cuanto tenía, para saldar la deuda. Entonces el siervo, cayendo de hinojos, dijo :
—Señor, dame espera y te lo pagaré todo.
Compadecido el señor del siervo aquel, le despidió, condonándole la deuda.
En saliendo de allí, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y, agarrándole, le ahogaba, diciéndole:
—Paga lo que debes.
De hinojos le suplicaba el compañero, diciendo :
—Dame espera y te lo pagaré.
Pero él se negó y le hizo encerrar en la prisión hasta que pagase la deuda.
Viendo esto sus compañeros, les desagradó mucho y fueron a contar a su señor todo lo que pasaba. Entonces hízole llamar el señor y le dijo :
—Mal siervo, te condoné yo toda la deuda porque me lo suplicaste; ¿no era, pues, de ley que tuvieses tú piedad de tu compañero como la tuve yo de ti?
E, irritado, le entregó a los torturadores hasta que pagara toda la deuda.
Así hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonare cada uno a su hermano de todo corazón (Mt., XVIII, 23-35).

I.—Por qué debemos perdonar.
1. Dios nos lo manda (primer motivo).—Oíd lo que dice el Espíritu Santo: "Perdona a tu prójimo la injuria, y tus pecados, a tus ruegos, te serán perdonados" (Ecles., XXVIII, 2). Y Jesucristo nos dice en el Evangelio: "Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen" (Mt., V, 44).
¿Está claro?
Fijaos que Jesucristo no nos dice que amemos sólo a los que nos aman, pues eso ya lo hacían los publícanos y gentiles, sino que nos manda amar a los que nos causan algún mal. Esto está en contradicción con lo que sostiene y predica el mundo; pero nosotros debemos atenernos a lo que nos dice el divino Salvador si queremos ser verdaderamente cristianos. El verdadero cristiano no odia a nadie, no se alegra del mal ajeno, sino que quiere bien a todos, incluso a los que le ofenden, siguiendo las enseñanzas del divino Maestro.
* El duque de Guisa.- El duque de Guisa, jefe de los católicos franceses durante las guerras de religión, supo que un hugonote quería matarlo, y le dijo: "¿Qué mal te he hecho yo?" "Ninguno —le replicó el hugonote—; pero eres enemigo de los míos y eso me basta." "Pues bien —le repuso el de Guisa—: si tus principios te permiten matarme, mi religión me manda perdonarte."

2. El ejemplo de Jesucristo (segundo motivo).—Jesucristo no se vengó nunca de los enemigos que lo perseguían y maltrataban ; antes al contrario, siempre devolvió bien por mal.
Cuando Judas le traicionó y se presentó al frente de la chusma de los judíos en el Huerto de los Olivos para prenderle, lo recibió con estas amables palabras: "Amigo, ¿a qué vienes?" (Mt., XXVI, 50). Y cuando estaba clavado en la cruz, sufriendo los espasmos de la muerte y recibiendo los insultos de aquellos deicidas, podía haberlos fulminado con sola su mirada y haberlos enviado inmediatamente al infierno, como Dios que era; pero, en cambio, no les dirigió ningún reproche ni exhaló ningún lamento, sino que dijo a su Eterno Padre: "Perdónalos, porque no saben lo que se hacen" (Le., XXIII, 34).

3. Quiénes son los que nos ofenden (tercer motivo). Los que nos ofenden son hijos de Dios y hermanos nuestros, redimidos, al igual que nosotros, por la preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Y Jesús nos asegura que todo lo que hagamos a los demás, tanto lo bueno como lo malo, lo considerará como hecho a El mismo.
Si cuando alguien os ofende se os apareciese nuestro Señor, os mostrase sus llagas y os dijese : "Mirad lo que sufrí por vosotros y lo mucho que os he amado; perdonad a los que os ofenden, como yo perdoné a los que me crucificaban", ¿os atreveríais a decirle que no queríais hacerle caso y que os vengaríais? Pensad que si os vengáis de quienes os ofenden ofendéis al Corazón de Jesús. Yo sé que si pensáis en esto no tendréis valor para vengaros, por mucho que os ofendan.

