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miércoles, 2 de enero de 2013

EL ANTICONCEPCIONISMO (1)

     Una ojeada somera sobre el desarrollo de la anticoncepción, organizada en los Estados Unidos durante los últimos años, puede servir de introducción ilustrativa de esta materia.
     La primera clínica de control de la natalidad que obtuvo carta de permanencia fué instituida en la ciudad de Nueva York. Fué la que dió origen a todos los demás centros similares. En 1928 existían ya veintiuna del mismo tipo. En 1930 ascendían a un número intermedio entre 40 y 50; en 1935 subieron a 150; en 1937, a 356. En septiembre de 1938, a 447. En enero de 1940, a 553, dándose, por consiguiente, un aumento de 400 en cinco años. En enero de 1942 llegaban aproximadamente a 620 en toda la nación, y sólo seis meses más tarde, en junio de 1942, alcanzaron la cifra de 805 en 44 Estados.
     Debido a la segunda guerra mundial, el número de centros de control de la natalidad experimentó una gran disminución: médicos y enfermeras pertenecientes a estas clínicas fueron enrolados en el servicio militar. La unidad familiar quedó rota al ser llamados los maridos; aquellos que permanecieron en la retaguardia gozaron de grandes ingresos, debido a la industria de guerra. En total, en 1945 existían unas 600 clínicas de control de la natalidad, y este número ha continuado fluctuando entre 550 y 600.
     La expresión «Organizaciones de Sanidad Publica" se usa para indicar todas aquellas clases de grupos que patrocinan estas clínicas: Organizaciones de Sanidad del Estado, de condados y de ciudades; privadas y comunes; grupos locales de «planned Parenthood»; centros de asesoramiento familiar. El gran número existente es debido en las organizaciones de Sanidad del Estado y de los condados proporciona información y ayuda anticoncepcional sobre la misma base que los demás servicios referentes al bienestar de la madre y del niño.
     Si a alguno le interesa llegar a conocer la extensión que la anticoncepción ha adquirido en la vida familiar americana, tenga en cuenta que, en su mayor parte, la anticoncepción es un vicio practicado más bien en privado que en contacto con las clínicas de control de la natalidad. La mayor parte de los que practican la anticoncepción lo hacen en forma completamente privada o dirigidos por el médico de la familia. Las clínicas de control de la natalidad, en general, se ocupan de aquel pequeño porcentaje de familias a quienes les es difícil pagar un médico particular. 

Argumentos en favor de la anticoncepción.

   Es natural que consideremos, siquiera someramente, los argumentos que se nos ofrecen en favor de la práctica anticoncepcionista. Podemos reducirlos a cuatro tipos generales: el económico, el eugénico, el médico y el moral.
     A) El argumento económico en pro de la anticoncepción subraya la necesidad de que los padres no tengan más hijos que los que pueden mantener decorosamente. El alimento, el vestido, la casa, la recreación y educación adecuadas deberían ser herencia de cada uno de los hijos. Siempre que el numero de hijos en la familia exceda las posibilidades de sus intereses financieros, la carencia de las cosas necesarias a la vida es su consecuencia infausta y obligada.

     ¿Cual es la solución de este urgente y eterno problema? Ciertamente, afirma el defensor de la anticoncepción, no hay que esperar que los esposos se abstengan del ejercicio de los derechos matrimoniales; ni, por otra parte, debieran engendrar hijos a quienes no pudieran proporcionar los requisitos fisícos, intelectuales y sociales de una vida feliz y afortunada.
     La solución obvia del problema, según los que propugnan el control de la natalidad, es la "paternidad limitada». Una instrucción amplia acerca de la práctica anticoncepcionista debiera ponerse al alcance de todas las personas unidas en matrimonio, en particular de aquellas que integran las clases más pobres.
     Se nos dice que el conocimiento y la práctica de la anticoncepción seria de gran utilidad para la familia individual. El matrimonio no se veria amenazado por el temor constante de un embarazo indeseado. No nacerían más niños en casas donde no se los quiere, y en las que muy posiblemente no podrán contar con lo indispensable para la vida.

