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domingo, 24 de octubre de 2010

Para cuánto vales

La tentación fortalece
La tentación es el origen de tus méritos, la fuerza y el alma de tu enemigo. Ante esta arma has de mostrar el temple de las tuyas, porque para esta lucha han sido templadas. La decisión en emplearlas, revela cuanto vales.
El mal, dice Leonardo de Vinci, es nuestro enemigo; pero ¿no sería peor que fuera nuestro amigo?
El vencimiento del mal, no es cuestión de músculos o de inteligencia, sino de resistencia, supuesta la gracia de Dios.
No se puede prescindir del entrenamiento de la voluntad para el combate. La tentación gradualmente permitida por Dios es con este fin. «Quien no es tentado, no es probado, y quien no pasa por la prueba, no adelanta», dice la Escritura.
Bajo el punto de vista natural de hecho es una ocasión de fortalecer el carácter. Es una fuerza contraria que nos sirve de entrenamiento, y los mejores soldados son los que siempre están en la brecha.
La voluntad humana de Cristo hambriento, se acrisoló y mereció, al rechazar la tentación de un manjar que apetecía.
Tentación es una invitación contra el orden que ha de reinar en nuestra alma. El enemigo la utiliza como ariete para debilitar nuestro carácter, y las posiciones tomadas en la virtud, pero también el viento fuerte curte nuestras mejillas.
Toda carácter entero, toda virtud sólida, se comienza a desmoronar si el enemigo consigue arrancar las primeras piedras. La resistencia de un castillo de roca se derrumba si no es continuamente defendido. La voluntad tiene que mandar las fuerzas que defienden las diez puertas de este castillo donde el alma se encierra. Si cede en uno de los diez Mandamientos, pronto vendrá la irrupción del enemigo, por todas las entradas de la fortaleza. Hay una llamada y una provocación recíproca en las pasiones. Una cede fácilmente, cuando han cedido las demás.

La lucha es continua
Un magnífico jardín abandonado, pierde su encanto en poco tiempo, se ha de luchar continuamente contra los malos brotes.
«El mundo exterior tañe con nuestras cuerdas. ¿Habrá que extrañarse de las consonancias?»
Halagado por esta simpatía el hombre no reflexiona, y sigue cuanto sintonice con el instinto de los sentidos.
No sabemos si cada uno de nosotros tiene un diablo para la tentación como tiene un ángel para su custodia; pero lo que sí es cierto que en ocasiones nos rodea como león que busca la oportunidad para saltar sobre su presa. Con su influencia refuerza el influjo tóxico de las causas naturales, sembrando imágenes, excitando la fantasía, influyendo sobre nuestros sentidos internos, reacciones de nuestro cuerpo, y en el alma con temores y alegrías. Deja solo libre la voluntad para querer, y la inteligencia para juzgar sobre la moralidad de nuestros actos, para que la responsabilidad no cese. Pero la fuerza de la tentación llega a oscurecer el alma.
Del águila se cuenta, que para apoderarse del ciervo ligero, se revuelve en un arenal, y cargadas las alas y el cuerpo de arena, se agarra fuertemente a la cabeza del venado y sacudiendo el polvo sobre los ojos de la presa, le entontece y ciega de manera que él mismo se precipita en su loca carrera en el precipicio, para ser luego pasto de su voracidad.
El diablo otras veces se aleja aparentemente para volver luego con más insistencia, hasta procurar producir fastidio y cansancio: como el águila real se remonta en espirales hasta hacerse invisible, para luego con ímpetu y ruido de remolino, lanzarse sobre la víctima descuidada. Otras veces el enemigo sorprende silenciosamente en la quietud.

Tu carne tu peor enemigo
«Es pesado, dice Paul Claudell, soportar la gruesa máquina corporal, siendo así que hemos sido hechos para dominarla.»
La concupiscencia es un apetito contrario al orden, y siempre es incómodo subir una cuesta.
La pasión debilita a la voluntad, y oscurece al entendimiento, para que estime lo falso como un bien.
Mi fuerza está en el triunfo sobre mi debilidad.
La misma abstención de lo ilícito, puede ser aliciente para desear lo ignorado, y en ocasiones con más vehemencia que los que poseen el placer. No es raro que el vicioso está ahito y aburrido del gozo carnal, mientras ejerce un profundo atractivo sobre el continente.
Por muy dominadas que estén tus pasiones no podrás evitar que la carne recalcitre. Siempre habrá dentro de ti dos hombres en lucha.
Un indio pagano pidió tabaco a un blanco, y éste le dio un buen puñado. A la mañana siguiente, el indio se presenta de nuevo ante el blanco, y le entrega una moneda que había encontrado en el tabaco. El blanco le preguntó la razón de no habérsela guardado, y el indio, poniéndose la mano sobre el corazón, respondió: —Aquí en el corazón tengo un hombre bueno y otro malo. El bueno me dijo: «Devuelve el dinero porque no te pertenece.» El malo me dijo: «Te lo dio, te pertenece.» El bueno: «No es verdad.» El malo: «No te preocupes y compra aguardiente.» Yo no sabía qué hacer. Quise dormir sin lograrlo. Los dos hombres discuten en mí. —Aquí tienes tu dinero.
Es el diálogo que se entabla entre la conciencia y cualquier pasión que busca razones para justificar sus ansias de placer.

