Experiencias sobre la naturaleza humana.
Los grandes progresos conseguidos en el campo de la ciencia moderna son debidos a un incremento en todos los sentidos de los métodos experimentales. Por lo que toca a la Medicina, hombres sabios y de pericia consagran sus vidas a la investigación de las causas y remedios de las enfermedades que afligen a la humanidad. Por desgracia, un gran porcentaje de los que se dedican a la investigación en el campo de la Medicina, no tienen en cuenta o pasan por alto la verdadera naturaleza, dignidad e inviolabilidad de la persona humana. De ahí que a veces sus experiencias sobrepasen los límites permitidos por la ley moral. Hay que reconocer también que estos abusos no son poco comunes en algunos sectores de la investigación. Así, por ejemplo, enfermos de educación inferior a la ordinaria, especialmente si se trata de los privados de alguna personalidad en lo social en nuestros grandes hospitales del Estado, municipales o comunes, son sometidos a experimentos sin su conocimiento o consentimiento. Quizá se tenga la finalidad de ayudar al paciente, de hacer progresar la Medicina o de prácticas para los médicos jóvenes. Se mencionan a veces «transfusiones de sangre de una persona afectada de una grave enfermedad en la sangre; el suministro de hormonas o vacunas a un grupo que puede ser perjudicado, rehusándolas a otro grupo que las necesite, todo esto con la finalidad de tener «grupos de control» para proyectos de investigación» (Theol. Studies, sep. 1955, p. 387). Los enfermos de caridad son a veces prácticamente «forzados a consentir» en estos procedimientos de experiencia para obtener el tratamiento. Otras veces no se les notifica convenientemente la gravedad y la naturaleza del peligro a que se los expone. Personalmente lamento haber encontrado casos de lobotomía, recomendados sin una verificación honesta acerca de los riesgos y de las consecuencias. De la misma manera, puedo hablar de verdadera cirugía experimental en el corazón de muchos niños nacidos con defectos congénitos; sin el procedimiento quirúrgico, estos casos graves ofrecían con frecuencia algunos años de esperanza de vida; a los padres se les dió la impresión de que la operación daba francamente una esperanza de beneficio para sus niños, mientras que el personal médico interesado estaba prácticamente convencido de que un resultado fatal era casi inevitable. Algunos de mis estudiantes fueron invitados por un médico que se ocupaba de investigaciones en la sangre, a someterse a una transfusión con sangre irradiada; al mismo tiempo que les aseguraba que el grado de irradiación era inferior a lo que podría serles perjudicial, insistía en que le suscribiesen una nota eximiéndolos, a él y al hospital interesado, de la responsabilidad, por los efectos perjudiciales que pudieran seguirse. Haciendo justicia a la profesión médica, hay que reconocer que los abusos citados son menos frecuentes que comunes en la mayor parte de los hospitales.Durante los últimos años, el Papa Pío XII ha hablado en varias ocasiones de los experimentos en seres humanos. Es muy conveniente que recordemos a éste propósito algunos de los puntos más importantes contenidos en esas alocuciones.
En septiembre de 1952 dirigió un mensaje al Primer Congreso Internacional de Histopatologia del sistema nervioso. Gran parte de este discurso se refería a lo que nos interesa; podemos sintetizar los puntos más importantes en los siguientes:
«a) La alocución recuerda con tristeza los experimentos tan horribles y tan extendidos llevados a cabo por los nazis sobre miles y miles de víctimas en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial.
b) El contacto con los médicos de todo el mundo revela hoy desgraciadamente que en muchos sectores continúan cometiéndose graves abusos en los experimentos humanos.
c) A veces, muchas de las experiencias verificadas han llevado el visto bueno, y aun han sido patrocinadas por la autoridad estatal. Fundamentalmente nos encontramos aquí con el error inherente al totalitarismo del Estado: el hombre es considerado en función del beneficio que puede prestar al Estado, cuando en realidad es el estado el que existe en función de los individuos.»
