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sábado, 1 de junio de 2013

El sacrificio de la Misa (9)

TRATADO I 
VISION GENERAL
PARTE I 
LA MISA A TRAVES DE LOS SIGLOS

 8. El culto estacional romano del siglo VII

¿Por qué el culto estacional domina la evolución posterior?
82. El solemne culto estacional romano, tal como fue evolucionando hasta el siglo VIII, llegó adquirir una importancia notable en la ulterior historia de la liturgia de la misa, debida a las siguientes razones. Por haberse fijado por escrito este culto, su ejecución se mantuvo por mucho tiempo sin cambio notable, como acontece en toda codificación a lo menos por algún período. Esto, junto con el hecho de que se trataba del culto pontificio, le dió no escasa categoría como norma para todo culto cristiano. Por si era poco, la circunstancia de que, precisamente por estar fijado por escrito hasta en sus pormenores, se hacia más fácil transplantarlo a otras regiones, le convirtió en todo el Occidente en modelo de la misa, no sólo en su forma solemne de la misa pontifical, sino también en la sencilla de la misa cantada o rezada. De este modo fué como influyó hasta sobre el culto de la última parroquia y hasta en las ceremonias de la misa privada.
     Conviene, pues, que nos formemos una idea clara de este culto  

La procesión a la iglesia 
83. El papa sale a caballo de su patriarchium de Letrán con dirección a la iglesia estacional. En tiempos posteriores (siglo VIII), esta salida se convierte en una solemne procesión, en la que participa toda la corte pontifical; preceden a pie un grupo de acólitos y los defensores, es decir, los administradores juristas de la hacienda eclesiástica de toda la ciudad; vienen luego a caballo los siete diáconos de las siete regiones de Roma —así se llamaban los siete distritos en que la ciudad estaba dividida eclesiásticamente, con el fin de poder ejercer mejor la beneficencia, de cuya administración estaban encargados estos diáconos—, cada uno con su subdiácono «regionario». Detrás del papa van, también a caballo, los altos dignatarios de la corte: vicedominus, vestuarios, nomenclátor, saccelarius.
     Delante de la iglesia estacional, el papa es recibido por los representantes de la misma. El resto del clero ha tomado asiento en la sillería que rodea el altar en semicírculo, en cuyo centro, algo mas elevado, está la catedra del papa. A su derecha se sientan los obispos suburbanos y a su izquierda, los presbíteros de las iglesias titulares. Al altar, todavía una mesa sencilla, la cobija un baldaquino, llamado ciborio, poco más o menos en el centro del ábside. Como carece de superestructura, no impide la mirada desde el fondo. La nave de la basílica se ha llenado de numeroso pueblo, que ha afluido de las siete regiones de Roma en siete procesiones, cada una con una cruz procesional de plata a la cabeza. 


Preparativos en la basílica
84. El papa es conducido al secretarium (sacristía), situada junto a la entrada de la basílica. Aquí se reviste de ornamentos litúrgicos, que entonces ya eran numerosos: linea (nuestra alba), cingúlo, amito, linea dalmatica (tunicela) y maior dalmatica; finalmente, la planeta, es decir, la casulla (en forma de campana), que por cierto es llevada por todos los clerigos, incluso los acólitos. La última prenda pontificia es el palio. A continuación se abre el libro de los Santos Evangelios, lo coge un acólito, no con las manos desnudas sino sirviéndose de la planeta, y, acompañado por un subdiacono, lo lleva al altar, mientras todos se levantan. Entonces hay que decir al papa quién de los subdiáconos «regionarios» lee la epístola y quién de la Schola se encarga de los cantos responsoriales entre las lecciones; para el evangelio está destinado ya un diácono. Una vez que todo está dispuesto y el papa ha tomado el manípulo, a una señal de este se avisa a los clérigos que esperan delante del secretarium con los cirios y el incensario: ¡Accendite! y a los cantores que están colocados en doble fila, a la derecha y la izquierda de la entrada del presbiterio: ¡Domni iubete! Comienza el canto del introito y la procesión se pone en movimiento.


