Verdaderamente, tú eres uno de ellos
¡Oh, si a mí se me pudiera dar verdaderamente esta alabanza: «Sí, tú eres uno de ellos; se te conoce en tu manera de hablar, en tu modo de juzgar las cosas, en toda tu forma de proceder. Sí, tú eres, sin lugar a duda, eres uno de ellos; de ellos, es decir, de los discípulos, de los seguidores de Jesús»!
Por lo menos, Señor, yo quiero sinceramente serlo, y quiero que se conozca mi deseo, y que todos lo sepan.
Y mi mayor satisfacción la tendré cuando se diga con plena verdad:
Vere, tu ex illis es.
¿Qué debo hacer para ello, Señor?
No es necesario que vaya, como Pedro, a meterme entre tus enemigos. Quiero que, aun entre tus amigos, entre tus predilectos, entre mis hermanos, se me pueda distinguir como tuyo: como ardiente y fervoroso discípulo tuyo;
no contentarme con ser uno de tantos, sino que se pueda decir de mí, no para satisfacer mi vanidad, sino para gloria y alabanza tuya y para estímulo de los tibios: «Este es verdaderamente suyo.»
Es necesario que Tú tomes plena posesión de mi.
Yo me entrego todo en tus manos, dispuesto a dejarme modelar dócilmente, hasta que Tú hagas de mí ese discípulo tuyo, a quien todos, amigos y enemigos, puedan reconocer como tal;
que mi manera de hablar, y de obrar, y de proceder en todo y en todas partes me descubra como tuyo; dichoso de mí cuando así sea.
Para ello, bien sé que tengo que trabajar por despojarme de mí mismo: de mis aficiones desordenadas, de mis caprichos veleidosos, de este egoísmo que me asedia y que impide que Tú tomes plena posesión de mí.
No es tarea fácil, Señor, yo lo sé. Pero no desconfío de poderla realizar con tu gracia omnipotente.
Y que cuando llegue mi última hora y me presente ante Ti, oiga de tus divinos labios esta alabanza, que me regocijará eternamente:
«Verdaderamente has sido uno de los míos.»
Y entonces lo seré ya para siempre, sin temores ni congojas de poder dejar de serlo.
¡Oh, día de celestial felicidad!
¡Oh, si a mí se me pudiera dar verdaderamente esta alabanza: «Sí, tú eres uno de ellos; se te conoce en tu manera de hablar, en tu modo de juzgar las cosas, en toda tu forma de proceder. Sí, tú eres, sin lugar a duda, eres uno de ellos; de ellos, es decir, de los discípulos, de los seguidores de Jesús»!
Por lo menos, Señor, yo quiero sinceramente serlo, y quiero que se conozca mi deseo, y que todos lo sepan.
Y mi mayor satisfacción la tendré cuando se diga con plena verdad:
Vere, tu ex illis es.
¿Qué debo hacer para ello, Señor?
No es necesario que vaya, como Pedro, a meterme entre tus enemigos. Quiero que, aun entre tus amigos, entre tus predilectos, entre mis hermanos, se me pueda distinguir como tuyo: como ardiente y fervoroso discípulo tuyo;
no contentarme con ser uno de tantos, sino que se pueda decir de mí, no para satisfacer mi vanidad, sino para gloria y alabanza tuya y para estímulo de los tibios: «Este es verdaderamente suyo.»
Es necesario que Tú tomes plena posesión de mi.
Yo me entrego todo en tus manos, dispuesto a dejarme modelar dócilmente, hasta que Tú hagas de mí ese discípulo tuyo, a quien todos, amigos y enemigos, puedan reconocer como tal;
que mi manera de hablar, y de obrar, y de proceder en todo y en todas partes me descubra como tuyo; dichoso de mí cuando así sea.
Para ello, bien sé que tengo que trabajar por despojarme de mí mismo: de mis aficiones desordenadas, de mis caprichos veleidosos, de este egoísmo que me asedia y que impide que Tú tomes plena posesión de mí.
No es tarea fácil, Señor, yo lo sé. Pero no desconfío de poderla realizar con tu gracia omnipotente.
Y que cuando llegue mi última hora y me presente ante Ti, oiga de tus divinos labios esta alabanza, que me regocijará eternamente:
«Verdaderamente has sido uno de los míos.»
Y entonces lo seré ya para siempre, sin temores ni congojas de poder dejar de serlo.
¡Oh, día de celestial felicidad!
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO
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