El progreso moderno de la ciencia biológica, unido a otros varios factores, tales como las condiciones económicas del siglo en curso, han contribuido a despertar y difundir el interés por la limitación de la familia. Esta ha sido la razón por la que hemos dado tanta amplitud a todo el problema de la anticoncepción en el capítulo precedente. Este es también el motivo que nos induce a fijar nuestra atención en el presente capitulo, sobre el tema: Método del período agenésico.
Los aspectos morales del método del período agenésico serán expuestos en la segunda mitad de este capítulo. Por el momento, la sucinta reseña histórica que sigue, sobre los descubrimientos científicos relativos a esta materia, proporcionará los antecedentes necesarios para la inteligencia del tema en cuestión.
Los aspectos morales del método del período agenésico serán expuestos en la segunda mitad de este capítulo. Por el momento, la sucinta reseña histórica que sigue, sobre los descubrimientos científicos relativos a esta materia, proporcionará los antecedentes necesarios para la inteligencia del tema en cuestión.
Antecedentes históricos.
Es evidente que en los tiempos antiguos se sabía ya, al menos de un modo confuso, que se daban ciertos días durante el ciclo menstrual, en los cuales no podía tener lugar la concepción. Así, el capítulo XV del Levítico prescribe que las mujeres hebreas debían abstenerse de las relaciones sexuales durante los doce días aproximadamente que siguen a la menstruación. Estos doce días, calculados con mayor o menor precisión, integran el primer período infecundo o agenésico, con arreglo a lo que sabemos hoy día por la ciencia moderna, dentro del plazo ordinario del ciclo menstrual. A los judíos se les prohibían las relaciones matrimoniales durante este primer período agenésico, volviendo a ellas en los días del mes en los cuales la concepción era más probable. Habida cuenta de este hecho, es fácil explicarse la fecundidad excepcional del pueblo judío al través de los siglos. Los escritos talmúdicos indican también que los judíos tenían ideas precisas acerca del tiempo durante el cual los elementos masculinos de la generación (espermatozoide) conservan su capacidad fecundante. Los escritos médicos de los Indos revelan que también ellos conocían que la mujer puede concebir solamente durante una etapa del ciclo menstrual: en concreto, durante el periodo que sigue inmediatamente a la ovulación. (Una exposición mas detallada de los conocimientos poseídos por los pueblos de la antigüedad sobre esta materia puede verse en la obra del doctor J. G. Helt Intitulada Marriage and Periodic Continence, publicada en Londres en 1937.) Durante la última parte del siglo XIX, muchos esfuerzos científicos fueron dirigidos a la formulación de una teoría biológica sobre el tiempo probable de la concepción. Puntos de vista erróneos, como que la menstruación coincidía con la ovulación, contribuyeron a la inexactitud de esta teoría. Así, el doctor Gallud Pechet publicó un libro de gran éxito editorial sobre esta materia en el año 1842, sosteniendo que la menstruación y la ovulación eran simultáneas. Este error de los científicos del siglo XIX fué debido a una falsa interpretación del hecho de que muchos animales derraman sangre durante el llamado «tiempo de celo», coincidiendo con el momento en que tiene lugar la ovulación, y es más probable se verifique la concepción; de hecho, en muchas especies, sólo durante este tiempo la hembra acepta al macho. Tales hechos llevaron a los hombres de ciencia de aquella época a concluir que la menstruación en las mujeres es análoga al «tiempo del celo» en los animales. Estos errores fundamentales fueron incorporados a la llamada teoría Pflüger, publicada en 1863. La renombrada obra del doctor Capellmann sobre medicina pastoral, indica que su autor se adhiere a la teoría Pflüger. De ahí que en ella se afirme erróneamente que los períodos de fecundidad están integrados por los catorce días que siguen inmediatamente a la menstruación y los tres o cuatro días anteriores a la menstruación siguiente. Continúa diciendo que estos hechos eran generalmente conocidos en su tiempo (1890). La teoría Pflüger fué refutada por Knauer en 1896 y por Halban en 1901, haciendo ver al mundo médico que la relación entre la menstruación y la ovulación permanecía todavía envuelta en el misterio.
Los científicos de hoy han dedicado grandes esfuerzos para resolver este interesante problema. Los errores básicos que frustraban las viejas teorías, han sido ya superados. Sin embargo, es evidente que la ciencia tiene aún mucho que investigar sobre este punto. Todavía no se sabe el tiempo preciso de la ovulación, ni siquiera se ha ofrecido un método completamente exacto y práctico para descubrirla. Es cierto que se ha progresado mucho, y esto no debe relegarse al olvido. Un breve resumen de los esfuerzos científicos realizados incluiría la mención de las siguientes figuras: Alien Pratt, Newall y Bland, que recogieron óvulos humanos lavando los oviductos en los días décimocuarto, décimoquinto y décimosexto; estos investigadores llegaron a la conclusión de que, si el óvulo necesita de setenta y dos a noventa y seis horas para pasar a través del oviducto, la ovulación debe ocurrir entre los días duodécimo y décimocuarto. Rock y Hertíg separaron úteros que contenían embriones muy recientes en determinados momentos del ciclo menstrual, y creyeron descubrir que la ovulación se verificaba entre los días 13'5 y 19'5 del ciclo. Schroeder, Shaw, Fraenkel, Ogino y Meyer opinaron que la ovulación tenía lugar entre los días décimotercero y décimonono, como indicaban los estudios macroscópicos y microscópicos del ovario. Dickinson, por exploración manual de mujeres seleccionadas, y en circunstancias favorables, descubrió cambios en el ovario al tiempo de la ovulación. Papanicolau y De Allende, Shorr y Hartman han estudiado las variaciones de la secreción vaginal, relacionadas con la ovulación. Welner descubrió cambios físicos en el cuello uterino en el tiempo tiempo de la ovulacion; halló que, mucho antes de la ovulación, el canal cervical estaba seco, mientras que al tiempo de la ovulación dejábase ver un derrame de moco denso y viscoso. Siegler, en sus estudios blopsiendométricos, concluyó que la menstruación tiene lugar en un tiempo comprendido entre los días doce y dieciséis después de la ovulación. Knaus observó que el extracto pituitario posterior (pituitrina) no actuaba sobre el miometrio durante el período en que el cuerpo amarillo era activo; supuso que la ovulación ocurriría de dos a tres días antes que el útero se hiciera refractario a la hormona hipofisaria, concluyendo que la ovulación tiene lugar exactamente quince días antes de la siguiente menstruación. Ogino confirmó estas conclusiones de Knaus, notando señales de ovulación reciente en la laparatomía. D'Amour, analizando diariamente estrógenos y gonadotropina en la orina, señaló un acmé gonadotrópico al tiempo de la ovulación. Burr, Hill y Alien usaron una técnica electrométrica para registrar el tiempo de la ovulación. Para Mittelschmerz el cuerpo amarillo y otros signos son considerados como indicaciones de que la ovulación se está verificando. (Warton, basándose en estos indicios, coloca la ovulación entre los días nono y décimosexto después de aparecer la menstruación; Siegler, sobre el mismo fundamento, sitúa la ovulación entre el décimo y décimoctavo en los ciclos cuya periodicidad varía entre los veinticuatro y treinta y tres días). Farris midió la actividad progresiva de un grupo de mujeres sanas a lo largo de un tiempo que se extendía de uno a seis meses; todas ellas experimentaban un aumento de actividad hacia la mitad del período. Por último, la prueba para determinar el tiempo de la ovulación mediante el método millivoltmeter Schorr-Lampert para registrar corrientes potenciales directas, es tenida por inconclusa por el doctor Habert Newman en un artículo publicado en el American Journal of Obstetrics and Gynecology, nov. 1948.
