LA APOSTASIA DEL JESUITA
JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA
México 1971 (pag. 111-118)
EL PLAN DE YAVE.JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA
México 1971 (pag. 111-118)
El plan de Dios, aquel gran misterio, escondido en Dios, desde toda la eternidad, según la frase de San Pablo, era la de instaurar, recapitular, restablecer todas las cosas en Cristo; es aquella anaquefalaiosis, que venía a restaurar el plan divino de la creación, perturbado por el pecado. Pero, no piensa así nuestro jesuíta: "La especificidad del pecado de Adán no llega a aclararse, pese a todos los esfuerzos de la exégesis; prueba palmaria de que al Yavista no le importaba".
¡Cuánto les interesa a los jesuítas de la nueva ola eliminar el MITO del pecado de Adán, el pecado original! Haciendo un paréntesis, me voy a permitir traducir literalmente un artículo de Juan Cardenal Diniélou, S.J., publicado en "LE JOURNAL DE LA BIBLE", n° 2:
La primera cuestión es la interpretación, que se debe dar al texto de la Biblia, que nos describe el primer pecado. Esta cuestión es, a primera vista la más fácil.
El principio es claro. Es evidente que nosotros sólo conoceríamos los acontecimientos que sucedieron (en el paraíso), por el testimonio de los que en ellos tomaron parte. Lo que concierne a los orígenes de la humanidad, como lo que concierne al origen del mundo, es esencialmente el objeto de una revelación, hecha más tarde, a los escritores inspirados de Israel. Esta revelación tuvo la substancia de los acontecimientos. Pero, los escritores inspirados han presentado esos acontecimientos por medio de imágenes acomodadas y comprensibles a su tiempo. Esto explica que estas representaciones sean comunes con las que usaron escritores paganos, egipcios, mesopotamios, sirios, de los cuales (los escritores inspirados) eran contemporáneos. El interés está en ver cómo las mismas representaciones sirven para expresar doctrinas absolutamente diferentes.
¡Cuánto les interesa a los jesuítas de la nueva ola eliminar el MITO del pecado de Adán, el pecado original! Haciendo un paréntesis, me voy a permitir traducir literalmente un artículo de Juan Cardenal Diniélou, S.J., publicado en "LE JOURNAL DE LA BIBLE", n° 2:
La primera cuestión es la interpretación, que se debe dar al texto de la Biblia, que nos describe el primer pecado. Esta cuestión es, a primera vista la más fácil.
El principio es claro. Es evidente que nosotros sólo conoceríamos los acontecimientos que sucedieron (en el paraíso), por el testimonio de los que en ellos tomaron parte. Lo que concierne a los orígenes de la humanidad, como lo que concierne al origen del mundo, es esencialmente el objeto de una revelación, hecha más tarde, a los escritores inspirados de Israel. Esta revelación tuvo la substancia de los acontecimientos. Pero, los escritores inspirados han presentado esos acontecimientos por medio de imágenes acomodadas y comprensibles a su tiempo. Esto explica que estas representaciones sean comunes con las que usaron escritores paganos, egipcios, mesopotamios, sirios, de los cuales (los escritores inspirados) eran contemporáneos. El interés está en ver cómo las mismas representaciones sirven para expresar doctrinas absolutamente diferentes.
Las fuentes de las Antiguas Tradiciones.
Que el hombre haya sido formado del limo (Gen. II, v. 7) es una representación que se encuentra en todo el Oriente del Mediterráneo, semita y ario. La representación del lugar, en donde reside la divinidad, como un bosque sagrado (paraíso) es también común. Esta representación tenía especial vida en las religiones cananeas. Nada era entonces tan normal para un semita como el imaginarse el lugar de la beatitud como un oasis con manantial y árboles. Los griegos se lo representaban de modo distinto, bajo la forma de un lugar luminoso y estable, que está más allá de la atmósfera. De donde han venido las imágenes del paraíso y del cielo, que todavía nosotros tenemos. El árbol de la vida puede simbolizar el alimento que nutre y confiere la inmortalidad. Los griegos hablan frecuentemente de un brebaje, néctar o ambrosía.
