La amistad es la flor pura de la juventud, flor que a veces le sobrevive, pero que no tiene jamás tanta dulzura ni brillo, sino en su primera estación.
Cultiva, pues, hijo mío, esa bella flor que embalsamará con sus robustos perfumes las primicias de tu vida.
La amistad llenará tu corazón ávido de entregarse, y será desgraciado en cuanto no tenga a alguien a quien amar. No conviene que un joven deja en ayunas su corazón; falto de amistades va a los amores delictuosos.
La amistad alegrará tus horas de soledad y te ayudará a pasar dulcemente tus horas de libertad.
Lejos del país y del hogar, la amistad te dará hermanos queridos, almas hermanas, tan sacrificadas como aquellos que tienen la misma sangre que nosotros.
Aun cerca de los tuyos, la amistad te proprocionará alegrías desconocidas y duplicará tu vida forzándote a compartirlas.
Ten amigos. Lo podrás siempre, porque apenas hay posición en la vida, por ingrata que sea, que no nos permita elegir compañeros hechos para nuestro corazón.
Ten amigos. Pero en cuanto sea posible, que esos amigos sean mejores que tú mismo, y te arrastrarán al bien por su ejemplo.
Si fueses tan desdichado para escogerlos entre aquellos que no valen, ten presente esto: no tardarás en rebajarte hasta ellos, si tú no los elevas hasta ti.
Mas qué dicha para ti, si encuentras amigos dignos de este nombre. ¡Y qué maravillosa salvaguardia!
La amistad te enseñará entonces a no necesitar del mundo y a despreciar esos vanos placeres que persiguen locamente las almas miserables.
En la felicidad, la amistad se unirá a tu alegría y te reanimará en la desgracia. El hombre tiene necesidad, en todo lo que hace, de ser aprobado y animado por alguna alma gemela, y esa alma gemela es la amistad que le brinda su aprobación.
Hallarás así en la amistad la seguridad del buen consejo y el apoyo de la protección.
En fin, en la amistad encontrarás la emulación de la virtud, pues de la misma manera que el hierro aguza el hierro, el amigo excita al amigo hacia el bien.
Pero, eso sí, sabe escogerlo, porque el oro y la plata no están tan profundamente escondidos en la tierra como el amigo verdadero en la muchedumbre de los hombres.
Antes de entregarte a él, experimenta durante un tiempo al que le quieres entregar tu confianza y tu corazón, por que —es preciso que lo sepas— la mayor parte de los amigos no tienen más que la máscara de la amistad; se asemejan a la caña que se quiebra bajo nuestra mano cuando le pedimos que nos sostenga, o también a la nube de verano, sin agua ni rocío, que se disipa al menor soplo.
Escoge a tu amigo entre los más instruídos, los más sabios y mejores. Para amar bien no hay más que los corazones puros, y además, cuando Dios no es amigo común a quien cada uno ame sobre todas las cosas, entonces cada uno se ama a sí mismo.
Que tenga la misma fe que tú, la misma educación, las mismas aspiraciones elevadas. En resumen, hijo mío, escoge un amigo con quien puedas amar a Dios, apartarte del mundo, practicar la virtud y ganar el cielo.
Y cuando lo hayas encontrado, consérvalo cuidadosamente. Amaos en el Señor; abrios el uno al otro con la confianza de vuestra edad, y que cada rompa los lazos sagrados, ni la muerte misma.
Cultiva, pues, hijo mío, esa bella flor que embalsamará con sus robustos perfumes las primicias de tu vida.
La amistad llenará tu corazón ávido de entregarse, y será desgraciado en cuanto no tenga a alguien a quien amar. No conviene que un joven deja en ayunas su corazón; falto de amistades va a los amores delictuosos.
La amistad alegrará tus horas de soledad y te ayudará a pasar dulcemente tus horas de libertad.
Lejos del país y del hogar, la amistad te dará hermanos queridos, almas hermanas, tan sacrificadas como aquellos que tienen la misma sangre que nosotros.
Aun cerca de los tuyos, la amistad te proprocionará alegrías desconocidas y duplicará tu vida forzándote a compartirlas.
Ten amigos. Lo podrás siempre, porque apenas hay posición en la vida, por ingrata que sea, que no nos permita elegir compañeros hechos para nuestro corazón.
Ten amigos. Pero en cuanto sea posible, que esos amigos sean mejores que tú mismo, y te arrastrarán al bien por su ejemplo.
Si fueses tan desdichado para escogerlos entre aquellos que no valen, ten presente esto: no tardarás en rebajarte hasta ellos, si tú no los elevas hasta ti.
Mas qué dicha para ti, si encuentras amigos dignos de este nombre. ¡Y qué maravillosa salvaguardia!
La amistad te enseñará entonces a no necesitar del mundo y a despreciar esos vanos placeres que persiguen locamente las almas miserables.
En la felicidad, la amistad se unirá a tu alegría y te reanimará en la desgracia. El hombre tiene necesidad, en todo lo que hace, de ser aprobado y animado por alguna alma gemela, y esa alma gemela es la amistad que le brinda su aprobación.
Hallarás así en la amistad la seguridad del buen consejo y el apoyo de la protección.
En fin, en la amistad encontrarás la emulación de la virtud, pues de la misma manera que el hierro aguza el hierro, el amigo excita al amigo hacia el bien.
Pero, eso sí, sabe escogerlo, porque el oro y la plata no están tan profundamente escondidos en la tierra como el amigo verdadero en la muchedumbre de los hombres.
Antes de entregarte a él, experimenta durante un tiempo al que le quieres entregar tu confianza y tu corazón, por que —es preciso que lo sepas— la mayor parte de los amigos no tienen más que la máscara de la amistad; se asemejan a la caña que se quiebra bajo nuestra mano cuando le pedimos que nos sostenga, o también a la nube de verano, sin agua ni rocío, que se disipa al menor soplo.
Escoge a tu amigo entre los más instruídos, los más sabios y mejores. Para amar bien no hay más que los corazones puros, y además, cuando Dios no es amigo común a quien cada uno ame sobre todas las cosas, entonces cada uno se ama a sí mismo.
Que tenga la misma fe que tú, la misma educación, las mismas aspiraciones elevadas. En resumen, hijo mío, escoge un amigo con quien puedas amar a Dios, apartarte del mundo, practicar la virtud y ganar el cielo.
Y cuando lo hayas encontrado, consérvalo cuidadosamente. Amaos en el Señor; abrios el uno al otro con la confianza de vuestra edad, y que cada rompa los lazos sagrados, ni la muerte misma.
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