Huye de la tentación
Un embajador fue a ver a Cleomenes, rey de Esparta, y le hizo una propuesta ventajosa para él, pero perjudicial para su pueblo. Para vencerlo el embajador le ofreció una gran suma de dinero. El rey vacila. Una hijita suya que oyó la conversación, se le acercó y le dijo:
—Sal fuera, porque éste te seducirá.
Impresionado por las palabras de la niña, el rey abandonó inmediatamente la estancia.
Si a las tentaciones nos exponemos por causas graves, estas mismas causas garantizan un especial auxilio de Dios.
Si la tentación viene de parte de Dios, en la otra mano te pone las armas para vencer.
No discutas con la provocación y aléjate de ella. La primera y mejor arma para vencer la tentación es la huida.
En ocasiones, el mismo vértigo de correr un peligro, seducirá tus años de aventura, como seduce el vértigo del abismo o de la velocidad.
Es cierto que no quieres lanzarte al abismo, sino asomarte sólo. El vértigo te hará perder el sentido, y caerás donde nunca pensaste llegar.
No quieres pecar, pero te asomas al pecado, y quedas prendido del atractivo que te hace perder la cabeza, o quedar pegado como el insecto en el papel caza-moscas.
No sometas tu virtud a pruebas inútiles, que den fin a tu índice de resistencia. Todos son buenos hasta que un día dejan de serlo. No flirtees con la ocasión ni con tus propios pensamientos.
Entonces serás fuerte, y podrás aplicarte las palabras que se aplicaron a la heroína Judit: «Porque te has portado con varonil esfuerzo, y has tenido un corazón constante, y has amado la castidad, por eso la mano del Señor te ha confortado.»
Huye de la tentación, porque es verdad aquel proverbio chino: «Cada paso que da el zorro hacia el gallinero, se acerca más a la peletería.» Su objetivo es la gallina, pero el resultado es que su piel vaya terciada sobre el hombro de una señora presumida.
Si no quieres quemarte, no juegues con fuego.

La tentación va contigo
En todos los medios en los que la vida del hombre se desenvuelve surge la tentación. Porque éstas más que a causas exteriores se debe a nosotros mismos: en todos los caminos hay celadas.
El ideal de la vida no es abrigar la llamita de tal suerte para que no se apague al primer soplo, sino que la llama tenga tal vitalidad, que su fuerza se acreciente con el viento.
Vencer las tentaciones es inmunizarse contra otras mayores que han de venir.
Si en la tranquilidad abandonas la vigilancia, echarás de ver que se han infiltrado las pasiones dentro de ti. Desconfía de ti, porque todas las desconfianzas son pocas.
Recuerda un cuento de Timoneda:
«Un ciego tenía cierta cantidad de dinero, y la escondió al pie de un árbol en el campo de un labrador rico. Un día, hallados de menos, e imaginando que los hubiera tomado el labrador, fuese al mismo y díjole:
»—Señor, como me pareces hombre de bien, querría que me dieses un consejo, y es: yo tengo cierta cantidad de dinero escondida en un lugar bien seguro, y ahora tengo otra tanta, no sé si la esconda donde tengo los otros, o en otra parte.
»Respondió el labrador:
»—En verdad que yo no mudaría de lugar, si tan seguro es ese como decís.
»—Así lo pienso hacer —dijo el ciego.

»Y despedidos, el labrador tomó la cantidad que había cogido y la puso en el mismo lugar por coger los otros.
»Vueltos, el ciego cogió su dinero, que ya por perdido tenía, muy alegre diciendo: Nunca más volverá el perro al molino.
»Y de esta manera quedó escarmentado, y no volvió a poner en peligro su tesoro, y el labrador, vencido por la tentación de la codicia, perdió lo que había adquirido.»
Eres menos avisado que el ciego. Cuantas veces has perdido tu haber en la misma ocasión, y obsesionado por la misma tentación, tu voluntad ha sido incapaz de reaccionar ante un placer que en un tiempo aborreciste de corazón.
No vigilar desde el principio es ser vencido.
Dudar, es entrar en el terreno de las asechanzas y de las ligas, con peligro inmediato de ser cogido.
Sed activo, porque «el asno sin trabajo recalcitra».

Libérate de ti
Tobías, para dominar el pez, lo sacó fuera del agua: así tú has de luchar contra tu enemigo, no en su terreno, sino en el tuyo. Procura dejar todo aquello que sirva de asidero al adversario. El se esforzará para combatir en tus propias debilidades.
El leñador, por fuerte que sea, no podrá talar un bosque con una hacha sin mango, pero el mismo bosque le procura el hastil.
De igual modo, el diablo si no cuenta con nuestra cooperación, no podrá vencer nuestra resistencia. El golpe de sus armas no tendrá brío.
Y sobre todo ora.
Goliat no fue muerto por una piedra del arroyo, sino por una piedra dirigida en nombre del Señor.
Gritando se pone en fuga al ladrón, y orando al enemigo.
Luchemos con espíritu de fe, no de derrotismo. Fe porque Dios está a nuestro lado, que nos dará fuerzas para vencer, no permitiendo que seamos tentados más de lo que nuestra posibilidad permita.
La tentación es una tempestad de la que estamos seguros de salir airosos. No es peligrosa si se hacen las maniobras conducentes. Sólo naufragan los indolentes que no toman las debidas precauciones.
Ante el peligro se adoptan las medidas, pero no se tiembla.
El valor en afrontar el peligro, es ya el primér capítulo de la victoria.

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