Sobre el mismo tema volvió a hablar Pío XII el 19 de octubre de 1953 en una Alocución al decimosexto Congreso Internacional de Medicina Militar. He aquí los puntos principales:
«a) El Estado, generalmente hablando, no tiene derecho a disponer de las vidas de las personas inocentes ni a privarlos de su integridad corporal.
b) El médico tiene derecho a tratar al paciente según lo que el mismo paciente le permite, atendida su libertad y la moralidad de sus actos.
c) El paciente tiene derecho a disponer de su persona, de su cuerpo, de sus órganos individuales o de su capacidad funcional, solamente en la medida en que el ejercicio de este derecho es necesario para el bienestar general de todo el organismo.
El 11 de septiembre de 1954, en un discurso a los delegados de la Tercera Conferencia Internacional sobre la Poliomielitis, de Roma, habló Pío XII con aprobación calurosa para los millones de niños de los Estados Unidos que participaban en los tests de vacuna de Salk. Sus esperanzas y sus deseos fueron que un suceso completo coronase los esfuerzos de los científicos y de los niños que los ayudaban en la empresa. En éste caso un pequeño porcentaje de niños vacunados murió a consecuencia del experimento. A pesár de los esfuerzos de los médicos para precaver esta eventualidad, los criterios adoptados para asegurar el carácter inofensivo del virus fueron aparentemente inadecuados. Sin embargo, los científicos estaban convencidos de lo inofensivo de la vacuna, y, basándose en este juicio, se sometió a los niños al tratamiento. Casi todos los demás no experimentaron malos resultados; grandes progresos fueron hechos en el conocimiento más perfecto de esta enfermedad que había causado tantos daños a la humanidad.
Finalmente, en septiembre de 1954, tuvo una Alocución al octavo Congreso de la Asociación Médica Mundial; se destacan en ellas las afirmaciones siguientes:
«a) Es evidente que las investigaciones médicas no pueden entendérselas, sin más, con cualquier clase de experimentos sobre los seres humanos. Pero el problema fundamental está en determinar los límites desde el punto de vista de la moralidad, más allá de los cuales no puede verificarse dicha investigación.
b) Aun cuando sea un hecho que la mayor parte del progreso realizado por la Medicina se debe a los experimentos hechos sobre la naturaleza humana, sin embargo, de ninguna manera puede aprobarse cualquier procedimiento que sobrepase las limitaciones morales. Los progresos en Medicina no pueden llevarse a cabo a costa de experimentos reprobables para la moral.
c) Los miembros de la profesión médica tienen las mismas obligaciones morales hacia sus propios cuerpos que para con el de los demás. Por consiguiente, no obstante la nobleza de su deseo en la prestación de ayuda a los demás, mediante su propio sacrificio, nunca pueden someterse a cualquier forma de experimento que implique un grave daño, que amenace gravemente su salud o lleve consigo la mutilación.»
Antes de exponer los principios morales que deben regular los experimentos sobre seres humanos, hacemos notar que por «experimentos" entendemos los tratamientos, medicinas o procedimientos quirúrgicos cuyos efectos, al menos probables, no han sido suficientemente determinados. Naturalmente, el recurso a dichos experimentos obedece a motivos varios: el deseo de beneficiar al enfermo, de confirmar una hipótesis en Medicina o hacer progresar a la ciencia médica en el conocimiento de las causas y remedios de las enfermedades que atacan al cuerpo humano.
A) Experimentos sobre un enfermo.—Dos principios básicos han de tenerse en cuenta en toda experiencia intentada sobre un ser humano: el principio de totalidad y el principio de doble efecto.
Del principio de totalidad trataremos más adelante en este mismo capítulo. De momento baste decir que el hombre es una criatura de Dios y en consecuencia tiene el deber moral de conservar su vida según los principios estudiados hasta aquí. Este principio pone en relieve que la conservación del todo en el hombre, siendo ese todo lo mejor que posee, es su deber más estricto. El todo es más importante que cada una de las partes, es más importante que cada una de las facultades y órganos que lo integran normalmente. Por esta razón, el deber del hombre para con su cuerpo le obliga a veces a privarse de algún órgano enfermo cuya presencia en el cuerpo amenazaría la salud del todo. A veces le obligaría también a verse privado aun de una parte sana si esta medida drástica fuese necesaria para salvaguardar el todo.