Muchos de los métodos arriba mencionados, para determinar el tiempo de la ovulación, adolecen de ciertas desventajas obvias. Algunos de ellos, como la laparatomía, tienen solamente un interés científico. Otros carecen de valor, debido a que se confía demasiado en los sentimientos de los sujetos sometidos a experimento, y también porque la concepción frecuentemente no tiene lugar cuando la teoría médica indica que el tiempo de la ovulación ha llegado. La biopsia del endometrio y las pruebas hormonales miden la ovulación después de haberse verificado. Por estas razones la mayor parte de los métodos citados son insuficientes o en la previsión o en la práctica.
Cuatro son hoy en día los métodos para determinar el período agenésico que merecen una mención especial, a causa del valor que los especialistas médicos generalmente les atribuyen, y por la común simpatía del público en cuanto a su uso. Son los siguientes: El método de periodicidad, el de la temperatura corporal básica, el método del experimento de la rata de Farris y el método del humor cervical.
Los científicos de hoy han dedicado grandes esfuerzos para resolver este interesante problema. Los errores básicos que frustraban las viejas teorías, han sido ya superados. Sin embargo, es evidente que la ciencia tiene aún mucho que investigar sobre este punto. Todavía no se sabe el tiempo preciso de la ovulación, ni siquiera se ha ofrecido un método completamente exacto y práctico para descubrirla. Es cierto que se ha progresado mucho, y esto no debe relegarse al olvido. Un breve resumen de los esfuerzos científicos realizados incluiría la mención de las siguientes figuras: Alien Pratt, Newall y Bland, que recogieron óvulos humanos lavando los oviductos en los días décimocuarto, décimoquinto y décimosexto; estos investigadores llegaron a la conclusión de que, si el óvulo necesita de setenta y dos a noventa y seis horas para pasar a través del oviducto, la ovulación debe ocurrir entre los días duodécimo y décimocuarto. Rock y Hertíg separaron úteros que contenían embriones muy recientes en determinados momentos del ciclo menstrual, y creyeron descubrir que la ovulación se verificaba entre los días 13'5 y 19'5 del ciclo. Schroeder, Shaw, Fraenkel, Ogino y Meyer opinaron que la ovulación tenía lugar entre los días décimotercero y décimonono, como indicaban los estudios macroscópicos y microscópicos del ovario. Dickinson, por exploración manual de mujeres seleccionadas, y en circunstancias favorables, descubrió cambios en el ovario al tiempo de la ovulación. Papanicolau y De Allende, Shorr y Hartman han estudiado las variaciones de la secreción vaginal, relacionadas con la ovulación. Welner descubrió cambios físicos en el cuello uterino en el tiempo tiempo de la ovulacion; halló que, mucho antes de la ovulación, el canal cervical estaba seco, mientras que al tiempo de la ovulación dejábase ver un derrame de moco denso y viscoso. Siegler, en sus estudios blopsiendométricos, concluyó que la menstruación tiene lugar en un tiempo comprendido entre los días doce y dieciséis después de la ovulación. Knaus observó que el extracto pituitario posterior (pituitrina) no actuaba sobre el miometrio durante el período en que el cuerpo amarillo era activo; supuso que la ovulación ocurriría de dos a tres días antes que el útero se hiciera refractario a la hormona hipofisaria, concluyendo que la ovulación tiene lugar exactamente quince días antes de la siguiente menstruación. Ogino confirmó estas conclusiones de Knaus, notando señales de ovulación reciente en la laparatomía. D'Amour, analizando diariamente estrógenos y gonadotropina en la orina, señaló un acmé gonadotrópico al tiempo de la ovulación. Burr, Hill y Alien usaron una técnica electrométrica para registrar el tiempo de la ovulación. Para Mittelschmerz el cuerpo amarillo y otros signos son considerados como indicaciones de que la ovulación se está verificando. (Warton, basándose en estos indicios, coloca la ovulación entre los días nono y décimosexto después de aparecer la menstruación; Siegler, sobre el mismo fundamento, sitúa la ovulación entre el décimo y décimoctavo en los ciclos cuya periodicidad varía entre los veinticuatro y treinta y tres días). Farris midió la actividad progresiva de un grupo de mujeres sanas a lo largo de un tiempo que se extendía de uno a seis meses; todas ellas experimentaban un aumento de actividad hacia la mitad del período. Por último, la prueba para determinar el tiempo de la ovulación mediante el método millivoltmeter Schorr-Lampert para registrar corrientes potenciales directas, es tenida por inconclusa por el doctor Habert Newman en un artículo publicado en el American Journal of Obstetrics and Gynecology, nov. 1948.
Muchos de los métodos arriba mencionados, para determinar el tiempo de la ovulación, adolecen de ciertas desventajas obvias. Algunos de ellos, como la laparatomía, tienen solamente un interés científico. Otros carecen de valor, debido a que se confía demasiado en los sentimientos de los sujetos sometidos a experimento, y también porque la concepción frecuentemente no tiene lugar cuando la teoría médica indica que el tiempo de la ovulación ha llegado. La biopsia del endometrio y las pruebas hormonales miden la ovulación después de haberse verificado. Por estas razones la mayor parte de los métodos citados son insuficientes o en la previsión o en la práctica.
Cuatro son hoy en día los métodos para determinar el período agenésico que merecen una mención especial, a causa del valor que los especialistas médicos generalmente les atribuyen, y por la común simpatía del público en cuanto a su uso. Son los siguientes: El método de periodicidad, el de la temperatura corporal básica, el método del experimento de la rata de Farris y el método del humor cervical.
El método de periodicidad.