     También la sociedad obtendría ciertas ventajas de la práctica generalizada del anticoncepcionismo, especialmente entre las clases más modestas. La pobreza desaparecería, disminuiría el paro, las condiciones sanitarias mejorarían y el salario más alto haría posible a las personas de condición media el logro de posiciones económicas mejores.
     La respuesta al argumento económico será de fácil comprensión. En primer término, no se trata de un argumento sobre el carácter moral de la anticoncepción. Enuncia simplemente que ciertos beneficios de alta importancia económica se derivarían forzosamente de la práctica generalizada del anticoncepcionismo, en especial para las clases pobres. De aquí se viene a concluir que la anticoncepción es moralmente lícita.
     Pero, ¿desde cuándo se ha comenzado a valorar la moralidad de un acto por el provecho que pueda obtenerse del mismo? ¿Desde cuando un acto es moralmente bueno porque asegura el logro de ventajas materiales? Con esta norma, la mentira, el asesinato de los dementes e incurables, el robo a los ricos y otros innumerables actos al estilo, deberían ser clasificados entre las acciones moralmente lícitas.
     El defecto fundamental del argumento económico radica en que no se atiende a valorar el carácter moral del acto mismo. Se parte simplemente de la suposición de que el acto es lícito porque nos aseguraría la posesión de ciertas ventajas materiales que necesitamos. Este no avenirse a considerar la naturaleza del acto en si mismo, es característico de cada uno de los cuatro argumentos básicos a favor de la anticoncepción. Esta misma falacia ética es inherente a cada uno de los argumentos, a saber: la tentativa de valorar la moralidad de un acto atendiendo sólo a sus efectos materiales y temporales.
     Prestaremos más atención a este sofisma ético en el capítulo dedicado al Aborto directo. Por ahora nos limitaremos a decir que hay algo inherente a la misma naturaleza de un acto, fuera y por encima de sus efectos temporales, que lo hace conforme o disconforme a la naturaleza del hombre. Hay en Etica un principio fundamental que dice: «El fin no justifica los medios», es decir, la moralidad de un acto no puede ser medida atendiendo solamente a las ventajas materiales que pudiera reportar. Rechazar este principio equivaldría a hacer tabla rasa de los fundamentos de la Etica. Una norma moral estable e inmutable no entraría en los límites de lo posible. La moralidad quedaría establecida solamente en función de la conveniencia.
     Además de lo expuesto anteriormente sobre el argumento económico, hacemos notar que la anticoncepción es más común entre las clases altas que entre las bajas. Por tanto, el desarrollo creciente de la anticoncepción no tanto disminuirá el número de pobres cuanto reducirá el número de hijos entre los ricos.
     El remedio obvio y adecuado a las condiciones miserables de vida y a los salarios bajos es mejorar la organización de la sociedad. Hay en el mundo trabajo y riqueza suficientes para todos. La gran necesidad de nuestro tiempo es una legislación social que impida la concentración de la riqueza en las manos de relativamente pocos, sin menoscabo de los derechos individuales. El Estado debe también emprender una acción eficaz que allane el camino de la vida a las familias numerosas.
     B) El argumento eugénico en favor de la anticoncepción se interesa por el mejoramiento de la raza. Los que proponen este argumento estiman que una familia con dos o tres hijos es el «desiderátum» para todas las clases sociales. Su convicción, hondamente arraigada, es que cuanto menos numerosos sean los hijos en la familia, tanto resultarán mejores en calidad. Es también esperanza y propósito de los eugenistas el que el desarrollo de la anticoncepción entre las clases bajas contribuya a la desaparición de esa parte del pueblo que se complace en mirar como inferior. De la misma manera, aconsejan el uso de medidas anticonceptivas a todos aquellos esposos que tienen defectos que pueden ser transmitidos a la prole por herencia, a no ser que se presten a contribuir a la existencia de seres física o mentalmente degenerados.
     Pero este argumento afirma, sin más, que muchas condiciones patologicas (tales como la epilepsia) se transmiten ciertamente a través de la herencia. La ciencia tiene mucho que aprender todavía acerca de muchas condiciones patológicas aparentemente hereditarias, y el verdaderamente cientifico no tiene dificultad en admitir la duda que asalta su mente a este respecto. Además, aun cuando se supiese que una condición patológica determinada se transmite con la herencia, este argumento supone, sin pruebas, que hemos de estar seguros de que aparecerá con toda seguridad en uno de los niños. Las leyes de Mendel sobre la herencia raramente justifican la confianza absoluta que se pone en esa conclusión. (Mucho tenemos que decir sobre esta materia en un capítulo ulterior al criticar la esterilización eugénica.)