El principio de doble efecto fué ampliamente expuesto en el segundo capítulo de esta obra. Sintetizamos brevemente su aplicación a esta materia:
a) La primera condición dice que la naturaleza del acto puesto debe ser moralmente buena o indiferente; no debe ser un acto de suyo malo. De ahí que si la evidencia científica se nos presenta actualmente como incompleta (habida cuenta, de ordinario, de las reacciones de la parte animal y de los tests de laboratorio) e indica que el «experimento» ofrece alguna esperanza de beneficio para el paciente, el acto sería, al menos, indiferente por naturaleza. De la misma manera, si la excisión de una parte sana puede salvar toda una vida (principio de totalidad), el experimento sería de suyo indiferente.
Por el contrario, no se puede tolerar el experimento si una evidencia actual, aunque indiferente e incompleta, indica la probabilidad de infligir la muerte o un perjuicio grave al enfermo, cualesquiera que sean los progresos que tal experimentación pudieran significar para la Medicina.
b) La segunda condición es que el efecto bueno debe provenir directamente, desde el punto de vista causal, del acto bueno o indiferente. El beneficio para el enfermo debe depender, como de su causa directa, del «experimento» mismo.
c) La tercera condición determina que el motivo que induce al agente a obrar, debe ser exclusivamente la consecución del efecto bueno. En nuestro caso, lo único que debe mover al médico es la consecución de un beneficio para el enfermo (y teniendo esto en cuenta, posiblemente también el progreso de la Medicina). Nunca puede intentarse algún perjuicio o la muerte del enfermo.
d) La cuarta condición dice que debe existir una proporción adecuada entre el efecto bueno intentado y el efecto malo que pudiera resultar de la acción puesta. Esta condición, juntamente con la primera, ha de ser muy tenida en cuenta. Es decir, la necesidad del enfermo y la probabilidad del beneficio que se ha de recibir con el experimento, deben exceder al peligro de sufrir aún más grandes pérdidas. Con otras palabras, debe existir una razón suficiente para exponerse al riesgo que supone la operación; la evidencia científica posible, aunque incompleta, debe indicar que las posibilidades que se tienen de asegurar el buen resultado necesario para el paciente, son mayores que las posibilidades de producir reacciones laterales o ulteriores efectos perjudiciales más grandes. Conclusiones que se derivan de esta doctrina: 1° Si se prevé que del experimento se ha de seguir un beneficio ligero para el enfermo, puede éste someterse a la operación, siempre que la probabilidad de cualquier mal que pudiera derivarse de ella sea de igual o menor importancia. 2° Si el alivio o curación de una circunstancia patológica grave puede resultar de un determinado experimento (en el supuesto de que los remedios eficaces, conocidos y no perjudiciales, hayan fallado), el enfermo puede someterse a él, con tal que no existan razones para creer que tal procedimiento puede tener efectos aún más graves que la circunstancia patológica que aqueja actualmente al enfermo. 3° Pero si el riesgo que se corre es tan grande, que pone gravemente en peligro la vida del paciente, solamente puede someterse al experimento si todos los demás remedios utilizables y menos perjudiciales han fracasado y la salvación de la vida depende del suceso de dicho experimento.
Si estos requisitos se han cumplido, la experiencia en sí misma es licita, pero debe preceder a su ejecución el consentimiento libre del paciente, conocida la naturaleza de los peligros que encierra.
Respecto de esto, los juicios médicos de Nuremberg nos han legado una exposición excelente de sus ideales:
«El consentimiento voluntario del ser humano es esencial. Esto significa que la persona en cuestión debe tener capacidad legal para consentir; debe estar en condiciones de ejercer un poder libre de elección, sin la intervención de elementos de fuerza, fraude, engaño, coacción, predominio o cualquier forma ulterior de violencia; debe, además, existir un conocimiento y comprensión suficientes de los elementos de la prueba a que se somete, tales que la capaciten para una decisión inteligente y sin género de dudas. Este último elemento requiere que, antes que el sujeto de experimento se incline por una decisión afirmativa, deben serle conocidos la naturaleza, duración y finalidad del experimento; el método y medios con que se ha de llevar a cabo; todos los inconvenientes o acasos razonables que puedan esperarse y los efectos buenos que pueden seguirse para él en la participación del experimento. El deber y la responsabilidad en la averiguación del consentimiento descansa sobre cada uno de los individuos que inician, dirigen o se obligan al experimento: este deber y responsabilidad personales no pueden ser delegados en otro impunemente.» (Linacre Quarterly, vol. 20, 1953, páginas 114-115).