El árbol y la serpiente.
Los antecedentes que atañen directamente a la caída, están también expresados por representaciones o imágenes comunes a la Biblia y a los mitos orientales. Tiene particular importancia explicar el árbol de la ciencia del bien y del mal. "Conocer el bien y el mal" es una expresión bíblica, para designar un conocimiento total, parecido al conocimiento de Dios. Además conocer, en el sentido bíblico, tiene siempre el sentido de adquirir un poder. Procurarse un poder igual al que tienen los dioses es lo que corresponde a las expresiones de las religiones del tiempo de la magia. El árbol está siempre ligado a las prácticas mágicas. Hay, pues, aquí una polémica del autor bíblico contra las religiones idólatras de Canaán, de las que usa sus figuras para poder combatirlas.
Este es igualmente el caso de la serpiente. La serpiente, en las religiones sirias, es un símbolo de la fecundidad. Es objeto de culto en las religiones, que son religiones de la naturaleza.
Lo que caracteriza el texto bíblico es que la serpíente, que era objeto de culto, sea, por el contrario, presentada como maléfica.
Este es igualmente el caso de la serpiente. La serpiente, en las religiones sirias, es un símbolo de la fecundidad. Es objeto de culto en las religiones, que son religiones de la naturaleza.
Lo que caracteriza el texto bíblico es que la serpíente, que era objeto de culto, sea, por el contrario, presentada como maléfica.
El veradero pecado original: la idolatría.
Todo esto es muy importante para el significado del pecado original. ¡Cuántas necedades se han escrito a este propósito! Para unos fue un pecado de gula. Con más frecuencia ha sido considerado como un pecado sexual. Más difundida es la opinión de que el texto implica una condenación de la ciencia, que era considerada como sacrilega. Y se cita, para confirmar esta opinión, el caso de Galileo.
En realidad, se trata de un pecado de idolatría, ya que esta opinión esta en perfecta consonancia con el contexto histórico del Génesis. Basta leer de nuevo las denuncias, que de ese pecado hacen los profetas".
Hasta aquí Su Eminencia Juan Daniélou, S. J. Otro jesuíta escritor de la Civiltá Católica, sostuvo recientemente que todos los niños que mueren sin bautismo van al cielo. ¿Qué queda del pecado original, qué de sus consecuencias, qué de las palabras de San Pablo: "Per unum hominem peccatum intravit in mundum, et per peccatum mors, et ita in omnes homines mors pertransiit, in quo omnes peccaverunt" (Rom. V,12), por un hombre, el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se extendió a todos los que en aquél habían pecado. Y ¿qué queda de la doctrina dogmática de Trento?
Volviendo al libro de José Porfirio Miranda y de la Parra, debemos decirle que para el Yavista, lo mismo que para cualquier católico, el pecado trascendente, no es, como él insinúa, el fratricidio de Caín, sino el pecado de Adán, en el que se funda toda la economía de nuestra salvación. José Porfirio se burla de la ingenuidad de los exégetas católicos, de los Padres Conciliares de Trento, de sus definiciones dogmáticas: "La amenaza 'el día en que comas de ese árbol morirás' (Gen. II,17) fue simplemente una amenaza, que no se cuplió"... "El castigo de la transgresión distingue, con lujo de método, la punición de la serpiente, la de la mujer y la del hombre; y es lo cierto que ninguno de los tres castigos efectivos consiste en la muerte, ni como instantánea, ni como condición humana de mortalidad. El castigo de la mujer es hecho consistir en los dolores de la procreación y en la sujeción al hombre; el del hombre se desglosa en maldición de la tierra y necesidad del trabajo del hombre. Si quisiéramos ver en la mención colateral y accesoria "hasta que regreses a la tierra, porque de ella fuiste tomado, ya que polvo eres y al polvo retornarás" el cumplimiento de la pena, que fuera conminada (cosa que ciertamente no es, visto que debería aparecer la muerte como lo más central e importante, y no como un mero relativo de secundaria importancia), todavía esa mortalidad afectaría exclusivamente al varón, pues la intención determinante del párrafo es deslindar con entera precisión entre el castigo de la serpiente, el de la mujer y el del hombre. Por lo tanto —concluye von Rad— "de que la muerte sea en sí el pago del pecado, no sabe el Antiguo Testamento nada".
