¿Qué quieres que haga?
Pero esta pregunta no puedo hacerla sinceramente si no estoy del todo dispuesto, resuelto a ser generoso y a no negar al Señor nada de lo que Él quiera pedirme.
Asi lo hizo Saulo, el perseguidor, y su generosidad la convirtió en Pablo, el Apóstol.
Quid me vis facere?
Hacer esta pregunta es reconocer, ante todo, la absoluta autoridad del Señor sobre mí: Él es mi Señor; a Él le corresponde mandar; a mí, obedecer; su voluntad debe ser mi ley.
Es estar dispuesto, luego, a abrazar lo que esa voluntad soberana ordene sobre mí, sin vacilaciones, sin tacañerías.
Saulo, con los ojos abiertos, no ve; y sus compañeros tienen que llevarle de la mano. El, que esperaba con sus ojos de espía descubrir a los discípulos de Cristo y arrastrarlos a los tribunales, se ve ahora conducido por manos ajenas: Dios lo cambió y cambió sus planes.
Y yo, al hacer mi pregunta, debo aceptar que Dios me cambie y que cambie también mis planes. Ya no veré con mis ojos ni andaré a mi voluntad; otros ojos verán por mí y manos ajenas me guiarán.
¿Estoy dispuesto a ello? ¿Sinceramente?...
Es la única manera de que Dios pueda obrar en mí lo que Él quiere.
Mi voluntad puede serle rebelde, y Él no la obligará a la fuerza.
A Saulo lo derribó por tierra pero no le quitó la libertad para resistirle. Saulo pregunta libremente: «¿Qué quieres que haga?»
Y Dios no revela a Saulo sus planes inmediatamente; quiere manifestárselos por medio de Ananías.
Tampoco a mí me revelará Dios sus planes sobre mí de una manera inmediata.
Quiere que yo acuda a los que Él ha puesto para dirigirme.
Y, por tanto, si yo me resisto a ello, resisto a los planes de Dios sobre mí.
Son ellos los que han de responder a mi pregunta en nombre de Dios.
Su respuesta será para mí la expresión formal de la voluntad divina y acatarla, sujetarme a ella de corazón, obrar de acuerdo con ella, es hacer lo que Dios quiere de mí; con ello probaré que mi pregunta era sincera.
Mi sujeción a esa respuesta es la mejor garantía de mi apostolado.
Pero esta pregunta no puedo hacerla sinceramente si no estoy del todo dispuesto, resuelto a ser generoso y a no negar al Señor nada de lo que Él quiera pedirme.
Asi lo hizo Saulo, el perseguidor, y su generosidad la convirtió en Pablo, el Apóstol.
Quid me vis facere?
Hacer esta pregunta es reconocer, ante todo, la absoluta autoridad del Señor sobre mí: Él es mi Señor; a Él le corresponde mandar; a mí, obedecer; su voluntad debe ser mi ley.
Es estar dispuesto, luego, a abrazar lo que esa voluntad soberana ordene sobre mí, sin vacilaciones, sin tacañerías.
Saulo, con los ojos abiertos, no ve; y sus compañeros tienen que llevarle de la mano. El, que esperaba con sus ojos de espía descubrir a los discípulos de Cristo y arrastrarlos a los tribunales, se ve ahora conducido por manos ajenas: Dios lo cambió y cambió sus planes.
Y yo, al hacer mi pregunta, debo aceptar que Dios me cambie y que cambie también mis planes. Ya no veré con mis ojos ni andaré a mi voluntad; otros ojos verán por mí y manos ajenas me guiarán.
¿Estoy dispuesto a ello? ¿Sinceramente?...
Es la única manera de que Dios pueda obrar en mí lo que Él quiere.
Mi voluntad puede serle rebelde, y Él no la obligará a la fuerza.
A Saulo lo derribó por tierra pero no le quitó la libertad para resistirle. Saulo pregunta libremente: «¿Qué quieres que haga?»
Y Dios no revela a Saulo sus planes inmediatamente; quiere manifestárselos por medio de Ananías.
Tampoco a mí me revelará Dios sus planes sobre mí de una manera inmediata.
Quiere que yo acuda a los que Él ha puesto para dirigirme.
Y, por tanto, si yo me resisto a ello, resisto a los planes de Dios sobre mí.
Son ellos los que han de responder a mi pregunta en nombre de Dios.
Su respuesta será para mí la expresión formal de la voluntad divina y acatarla, sujetarme a ella de corazón, obrar de acuerdo con ella, es hacer lo que Dios quiere de mí; con ello probaré que mi pregunta era sincera.
Mi sujeción a esa respuesta es la mejor garantía de mi apostolado.
Con esa disposición generosa y resuelta pudo ya preguntar al Señor y esperar tranquilo su respuesta:
Domine, quid me vis facere?
Señor, ¿qué queréis que haga? Habla, Señor, porque tu siervo escucha, listo a cumplir tu voluntad.
Alberto Moreno S.J.
ENTRE EL Y YO
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