B) Experimentos sobre un incurable.—El principio presentado anteriormente se aplica de la misma manera al enfermo incurable. De ninguna manera se puede considerar a tales seres como «conejillos de Indias». De ninguna manera pueden ser sometidos a experiencias que ofrezcan aunque no sea más que una evidencia incompleta de causar o apresurar su muerte.
En cambio, si una evidencia actual, aunque incompleta (basada en experimentos animales, tests de laboratorio, etc.), no insinúa la probabilidad de que el procedimiento pueda producir algún daño grave al enfermo incurable, éste puede someterse al experimento, siempre que exista una esperanza razonable de que la ciencia médica ha de obtener algún provecho en la observación de las reacciones del paciente. (En este caso se cumplen las tres primeras condiciones del principio del doble efecto).
Precisamente porque se trata de un enfermo incurable, no se espera un beneficio para él. Por esta razón, la probabilidad del provecho que la observación puede reportar a la Medicina, y el valor de los conocimientos adquiridos, deben ser proporcionados al «peligro» que implica el experimento. (Aqui encontramos cumplida la cuarta condición del principio de doble efecto) Suponemos por parte del paciente su libre consentimiento para la experiencia, y que ha sido bien informado de los peligros a que se expone; necesita saber también el motivo de los tests, y es necesario que se le conceda pleno derecho a interrumpir la operación cuando juzgue serle necesaria física, mental o espiritualmente.
Por parte del médico, hay que pensar que la evidencia, de que puede echar mano hasta el momento del experimento, le indica que éste no ha de matar o ser gravemente perjudicial para el enfermo; que dicho experimento ha sido precedido por tests verificados en animales, en el laboratorio y de cualquier otra manera que ha parecido prudente; que la esperanza de obtener buenos resultados es proporcionada al riesgo a que el paciente se expone; que ha informado en conciencia al enfermo sobre la objetividad del procedimiento y de los riesgos que actualmente podrían seguirse del mismo; que ha de adoptar todas las precauciones en razón para precaverse aun contra el daño indirecto posible para el enfermo; que ha de poner fin inmediatamente al tratamiento cuando su continuación significase alguna probabilidad de mayor daño o de muerte; y, finalmente, que ha de interrumpir el procedimiento, si el paciente lo solicita en virtud de los derechos ya citados.
C) Experimentos en una persona sana.—Los principios morales que regulan el someterse una persona sana a un experimento, son prácticamente los mismos que hemos expuesto al tratarse de una persona enferma e incurable. La razón es que en los dos casos, ni la persona sana ni la enferma han de obtener beneficio del experimento. A no ser en el caso del enfermo ordinario, el principio de totalidad no tienen aplicación para el incurable y el sano. No se trata aquí de adoptar medidas para salvar la vida del enfermo. El beneficio que se conseguirá ha de ser en favor de otros a través de los progresos de la ciencia.
Por tanto, afirmaremos, sin más, que todas las restricciones impuestas al tratarse del enfermo incurable son aplicables al experimento en la persona sana. Y, a este propósito, queremos llamar la atención sobre un aviso del Papa Pío XII al octavo Congreso de la Asociación Médica Mundial, el 30 de septiembre de 1954; dice así: Aun cuando existan los motivos más nobles en el deseo de ayudar a los prójimos, ninguna persona sana puede someterse a experimentos que impliquen una probabilidad de daño grave, deterioración de la salud, mutilación o muerte.
El principio de totalidad.
No intentamos dar una exposición amplia del así llamado «principio de totalidad». Esta expresión se presta fácilmente a largas y complicadas discusiones teológicas que exceden los límites de esta obra. Nos limitaremos exclusivamente a presentarlo y exponer sus aplicaciones fundamentales. Esto servirá como base de solución de muchos otros problemas, tales como esterilización y mutilación, tratados más adelante.Ya hemos insistido en este capítulo en que el hombre no es dueño absoluto de su vida, sino un mero administrador encargado por Dios de su conservación.