4. Reconocimiento (cuarto motivo).—Tened presente que el Señor es muy misericordioso y os ha perdonado muchas veces vuestros pecados en vez de castigaros en seguida, como merecíais, y que dice a cada cual: "Te he perdonado tus muchas y graves culpas (que son como los diez mil talentos del siervo del Evangelio) y tú debes perdonar las ofensas que recibes de otros (que son como los cien denarios del otro siervo)". No creo que haciéndoos estas reflexiones no tengáis valor para perdonar a vuestro prójimo.

5. El propio interés (quinto motivo). — ¿Qué gana el que perdona las ofensas recibidas? Gana, nada menos, que el perdón de sus propias culpas. Todos hemos pecado y, por consiguiente, estamos necesitados de que el Señor nos perdone. Ahora bien: sabemos que Dios no nos perdonará si no perdonamos a los demás, pues así nos lo ha dicho Jesucristo : "No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados: absolved y seréis absueltos" (Le., VI. 37). Y: "Si vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial" (Mt., VI, 14).
De allí podéis colegir los motivos que tenemos para perdonar las ofensas y el gran negocio que hacemos perdonando al prójimo.
A pesar de todo esto, son muchos, tanto chicos como grandes, los que no saben soportar las ofensas y por cualquier cosa se sublevan y dicen llenos de ira y de rencor : " ¡ Me las has de pagar!", con lo que demuestran ser peores que los mismos paganos, muchos de los cuales, guiados por la luz de la razón, comprendieron lo grande y noble que es perdonar y olvidar las ofensas recibidas (1) (2).

II.—Cómo se ha de perdonar.
1. Hay que perdonar del todo.—Así nos perdona Dios. Así perdonó el señor de que nos habla el Evangelio al siervo que se lo suplicó, a quien despidió, condonándole toda la deuda. Si sólo se perdona una parte es como si no se perdonase nada.

2. De corazón.—Nuestro perdón no debe ser sólo de palabra, sino que ha de proceder del corazón. El perdón tiene que ser abierto, generoso, veraz, pues de lo contrario no será verdadero perdón. Hay quienes dicen : "Yo perdono a mis enemigos; pero que no se me pongan otra vez por delante, porque no respondo de mí." ¿Es ése perdón verdadero? Evidentemente que no, pues bien claro se ve que queda todavía bastante rescoldo.
Perdonar de corazón quiere decir olvidar del todo las ofensas; seguir apreciando, como si nada hubiese ocurrido, al ofensor; desearle toda clase de bienes y hacerle el crue a nuestro alcance esté el otorgarle. Eso sí que es verdadero perdón (3) (4) (5).

III.—Consecuencias de no perdonar.
1. Dios no atiende los ruegos del que no perdona.
El Señor nos ha dicho : "Si vas a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda" (Mateo, V, 23-24).
Dios no atiende los ruegos y súplicas ni acepta las ofrendas del corazón que está impregnado de odio.

2. Dios noperdona al que no perdona.—Dios no perdona los pecados de quien no perdona a su prójimo. Esto nos lo dice nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio : "Si no perdonáis a los hombres las faltas suyas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados" (Mt., VI, 15). Así, pues, el que vaya a confesarse y mantenga odio en su corazón, hará una mala confesión, y aunque el sacerdote le dé la absolución y le diga : "Yo te absuelvo", Dios le dirá: "Te condeno."

3. Dios lo castigará.-Dice el Espíritu Santo: "El que se venga será víctima de la venganza del Señor, que le pedirá estrecha cuenta de sus pecados" (Eclesiástico, XXVIII. 1).
Recordad lo que le ocurrió al siervo que no perdonó a su compañero los cien denarios que le debía "Irritado el señor, le entregó a los torturadores hasta que pagase toda la deuda." Así hará el Padre celestial con quien no perdone: lo castigará en el infierno.
¡Qué mal negocio el de quien no perdone las ofensas que reciba!
Lo peor del caso es que el pecador pide ese castigo cuando reza el Padrenuestro, puesto que dice al Señor que le perdone como él perdona a los demás. Por tanto, al no perdonar, es como si dijera al Señor: "No me perdones y castígame."
¿Veis qué desgracia más grande se procura el que no perdona?

