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miércoles, 30 de enero de 2013

MARTIRIO DE SAN JULIO, BAJO DIOCLECIANO, AÑO 302

     Se ignora la fecha en que el veterano San Julio sufrió el martirio, pues el comienzo de sus bellas actas no puede ser más vago: Tempore persecutionis... Lo más probable es —adelantó Ruinart— que haya de ponerse en la magna persecución de Diocleciano, y, concretamente, en la depuración del ejército que precedió, según Eusebio, al desencadenamiento de la persecución general. Dorostoro, donde Julio sufrió el martirio, fué en otro tiempo ciudad episcopal, bajo el arzobispo de Marcianópolis, en la Mesia inferior; se dice haber quedado hoy reducida a una aldea de la actual Bulgaria. La Mesia, como, en general, toda la frontera del Danubio, reunía una de las más grandes concentraciones de tropas de todo el Imperio. Puestas bajo el mando del feroz Galerio, se explica que la persecución se ensañara en los soldados cristianos, que no debían de ser raros en aquellas regiones.
     Como quiera, las actas del martirio de este soldado veterano son bellas y, en su sencillez notarial, las penetra un aliento de patética emoción. Su autenticidad, fuera de algún leve retoque, es segura. El texto publicado en Analecta Bollandiana (1891, p. 50), es juzgado así por los editores:

Martirio de San Julio, veterano.

    I. En tiempo de la persecución, cuando los fieles esperaban recibir los premios eternos prometidos a los vencedores en los combates gloriosos de la fe, fue detenido Julio y presentado al gobernador Máximo por agentes de la audiencia.
El presidente Máximo dijo:      ¿Quién es éste?
Los oficiales respondieron:
    —Es un cristiano que no quiere obedecer los edictos imperiales.
Presidente:      ¿Cómo te llamas?
Respondió:     Julio.
Presidente: ¿Qué dices, Julio? ¿Es verdad lo que de ti me informan?
Julio: Así es, puesto que yo soy cristiano y no puedo negar que soy lo que soy.
Presidente: ¿Es que ignoras los mandatos de los emperadores, que ordenan sacrificar a los dioses?
Julio: No los ignoro, ciertamente; pero yo soy cristiano y no puedo hacer lo que quieres. Porque no conviene que yo me olvide del Dios verdadero y vivo.

     II. Máximo. —Pues ¿qué mal hay en echar unos granos de incienso y marcharse?
Julio: Yo no puedo despreciar los mandamientos divinos y aparecer infiel a mi Dios. Y, efectivamente, cuando yo seguía el error de la vana milicia, jamás, en veintisiete años, hube de comparecer ante tribunal alguno por criminal o pendenciero. Siete veces salí a campaña, y nunca me quedé a la zaga de nadie ni combatí con menos denuedo que el más valiente. Jamás me vió el príncipe cometer una perfidia. ¿Y quieres tú ahora que, después de mostrarme leal en lo Imenos, pueda yo ser un traidor en lo más?
Máximo.—¿Qué milicia has seguido?
Julio. He seguido las armas, y a mi debido tiempo me licencié como veterano. Temiendo siempre a Dios, que hizo el cielo y la tierra, le he tributado culto, y ahora le sigo ofreciendo mi servidumbre.
Máximo.—Julio, veo que eres hombre prudente y grave. Hazme, pues, caso a mí e inmola a los dioses, a fin de alcanzar una grande remuneración.
Julio.—No hago lo que dices por temor a incurrir en pena eterna.Máximo.—Si piensas que ello es un pecado, yo cargo con él. Yo soy quien te hago fuerza, para que no parezca que voluntariamente cedes. Luego te vas tranquilo a tu casa, recibes el dinero de las fiestas decenales, y nadie, en adelante, se ha de meter contigo.
Julio.—Ni ese dinero de Satanás ni tu astuta persuasión podrán privarme de la luz eterna. Da, pues, sentencia contra mí, como contra un cristiano.

     III. Máximo.—Si no acatas los mandatos imperiales y sacrificas, te haré cortar la cabeza.
Julio.—Muy bien lo has pensado. Yo te ruego, pues, piadoso presidente, por la salud de tus emperadores, que lleves a cabo tu pensamiento y pronuncies sentencia contra mi, y se cumplan así mis deseos.
Máximo.—Si no te arrepientes, seguro puedes estar que se cumplirán.
Julio.—Si esto mereciere sufrir, eterna gloria me espera.
Máximo.—Así te lo imaginas. Como alcanzarías gloria eterna sería sufriendo por las leyes de la patria.Julio.—Por las leyes, no hay duda que sufro; pero es por las leyes divinas.
Máximo.—¿Las que os enseñó uno que murió crucificado? Ya ves lo necio que eres, témiendo más a un muerto que a emperadores vivientes.
Julio.—Él murió por nuestros pecados, para darnos vida eterna; pero siendo Dios, el mismo Cristo permanece por los siglos de los siglos. El que le confesare tendrá la vida eterna; el que le negare, sufrirá castigo eterno.
Máximo.—Me inspiras compasión, y por ello te doy consejo que sacrifiques y vivas con nosotros.
Julio.—Si viviere con vosotros, ello sería para mí la muerte; mas si muero en la presencia del Señor, viviré eternamente.
Máximo.—Oyeme y sacrifica, no me vea obligado, como te he prometido, a quitarte la vida.
Julio.—Yo he escogido morir temporalmente, para vivir con los santos para siempre.
Así, el presidente Máximo dió la sentencia, diciendo:
—Julio, cpie se ha negado a obedecer a los edictos imperiales, sufra pena capital.

     IV. Conducido que fue al lugar del suplicio, todos le besaban. Mas el bienaventurado Julio dijo:
     —Que cada uno vea la intención con que me besa.
     Había entre los asistentes un tal Isiquio, soldado cristiano, también preso, que le dijo al santo mártir:  —Yo te ruego
Julio: cumple con gozo tu promesa y recibe la corona que el Señor ha prometido dar a los que le confiesan, y acuérdate de mí, que te he de seguir muy pronto. Saluda también de mi parte, con todo afecto, te ruego, a nuestro hermano Valentión, siervo de Dios, que por su buena confesión nos ha tomado la delantera camino del Señor.
Julio, por su parte, habiendo besado a Isiquio, le dijo:
—Date prisa, hermano, en venir. Tus encargos los recibirá el que tú saludas.
Y tomando el pañizuelo, se ató él mismo los ojos y tendió el cuello, diciendo:
Señor Jesucristo, por cuyo nombre sufro la muerte, yo te suplico que te dignes recibir mi espíritu con tus santos mártires.
Asi, pues, el ministro del diablo, descargando el golpe de la espada, puso fin a la vida del beatísimo mártir en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien es honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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