     En segundo lugar, aun cuando la anticoncepción produjese mejores ciudadanos, no podría ser tolerada. La anticoncepción es un acto intrínsecamente inmoral; por tanto, ningún bien que pueda resultar de ella justificará jamás su práctica.
     Además, no existe fundamento alguno para afirmar que cuantos menos sean los hijos en la familia, tanto mejor han de ser en lo que se refiere a las cualidades de alma y cuerpo. Desde luego es verdad que los padres deben hallarse en condiciones de suministrar lo necesario para la vida de sus hijos. Pero si a los padres de clase media, rectos y laboriosos, les es imposible cubrir esas necesidades, la culpa no es de ellos, es del Estado. La solución del problema no debe buscarse restringiendo la función de la familia, sino forzando al Estado a cumplir la obligación que tiene de procurar el bienestar de los ciudadanos.
     Cuando en una casa quedan cubiertas todas las necesidades de la vida, la familia numerosa no implica la existencia de niños de tipo inferior. De hecho, la experiencia, en la casi generalidad de los casos, demostraría lo contrario. Nada es comparable a la felicidad de un hogar que cuenta con hijos numerosos. El niño de familia numerosa tiene un ambiente más propicio para desarrollar una personalidad bien formada e innumerables virtudes sociales; un ambiente mejor que el que puede rodear al «hijo único».
     Por último, el espíritu que anima a la eugenesia materialista es obvio. Pone el galardón y recompensa en las riquezas terrenales e identifica la pobreza económica con la inferioridad. A pesar de esta postilla, el hombre sigue siendo una criatura compuesta de cuerpo y alma. Sus facultades más nobles son las que pertenecen al espíritu, y la mayor «superioridad» posible entre los hombres se basa en una naturaleza espiritual sumamente desarrollada. No falta esta excelencia espiritual entre la gente pobre. Desgraciadamente, en cambio, no suele ser muy común entre los ricos. El punto de vista, según el cual los censores de los pobres son «superiores» a éstos, es la posesión de más riqueza, de una ciencia profana más vasta y de un arbitrario código de etiqueta. El materialista debe reformar su propia conciencia personal y necesita llegar a comprender la jerarquía auténtica de los valores.
     C) El argumento médico en favor de la anticoncepción se basa en el hecho de presentarse muchas circunstancias en las cuales constituye el embarazo un peligro para la salud y aun para la vida de la mujer.
     Las circunstancias tocantes a la salud son tan numerosas, que no es dable verificar su enumeración. Entre las indicaciones médicas sugeridas en las que se juzga necesaria la anticoncepción, señálanse las siguientes: 
    1) Toda circunstancia ginecológica u obstétrica que hace el parto arriesgado, como lo patentiza la historia de embarazos peligrosos, toxemia, eclampsia, hiperemesis gravidarum, partos prolongados o mediante instrumentos, deformidad de los huesos de la pelvis o una operación cesárea; 
     2) ciertas enfermedades cardíacas; 
     3) muchos casos de tuberculosis; 
     4) alta presión sanguínea y ciertas enfermedades renales;
   5) estados patológicos mixtos, tales como diabetes, paperas tóxicas infecciones venéreas, excesiva obesidad, grave desnutrición, debilidad general; 
   6) la presencia de ciertas enfermedades nerviosas y mentales tales como la locura, idiotez, epilepsia, hemofilia, sordera o ceguera hereditarias (los anticoncepcionistas prefieren el impedimento permanente de la concepción por esterilización para este grupo de condiciones anormales); 
   7) se indica también la anticoncepción como medio apto para distanciar la venida de los hijos, a fin de evitar detrimento de la salud a causa de frecuentes embarazos.
     La respuesta ética a estas dificultades es relativamente fácil. La mujer puede evitar el embarazo poniendo en práctica cualquier medio lícito, pero nunca mediante un acto inmoral. Puede evitar la concepción o bien absteniéndose totalmente de las relaciones sexuales, o mediante la práctica, bajo la dirección de un guía experto, del método del periodo agenésico. Pero, como hemos dicho ya, la anticoncepción es un acto intrinsecamente inmoral, y ningún fin, de cualquier especie que sea, puede justificarlo.
     D) El argumento moral defiende que la práctica de la anticoncepción estrecha los lazos matrimoniales. Sostiene que dicha práctica disminuiría el número de los divorcios, y salvaguardaría mejor la dignidad de la mujer. El nervio de este argumento es que la supresión de los embarazos portadores de penalidades físicas o económicas, equivale a la eliminación de un factor que mina el fundamento de la unidad familiar.

     La respuesta al especioso argumento moral ya se prevé. Todos y cada uno están interesados en suprimir cualquier factor que incremente las cargas matrimoniales, pero jamás se puede obrar inmoralmente para suprimir estas dificultades. Las personas unidas en matrimonio no quedan más justificadas, cometiendo el acto inmoral de la anti concepción para aminorar las dificultades domésticas, que si cometen un robo para aligerar la carga económica. No se puede cometer jamás un acto inmoral, cualesquiera que fueren las ventajas que pudieran derivarse de él.
Charles J. Mc Fadden (Agustino)
ETICA Y MEDICINA 

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