La solemne entrada; honores
85. Son notables los honores que se tributan al papa al comenzar la función religiosa. Por él se usa el thymiamaterium, lo mismo que los siete cirios de los acólitos; es una distinción que se tenía antiguamente para con los emperadores y altos dignatarios del Estado. El papa alarga ambas manos a los dos diáconos que le acompañan, quienes se las besan y le sostienen al andar, otra de las costumbres que seguramente provienen del antiguo ceremonial de las cortes orientales. En el camino aparecen dos acólitos y presentan al papa una cajita abierta (capsae) que contieno una partícula de la Eucaristía (sancta). El papa la adora con una inclinación. Cuando la procesión ha llegado al .sitio donde, entre la nave y el presbiterio, tiene su puesto la Schola, se separan los ceróferarios, cuatro a la derecha y cuatro a la izquierda. El papa avanza hasta el altar, se inclina, se santigua y da el ósculo a uno de los obispos, que para ello ha bajado de su asiento, y también a uno de los sacerdotes y a todos los diáconos. Luego hace una señal al prior scholae, para con el Gloria Patri terminar el canto del introito. Mientras tanto se ha extendido una alfombra delante del papa, en la que se postra para una breve oración, homenaje mudo a la majestad de Dios, que aun en nuestros días es la ceremonia con la que empiezan los oficios del Viernes Santo y Sábado Santo. Durante esta oración, todos los diáconos suben de dos en dos a ambos extremos del altar para besarle. Luego se levanta el papa y besa asimismo el libro de los evangelios y el altar.

«Kyrie», «Gloria» y oración
86. Mientras el coro entona el Kyrie eleison, el papa se dirige a su cátedra y se queda de pie con la mirada hacia oriente, en actitud de oración (En las basílicas orientadas hacia el oeste, es decir, en la mayor parte de las iglesias antiguas romanas, esto significaba que miraba hacia el pueblo. Pero no fué esto lo decisivo. En las iglesias cuyo ábside caía hacia oriente, el papa estaba con las espaldas al pueblo). Desde este sitio da luego la señal para terminar el canto de los Kyrie, que ya entonces consistía únicamente en la repetición indefinida de la invocación. Luego entona el Gloria in excelsis, si corresponde a la festividad del día, dirigiéndose para ello al pueblo, ya que se trata de una invitación y una exhortación a éste para que prosiga el canto, y luego vuelve a la actitud de oración. Acabado el canto, saluda al pueblo con el Pax vobis y canta la oración, a la que todos responden con el Amen.

Epístola, evangelio
87. A continuación todos se sientan en el semicírculo del presbiterio. Un subdiácono sube al ambón y lee la epístola. Una vez que ha terminado, le sigue el cantor con el cantatorium, e igualmente desde el ambón, alternando con la Schola, canta el gradual y el aleluya o el tracto, según la época. La lectura del evangelio se reviste de gran solemnidad. El diácono se acerca a la cátedra y besa el pie del papa, que le da la bendición. Después toma del altar el libro de los evangelios y, luego de besarlo, se dirige al ambón para leer el sagrado texto, precedido por dos acólitos con ciriales y dos subdiáconos, de los que uno lleva el incensario. A continuación el subdiácono papal (subdiaconus sequens) recibe el libro, cogiéndolo reverentemente con la planeta; lo presenta a los circunstantes para que lo besen y se lo entrega a un acólito, que lo devuelve en seguida a Letrán. No se hace mención de plática alguna. Tampoco aparece la despedida de los catecúmenos. Con la desaparición del paganismo, las formas de despedida de los Cándidos al bautismo ya no tenían objeto y, a diferencia del Oriente, se habian suprimido.