No menciona siquiera el texto de San Pablo, que nos dice con claridad meridiana: "por un hombre, el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte; Y ASI LA MUERTE SE EXTENDIO A TODOS LOS QUE EN AQUEL HABIAN PECADO". (Rom. V,12). Y más adelante dice San Pablo, insistiendo sobre el mismo punto y estableciendo la comparación entre nuestra ruina por Adán y nuestra salvación por Jesucristo: "Si por el delito de uno la muerte reinó por uno, así y mucho más abundará la vida en los que reciben la abundancia de gracia, de donación y de justicia, por uno, Jesucristo".
"En la famosa narración del Génesis (II,3), que hemos dado en llamar relato del pecado original, no se trata de un hombre concreto sino del "hombre", y de hecho, todas las traducciones y comentarios modernos traducen ahí (Adán) por 'el hombre'. Quiere decir que ahí no pretende el Yavista hacer historia concreta, sino que está filosofando sobre el hombre en general, con ayuda de sagas preisraelitas. Caín resulta ser el primer hombre concreto y con el Génesis (IV,1-14) empieza la historia humana".
De una vez, por todas, con el desplante, que le caracteriza, José Porfirio Miranda y de la Parra echa por tierra la historia del pecado original y la teología infantil de Trento. La historia humana empieza con un fraticidio. ¡Probablemente esos dos hermanos venían del mono, eran monos perfeccionados, aunque uno de ellos resultó peligroso!
Padres censores, que habéis dado el "Nihil obstat"; Reverendo P. Enrique Gutiérrez Martín del Campo, S.J., Prepósito Provincial de la mínima Compañía de Jesús, en la Provincia de México; Eminencia Reverendísima, Sr. Dr. Don Miguel Darío Miranda y Gómez, Arzobispo Primado de México, ¿qué pensáis de esta tesis peregrina, de esa nueva teología, que echa por tierra la Sagrada Escritura, la Tradición, las enseñanzas dogmáticas del Magisterio infalible de la Iglesia? ¿Está, dentro del dogma católico esta tesis, anatematizada por el Concilio Tridentino? Vuestra firma así parece ya decirlo; pero el imperativo de imprimir el libro y la expresa nota marginal que al "Imprimatur" acompaña no deja ya lugar a duda alguna. Todos vosotros estáis dentro de los anatemas del Concilio Tridentino.
Quitemos el pecado original y habremos quitado la base histórica y teológica del mensaje de nuestra salud por Jesucristo. El catolicismo pasará a ser una leyenda, un mito, una pesadilla criminal y funesta de la humanidad.
No me detengo más en ese tercer capítulo, porque creo que lo expuesto basta para condenar como hereje, apóstata, anticientífico y perverso el libro del jesuíta de la "nueva ola", que ya no está en la Iglesia Católica. Ni, me detendré en analizar, siquiera sea someramente el capítulo cuarto, aunque los títulos parezcan tan llamativos, como si nuestro jesuíta tratara de hacer una anatomía de la historia del mundo, que, notémoslo bien, empezó con Caín, no con Adán. Me parece que, con lo expuesto, basta para justificar los duros epítetos que he dado al autor de este libro perverso. Sin embargo, me interesa estudiar el último capítulo, en el que, por fin veremos la dialéctica de Carlos Marx.
En realidad, se trata de un pecado de idolatría, ya que esta opinión esta en perfecta consonancia con el contexto histórico del Génesis. Basta leer de nuevo las denuncias, que de ese pecado hacen los profetas".