La primera exposición, teóricamente exacta y practicable, del método del período agenésico se adjudica al doctor Hermán Knaus, de Praga (1929) y al doctor Ryusaku Ogino, del Japón (1930). Estos dos hombres de ciencia no colaboraron en sus trabajos, y, sin embargo, sus conclusiones fueron prácticamente idénticas. Según el doctor Ogino:
«La concepción humana puede tener lugar dentro de un cierto período limitado entre dos menstruaciones, desde el día duodécimo al décimonono antes de la siguiente menstruación; y este período apto para la concepción, puede ser pronosticado en la mayoría de los casos.» Es evidente que la aplicación del método de periodicidad lleva consigo el estudio individual de la duración exacta de los ciclos menstruales, durante un período de algunos meses. De esta manera se puede llegar a conocer con claridad en cada caso el ritmo normal de los ciclos. Se puede demostrar, tratándose, por ejemplo, de ciertas personas en concreto, que los ciclos rara vez son menores de veintisiete días ni mayores de treinta. Con estos datos en mano, sería ya posible determinar la fecha más próxima en que el ciclo siguiente habría de comenzar, asi como también la fecha última sobre la que el ciclo siguiente podria tener su principio (es decir, en el caso citado, el ciclo no habría de empezar antes del día siguiente al vigesimoséptimo, ni después del siguiente al trigésimo). Recurriríamos entonces a la conclusión de Ogino y Knaus, según la cual la ovulación tiene lugar aproximadamente el día décimoquinto antes de la prevista menstruación siguiente. Contando hacia atrás quince días completos a partir de la fecha más próxima en que ha de comenzar la menstruación siguiente, llegaremos al día mas próximo probable de la presente ovulación; contando ahora hacia atrás quince días completos desde la fecha última sobre la cual se esperaría el comienzo de la menstruación siguiente, llegaremos al dia último probable de la ovulación del ciclo en curso. Este procedimiento fijaría cuatro días consecutivos probables para la ovulación en el ciclo. Teniendo en cuenta la vida del espermatozoide, se añaden entonces dos días antes a esos cuatro días; de esta manera podrían tenerse relaciones matrimoniales un día poco más o menos antes del día más próximo de la ovulación; y si el espermatozoide retuviese su capacidad fecundante durante un día aproximadamente, la concepción tendría lugar al ponerse en contacto el óvulo con el espermatozoide, ya presente.
El doctor John Rock, del Free Hospital for Women, en Brookline (Massachussetts), afirma que las células espermáticas continúan viviendo solamente un corto tiempo después de su entrada en el tracto reproductivo femenino. Su opinión es que este tiempo probablemente no pasa de cuarenta y ocho horas.
Teniendo en cuenta el tiempo de vida del óvulo, se añaden también dos días inmediatamente después de los cuatro probables para la ovulación (es decir, podrían tenerse relaciones matrimoniales un día más o menos después del último día de la ovulación; y si el óvulo retuviese su capacidad para ser fecundado durante un día, aproximadamente, la concepción ocurriría al ponerse en contacto el espermatozoide con el óvulo ya presente).
Según el doctor Abraham Stone, de Nueva York, hay «investigaciones que indican que una mujer puede concebir solamente en, o alrededor del tiempo de la ovulación.» «Se acepta generalmente también, dice el mismo, que la ovulación tiene lugar solamente una vez al mes, y que el óvulo retiene su capacidad para ser fecundado durante un corto tiempo, probablemente durante no más de cuarenta y ocho horas.»
Por consiguiente, el método de periodicidad descansa sobre la verificación de tres factores: el tiempo de la ovulación dentro del ciclo menstrual, el tiempo de vida del espermatozoide y el tiempo de vida del óvulo. A la luz de los hechos conocidos, parece evidente que, en el caso de una mujer de tipo medio, se dan a lo más cuatro días al mes en los cuales las relaciones matrimoniales tienen como resultado probable el embarazo. Estos días serían los dos días anteriores a la ovulación, el día de la ovulación y el día siguiente a la ovulación. Dado que el ciclo menstrual sufre una variación ordinaria de tres o cuatro dias, a lo largo del período, es necesario —según el estado actual de las ciencias-, conceder cuatro días más como tiempo probable de la ovulación. De esta manera, se puede considerar un espacio de ocho dias, aproximadamente, dentro del ciclo menstrual, aptos para la fecundación. Los días que preceden y los que siguen a estos ocho días son llamados dias agenésicos del ciclo.
Evidentemente, el valor del método de periodicidad y, por consiguiente, la seguridad y confianza que se merece, es una cuestión a la que la ciencia tiene que contestar. Los defensores de este método están probablemente predispuestos a su favor y, por tanto, quizá demasiado optimistas. Algunos defensores del anticoncepcionismo ven todavía en el método de periodicidad un rival de su propio programa y no carecen de prejuicios contra él. Ante este estado de cosas, la postura imparcial es atenerse al testimonio de los especialistas en la materia.
La verdad innegable es que el método es seguro, por lo regular, en los casos ordinarios, si se le observa con toda diligencia, y que no se puede confiar en él si no es rigurosamente seguido. Un cierto porcentaje de fracasos será inevitable, debido a razones muy obvias: algunas personas, incapaces de llevar la teoría a la práctica, fracasarán en la búsqueda de médicos competentes que les sirvan de guía; otras no seguirán con exactitud los avisos prácticos; otras ignorarán aun el hecho de que la teoría se basa en las leyes de la naturaleza humana y en el cálculo de su período agenésico personal, teniendo en cuenta además el funcionamiento y la salud del propio cuerpo. (De ahí que cuando las funciones vitales del cuerpo han sido notablemente perturbadas por graves enfermedades o por algún choque emocional excesivo, no se debiera contar con el valor del método.)
Una causa más del «fracaso» del método de perioricidad es el utilizarlo poco después del nacimiento del hijo. Durante un cierto lapso de tiempo después del embarazo, el ciclo menstrual es a veces muy irregular. En algunos casos la duración del ciclo es alterada por el mismo. Por esta razón, tentativas de usar el método de periodicidad dentro de algunos meses siguientes al parto, basándose en evidencias pertenecientes a una data anterior, conducen a menudo al fracaso.
Puede afirmarse con certeza que hay personas que nunca podrían confiar en el método de periodicidad. El método está basado en una ley fisiológica de la naturaleza humana, y es bien sabido que hay algunas que nunca se ajustan a la regla normal y ordinaria. La naturaleza humana no es una máquina. Puede ser cierto que la ovulación tiene lugar comúnmente, en las personas normales, en una fecha concreta, a mediados del mes, fijada por el método de periodicidad. Pero todo aquel que conoce la inconstancia de la madre naturaleza, no se sorprenderá al encontrarse con el testimonio de la ciencia, que le afirme que la ovulación y la concepción han sido observadas en cualquier momento del ciclo menstrual. La ciencia tiene mucho camino que recorrer en lo que se reliere al método de periodicidad. Por el momento parece que puede afirmarse que los así llamados períodos agenésicos, señalados por el método de periodicidad, son ordinariamente infecundos para la mayor parir de las mujeres que gozan de buena salud y se hallan libres de intensos disturbios emocionales. Un uso cuidadoso del método de periodicidad en los casos normales, es tan digno de confianza para evitar el embarazo, como cualquier anticonceptivo artificial.
