TITULO XI.
DEL CELO POR EL BIEN DE LAS ALMAS Y DE LA CARIDAD CRISTIANA
Capitulo II.
De las diversas clases de personas.
763. Los Arzobispos y Obispos congregados en Roma en este Concilio Plenario, felicitan a los Presidentes de las Repúblicas de la América del Sur, porque, mirando al decoro de la religión y de la patria, han favorecido abiertamente su viaje a esta Eterna Ciudad. Con tan feliz y fausto comienzo, auguran para sí y para todas las Naciones Latino-Americanas una estrecha unión, no sólo de la potestad civil y la eclesiástica en cada una, sino de las mismas Naciones entre sí, conservando cada cual incólume su independencia política y su libertad cristiana, para que permanezcan siempre intactas las constituciones civiles y religiosas de toda la América Latina, que estriban en su filial amor a la Iglesia católica, y en la unidad de la fe católica y Apostólica, fuente de la verdadera prosperidad de las Naciones.
764. Para el progreso de la República, es indispensable que se conserve el orden debido. Sólo la disciplina religiosa, cuya intérprete y guardadora es la Iglesia, puede eficazmente arreglar y unir entre sí a los superiores y a los súbditos, llamando a estas dos clases de personas a sus mutuos deberes. Exhortamos, pues, a todos y a cada uno de los Magistrados a que sean constantes y fieles en administrar justicia; y a los pueblos a que les presten la debida obediencia, a que cumplan con las leyes legítimamente establecidas, y a que conserven todos y defiendan la paz pública, unidos con los lazos de la caridad.
765. Por lo que toca en particular a los obreros, les encarecemos en Jesucristo que, tanto los operarios como los patrones, observen religiosamente los preceptos de la justicia y de la caridad. Nada maquinen aquellos en daño ó detrimento de los amos, y vean por los derechos de los dueños; paguen éstos a aquellos el salario justo, es decir, que sea suficiente para su congrua sustentación, y proporcionado a sus trabajos, según las diversas circunstancias de tiempos, lugares y personas; y atiendan también en cuanto puedan a las necesidades de las familias de los mismos operarios, como lo exige la caridad bien ordenada. Toca a los amos dejar a sus subordinados algún tiempo libre para sus ejercicios de piedad, y no permitir que se les pongan ocasiones ó tentaciones de pecar, ni que en modo alguno abandonen la vida del hogar, ó se olviden de la economía doméstica (Cfr. Encycl. Leonis XIII Rerum novarum, 15 Maii 1891).
766. Los Padres del Concilio Plenario, inflamados de aquel fuego de caridad que Nuestro Señor Jesucristo vino a encender en la tierra, exhortan vehementemente a los predicadores evangélicos, a continuar, cada día con más fervor, las santas misiones a los restos de aquellas tribus infieles, que aún yacen miserablemente en las sombras de la muerte, para que no quede, por fin, uno solo de nuestros aborígenes que no disfrute de la luz de la verdad y de la civilización cristiana. Dignos de su misión Apostólica, a ejemplo de nuestros mayores, no vacilen en abandonar las comodidades de la vída, en exponerse a los peligros, y en arriesgar la vida misma, si la salvación de las ovejas descarriadas asi lo exigiere, para extender el reino de Cristo; hasta que todos sin excepción se sometan a la fe verdadera, y se acojan al estandarte de Jesucristo.
767. Preocupándonos la situación de los extrangeros, deseamos que se formen sociedades católicas de ambos sexos, cuyo principal objeto sea prestarles auxilios temporales y espirituales, y velar muy particularmente, para que los pobres emigrados no sean el blanco de la malicia y el engaño de seductores impíos y sin conciencia. Con dolor hemos sabido, que muy a menudo prestan oido los emigrados a especuladores perversos, que les prometen inmensas riquezas y fortunas colosales; y al ver que la realidad no corresponde a las esperanzas, quedan los infelices sumergidos en mayores angustias y dificultades.
768. Por consiguiente, si los emigrados católicos, en número considerable, huyen de los engaños de la impiedad y conservan sus prácticas religiosas, no sólo no habrá peligro alguno para nuestras Repúblicas, sino que obtendrán importantes ventajas en público y en particular. De esta suerte, uniéndose amigablemente aquellos católicos con los nuestros, ligados con los vínculos de la misma fe verdadera, cada día se fortificarán más nuestros pueblos contra las asechanzas de los enemigos de la fe de nuestros padres y de la civilización cristiana, ya sea que éstos vengan del extrangero, ya sea que tengan en nuestro propio suelo su cátedra de corrupción.
769. Para proteger, como a cristianos corresponde, a toda la clase operaría contra las asechanzas que hemos insinuado, las cuales además la conducen poco a poco hacia el socialismo, recomendamos encarecidamente la erección de esas hermandades llamadas «Círculos de Obreros», regidas por los estatutos que les señale cada Ordinario, ó mejor todavía, por los que tracen de común acuerdo los Obispos de cada provincia. Téngase cuidado de conservar en cada región la unidad de dirección central, y la uniformidad en los trabajos, para que las fuerzas de los operarios, unidas bajo la tutela y paternal solicitud de los obispos, den eficacia a los esfuerzos de dichos obreros cristianos, para evitar los fraudes de los impíos y seductores. A este fin, los directores espirituales de estos círculos, con prudencia y constancia, procuren atraerlos a la piedad y a la frecuencia de Sacramentos.
ACTAS Y DECRETOS DEL CONCILIO PLENARIO DE AMERICA LATINA DE 1898
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