Hasta aquí Su Eminencia Juan Daniélou, S. J. Otro jesuíta escritor de la Civiltá Católica, sostuvo recientemente que todos los niños que mueren sin bautismo van al cielo. ¿Qué queda del pecado original, qué de sus consecuencias, qué de las palabras de San Pablo: "Per unum hominem peccatum intravit in mundum, et per peccatum mors, et ita in omnes homines mors pertransiit, in quo omnes peccaverunt" (Rom. V,12), por un hombre, el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se extendió a todos los que en aquél habían pecado. Y ¿qué queda de la doctrina dogmática de Trento?
Volviendo al libro de José Porfirio Miranda y de la Parra, debemos decirle que para el Yavista, lo mismo que para cualquier católico, el pecado trascendente, no es, como él insinúa, el fratricidio de Caín, sino el pecado de Adán, en el que se funda toda la economía de nuestra salvación. José Porfirio se burla de la ingenuidad de los exégetas católicos, de los Padres Conciliares de Trento, de sus definiciones dogmáticas: "La amenaza 'el día en que comas de ese árbol morirás' (Gen. II,17) fue simplemente una amenaza, que no se cuplió"... "El castigo de la transgresión distingue, con lujo de método, la punición de la serpiente, la de la mujer y la del hombre; y es lo cierto que ninguno de los tres castigos efectivos consiste en la muerte, ni como instantánea, ni como condición humana de mortalidad. El castigo de la mujer es hecho consistir en los dolores de la procreación y en la sujeción al hombre; el del hombre se desglosa en maldición de la tierra y necesidad del trabajo del hombre. Si quisiéramos ver en la mención colateral y accesoria "hasta que regreses a la tierra, porque de ella fuiste tomado, ya que polvo eres y al polvo retornarás" el cumplimiento de la pena, que fuera conminada (cosa que ciertamente no es, visto que debería aparecer la muerte como lo más central e importante, y no como un mero relativo de secundaria importancia), todavía esa mortalidad afectaría exclusivamente al varón, pues la intención determinante del párrafo es deslindar con entera precisión entre el castigo de la serpiente, el de la mujer y el del hombre. Por lo tanto —concluye von Rad— "de que la muerte sea en sí el pago del pecado, no sabe el Antiguo Testamento nada".
No menciona siquiera el texto de San Pablo, que nos dice con claridad meridiana: "por un hombre, el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte; Y ASI LA MUERTE SE EXTENDIO A TODOS LOS QUE EN AQUEL HABIAN PECADO". (Rom. V,12). Y más adelante dice San Pablo, insistiendo sobre el mismo punto y estableciendo la comparación entre nuestra ruina por Adán y nuestra salvación por Jesucristo: "Si por el delito de uno la muerte reinó por uno, así y mucho más abundará la vida en los que reciben la abundancia de gracia, de donación y de justicia, por uno, Jesucristo".
"En la famosa narración del Génesis (II,3), que hemos dado en llamar relato del pecado original, no se trata de un hombre concreto sino del "hombre", y de hecho, todas las traducciones y comentarios modernos traducen ahí (Adán) por 'el hombre'. Quiere decir que ahí no pretende el Yavista hacer historia concreta, sino que está filosofando sobre el hombre en general, con ayuda de sagas preisraelitas. Caín resulta ser el primer hombre concreto y con el Génesis (IV,1-14) empieza la historia humana".
De una vez, por todas, con el desplante, que le caracteriza, José Porfirio Miranda y de la Parra echa por tierra la historia del pecado original y la teología infantil de Trento. La historia humana empieza con un fraticidio. ¡Probablemente esos dos hermanos venían del mono, eran monos perfeccionados, aunque uno de ellos resultó peligroso!