Santo Tomás acentúa el valor del todo sobre la parte, de la vida sobre la existencia de cualquier otro miembro. Por esto se añrma la licitud de la extirpación de cualquier órgano enfermo cuando es perjudicial para todo el cuerpo.
En siglos pasados, otros teólogos, como De Lugo, desarrollaron el principio, dándole más amplitud de aplicación. Llegaron a reconocer la posibilidad de que, de una manera o de otra, la presencia de un miembro sano pudiera constituir un peligro para todo el organismo, en cuyo caso, muy lógicamente concluían a la licitud del sacrificio del órgano sano en beneficio de la totalidad.
Siglos más tarde el Papa Pío XI, en su famosa Encíclica sobre el matrimonio cristiano, confirmó con su autoridad este principio con las siguientes palabras:
«La doctrina cristiana enseña, y la razón lo confirma, que el individuo no tiene sobre los miembros de su cuerpo otro poder que el concerniente a la consecución de sus fines naturales; no es libre para destruir o mutilar sus miembros, ni para hacerlos ineficaces, de cualquier manera que sea, para ejercer sus funciones naturales, a no ser cuando no hay otro medio de conseguir el bienestar de todo el cuerpo».
En los últimos años, Pío XII ha hecho referencias numerosas y explícitas al principio de totalidad, en sus discursos dirigidos a varios grupos de médicos.
El 12 de noviembre de 1944 hablaba de esta manera a la hermandad romana de San Lucas:
«Aunque limitado, el poder del hombre sobre sus miembros y órganos es directo, porque éstos constituyen parte de su ser físico. Desde el momento en que su diferenciación dentro de la perfecta unidad corporal no tiene otra finalidad que el bien de todo el organismo físico, cada uno de los órganos y miembros puede ser sacrificado si constituyen para él todo un peligro que no se puede evitar de otra manera.»
El 14 de septiembre de 1952 reafirmaba el mismo punto de vista en una Alocución al Primer Congreso de Histopatologia del sistema nervioso:
«El señor y beneficiario de todo el organismo, que posee una unidad de subsistencia, tiene el derecho de disponer directa e inmediatamente de sus partes integrales, miembros y órganos en lo referente a la salvaguardia de su finalidad natural. Solamente podrá permitir su paralización, destrucción, mutilación o excisión si, y en la medida, de la exigencia del bien de todo el organismo.»
El 8 de octubre de 1953 se dirigía nuevamente al Vigésimosexto Congreso de la Sociedad Italiana de Urólogos. En esta ocasión afirmó la licitud de la excisión de las glándulas sexuales sanas masculinas, si esto era necesario para un tratamiento adecuado de cáncer en la próstata. Esta conclusión no es otra cosa que la aplicación del principio de totalidad; la parte sana debe ser sacrificada, si el bienestar del todo lo necesita.
El 19 de octubre de 1953, una vez más Su Santidad se refirió al principio de totalidad en su Alocución al Decimosexto Congreso Internacional de Medicina Militar.
«El paciente, aun individualmente, tiene derecho a disponer de su persona, de la integridad de su cuerpo, de los órganos individuales y de su capacidad funcional, solamente según las exigencias del bienestar general de todo el organismo.»
Finalmente, el 30 de septiembre de 1954, el Santo Padre habló al Octavo Congreso Mundial de Medicina. En esta ocasión, el Papa recordó a los médicos y enfermeras que tienen ellos la misma obligación de conservar la integridad de su propio cuerpo que cualquier otra persona. De seguida, desarrolló ampliamente el punto siguiente: Aun cuando el motivo que los mueve a sacrificar su integridad corporal sea de los más nobles, por ejemplo, el deseo desinteresado de ayudar al prójimo, no sería justificable si ellos obrasen de esa manera. Es de notar que el Santo Padre no habla aquí de un detrimento de la integridad corporal, impuesto al hombre por un estado totalitario. En un lenguaje claro se refirió a cualquiera que pensase que (él o ella) podía someterse voluntariamente a la pérdida de su integridad corporal, aduciendo como motivo la caridad hacia el prójimo:
«Esta prohibición básica no reza con el motivo personal de un individuo que se somete voluntariamente al sacrificio y a la negación de sí mismo para ayudar a un inválido, ni tiene que ver tampoco con los que colaboran en los intereses de la ciencia en busca de ayuda y en servicio de la humanidad. Si se tratase de esto, la respuesta seria automáticamente afirmativa. En toda profesión, de un modo especial en la de médicos y enfermeras, hay siempre personas dispuestas a entregarse totalmente a los otros por el bien común. No entran en nuestra consideración ahora tales motivos. De lo que aquí se trata fundamentalmente es de disponer de un bien no personal sin tener derecho para hacerlo. El hombre es solamente administrador, no propietario y dueño absoluto de su cuerpo, de su vida y de todo lo que el Creador le ha concedido para usarlo según los fines de la naturaleza.»