En una palabra, el método de periodicidad proporciona una solución moral a un problema bien difícil para muchas personas. Podrá no servir en una minoria de casos; puede ser de ningún valor para mujeres cuyas funciones corporales no se conforman con la regla general; podra ser de una ímportancia discutible para aquella cuyo embarazo implica un gravamen económico o físico. Pero puede ser de gran valor para la mayor parte de las mujeres cuya naturaleza se conforma con el tipo normal, y que no desean un hijo en un tiempo determinado, pero que, por otra parte, no tienen mucho que perder a causa del embarazo.
Después de haber puesto en relieve que no siempre podemos fiarnos del método de periodicidad, hay que decir con franqueza que ciertos factores darán siempre lugar a un determinado porcentaje de fracasos en cuanto a la eficacia y seguridad de los anticonceptivos artificiales.
Estos factores son tan numerosos, que la eficacia de los anticonceptivos artificiales ciertamente igualará, si no excede, al de los fracasos que han de resultar de la confianza en el método de periodicidad.
Asi, por ejemplo, no dejará de fallar un cierto número de anticonceptivos masculinos por su deficiente construcción material, con la ineficacia consiguiente.
Muchos anticonceptivos aparecen deficientes por el uso, y no siempre se acierta a descartarlos antes que lleguen a ser ineficaces.
Los fabricantes que explotan este negocio, ponen a veces en circulación soluciones que son sólo antisépticos, haciéndolos pasar por espermaticidas y anticonceptivos.
Algunos anticonceptivos femeninos deben ser exactos en cuanto al tamaño para ser eficaces, y nunca han de faltar errores en este sentido.
La eficacia de todos los anticonceptivos depende de usarlos de una manera bien concreta y cuidadosamente, lo cual será fácil olvidar en bastantes casos. La eficacia de otros anticonceptivos exige que sean colocados en su lugar antes de las relaciones matrimoniales y que no sean retirados después demasiado pronto; sin duda alguna podemos estar seguros de que se han de cometer muchas equivocaciones en la práctica.
Estos son algunos de los factores que hacen inevitablemente ineficaces los anticonceptivos artificiales en un buen porcentaje de casos.
«La concepción humana puede tener lugar dentro de un cierto período limitado entre dos menstruaciones, desde el día duodécimo al décimonono antes de la siguiente menstruación; y este período apto para la concepción, puede ser pronosticado en la mayoría de los casos.» Es evidente que la aplicación del método de periodicidad lleva consigo el estudio individual de la duración exacta de los ciclos menstruales, durante un período de algunos meses. De esta manera se puede llegar a conocer con claridad en cada caso el ritmo normal de los ciclos. Se puede demostrar, tratándose, por ejemplo, de ciertas personas en concreto, que los ciclos rara vez son menores de veintisiete días ni mayores de treinta. Con estos datos en mano, sería ya posible determinar la fecha más próxima en que el ciclo siguiente habría de comenzar, asi como también la fecha última sobre la que el ciclo siguiente podria tener su principio (es decir, en el caso citado, el ciclo no habría de empezar antes del día siguiente al vigesimoséptimo, ni después del siguiente al trigésimo). Recurriríamos entonces a la conclusión de Ogino y Knaus, según la cual la ovulación tiene lugar aproximadamente el día décimoquinto antes de la prevista menstruación siguiente. Contando hacia atrás quince días completos a partir de la fecha más próxima en que ha de comenzar la menstruación siguiente, llegaremos al día mas próximo probable de la presente ovulación; contando ahora hacia atrás quince días completos desde la fecha última sobre la cual se esperaría el comienzo de la menstruación siguiente, llegaremos al dia último probable de la ovulación del ciclo en curso. Este procedimiento fijaría cuatro días consecutivos probables para la ovulación en el ciclo. Teniendo en cuenta la vida del espermatozoide, se añaden entonces dos días antes a esos cuatro días; de esta manera podrían tenerse relaciones matrimoniales un día poco más o menos antes del día más próximo de la ovulación; y si el espermatozoide retuviese su capacidad fecundante durante un día aproximadamente, la concepción tendría lugar al ponerse en contacto el óvulo con el espermatozoide, ya presente.
El doctor John Rock, del Free Hospital for Women, en Brookline (Massachussetts), afirma que las células espermáticas continúan viviendo solamente un corto tiempo después de su entrada en el tracto reproductivo femenino. Su opinión es que este tiempo probablemente no pasa de cuarenta y ocho horas.
Teniendo en cuenta el tiempo de vida del óvulo, se añaden también dos días inmediatamente después de los cuatro probables para la ovulación (es decir, podrían tenerse relaciones matrimoniales un día más o menos después del último día de la ovulación; y si el óvulo retuviese su capacidad para ser fecundado durante un día, aproximadamente, la concepción ocurriría al ponerse en contacto el espermatozoide con el óvulo ya presente).
Según el doctor Abraham Stone, de Nueva York, hay «investigaciones que indican que una mujer puede concebir solamente en, o alrededor del tiempo de la ovulación.» «Se acepta generalmente también, dice el mismo, que la ovulación tiene lugar solamente una vez al mes, y que el óvulo retiene su capacidad para ser fecundado durante un corto tiempo, probablemente durante no más de cuarenta y ocho horas.»
Por consiguiente, el método de periodicidad descansa sobre la verificación de tres factores: el tiempo de la ovulación dentro del ciclo menstrual, el tiempo de vida del espermatozoide y el tiempo de vida del óvulo. A la luz de los hechos conocidos, parece evidente que, en el caso de una mujer de tipo medio, se dan a lo más cuatro días al mes en los cuales las relaciones matrimoniales tienen como resultado probable el embarazo. Estos días serían los dos días anteriores a la ovulación, el día de la ovulación y el día siguiente a la ovulación. Dado que el ciclo menstrual sufre una variación ordinaria de tres o cuatro dias, a lo largo del período, es necesario —según el estado actual de las ciencias-, conceder cuatro días más como tiempo probable de la ovulación. De esta manera, se puede considerar un espacio de ocho dias, aproximadamente, dentro del ciclo menstrual, aptos para la fecundación. Los días que preceden y los que siguen a estos ocho días son llamados dias agenésicos del ciclo.
Evidentemente, el valor del método de periodicidad y, por consiguiente, la seguridad y confianza que se merece, es una cuestión a la que la ciencia tiene que contestar. Los defensores de este método están probablemente predispuestos a su favor y, por tanto, quizá demasiado optimistas. Algunos defensores del anticoncepcionismo ven todavía en el método de periodicidad un rival de su propio programa y no carecen de prejuicios contra él. Ante este estado de cosas, la postura imparcial es atenerse al testimonio de los especialistas en la materia.
