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jueves, 27 de junio de 2013

HABITABILIDAD DE LOS DEMAS MUNDOS

CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE
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HABITABILIDAD DE LOS DEMAS MUNDOS

     Ha dicho usted que la tierra es tanto más pequeña que el sol, que el sol a su vez es un granito en el Universo (véase, por ejemplo, número 2).
     Pero ¿cómo admitir que no existen también en otra parte seres humanos inteligentes como nosotros y tal vez más? Y entonces, ¿por qué Jesús vino precisamente a la tierra, a este granito del polvillo del Universo, a manifestar la bondad divina? ¿Puede haberse Dios manifestado también en otros lugares? (X.)

     Pido perdón por haber puesto yo la firma X, porque encuentro esta objeción clásica en el ajuste de una serie a la que ya he respondido, pero que no recuerdo de quién son. El interlocutor trabajará por encontrarse a si mismo.
     El problema se puede enfocar de diversísimas maneras. Podemos preguntar si es en abstracto posible la habitabilidad de otros mundos, o si es positivamente probable, o si el que estén habitados es sin más un hecho. Una cosa es hablar de otros seres, y otra de hombres como nosotros.
     No son pocos los que hablan de positiva probabilidad, aun admitiendo que pueda tratarse afortunadamente de seres inteligentes diferentes de nosotros.
     Les parece realmente casi absurdo lo contrario: absurdo, porque es incompatible con la misma munificencia de Dios y con el esplendor y la grandeza del cosmos creado por Él. ¿Para qué servirán sin algún habitante inteligente aquellos hirvientes mundos enormemente distantes? Sería un Universo derrochado. Sería como construir un enorme palacio con millares y millares de habitaciones para destinar luego a habitación sólo una y la más pequeña de todas. Ni parece admisible que, habiéndose encarnado Dios y habiendo bajado a manifestarse al mundo, se haya limitado a posar los pies sólo sobre el corpusculillo cósmico de la tierra.
     Pero todo esto no es más que una bella lucubración fantástica. Es la ilusión de juzgar la grandeza de las cosas sobre la base solamente de las dimensiones o el número, en lugar principalmente de la cualidad. La trascendente grandeza del hombre es cualitativa y la da el chispazo de la inteligencia, capaz de superar cualquier dimensión cósmica y superior a todo valor material, aun independientemente del número de los individuos y de la extensión del territorio ocupado. Aunque es pequeñísima la porción del cosmos ocupada materialmente por el hombre, la enorme parte restante del cosmos está en cierto modo además ocupada por la inteligencia humana que la investiga.
     Si la tierra fuese inmensamente más vasta y los hombres tuviesen de altura varios kilómetros, con cabeza bien proporcionada del tamaño de la cúpula de San Pedro, ¿tendrían acaso más valor? Y si su número se multiplicase al multiplicarse por otros innumerables mundos habitados, ¿se modificaría tal vez el valor incluso de una sola mente pensante?
     La indefinida grandeza del mundo no vale lo que un solo pensamiento. Y se justificaría incluso si hubiese existido un solo hombre en la tierra: con el fin de manifestarle la grandeza del Creador. Y a nadie se le escapará que ese fln se logra tanto más eficazmente cuanto más aparece la indefinida grandeza del cosmos.
     Además, en cuanto al Verbo Divino Encarnado, al haber puesto el pie en una sola parcela del Universo, con eso mismo la elevó sobre todo: bajó al mundo. Basta. Nadie pretende que para decir que alguien ha estado en un lugar deba materialmente haberlo tocado todo él.
     Pensad además, incluso en el solo terreno material, en la relatividad de los conceptos de grande y de pequeño. El hombre es enorme respecto al microbio y es pequeñísimo respecto a la extensión cósmica. ¿De qué dimensiones lo habríais querido para considerarlo a la altura... de la situación? ¿Del tamaño de la mayor dimensión cósmica? ¿Una décima, una centésima parte? Y en cuanto al número que vendría a compensar su pequeñez, ¿en cuántos otros mundos querríais que habitase? ¿Os contentariais con otros pocos solamente? ¿Con la tercera parte? ¿Con la mitad?
     Nada más natural por otra parte que el que la perla de lo creado se encuentre en una parte más restringida de él, como el diamante en las entrañas de la inmensa montaña.
     De querer pasar ahora a argumentos más concretos, no hay sino que interpelar a los astrónomos. E interpelarlos, como es natural, ante todo, sobre los planetas del sistema solar, al que la tierra pertenece. Es de esperar en realidad que, habiendo procedido ellos de la misma masa cósmica inicial, tengan un parentesco más estrecho con la tierra y ofrezcan por tanto más fácilmente las condiciones favorables para la vida. Además son los cuerpos celestes conocidos con más exactitud.
     Se sabe que la gran mayoría de los astrónomos excluye su habitabilidad por seres vivientes del tipo terrestre. Veámoslos en el orden de su progresiva distancia del sol:
     Mercurio no tiene atmósfera, y mientras la cara que constantemente mira al sol alcanza los 350°, la cara opuesta tiene una perpetua noche rígida, casi a —273° (cero absoluto).
     Venus carece de vapor de agua y de oxígeno y está cubierta de ácido carbónico.
     Marte, a causa de su fría temperatura (media: —40°) y de lo tenue de su atmósfera, aun siendo el más parecido en condiciones de vida, podría a lo sumo presentar alguna vegetación inferior musgosa.
     Júpiter tiene la temperatura 25 veces menor que la tierra y una atmósfera mefítica de metano y amoniaco.
     Saturno, Urano, Neptuno, Plutón se hallan en condiciones semejantes y peores que Júpiter.
     En cuanto a la Luna, satélite de la tierra, carece de atmósfera y de agua.
     Asi que, teniendo en cuenta todo, este corpusculillo que es la tierra es el único que presenta, por la complejidad y dosificación de sus elementos, condiciones de vida y de habitabilidad.
     Pero ¿no podrían existir hombres de otra estructura: que tengan branquias en lugar de pulmones, o que respiren con metano en lugar de con oxigeno, que tengan la piel de amianto, etcétera? Ciertamente es en abstracto posible, por no implicar ningún absurdo, ni físico, ni filosófico, ni teológico; pero carece de todo fundamento positivo.
     En el orden de la posibilidad abstracta, ¿quién puede excluir, por ejemplo, que exista una población inteligente en el fondo del océano, formada por elegantes hombres-peces, que se nieguen astutamente a ponerse en contacto con nosotros para no ser molestados, que otra viva en las entrañas del Vesubio, etc., y otra incluso en el interior del sol?
     ¿Y los innumerables astros desconocidos y perdidos en el firmamento? ¿Quién niega que pudieran estar sobrecargados de hombres? Sólo que es pura fantasía, basada negativamente en la sola posibilidad en abstracto. No hay, por tanto, base para tomarla en consideración.
     Pero si esta fantástica posibilidad correspondiese a la realidad, ¿cómo habría podido tener lugar para esos mundos la revelación divina y la redención?
     Amigos míos, o no la habrían necesitado —por no haber sido envueltos en el pecado original—, o se habrá revelado en cierto modo incluso a ellos la venida del Verbo eterno encarnado a la tierra o... ¡sábelo Dios!

BIBLIOGRAFIA
L. Gialalella: La vita nell'UniversoScientia», enero de 1946);
G. Stein: La vita nell'UniversoCivilta Cattolica», 1 de febrero de 1947); 
G. Stein y C. Testore: Abitabilita dei mondi, EC., I, págs. 82-5.

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