Lo expuesto hasta aquí, acerca del principio de totalidad, basta a nuestro propósito. Un análisis amplio y detallado de este principio, con las dificultades que encierra, puede verse en «Pius XII and the Principie of Totality», por el Padre Gerald Kelly, S. J., Thological Studies, sept., 1955, pp. 373-396.
Naturaleza de la mutilación.
Un examen sucinto de las definiciones más importantes de la mutilación nos ayudará a declarar su exacta naturaleza.En el Diccionario de Teología católica, Michels define la mutilación de esta manera:
«La mutilación puede definirse diciendo que es la supresión de un miembro o de una parte del cuerpo. Las operaciones quirúrgicas que tienen por objeto la supresión de un órgano, son, por tanto, mutilaciones en el verdadero sentido de la palabra; aquellas que tienen por objeto solamente la incisión en los tejidos para poder sanar más fácilmente alguna enfermedad interna, no son, propiamente hablando, mutilaciones. Son, sin embargo, afines, ya que el cuerpo recibe con ella, aunque no sea más que de momento, un deterioro más o menos grave.»
Vouters, en el primer volumen de su Manual de Teología moral, la define de esta manera:
«La mutilación propiamente dicha tiene lugar cuando alguna función orgánica o uso de los miembros quedan suprimidos mediante una excisión.»
Una definición exacta es dada por Vermeersch en el segundo volumen de su Teología moral:
«La mutilación es una supresión o acción equivalente, por la que una función orgánica o el uso concreto de un miembro quedan suprimidos o directamente disminuidos.»
En el segundo volumen de Teología moral, Noldin hace el siguiente análisis de la mutilación:
«La mutilación es la destrucción (o supresión de la función) de algún miembro, es decir, de alguna parte orgánica del cuerpo que tiene una función específica, de tal manera que, extirpado ese órgano, el cuerpo pierde su integridad; si algunos miembros son dobles, aun la mera supresión de uno solo de ellos constituye una mutilación, porque la duplicidad de miembros no ha sido intentada por la Naturaleza sin una razón grave: así, el corte de una mano, la destrucción de un ojo, de una sola glándula sexual, constituyen una verdadera mutilación. Sin embargo, no se da una verdadera mutilación si, por ejemplo, un hombre queda privado de la piel o de parte de su sangre (por trasplante o transfusión en el cuerpo de otra persona enferma) porque el cuerpo permanece íntegro y estas partes quedan pronto restauradas.»
Finalmente, Merkelbach, en su Teología moral, afirma que la mutilación es el corte de un miembro o la operación que suprime su uso o función orgánica.
Como queda dicho, el hombre no tiene dominio completo sobre su cuerpo o sobre sus miembros. Por consiguiente, puede hacer uso de ellos según los designios de Dios. Pero, como la parte debe estar subordinada al todo, es moralmente lícito sacrificar una parte por el bien del todo cuando el bienestar del todo no puede ser asegurado por ningún otro medio. Tal es el razonamiento de Santo Tomás y de todos los moralistas.
Por otra parte, los moralistas sostienen que la mutilación no está justificada por ningún fin o bien extrínseco; como, por ejemplo, la esterilización llevada a cabo para hacer imposible el futuro embarazo y de este modo evitar un peligro para la vida o una carga para la sociedad.