La verdad innegable es que el método es seguro, por lo regular, en los casos ordinarios, si se le observa con toda diligencia, y que no se puede confiar en él si no es rigurosamente seguido. Un cierto porcentaje de fracasos será inevitable, debido a razones muy obvias: algunas personas, incapaces de llevar la teoría a la práctica, fracasarán en la búsqueda de médicos competentes que les sirvan de guía; otras no seguirán con exactitud los avisos prácticos; otras ignorarán aun el hecho de que la teoría se basa en las leyes de la naturaleza humana y en el cálculo de su período agenésico personal, teniendo en cuenta además el funcionamiento y la salud del propio cuerpo. (De ahí que cuando las funciones vitales del cuerpo han sido notablemente perturbadas por graves enfermedades o por algún choque emocional excesivo, no se debiera contar con el valor del método.)
Una causa más del «fracaso» del método de perioricidad es el utilizarlo poco después del nacimiento del hijo. Durante un cierto lapso de tiempo después del embarazo, el ciclo menstrual es a veces muy irregular. En algunos casos la duración del ciclo es alterada por el mismo. Por esta razón, tentativas de usar el método de periodicidad dentro de algunos meses siguientes al parto, basándose en evidencias pertenecientes a una data anterior, conducen a menudo al fracaso.
Puede afirmarse con certeza que hay personas que nunca podrían confiar en el método de periodicidad. El método está basado en una ley fisiológica de la naturaleza humana, y es bien sabido que hay algunas que nunca se ajustan a la regla normal y ordinaria. La naturaleza humana no es una máquina. Puede ser cierto que la ovulación tiene lugar comúnmente, en las personas normales, en una fecha concreta, a mediados del mes, fijada por el método de periodicidad. Pero todo aquel que conoce la inconstancia de la madre naturaleza, no se sorprenderá al encontrarse con el testimonio de la ciencia, que le afirme que la ovulación y la concepción han sido observadas en cualquier momento del ciclo menstrual. La ciencia tiene mucho camino que recorrer en lo que se reliere al método de periodicidad. Por el momento parece que puede afirmarse que los así llamados períodos agenésicos, señalados por el método de periodicidad, son ordinariamente infecundos para la mayor parir de las mujeres que gozan de buena salud y se hallan libres de intensos disturbios emocionales. Un uso cuidadoso del método de periodicidad en los casos normales, es tan digno de confianza para evitar el embarazo, como cualquier anticonceptivo artificial.
En una palabra, el método de periodicidad proporciona una solución moral a un problema bien difícil para muchas personas. Podrá no servir en una minoria de casos; puede ser de ningún valor para mujeres cuyas funciones corporales no se conforman con la regla general; podra ser de una ímportancia discutible para aquella cuyo embarazo implica un gravamen económico o físico. Pero puede ser de gran valor para la mayor parte de las mujeres cuya naturaleza se conforma con el tipo normal, y que no desean un hijo en un tiempo determinado, pero que, por otra parte, no tienen mucho que perder a causa del embarazo.
Después de haber puesto en relieve que no siempre podemos fiarnos del método de periodicidad, hay que decir con franqueza que ciertos factores darán siempre lugar a un determinado porcentaje de fracasos en cuanto a la eficacia y seguridad de los anticonceptivos artificiales.
Estos factores son tan numerosos, que la eficacia de los anticonceptivos artificiales ciertamente igualará, si no excede, al de los fracasos que han de resultar de la confianza en el método de periodicidad.
Asi, por ejemplo, no dejará de fallar un cierto número de anticonceptivos masculinos por su deficiente construcción material, con la ineficacia consiguiente.
Muchos anticonceptivos aparecen deficientes por el uso, y no siempre se acierta a descartarlos antes que lleguen a ser ineficaces.
Los fabricantes que explotan este negocio, ponen a veces en circulación soluciones que son sólo antisépticos, haciéndolos pasar por espermaticidas y anticonceptivos.
Algunos anticonceptivos femeninos deben ser exactos en cuanto al tamaño para ser eficaces, y nunca han de faltar errores en este sentido.
La eficacia de todos los anticonceptivos depende de usarlos de una manera bien concreta y cuidadosamente, lo cual será fácil olvidar en bastantes casos. La eficacia de otros anticonceptivos exige que sean colocados en su lugar antes de las relaciones matrimoniales y que no sean retirados después demasiado pronto; sin duda alguna podemos estar seguros de que se han de cometer muchas equivocaciones en la práctica.
Estos son algunos de los factores que hacen inevitablemente ineficaces los anticonceptivos artificiales en un buen porcentaje de casos.
El método de la temperatura básica del cuerpo.
Van de Velde hizo notar en 1904 que la temperatura del cuerpo de la mujer varía durante las fases del ciclo menstrual; pero hasta hace pocos años no se prestó la debida atención a este importante factor para determinar los períodos de fecundidad y de esterilidad. Sin embargo, modernamente se han realizado muchas y excelentes aportaciones cientificas sobre este punto. En 1932, Harvey y Corckett presentaron las temperaturas record de una paciente en un período de trece meses y analizaron las variaciones obtenidas; Zuck en 1938, Williams y Simmons en 1942, hicieron uso clínico de este método. En 1939 el doctor R. B. Rubenstein, en un estudio de las secreciones vaginales, intentó por primera vez establecer la relación entre los cambios de temperatura y las fases del ciclo menstrual. Balton y Wollmann en 1940, Mocquot y Raoul Palmer, informaron sobre el efecto de la endocrinoterapia en la temperatura básica; Raoul Palmer y Devillers en 1939, Alian Palmer en 1942, y Williams en 1943, ilustraron sus relaciones con gráficas. En 1943 Lion trató de la valoración de la dismenorrea por diagramas de temperatura. En 1943 D'Amour comparó los diagramas de temperatura con otros medios para determinar el tiempo de la ovulación. En este mismo año (1943) Martín estableció una correspondencia exacta entre las fases del endometrio y la curva de temperatura. Finalmente, en 1944 Tompkins publicó una serie de gráficas que intensificaron mucho el interés por el tema. Por consiguiente, las variantes en la temperatura de personas sanas, jóvenes y ancianas, han sido conocidas por la ciencia médica hace ya muchos años. La temperatura del cuerpo es un barómetro sensible a la actividad física y mental, a la acción metabólica y a otras acciones fisiológicas. El trabajo muscular, el alimento, la excitación mental y estímulos extraños, contribuyen a elevar el nivel de temperatura de una persona sana. Es más: es posible establecer gráficas que demuestren las oscilaciones de la temperatura del cuerpo humano durante un período dado de veinticuatro horas, variando las condiciones del medio ambiente. Estas gráficas siguen una trayectoria cotidiana.
La comparación de las gráficas de temperatura del macho y de la hembra demuestran que en el macho no hay otras variantes, en el trazo cotidiano, que las introducidas por los factores extraños arriba indicados. Sin embargo, en la hembra la actividad de los ovarios y el desarrollo del cuerpo lúteo elevan el nivel de la temperatura normal durante la última mitad del ciclo menstrual.