Padres censores, que habéis dado el "Nihil obstat"; Reverendo P. Enrique Gutiérrez Martín del Campo, S.J., Prepósito Provincial de la mínima Compañía de Jesús, en la Provincia de México; Eminencia Reverendísima, Sr. Dr. Don Miguel Darío Miranda y Gómez, Arzobispo Primado de México, ¿qué pensáis de esta tesis peregrina, de esa nueva teología, que echa por tierra la Sagrada Escritura, la Tradición, las enseñanzas dogmáticas del Magisterio infalible de la Iglesia? ¿Está, dentro del dogma católico esta tesis, anatematizada por el Concilio Tridentino? Vuestra firma así parece ya decirlo; pero el imperativo de imprimir el libro y la expresa nota marginal que al "Imprimatur" acompaña no deja ya lugar a duda alguna. Todos vosotros estáis dentro de los anatemas del Concilio Tridentino.
Quitemos el pecado original y habremos quitado la base histórica y teológica del mensaje de nuestra salud por Jesucristo. El catolicismo pasará a ser una leyenda, un mito, una pesadilla criminal y funesta de la humanidad.
No me detengo más en ese tercer capítulo, porque creo que lo expuesto basta para condenar como hereje, apóstata, anticientífico y perverso el libro del jesuíta de la "nueva ola", que ya no está en la Iglesia Católica. Ni, me detendré en analizar, siquiera sea someramente el capítulo cuarto, aunque los títulos parezcan tan llamativos, como si nuestro jesuíta tratara de hacer una anatomía de la historia del mundo, que, notémoslo bien, empezó con Caín, no con Adán. Me parece que, con lo expuesto, basta para justificar los duros epítetos que he dado al autor de este libro perverso. Sin embargo, me interesa estudiar el último capítulo, en el que, por fin veremos la dialéctica de Carlos Marx.
FE Y DIALECTICA.
Con ese título, tan paradógico y atrevido, encabeza José Porfirio Miranda y de la Parra el último capítulo de su obra sensacionalista. Como si quisiera decirnos que la fe, la verdadera fe, la fe de la Biblia, se identifica nada menos que con la dialéctica de Marx. Para hacer sus pruebas, es verdaderamente incomparable nuestro Porfirio. Empieza con dos citas, las dos extrañas, de sus autores favoritos. Bultmann dice que "la fe es falsificada por completo, cuando se la convierte en una 'concepción del mundo' en una cosmovisión o en una visión de la historia". Marcuse dice "que la dialéctica se petrifica en 'concepción del mundo' y automáticamente deja de ser dialéctica.
"No es coincidencia, dice el jesuíta, el entronque de estas dos críticas. Ambas brotan de haber captado la fe y la dialéctica con mucho mayor profundidad, que los respectivos representantes oficiales de una y de otra; con 'mucho mayor profundidad' significa: con mucho mayor fidelidad al sentido original". Explicando, en cristiano, las oscuras palabras de nuestro filósofo de vanguardia, me parece que quiere decirnos: La coincidencia entre la observación del Bultmann y Marcuse nace de que Bultmann y Marcuse ahondaron más que 'los representantes oficiales', sobre la esencia misma de la fe y de la dialéctica. ¿Quiénes son esos representantes oficiales de la fe y de la dialéctica? No lo dice; pero, podemos suponerlo. De la fe, el representante oficial es el Magisterio de la Iglesia. De la dialéctica son los dirigentes o ideolólogos del partido comunista. Bultmann, captó, con mucho mayor profundidad que el Magisterio de la Iglesia el hondo sentido de la fe; y Marcuse, a su vez, penetró más al fondo el sentido de la dialéctica, que el mismo Marx y sus sucesores. En esto coinciden Bultmann y Marcuse.