Algunos ejemplos aclararán la naturaleza exacta de la mutilación en el sentido propio de la palabra:
A) Escisión de órganos enfermos.—ha remoción de un órgano enfermo no es inmoral, porque no disminuye la perfección del cuerpo. Si está enfermo, su escisión no constituye una verdadera pérdida; es más: su permanencia en el cuerpo amenaza la integridad del mismo, al paso que su amputación defiende la salud del todo y equivale a un esfuerzo por parte del hombre para preservar su salud y poder desarrollar sus posibilidades en la vida. Lejos de tratarse de un acto inmoral, es un acto que el hombre ejecuta para cumplir con la obligación moral, que pesa sobre su conciencia, en orden a la conservación de la salud y de la vida.
B) Incisiones quirúrgicas.—La apertura del vientre, para efectuar una operación de apendicitis, implica la cisión de tejidos sanos del abdomen. ¿Es esto inmoral? La respuesta es negativa. No se le ocasiona al cuerpo un daño permanente, ya que la naturaleza restaura pronto el tejido perjudicado. Es una acción que se realiza para favorecer la integridad del todo, no para destruirla.
C) Transfusiones de sangre e inyecciones.—De igual manera, todo el daño que pudiera acarrearse a un tejido a causa de inyecciones intravenosas o por la prestación de sangre en favor de otra persona, no es tampoco un acto inmoral. La naturaleza proporciona rápidamente nuevos tejidos y nueva sangre.
D) Cirugía plástica.—Asimismo, las alteraciones del cuerpo humano sufridas por razón de la moderna plástica quirúrgica, no pueden contarse entre las mutilaciones. Pueden, a la verdad, originarse abusos, pero, de ordinario, la labor plástica quirúrgica se ordena a corregir defectos naturales o deformidades ocasionadas por algún accidente. La plástica quirúrgica tiende, por lo regular, a favorecer la integridad del cuerpo humano; por consiguiente, es moralmente lícita.
E) Exceso de miembros.—Se encuentran a veces niños que han nacido con seis dedos en las manos o en los pies; ¿puede ser considerada la amputación de los dedos sobrantes como un acto inmoral, supuesto que estén perfectamente sanos? De nuevo la respuesta es negativa. Aun cuando sean dedos perfectos, parece que su eliminación contribuye a perfeccionar actualmente la integridad corporal. Un individuo así dotado encontraría muchas dificultades en la vida. Así, por ejemplo, no podría hacer uso de ciertas prendas de vestir, y los clásicos métodos para accionar tipos de máquinas como las de escribir, no se acomodarían a esas personas. Bien consideradas todas las cosas, parece que la eliminación de los dedos sobrantes contribuiría a hacer al cuerpo más capaz de llevar a cabo todas aquellas artes que un cuerpo humano puede ejecutar durante la vida.
F) La operación Voronoff.—Hace pocos años se dió mucha publicidad a la operación Voronoff. Esta operación presentaba dos formas: En algunos casos se proponía injertar un testículo humano en otro hombre; en otros, se sugirió tomar estos órganos de reproducción de un mono e injertarlos en el hombre. Ambas operaciones son inmorales. La primera lo es porque implica la mutilación innecesaria de una persona de la cual se toman los órganos de reproducción. Esta operación no se haría por el bienestar del cuerpo de esa persona, sino por un motivo completamente extrínseco a ella.
La segunda operación Voronoff, mediante la cual las glándulas sexuales del mono son trasplantadas al hombre, no puede ser condenada por la misma razón extrínseca. Ordinariamente no hay desorden en el uso de los animales inferiores para utilidad del hombre. Así, por ejemplo, asimilamos la carne de los animales mediante los órganos de la digestión; empleamos innumerables sueros en nuestras batallas contra las enfermedades. Pero parece que no hay paralelismo entre el uso que podemos hacer de la creación inferior y el que implica el caso Voronoff. Esta operación parece repugnar a la naturaleza humana y ofende a la dignidad del hombre. Si la glándula que se injerta fuese asimilada por el cuerpo humano de un modo tan completo, como lo es el alimento o los sueros, el acto no sería repulsivo. El carácter innatural de la operación radica en el hecho de que, según se dice, el órgano injertado continúa funcionando de una manera no humana, efectuando notables cambios físicos y psíquicos en el sujeto. Si esto es así, la operación es evidentemente inmoral.
Charles J. Mc Fadden (Agustino)
ETICA Y MECICINA
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