Es un hecho suficientemente demostrado que las temperaturas básicas son un índice seguro de la actividad de los ovarios, al menos en las tres cuartas partes de las mujeres. En el 25 por 100 restante, la curva es atípica e irregular. En esas tres cuartas partes las curvas son típicas, y puede establecerse una correlación entre las temperaturas y las actividades fisiológicas.
Damos una breve exposición del doble proceso fisiológico en el método de la temperatura del cuerpo:
Primero. En un promedio de cada cuatro semanas durante los años fértiles de la mujer, se forman algunos óvulos en cada uno de sus dos ovarios dentro de pequeños saquitos llamados folículos. En el proceso mensual de maduración, solamente uno atraviesa la trompa de Falopio y pasa al cuerpo del útero. Este proceso se denomina ovulación. Estos sacos o folículos producen también unas sustancias llamadas estrógenos, que preparan el revestimiento del útero para la recepción del óvulo fertilizado.
La producción de estrógenos caracteriza al período anterior y consiguiente al proceso de ovulación; se ha demostrado científicamente que los estrógenos disminuyen la temperatura del cuerpo. Se ha llevado a cabo esta demostración inyectando estrógenos a una mujer, cuyos ovarios habían sido suprimidos, resultando en ella un descenso de temperatura corporal. Por esto, la temperatura del cuerpo es más baja cuando la producción de estrógenos es más alta, es decir, inmediatamente antes de la ovulación. En general, la temperatura oral matinal (8 a. m.) de las mujeres es de unos 36,27 grados C en los días inmediatos a la ovulación; las mujeres que se levantan más temprano pueden tenerla ligeramente más baja.
Segundo. Sea o no fertilizado un óvulo, el saco (folículo) de donde procede se convierte en una pequeña masa amarilla denominada cuerpo lúteo, que produce una sustancia llamada progesterón. La finalidad de esta sustancia es contribuir al revestimiento del útero para el alimento del óvulo fertilizado. Si ha tenido lugar el embarazo, el cuerpo lúteo crece en tamaño y continúa su producción de progesterón; si no se ha realizado la concepción, el proceso disminuye y el revestimiento del útero es arrojado fuera con alguna sangre (menstruación). Lo que nos interesa ahora es que al paso que los estrógenos disminuyen la temperatura, el progesterón la aumenta. Por consiguiente, cuando se ha alcanzado el momento de la ovulación, en el cual el folículo, del que ha salido el óvulo maduro, se convierte en cuerpo lúteo, se produce el progesterón y aumenta la temperatura del cuerpo. Es por tanto, evidente, que el aumento de temperatura indica el hecho de la ovulación.
La comparación de las gráficas de temperatura del macho y de la hembra demuestran que en el macho no hay otras variantes, en el trazo cotidiano, que las introducidas por los factores extraños arriba indicados. Sin embargo, en la hembra la actividad de los ovarios y el desarrollo del cuerpo lúteo elevan el nivel de la temperatura normal durante la última mitad del ciclo menstrual.
Es un hecho suficientemente demostrado que las temperaturas básicas son un índice seguro de la actividad de los ovarios, al menos en las tres cuartas partes de las mujeres. En el 25 por 100 restante, la curva es atípica e irregular. En esas tres cuartas partes las curvas son típicas, y puede establecerse una correlación entre las temperaturas y las actividades fisiológicas.
Damos una breve exposición del doble proceso fisiológico en el método de la temperatura del cuerpo:
Primero. En un promedio de cada cuatro semanas durante los años fértiles de la mujer, se forman algunos óvulos en cada uno de sus dos ovarios dentro de pequeños saquitos llamados folículos. En el proceso mensual de maduración, solamente uno atraviesa la trompa de Falopio y pasa al cuerpo del útero. Este proceso se denomina ovulación. Estos sacos o folículos producen también unas sustancias llamadas estrógenos, que preparan el revestimiento del útero para la recepción del óvulo fertilizado.
La producción de estrógenos caracteriza al período anterior y consiguiente al proceso de ovulación; se ha demostrado científicamente que los estrógenos disminuyen la temperatura del cuerpo. Se ha llevado a cabo esta demostración inyectando estrógenos a una mujer, cuyos ovarios habían sido suprimidos, resultando en ella un descenso de temperatura corporal. Por esto, la temperatura del cuerpo es más baja cuando la producción de estrógenos es más alta, es decir, inmediatamente antes de la ovulación. En general, la temperatura oral matinal (8 a. m.) de las mujeres es de unos 36,27 grados C en los días inmediatos a la ovulación; las mujeres que se levantan más temprano pueden tenerla ligeramente más baja.
Segundo. Sea o no fertilizado un óvulo, el saco (folículo) de donde procede se convierte en una pequeña masa amarilla denominada cuerpo lúteo, que produce una sustancia llamada progesterón. La finalidad de esta sustancia es contribuir al revestimiento del útero para el alimento del óvulo fertilizado. Si ha tenido lugar el embarazo, el cuerpo lúteo crece en tamaño y continúa su producción de progesterón; si no se ha realizado la concepción, el proceso disminuye y el revestimiento del útero es arrojado fuera con alguna sangre (menstruación). Lo que nos interesa ahora es que al paso que los estrógenos disminuyen la temperatura, el progesterón la aumenta. Por consiguiente, cuando se ha alcanzado el momento de la ovulación, en el cual el folículo, del que ha salido el óvulo maduro, se convierte en cuerpo lúteo, se produce el progesterón y aumenta la temperatura del cuerpo. Es por tanto, evidente, que el aumento de temperatura indica el hecho de la ovulación.
Generalmente el citado aumento de temperatura es de unos 0,4 grados. De ordinario, el aumento es completamente repentino; a veces tiene lugar en un periodo de tres o cuatro días. Si no se da el embarazo, la naturaleza cesa en la producción de progesterón durante unos trece días.
Por consiguiente, en los días próximamente inmediatos a la menstruación, la temperatura oral matinal será todavía de unos 36,77 grados C. Pero después de ese lapso aproximado de tiempo, la ausencia de progesterón influirá en la temperatura del cuerpo, disminuyendo hasta el nivel preovulatorio de 36,27 grados C. (Fácilmente se comprende que una temperatura oral matinal permanente de unos 36,77 grados C durante más de dos semanas es una de las señales que primeramente diagnostican el embarazo; indica que el cuerpo lúteo continúa produciendo progesterón en beneficio del óvulo fecundado). El nivel de la temperatura citada debe ser observado permanentemente todos los meses, tomándola aproximadamente a la misma hora, antes de levantarse y habiendo transcurrido una noche de descanso normal. En casos extraordinarios el aumento de temperatura puede ser debido a una noche sin descanso, a levantarse más tarde o a enfermedad. Un enfriamiento ordinario no es causa, como podría pensarse, de un cambio notable en la temperatura normal de la mañana.