El ofertorio
88. El papa vuelve a saludar con el Dominus vobiscum y pronuncia el Oremus, sin que siga a la inmediata ninguna oración en voz alta. Aquí se intercalan los preparativos para la misa sacrifical. Comienzan con la preparación del altar, que hasta este momento no era más que una mesa hermosa y vacía. Como único adorno llevaba un tapete grande, que colgaba por los extremos y que después se convirtió en el antipendio Se acerca un acólito con el cáliz, sobre el que esta colocado el corporal plegado. Lo recibe un diácono, lo despliega y alarga un extremo al segundo acolito que esta en el otro extremo del altar, para que le ayude a extenderlo sobre el mismo, cubriéndolo por completo (El corporal cubría todavía hacia fines del siglo X toda la mesa del altar; sólo más tarde se redujeron sus dimensiones a las que tiene actualmente (Braun, 206). Por otra parte, se usaban ya en la época carolingia varios manteles. El uso de tres manteles de lino además del corporal se hizo costumbre general sólo a partir del siglo XVII (Braun, 186). Ahora empieza el ofertorio con la presentación de las ofrendas de los fieles. El papa mismo inicia esta ceremonia, recogiendo entre la alta nobleza de la ciudad sus ofrendas de pan, mientras el archidiácono recibe de la misma manera la ofrenda del vino. luego el papa vuelve a su cátedra, dejando la continuación de la recogida a otros clérigos. Entregadas todas las ofrendas del pueblo, el archidiácono, a una señal del papa se acerca al altar y prepara, con ayuda de un subdiácono, los panes necesarios para la consagración y también el caliz: en el que un representante de los cantores echa, como aportación suya, el agua. Acabado todo esto, el papa deja su sitio besa el altar y recibe las oblaciones de su séquito a las que añade su oblación propia, depositándola sobre el altar. Otra vez se hace una señal a la Schola que está acompañando la ceremonia con sus cantos, para que termine y se pueda pronunciar la oración única de las oblaciones, la actual secreta.

El Canon.
89. Empieza el canon, tomando la palabra en su sentido más amplio que entonces tenía. Cada uno se vuelve a su sitio. En el caso, entonces ordinario, de estar orientadas las iglesias hacia occidente, o sea con la entrada hacia oriente, el papa, al venir de la cátedra, queda delante del altar, frente al pueblo. Detrás de él, formando en el eje del ábside una fila en dirección de la cátedra, están los obispos y probablemente también los sacerdotes. A la derecha e Izquierda del papa y del primero de los obispos se colocan los diácanos, detrás de los cuales están los acólitos, mientras los subdiáconos se colocan frente al papa celebrante, en el otro lado opuesto del altar Durante todo el canon ya no hay más cambios. El papa comienza en voz alta la oración, a cuyos versículos introductorios responden los subdiáconos que también entran en el Sanctus. Terminado éste, el papa se incorpora y continúa la oración. Como del resto del canon, se puede oír fácilmente también la pronunciación de la fórmula de la consagración, pero no se destaca de un modo especial. Al Nobis quoque se incorporan los subdiáconos, pues tienen que preparar la fracción del pan, para la que ya al principio del canon se ha dispuesto la patena. Al Per quem omnia se incorpora el archidiácono, porque en la doxologia final del canon tiene que elevar el cáliz, cogiéndolo por las asas con un paño, llamado offertorium. Como se ve, el canon, aun en medio de esta ostentación de solemnidad, conserva toda su sencillez. El actio, expresión con que se designa preferentemente el canon, se reduce, pues, a las palabras sacramentales del papa, eucuadradas en la oración. Tampoco el Pater noster, con su continuación, el embolismo, altera este cuadro, por lo menos desde que San Gregorio Magno lo puso inmediatamente después del canon.

La fracción
90. Ceremonias extériores no vuelven a aparecer hasta el Pax Domini, cuando el archidiácono da a uno de los obispos el ósculo de paz, en que luego también participa el pueblo. El papa inicia mientras tanto en el altar la fracción del pan, coloca una parte en una patena que se le presenta y vuelve a su cátedra. Ahora, mientras se colocan los defensores y notarios, en forma de escolta, a su derecha e izquierda, el archidiácono sube al altar para entregar el cáliz con el sanguis a un subdiácono, que lo guarda en el extremo derecho del altar. Luego coloca los panes consagrados en saquitos ofrecidos por los acólitos, quienes los llevan en ellos a los obispos y presbíteros para que procedan a la fracción, mientras la Schola entona el Agnus Dei.

Invitaciones
91. Entretanto, sin llamar mucho la atención, tiene lugar otra ceremonia, algo más profana, propia de la corte pontificia. El nomenclátor pontificio y dos cortesanos se acercan al papa para que les dicte los nombres de los que han de ser invitados a su mesa y la del vicedominus y en seguida cumplen este encargo.