Conclusión.—Queridos míos, tened muy presente la obligación en que todos estamos de perdonar. Se trata de un mandato de Dios y de nuestro propio interés. ¡No os venguéis jamás! ¡No guardéis rencor a nadie! "¡Que no se ponga el sol sobre vuestra iracundia!", como a todos nos advierte San Pablo (Ephesios, IV, 26).
Si perdonáis de corazón hallaréis también vosotros gracia y misericordia ante Dios.

EJEMPLOS

(1) El ejemplo de los paffanos.—Contestación de Diógenes — Presentóse cierto día a Diógenes un hombre que quería vengarse de un enemigo suyo, y le dijo :
—Tú, que eres tan sabio, dime cómo tengo que vengarme de uno que me ha ofendido mucho.
—Conforme —le respondió Diógenes.
—¿Qué me aconsejas, pues, que haga?
—Sé mejor que él.

Magnífico consejo, puesto que la mejor manera de vengarse es mostrar amabilidad y generosidad con quien nos ofende.

(2) Foción, elocuente orador y general ateniense (t 317 a. C.), tenía un corazón muy generoso y hubiera dado la vida por sus conciudadanos. Sin embargo, también tenía enemigos, y éstos eran precisamente los que más favores habían recibido de él. Al fin, lograron que se le condenara a muerte cuando estaba próximo a cumplir los ochenta años de edad.
Antes de morir le preguntaron si tenía algo que decir a su hijo, Foco.
—Sí —replicó Foción—, decidle de mi parte que perdone y olvide las ofensas que he recibido de los atenienses.

Las almas grandes y nobles comprenden lo sublime que es el perdón y lo practican.

(3) El ejemplo de los santos.—San Esteban.—El diácono San Esteban fue el protomártir cristiano. Era este santo un hombre lleno de gracia y de virtud, que hacía muchos milagros. Algunos judíos no le podían ver, y llevados de su odio, lo sacaron de la ciudad y se dispusieron a apedrearlo. Mientras le arrojaban piedras oraba, diciendo: "Señor Jesús, recibe mi espíritu," Puesto de rodillas, gritó con fuerte voz: "Señor, no les imputes este pecado." Dicho esto entregó su alma a Dios.
Todos los santos, siguiendo el ejemplo de Jesucristo y de su protomártir San Esteban, han perdonado siempre las injurias recibidas y han pedido por sus perseguidores.

(4) Juan Gualberto, noble florentino (f 1073), tenía un hermano al que quería muchísimo. Un rufián le dio muerte, y Gualberto, bien armado y rugiendo de rabia, fue en busca del malandrín para vengarse de él. El homicida, viéndose perdido, se arrodilló a los pies de Juan y le suplicó que lo perdonase, como Cristo había perdonado a los que le crucificaron. Gualberto se quedó sin saber qué hacer ante aquel ruego. Al fin depuso su odio y, en vez de vengarse de aquel hombre, lo perdonó y le dio un abrazo. Luego fue a una iglesia, se arrodilló ante un crucifijo y pidió al Señor que le perdonase sus pecados como él acababa de perdonar al que había matado a su hermano. Nuestro Señor le perdonó y Juan Gualberto se hizo santo y fundó una Orden religiosa.

(5) San Jerónimo Emiliani (f 1537), noble veneciano, fue maltratado por un bellaco que descargó sobre él un saco de injurias, diciéndole, entre otras cosas:
—Si no te quitas de delante te voy a arrancar uno a uno todos los pelos de la barba.
Jerónimo soportó heroicamente aquellas villanías y respondió a las amenazas ofreciendo su barba al contrario, diciéndole:
—Arranca los pelos que quieras. Tienes razón de sobra para ello.
El contrincante quedó mortificado ante semejante respuesta, depuso su ira y quedó como manso cordero.

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