Fácilmente se comprende que el método de la temperatura del cuerpo tiene escaso valor en la determinación de los límites del primer período estéril. No nos indica cuándo la ovulación va a tener lugar; más bien el aumento de temperatura señala solamente el hecho de que la ovulación se ha verificado ya. En cambio, tiene algún valor si se trata de un matrimonio deseoso de tener hijos, ya que le ayuda a determinar el tiempo posible de la concepción; el uso inmediato de los derechos matrimoniales, tan pronto como la temperatura aumenta, proporciona una cierta seguridad del embarazo. Por otra parte, este método tiene un valor particular en la determinación del comienzo del segundo período de esterilidad; una vez pasados tres días después del comienzo del aumento de temperatura, el ciclo menstrual se encontraría en el segundo período de esterilidad.
Llegados a este punto, debemos pagar tributo de debido reconocimiento al doctor Edward F. Keefe, del hospital de San Vicente, en Nueva York. El doctor Keefe ha completado las conclusiones de los que le han precedido en el estudio de la temperatura del cuerpo y de la ovulación; ha diseñado también un termómetro especial Ovulindex, destinado exclusivamente a medir los cambios de temperatura en el ciclo menstrual. La variante de este termómetro es solamente de 96 a 100 grados F, dos grados por cada pulgada. En cambio, el termómetro clínico tipo contiene nueve grados en la pulgada, con una variante de 84 grados a 110 F encerrados en menos espacio que el ocupado por sólo cuatro grados del termómetro Ovulindex. Además, el termómetro Ovulindex (producido por los Laboratorios Linacre, de Nueva York) precisa hasta 0,1 grados, al paso que los termómetros clínicos tiene un margen de imprecisión de 0,2 grados en los tipos comerciales existentes. El doctor Keefe ha hecho también investigaciones sobre el Método del mucus cervical para determinar la ovulación, método que utiliza juntamente con el de la temperatura del cuerpo en la práctica de la obstetricia.
En el apartado anterior hemos hablado de los folículos de los ovarios que producen estrógenos, cuya destinación natural es el revestimiento del útero para la vida del óvulo fecundado. Investigaciones científicas recientes revelan que los estrógenos producen también otros efectos, que indican el tiempo preciso de la ovulación. Estos efectos se refieren al cambio notable que producen en el mucus cervical.
En los días inmediatamente anteriores a la ovulación hay un desprendimiento de mucus de la cervix (la apertura del útero a la vagina). Este mucus al principio es una masa espesa, gomosa, oscura, de pequeño volumen; a menudo comienza como un nudillo o tapón amarillo, viscoso, que emana de la cervix y eventualmente sale de la vagina. Los estrógenos, que en este momento del proceso ovulatorio están siendo producidos, van causando gradualmente un cambio del mucus, antes descrito, en un líquido claro, fino y abundante. Según todas las apariencias, la finalidad de la naturaleza es proporcionar un medio apto para que el esperma se mantenga como nadando, en el mismo, en su intento de penetrar en el útero.
Puesto que la producción de estrógenos es una parte vital del proceso fisiológico de la ovulación, es evidente que el día de la ovulación, en un determinado ciclo menstrual, puede ser señalado en el preciso momento en que la producción de estrógenos ha alcanzado su máximo nivel. En otras palabras: el día en que el mucus cervical es más abundante en cantidad, más claro, fino y acuoso en cualidad, es con toda probabilidad el día de la ovulación.
El proceso descrito tiene una semejanza al revés con lo que sucede durante un catarro. En el catarro el moco procedente de la nariz es al principio fino, claro, acuoso y abundante; desapareciendo el catarro, se convierte en más espeso, viscoso, oscuro y menor en cantidad.
Cuando la ovulación tiene lugar en el ciclo menstrual, la producción de estrógenos cambia el mucus cervical en el líquido antes descrito. Este liquido puede ser comparado en color y en viscosidad a la clara de huevo no cocida; una pequeña cantidad de ésta podría ser colocada entre el indice y el pulgar y extendida sin romperse, formando un largo, fino y claro filamento.
Despues de la ovulación, el mucus deviene, una vez más, más espeso, y a los pocos dias desaparece completamente.
De ordinario no hay dificultad en distinguir el mucus cervical, caracteristico de la ovulación, de la secreción fina y amarilla que puede observarse antes de la menstruación, o también de la otra secreción pastosa y blanca que puede verse en los días que siguen inmediatamente a la menstruación.
Al paso que el método de la temperatura del cuerpo se presenta por el momento como la manera más precisa de determinar el día de la ovulación, la observación del mucus cervical añade una valiosa información adicional. El método del ritmo ofrece solamente una aproximación vaga del período de fertilidad en un determinado ciclo, basada en el record de las menstruaciones pasadas; el método de la temperatura del cuerpo, señalando el aumento de temperatura, indica solamente que la ovulación ha tenido ya lugar. La ventaja obvia de la observación del mucus cervical es doble: indica, por una parte, cuándo el período de fertilidad está aproximándose, y, por otra, parece señalar con bastante claridad el día preciso de la ovulación (punto culminante de la fertilidad). Actualmente, el uso simultáneo de los datos derivados de los métodos de la temperatura del cuerpo y del mucus cervical, nos proporcionan los mejores medios para identificar los períodos fecundos y de esterilidad.
Por consiguiente, en los días próximamente inmediatos a la menstruación, la temperatura oral matinal será todavía de unos 36,77 grados C. Pero después de ese lapso aproximado de tiempo, la ausencia de progesterón influirá en la temperatura del cuerpo, disminuyendo hasta el nivel preovulatorio de 36,27 grados C. (Fácilmente se comprende que una temperatura oral matinal permanente de unos 36,77 grados C durante más de dos semanas es una de las señales que primeramente diagnostican el embarazo; indica que el cuerpo lúteo continúa produciendo progesterón en beneficio del óvulo fecundado). El nivel de la temperatura citada debe ser observado permanentemente todos los meses, tomándola aproximadamente a la misma hora, antes de levantarse y habiendo transcurrido una noche de descanso normal. En casos extraordinarios el aumento de temperatura puede ser debido a una noche sin descanso, a levantarse más tarde o a enfermedad. Un enfriamiento ordinario no es causa, como podría pensarse, de un cambio notable en la temperatura normal de la mañana.
Fácilmente se comprende que el método de la temperatura del cuerpo tiene escaso valor en la determinación de los límites del primer período estéril. No nos indica cuándo la ovulación va a tener lugar; más bien el aumento de temperatura señala solamente el hecho de que la ovulación se ha verificado ya. En cambio, tiene algún valor si se trata de un matrimonio deseoso de tener hijos, ya que le ayuda a determinar el tiempo posible de la concepción; el uso inmediato de los derechos matrimoniales, tan pronto como la temperatura aumenta, proporciona una cierta seguridad del embarazo. Por otra parte, este método tiene un valor particular en la determinación del comienzo del segundo período de esterilidad; una vez pasados tres días después del comienzo del aumento de temperatura, el ciclo menstrual se encontraría en el segundo período de esterilidad.