La comunión
92. A continuación se lleva la patena con el sacramento a1 trono del papa. Comulga con él, dejando una partícula, que en seguida, al pronunciar la fórmula de la conmixtión, echa en el cáliz, que le acaba de ofrecer el archidiácono, y de este recibe el sanguis (confirmatur ab archidiácono). Como ya ha llegado el momento en que pueden retirarse los que no comulgan, el archidiácono da los avisos para el culto de los dias siguientes. Luego sigue la comunión del clero y del pueblo. Su desarrollo exterior hace perfecto juego con la recogida de los dones en el ofertorio. El papa y el archidiácono empiezan la distribución, otros la continúan sirviéndose para la comunión del cáliz de cierto número de vasos auxiliares (scyphi) que contienen vino en que se ha mezclado un poco del sanguis. Entretanto, la Schola canta el salmo de la comunión. Acabada la comunión, el papa sube otra vez al altar y reza la poscomunión. Luego el diácono señalado por el archidiácono, autorizado para ello por una señal del papa, canta el Ite missa est, al que se responde con el Deo gratias. Acto continuo se forma la procesión para volver a la sacristía.

Valoración
93. No podemos negar que, visto en conjunto este cuadro, saca uno la impresión de una unidad grandiosa en medio de tanta variedad. Una gran sociedad, heredera de una cultura milenaria, ha encontrado su última expresión en la Iglesia, y, por otra parte, ha comunicado al culto de la Iglesia el esplendor de sus nobles tradiciones. Un gran séquito rodea a la persona del papa para su liturgia, y en sus ritos, hasta en los mínimos detalles, ha penetrado el ceremonial de la corte. Con todo, en medio de tal exuberancia de ceremonias se distinguen con precisión las grandes líneas de la celebración eucarística: cesa toda esta riqueza de movimientos cuando empieza la oración solemne y vuelve a surgir cuando ésta termina. Verdad es que ya no interviene la comunidad con la misma participación activa de antes. Como hemos visto, el pueblo ya no responde ni interviene en el canto, que se ha convertido en el ejercicio de arte de un grupo reducido. Pero la Schola no es un elemento extraño y profano en el conjunto del culto, sino al contrario, el lazo de unión entre el altar y el pueblo. Este sigue oyendo recitar las oraciones en su propia lengua y participa en las ceremonias sagradas al ofrecer sus dones y recibir la comunión.

Dos ceremonias nuevas
94. Como costumbres nuevas en el desarrollo de la acción litúrgica, hay que registrar la conmixtión de las dos especies antes de la comunión y el canto del Agnus Dei, juntamente con una mayor riqueza de formas en el rito de la fracción. Ambos elementos habían pasado del Oriente a la liturgia romana, cuando entre los siglos VII y VIII clérigos del Oriente fueron ocupando con relativa frecuencia puestos relevantes en la Iglesia romana, incluso el mismo trono pontificio.

Influencia griega 
95. El influjo griego, sostenido durante dos siglos en Italia por la dominación bizantina, se nota también al principio de la Edad Media en otros pormenores del rito romano. Ya un poco antes habían entrado los Kyrie y, en el canon, los nombres de algunos mártires orientales, a saber, Cosme y Damián, Anastasia. El antifonario romano contiene un considerable número de cantos, tomados en aquella época de modelos griegos y no pocas veces se cantaban en Occidente cantos enteros en lengua griega, según testimonio de algunos Ordines y otros manuscritos asi como se tienen aún en la actualidad las lecciones de la solemne misa papal en latín y griego. Mayor fué aún el influjo oriental en otras partes de la liturgia, sobre todo en el calendario. No sin fundamento se ha dicho que la liturgia romana del siglo VIII se vió seriamente amenazada por el peligro de ser absorbida por la oriental.
     No llegó a tanto porque precisamente en la misma época se inicia otro movimiento diametralmente opuesto, que hizo del rito romano, hasta entonces, y prescindiendo de la misión anglosajona, de uso único en Roma y alrededores, la liturgia de un gran imperio.


P. Jungmann S.I.
EL SACRIFICIO DE LA MISA

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