Y esta coincidencia "hace sospechar —dice Porfirio— que entre fe y pensamiento dialéctico hay un común denominador, bastante más serio que cuanto despectivamente suelen suponer positivistas occidentales, que piensan desacreditar el marxismo auténtico diciendo que no es ciencia, sino fe". De suerte que, según nos lo dice tanquam auctoritatem habens nuestro altísimo filósofo, entre la fe y la dialéctica hay un común denominador, aunque la dialéctica —contra la opinión de los científicos positivistas occidentales— no es fe. "Son demasiadas convergencias" las que hay entre la fe y la dialéctica. "Tanto la fe, como el pensamiento dialéctico (de Hegel y Marx) acusan a la 'sabiduría de este mundo' de superficialidad total, de ceguera inclusive, en el conocimiento de la realidad; los señores de este mundo corresponden a ambas, no sólo dedicándole a cada una, a la fe y a la dialéctica, idéntico desprecio, sino haciendo que sea motivo de desprecio el hecho de que coincidan". Tres nuevas coincidencias: la fe y la dialéctica acusan, al unísono, a la sabiduría de este mundo de superficialidad total y de ceguera. Los señores de este mundo despercian con olímpico desprecio así a la fe, como a la dialéctica. LA COINCIDENCIA de ambas es también despreciada por los "grandes" de este mundo. Sí, dice el jesuíta; estos son "demasiadas coincidencias. Subyacente debe de haber (no se dice así, José Porfirio, sino debe haber) una afinidad profunda (entre la fe y la dialéctica), que no ha logrado salir enteramente a flote". JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA es hábil nadador y va a sacar a flote la sumergida coincidencia.
"No es coincidencia, dice el jesuíta, el entronque de estas dos críticas. Ambas brotan de haber captado la fe y la dialéctica con mucho mayor profundidad, que los respectivos representantes oficiales de una y de otra; con 'mucho mayor profundidad' significa: con mucho mayor fidelidad al sentido original". Explicando, en cristiano, las oscuras palabras de nuestro filósofo de vanguardia, me parece que quiere decirnos: La coincidencia entre la observación del Bultmann y Marcuse nace de que Bultmann y Marcuse ahondaron más que 'los representantes oficiales', sobre la esencia misma de la fe y de la dialéctica. ¿Quiénes son esos representantes oficiales de la fe y de la dialéctica? No lo dice; pero, podemos suponerlo. De la fe, el representante oficial es el Magisterio de la Iglesia. De la dialéctica son los dirigentes o ideolólogos del partido comunista. Bultmann, captó, con mucho mayor profundidad que el Magisterio de la Iglesia el hondo sentido de la fe; y Marcuse, a su vez, penetró más al fondo el sentido de la dialéctica, que el mismo Marx y sus sucesores. En esto coinciden Bultmann y Marcuse.
Y esta coincidencia "hace sospechar —dice Porfirio— que entre fe y pensamiento dialéctico hay un común denominador, bastante más serio que cuanto despectivamente suelen suponer positivistas occidentales, que piensan desacreditar el marxismo auténtico diciendo que no es ciencia, sino fe". De suerte que, según nos lo dice tanquam auctoritatem habens nuestro altísimo filósofo, entre la fe y la dialéctica hay un común denominador, aunque la dialéctica —contra la opinión de los científicos positivistas occidentales— no es fe. "Son demasiadas convergencias" las que hay entre la fe y la dialéctica. "Tanto la fe, como el pensamiento dialéctico (de Hegel y Marx) acusan a la 'sabiduría de este mundo' de superficialidad total, de ceguera inclusive, en el conocimiento de la realidad; los señores de este mundo corresponden a ambas, no sólo dedicándole a cada una, a la fe y a la dialéctica, idéntico desprecio, sino haciendo que sea motivo de desprecio el hecho de que coincidan". Tres nuevas coincidencias: la fe y la dialéctica acusan, al unísono, a la sabiduría de este mundo de superficialidad total y de ceguera. Los señores de este mundo despercian con olímpico desprecio así a la fe, como a la dialéctica. LA COINCIDENCIA de ambas es también despreciada por los "grandes" de este mundo. Sí, dice el jesuíta; estos son "demasiadas coincidencias. Subyacente debe de haber (no se dice así, José Porfirio, sino debe haber) una afinidad profunda (entre la fe y la dialéctica), que no ha logrado salir enteramente a flote". JOSE PORFIRIO MIRANDA Y DE LA PARRA es hábil nadador y va a sacar a flote la sumergida coincidencia.
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