A menos de una absoluta
imposibilidad, tú, hijo mió, debes asistir a la misa todos los domingos y,
como lo dice el catecismo, en las fiestas de obligación. Es un deber grave; no
te es permitido violarlo sin razón grave.
Este deber —no lo ignoro— en a veces penoso: en el campo, en el ejército, en los viajes; un joven cristiano que quiere ser fiel, encontrará mil obstáculos ante sus pasos; pues a veces todo parece conjurarse contra su buena voluntad, y le es preciso, en varias circunstancias, un valor casi heroico.
Este deber —no lo ignoro— en a veces penoso: en el campo, en el ejército, en los viajes; un joven cristiano que quiere ser fiel, encontrará mil obstáculos ante sus pasos; pues a veces todo parece conjurarse contra su buena voluntad, y le es preciso, en varias circunstancias, un valor casi heroico.
Es necesario despreciar
el respeto humano que se experimenta al encontrarse solo, o casi solo, en una
iglesia, con niños y mujeres.
Es necesario hacer un
largo viaje por caminos difíciles; el sol es demasiado ardiente; el viento
sopla frío; la lluvia cae.
Es necesario sacrificar
una parte del placer y faltar a una cita, donde tu ausencia será notada y
comentada.
Es necesario arreglar
su tiempo y hacer combinaciones embarazosas, donde el espíritu se confunde.
Además, cuántos se
dejan llevar por la corriente de la cobardía o debilidad general y faltan a la
misa, por no tener el valor de imponerse un sacrificio.
Tú, hijo mío, sé
heroico si es necesario; pero no te dejes ablandar ni arrastrar.
El dia en que un joven,
educado cristianamente, falte voluntariamente a la misa, habrá quitado la
piedra del ángulo, y el edificio de su fe y de su virtud se ha resquebrajado.
El que ha faltado una
vez, faltará dos veces, faltará siempre, y muy pronto Dios ya no tendrá un
lugar en su vida.
Por ahora, asistir a la misa del domingo es casi el único medio de
profesar públicamente su fe; si no te muestras cristiano por ese acto. ¿cómo
lo mostrarás?
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