Llegados a este punto, debemos pagar tributo de debido reconocimiento al doctor Edward F. Keefe, del hospital de San Vicente, en Nueva York. El doctor Keefe ha completado las conclusiones de los que le han precedido en el estudio de la temperatura del cuerpo y de la ovulación; ha diseñado también un termómetro especial Ovulindex, destinado exclusivamente a medir los cambios de temperatura en el ciclo menstrual. La variante de este termómetro es solamente de 96 a 100 grados F, dos grados por cada pulgada. En cambio, el termómetro clínico tipo contiene nueve grados en la pulgada, con una variante de 84 grados a 110 F encerrados en menos espacio que el ocupado por sólo cuatro grados del termómetro Ovulindex. Además, el termómetro Ovulindex (producido por los Laboratorios Linacre, de Nueva York) precisa hasta 0,1 grados, al paso que los termómetros clínicos tiene un margen de imprecisión de 0,2 grados en los tipos comerciales existentes. El doctor Keefe ha hecho también investigaciones sobre el Método del mucus cervical para determinar la ovulación, método que utiliza juntamente con el de la temperatura del cuerpo en la práctica de la obstetricia.
El método del mucus cervical.
En el apartado anterior hemos hablado de los folículos de los ovarios que producen estrógenos, cuya destinación natural es el revestimiento del útero para la vida del óvulo fecundado. Investigaciones científicas recientes revelan que los estrógenos producen también otros efectos, que indican el tiempo preciso de la ovulación. Estos efectos se refieren al cambio notable que producen en el mucus cervical.
En los días inmediatamente anteriores a la ovulación hay un desprendimiento de mucus de la cervix (la apertura del útero a la vagina). Este mucus al principio es una masa espesa, gomosa, oscura, de pequeño volumen; a menudo comienza como un nudillo o tapón amarillo, viscoso, que emana de la cervix y eventualmente sale de la vagina. Los estrógenos, que en este momento del proceso ovulatorio están siendo producidos, van causando gradualmente un cambio del mucus, antes descrito, en un líquido claro, fino y abundante. Según todas las apariencias, la finalidad de la naturaleza es proporcionar un medio apto para que el esperma se mantenga como nadando, en el mismo, en su intento de penetrar en el útero.
Puesto que la producción de estrógenos es una parte vital del proceso fisiológico de la ovulación, es evidente que el día de la ovulación, en un determinado ciclo menstrual, puede ser señalado en el preciso momento en que la producción de estrógenos ha alcanzado su máximo nivel. En otras palabras: el día en que el mucus cervical es más abundante en cantidad, más claro, fino y acuoso en cualidad, es con toda probabilidad el día de la ovulación.
El proceso descrito tiene una semejanza al revés con lo que sucede durante un catarro. En el catarro el moco procedente de la nariz es al principio fino, claro, acuoso y abundante; desapareciendo el catarro, se convierte en más espeso, viscoso, oscuro y menor en cantidad.
Cuando la ovulación tiene lugar en el ciclo menstrual, la producción de estrógenos cambia el mucus cervical en el líquido antes descrito. Este liquido puede ser comparado en color y en viscosidad a la clara de huevo no cocida; una pequeña cantidad de ésta podría ser colocada entre el indice y el pulgar y extendida sin romperse, formando un largo, fino y claro filamento.
Despues de la ovulación, el mucus deviene, una vez más, más espeso, y a los pocos dias desaparece completamente.
De ordinario no hay dificultad en distinguir el mucus cervical, caracteristico de la ovulación, de la secreción fina y amarilla que puede observarse antes de la menstruación, o también de la otra secreción pastosa y blanca que puede verse en los días que siguen inmediatamente a la menstruación.
Al paso que el método de la temperatura del cuerpo se presenta por el momento como la manera más precisa de determinar el día de la ovulación, la observación del mucus cervical añade una valiosa información adicional. El método del ritmo ofrece solamente una aproximación vaga del período de fertilidad en un determinado ciclo, basada en el record de las menstruaciones pasadas; el método de la temperatura del cuerpo, señalando el aumento de temperatura, indica solamente que la ovulación ha tenido ya lugar. La ventaja obvia de la observación del mucus cervical es doble: indica, por una parte, cuándo el período de fertilidad está aproximándose, y, por otra, parece señalar con bastante claridad el día preciso de la ovulación (punto culminante de la fertilidad). Actualmente, el uso simultáneo de los datos derivados de los métodos de la temperatura del cuerpo y del mucus cervical, nos proporcionan los mejores medios para identificar los períodos fecundos y de esterilidad.
2 comentarios:
Ustedes ¿qué opinan de la planificación natural de la familia? Al leer este post se le da entender al lector que ustedes están a favor de ella. He visto un video en youtube que dice que la planificación natural de la familia es pecado mortal. Se argumenta que como el fin de los métodos son evitar la concepción, ella es, por ende, pecado mortal. El video menciona un documento papal de Pío XI en donde explica que el Papa condena todo método que evite la concepción de la prole (porque dice el documento que este es el fin primario del matrimonio). Bueno, esa es la postura de ese grupo tradicionalista autor del video, pero yo quiero saber si ustedes al publicar este post, opinan igual de lo dicho en el post. Quizás no en todo exactamente, pero en general, ¿están a favor de la planificación natural de la familia o también creen que es pecado mortal? Uno como católico ¿qué se les puede decir a matrimonios familiares y amigas que usan algunos de estos métodos para concebir (por no usar píldoras anticonceptivas)? Igual he leído un artículo publicado por un tal obispo Pivarunas, creo que se escribe, que dice que no es pecado mortal. ¿Ustedes opinan igual?
Atte.
Ave Maria
La planificación natural de la familia es de hecho pecaminosa.
La Iglesia LO TOLERA en el caso de alguna causa justificada y de manera temporal.
(ya sea por enfermedad o alguna situación economica gravísima)
para saber esto hay que consultarlo con el sacerdote.
En Noldin-Schmitt (1940) se condena expresamente su divulgación indiscriminada de este metodo; y hace notar a los sacerdotes QUE EN NINGUN CASO DEBEN ACONSEJAR, de un modo concreto, la observatio temporum... Tampoco puede aprobarse que en ocasiones de repartan en las Iglesias folletos de propaganda con instrucciones para la continencuia periodica, o se recomiende ya el método en cursillos para las novias. Las cosas han llegado a veces al extremo que significaban una seria amenaza para el sentido católico del Matrimonio: La irrupción de un "maltusianismo disfrazado". (P. Schmitz, SVD)
Que Dios lo bendiga
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